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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (38 page)

—Lo siento —dijo—. Abusé de vuestra amabilidad y mentí. Os pido perdón por engañaros a todos.

—Como disculpa no es gran cosa —dijo Zaf, que se bajó de la mesa y se cruzó de brazos.

El antagonismo le convenía a Bitterblue. Le proporcionaba a su culpabilidad algo sólido y afilado contra lo que lanzarla. Levantó la barbilla.

—Pido perdón por las cosas que he hecho mal, pero no pienso pedirlo por mi disculpa —declaró—. Me gustaría hablar contigo a solas.

—Eso no va a pasar.

—Entonces —dijo al tiempo que se encogía de hombros—, supongo que todos tendrán que oír mi versión de las cosas. ¿Por dónde empezamos? ¿Con tu próximo juicio por traición, en el que seré llamada como testigo a declarar que te vi robar la corona?

Zafiro se dirigió hacia Bitterblue hasta ponerse delante de ella.

—Estoy deseando explicar por qué me encontraba en sus aposentos, para empezar —expuso con calma—. Será divertido acabar con su reputación. Esta conversación es aburrida. ¿Hemos acabado?

Bitterblue le cruzó la cara con todas sus fuerzas. Cuando Zaf la aferró por las muñecas, ella le dio una patada en la espinilla y volvió a patearlo hasta que, por fin, él la soltó.

—Es una déspota —espetó Zaf.

—Y tú un malcriado —replicó ella, y le propinó un empellón; las lágrimas se le desbordaron por las mejillas—. ¿De qué serviría arruinarnos la vida los dos? ¿En pro de qué causa rematadamente inútil? ¿Traición, Zaf? ¿Por qué tuviste que hacer algo tan condenadamente estúpido?

—¡Jugó conmigo! ¡Me humilló e insultó a mi príncipe al obligarlo a mentir por mí!

—¿Y por ello incurriste en un delito penado con la horca?

—Solo me apoderé de esa puñetería para fastidiarla —dijo—. ¡Que además tenga consecuencias que le causan descontento y preocupación es una compensación extra! ¡Me alegro de que sea un delito penado con la horca!

La tienda se había quedado vacía a su alrededor; estaban solos. Estaba demasiado cerca del fogoso cuerpo del hombre, así que lo empujó para ir hacia la prensa y se apoyó en ella mientras intentaba pensar. Había un punto en lo que Zaf había dicho que Bitterblue debía aclarar.

—Entiendes que estoy disgustada —empezó—, porque sabes que me preocupa tu seguridad.

—Bah, ¿a quién le importa eso? —dijo él a su espalda, cerca.

—Sabes que cuanto más te pones en peligro, más me disgusto y más me esforzaré para protegerte, lo cual, al parecer, es algo que te resulta divertido —añadió con acritud—. Pero tu gozo por esa situación tan deliciosa presupone cuánto afecto siento por ti.

—¿Y qué?

—Pues que eso significa que sabes perfectamente bien que me importas. Lo sabes tan bien que disfrutas haciéndome daño con ello. Y puesto que ya lo sabes, no tengo que convencerte de nada ni tengo que demostrar nada. —Se dio la vuelta para mirarlo—. Lamento haber mentido. Lamento haberte humillado y lamento haber obligado a tu príncipe a mentir por ti. Hice mal y no buscaré excusas para justificarme. Es decisión tuya perdonarme o no. También puedes decidir rectificar la estupidez que has cometido.

—Es demasiado tarde para eso. Hay más gente que lo sabe.

—Recupera la corona de ese tal Fantasma y entrégamela. Si puedo demostrar que la tengo, nadie va a mirarme a la cara y acusarme de mentir cuando insista en que siempre la he tenido.

—Dudo que pueda recuperarla —dijo Zaf tras una breve pausa—. Me han contado que Fantasma se la ha vendido a su nieto. Mi acuerdo con ella era que actuara como depositaria, que me la guardara a buen recaudo, pero ha roto el trato al venderla. Con el nieto no tengo ningún acuerdo.

—Por lo que cuentas, tampoco parece que tuvieras concertado uno con Fantasma —comentó en tono mordaz Bitterblue, que intentaba asimilar todas las cosas sorprendentes que Zaf acababa de revelar. ¿Así que Fantasma era una mujer?—. ¿A qué te refieres con lo de que se la vendió a su nieto? ¿Y eso qué significa?

—Por lo visto, Fantasma tiene un nieto al que está preparando en el negocio.

—¿El negocio de las prácticas delictivas del mercado negro? —dijo Bitterblue con sorna.

—Fantasma es más una comerciante y una gerente que una ladrona. Son otros los que llevan a cabo los robos para ella. Así, ha vendido la corona al nieto, seguramente por una suma simbólica, y ahora el chico ha de decidir qué hacer. Es como una prueba, ¿sabe? Eso le dará renombre.

—Si divulga que está en su posesión, también acabará arrestado y ahorcado.

