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Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (18 page)

EL MITO:

Entonces Gran Alta hizo subir a las guerreras muertas por la escala de su cabello; a la guerrera sombra por la parte dorada y a la luminosa por la negra.

Las colocó junto a su seno diciendo: —Vosotras sois mis queridas criaturas, mi propia y dulce sangre. Ahora sois mis radiantes compañeras.

LIBRO CUARTO
LAS GUERRAS DEL GÉNERO
EL MITO:

Y Gran Alta golpeó a la hermana luminosa en ambas mejillas, primero en una y después en la otra, por las muertes que había causado. Luego la golpeó en la espalda por las muertes que no había causado. Entonces la volvió hacia el sol y dijo:

—Ahora deberás realizar un largo y difícil viaje hasta que vuelvas a iniciar lo que ha finalizado aquí.

Colocó a la hermana luminosa sobre un gran caballo tordo y sopló un viento a sus espaldas para que su travesía tuviese velocidad y ningún recuerdo doloroso.

LA LEYENDA:

Fue en Altenland, en una aldea llamada El Cruce Alto, donde se encontró esta historia. Fue contada a Jenny Bardling por una vieja cocinera conocida como Madre Consuelo.

—Mi tía abuela, que era la hermana de la madre de mi madre, era una guerrera. Luchó en el ejército como compañera de la última gran guerrera de las montañas, aquella a quien se conocía por el nombre de Hermana Luz. Según decía mi tía abuela, medía más de metro ochenta y llevaba unas largas trenzas blancas recogidas sobre la cabeza. Eran como una corona. Allí ocultaba un arma adicional y, cuando era necesario, estrangulaba al adversario con sus trenzas. Luchaba como un Demonio de la Niebla, toda silencio y torbellinos.

“Se decía que nadie podía vencerla en una batalla, ya que en la espalda llevaba un gran morral de cuero dentro del que estaba su Hermana Sombra, una sombra que parecía exactamente como ella pero dos veces mayor. Cada vez que la Hermana Luz estaba perdiendo, cosa que no ocurría con frecuencia, tomaba su morral para dejar en libertad a la sombra. La Hermana Sombra se movía más rápido de lo que alcanza a ver el ojo y era silenciosa como el pasto al crecer. De ella solía decirse:

Profunda como un hechizo

Brutal como el destino

Fría como un pozo

Dura como el odio.

Así era la Hermana Sombra.

“Por supuesto que sólo utilizaba esa sombra cuando estaba desesperada porque al hacerlo se consumía, de adentro afuera. Era como con todas esas magias. De adentro afuera. A mi tía abuela nunca le pareció correcto. A nadie le parecía bien. Pero todos conocían a la Hermana Sombra.

“Bueno, finalmente la Hermana Luz murió en una gran batalla. Había pasado un mes y el sol todavía se negaba a brillar. ¿Y dónde se encuentra una sombra sin el sol? Sólo podía salir de ese morral cuando el sol brillaba bien alto en el cielo. ¿Me había olvidado de decirte eso?

“Cuando hubo pasado ese mes, alguien descubrió el morral sobre los huesos blanqueados que habían pertenecido a la Hermana Luz. También eran largos sus huesos, según decía mi tía abuela. Esa persona abrió el morral, sin duda buscando algún tesoro, y dejó escapar a la sombra. Esta miró a su alrededor con ojos oscuros y llenos de odio. La tierra estaba devastada; lo que había sido verde ahora era polvo. Y de la Hermana Luz no quedaban más que huesos. La sombra echó la cabeza atrás y aulló, un sonido que, según dicen, aún puede oírse en la desolada planicie.

“Mi tía abuela me contó antes de morir que algunas veces, cuando el sol castiga a la tierra en todo su esplendor, aún puede verse a la Hermana Sombra. Busca a su compañera, tal vez. Busca a alguna otra persona que la lleve. Alguien por quien pueda luchar y a quien consumir.

“Debes tener cuidado allá en las tierras altas, especialmente al mediodía. De allí proviene el dicho: “Nunca te hagas compañera de una sombra. Si pueden, te consumirán.”