—Oh, no lo encontrarán. Ni siquiera yo sé dónde está y me encuentro mucho más cerca de su mundo de lo que usted podría estarlo nunca. Se llama Gris, por lo visto.

—¿Qué hará con la corona?

—Lo que le apetezca —respondió Zaf con despreocupación—. Tal vez sacarla a subasta pública, o guardarla para pedir rescate. Los familiares de Fantasma son grandes expertos en aprovecharse de la nobleza sin que acabe siendo un perjuicio para ellos. Si los investigadores reales husmean lo suficiente para encontrar a Gris y someterlo a juicio, una docena de mujeres y hombres de su abuela responderán por él.

—¿Cómo, exactamente? ¿Quizás incriminando a otro en su lugar? ¿A ti, por ejemplo?

—Supongo que sí, ahora que lo menciona.

Bitterblue inhaló profundamente, irritada. En ese momento odiaba la sonrisita satisfecha de Zaf; lo odiaba a él por estar disfrutando con todo aquello.

—Entérate de cuánto quiere Gris por ella.

—¿Compraría su propia corona?

—¿Quieres decir antes que verte ahorcado? —preguntó Bitterblue—. ¿Eso te sorprende?

—Más bien me decepciona —dijo él—. No es muy interesante lo de emplear dinero para solucionar el problema, ¿no? Sea como sea, si las cosas llegaran a eso, no me ahorcarían. Huiría. Ya va siendo hora de que me marche, en cualquier caso.

—Oh, fantástico —barbotó Bitterblue—. Te marchas. Qué solución tan estupenda para un problema endiabladamente estúpido que nos has buscado a los dos. Estás mal de la cabeza, ¿lo sabes? —De nuevo le dio la espalda—. Estás haciendo que pierda el tiempo con esto, y lo que menos tengo es tiempo, precisamente.

—Cuán molesto para usted ser tan importante —comentó él, mordaz—. Vuelva a casa, a sus salas doradas, y siéntese en los cojines de seda mientras los sirvientes complacen sus deseos y sus guardias graceling la mantienen a salvo.

—Exacto —replicó Bitterblue tocándose en la frente donde el corte recibido durante el ataque fuera del castillo acababa de curarse—. A salvo.

La puerta de abrió de repente y Teddy asomó la cabeza.

—Mis disculpas —dijo con timidez—. Sentí el impulso de comprobar que todo iba bien.

—No te fías de mí —le reprochó Zaf, indignado.

—¿Debería, siendo como eres? —Teddy entró un poco más en el cuarto y posó los ojos en Bitterblue—. Me iré si estorbo —sugirió.

—No estamos llegando a nada —contestó Bitterblue, cansada—. No estorbas, Teddy. Además, me has recordado que quería pedirte ayuda.

—¿En qué puedo servir a su majestad?

—¿Podrías aclararme qué lores y qué damas de mi reino robaron más para Leck? ¿Tienes esa información? Me facilitaría por dónde empezar en mi propósito de dar con la persona que está detrás de los asesinatos y las incriminaciones falsas contra los buscadores de la verdad.

—Oh —exclamó Teddy con aire complacido—. Podría encontrar a unas cuantas personas con razones para sentirse avergonzadas de sí mismas. Pero no sería una lista completa, majestad. Hay muchas ciudades de las que no hemos oído hablar. ¿Le gustaría tener esa lista, de todos modos?

—Sí, por favor.

«Si me marcho con una lista, esta visita no habrá sido solo una dolorosa pérdida de tiempo».

Teddy fue hacia el escritorio para pergeñar una lista. Bitterblue se quedó con la vista clavada en la mesa situada al lado de la prensa, sin verla en realidad, pero decidida a no mirar a Zaf. Este se encontraba demasiado cerca de ella, cruzado de brazos, callado, y observando el suelo con gesto huraño.

Entonces, de forma gradual, los montones de papel que tenía delante empezaron a enfocarse y a hacerse nítidos. Era material impreso, pero no era el texto de
El beso en las tradiciones de Monmar
, de Deceso, ni del diccionario de Teddy. Cuando empezó a asimilar lo que estaba mirando, dijo en voz alta:

—No puede ser que esto me lo hayáis estado ocultando todo este tiempo, Teddy. ¿Es posible?

Alzó una de las páginas de arriba y vio que la siguiente era idéntica.

—Eh —protestó Zaf, que alargó la mano y la empujó para intentar quitarle el papel.

—Oh, déjaselo, Zaf —dijo Teddy, cansado—. ¿Qué importa ahora? Sabemos que no tratará de perjudicarnos por imprimirlo.

—Entérate de cuánto quiere Gris por la corona, Zaf. Y apártate de mí —ordenó Bitterblue al tiempo que le asestaba una mirada tan fiera que, de hecho, él dejó de intentar apoderarse de la hoja de papel y dio un paso atrás, momentáneamente desconcertado.

Bitterblue retiró una muestra de cada pila de papeles que había en la mesa. Los enrolló, los sujetó con una mano, se acercó a Teddy y aceptó la corta lista de nombres que él le tendía. Después se marchó de la imprenta.

Fuera, se paró debajo de una luz. Desenrolló las páginas y las hojeó examinándolas con atención. Todas tenían el mismo título:
Lecciones de lectura y escritura
, y cada lección iba numerada. Las número uno contenían en grandes caracteres las letras del alfabeto y los numerales del cero al diez. Las número dos contenían unas cuantas palabras sencillas, como «gato», «cazo», «carro», «rata». Las palabras incrementaban la complejidad y se introducían más numerales a medida que el número de la lección era más alto. En la esquina inferior de cada página aparecía impreso un minúsculo identificador geográfico: Barrio de la Flor, distrito este. Puente del Monstruo, distrito este. Parque Invernal, Atarazanas del Pez. Sombra del Castillo, distrito oeste.

¿Lecciones de lectura? «Tanto secreto por unas lecciones de lectura…».

Algo golpeó a Bitterblue con tanta fuerza en la parte posterior del hombro que la hizo girar sobre sí misma. Alguien la embistió y las páginas salieron volando. Cayó al suelo con tal mala suerte que se golpeó contra el bordillo de la acera y gritó de dolor.

Capítulo 25

L
os pensamientos volvieron con claridad y una calma sorprendente. Una mujer sentada sobre ella, de forma que la tenía inmovilizada contra el suelo, la estaba estrangulando con una fuerza férrea. Había más gente, otras pequeñas batallas que se disputaban a su alrededor, gritos y gruñidos, destellos de acero. «No estoy dispuesta a morir», pensó Bitterblue al tiempo que luchaba para llevar aire a los pulmones, pero no llegaba a los ojos de la mujer ni a la garganta, y no podía alcanzar los cuchillos que ocultaba en las botas; intentó encontrar el que tenía debajo de la manga del brazo roto, pero el dolor se lo impidió. De pronto comprendió qué era aquella abrasadora presión en la parte posterior del hombro: un cuchillo. Si pudiera alcanzarlo con la mano del brazo sano… Lo intentó, tanteó, encontró el mango y tiró de él. El arma salió con una sacudida de dolor que fue casi insoportable, pero acuchilló con ella a su atacante donde pudo. La cabeza le iba a estallar, pero siguió apuñalando a la mujer. La vista se le oscureció. Se sumió en la inconsciencia.

El dolor la hizo volver en sí. Cuando intentó gritar le sobrevino más dolor, porque tenía machacada la garganta.

—Sí, eso la ha despertado —dijo una profunda voz masculina—. Lo siento, pero tiene que hacerse con los huesos rotos. Contribuirá a que después haya menos dolores.

—¿Qué hacemos con todos estos cuerpos? —susurró alguien más, una voz de mujer.

—Ayúdame a meterlos dentro y mis amigos y yo nos ocuparemos de ellos —intervino una tercera voz que hizo que Bitterblue quisiera gritar otra vez: era la de Zaf.

—Algunos de los guardias lenitas se quedarán y os ayudarán —dijo la primera voz masculina con firmeza—. Yo me llevo a la reina a casa.

—¿Sabe quiénes son? —preguntó Zaf—. ¿No debería llevarse los cadáveres por si acaso la gente del castillo puede identificarlos?

—No son esas mis instrucciones —contestó la voz masculina.

Al reconocerla, Bitterblue dijo el nombre con un graznido:

—Holt.

—Sí, majestad —respondió el guardia graceling, que se inclinó sobre ella y entró en su campo visual—. ¿Cómo se encuentra, majestad?

—No consiento en morirme —susurró.

—Dista mucho de morirse, majestad —dijo Holt—. ¿Puede intentar beber un poco de agua?

Holt le pasó un frasco a alguien que estaba por encima de ella. Fue entonces cuando se dio cuenta de que tenía la cabeza apoyada en el regazo de alguien. Alzó los ojos para mirar la cara de esa persona y, por un instante, vio a una chica. Entonces esta se transformó en una estatua de mármol y el vértigo se apoderó de Bitterblue.

—Hava —instó Holt con brusquedad—. Deja de hacer eso. Le estás dando dolor de cabeza a la reina.

—Creo que alguien debería sustituirme —dijo la estatua con precipitación.

Entonces volvió a ser una chica, y se desembarazó de Bitterblue de forma que la cabeza le golpeó en el suelo. Mientras soltaba un grito ahogado por el nuevo dolor, oyó el ruido de pies que se escabullían con precipitación.

Holt acudió con rapidez al auxilio de la reina, sosteniéndole la cabeza y acercándole el frasco a los labios.

—Le pido disculpas por el comportamiento de mi sobrina, majestad —dijo—. La ayudó con valentía hasta que usted reparó en ella.

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