EL RELATO:

El primer día de la larga cabalgata los agotó a todos salvo a Jenna, que viajaba con la implacable voz de Catrona en su oído. El camino atravesó pequeños bosques de abedules y de alisos, alternando con viejos robles, subió y bajó varias colinas cubiertas de pasto y en dos ocasiones se vio interrumpido por un arroyo. A ambos lados de los vados, había estanques más profundos y con grandes piedras de granito entre las que nadaban las truchas. Sin embargo, el rey no les permitió detenerse. Como no había ningún viento que barriese el polvo que levantaban los caballos, durante un largo trecho su marcha pudo leerse como una oración gris contra el azul del cielo. Cuando finalmente se detuvieron para dejar descansar a los animales y para cocinar algo rápido en pequeñas fogatas, el rey envió a tres exploradores para que se adelantasen.

—Catrona hubiese descansado antes —les murmuró Jenna a Petra y a los muchachos.

—Y también hubiese enviado antes a los exploradores —agregó Marek sacudiendo la cabeza.

Era evidente que no tenía una gran opinión sobre la experiencia del rey en el bosque.

Pero una hora después, los tres hombres regresaron con pocas novedades. Según dijeron, no se veían soldados de Kalas en el camino y en las pequeñas granjas no había ningún rumor de guerra. Y un pastor que acababa de regresar del gran mercado de New Steading, a un día de viaje hacia el norte, les informó de que incluso la acostumbrada tropa del rey había partido antes de que él abandonara la ciudad. Si el Oso había regresado con su señor, seguramente no había viajado en esa dirección. De otro modo no les hubiesen permitido partir de allí.

El rey se lo agradeció con un trago de su propia cantimplora de cuero y con un abrazo que, según Jenna pudo notar, fue dado estrictamente con los brazos. Sus ojos y su boca no sonreían. De regreso al grupo donde se encontraban Jenna, Carum, Piet, Petra y los muchachos, el rey frunció los labios.

—Espero que Kalas decida aguardar, escogiendo el Valle de Gres para una batalla final. Es el acceso al castillo y, con su superioridad numérica, podría vencernos en campo abierto. —Permaneció con las manos en la espalda y el ceño fruncido—. Aguardará, sabiendo que, si pretendemos ganar algo, debemos ir hacia él. No derrochará sus fuerzas extendiéndolas por todo el Valle.

Piet asintió con la cabeza. Se hallaba en cuclillas frente a una pequeña fogata, con la vista fija en las llamas. No había comido nada. Simplemente miraba el fuego como si allí se ocultase alguna clase de sabiduría.

—Sería un tonto si nos aguardara durante tanto tiempo —opinó Carum, pasándose las manos por el cabello—. De ese modo nos permitiría reunir fuerzas. Podrían pasar años antes de que fuéramos hacia él.

—Estoy de acuerdo —coincidió Jenna—. Seguramente nos atacará mientras esté seguro de que nos supera en número. No puede ganar nada permitiendo que reclutemos más hombres y mujeres para la batalla. No es ningún tonto.

—Estoy de acuerdo con eso —manifestó el rey—. Sin embargo, él cree que una tropa de caballería suya puede vencer a mis hombres con independencia de cuántos sean. Los hombres de los Valles carecen de entrenamiento.

—Pero acaban de vencer al Oso con esas fuerzas sin entrenamiento... —comenzó Petra.

—Y por eso, querida mía, es por lo que viajamos tan rápido, deteniéndonos sólo para impedir que soldados y caballos se subleven... o mueran. Para reunir tantos reclutas como podamos mientras conservamos nuestro señuelo.

—¿El señuelo? —se extrañó Sandor.

—La Anna, mi joven amigo —aclaró el rey señalándola con indiferencia—. ¡La Anna!

—¡Yo! —exclamó Jenna al mismo tiempo, con el puño cerrado sobre el corazón.

—¿Y luego marcharemos hacia el Valle? —preguntó Marek, ansioso por entrar en batalla.

—¡No! —contestó Piet.

Por primera vez, se levantó y los miró a todos.

—Piet tiene razón —dijo el rey con suavidad—. Formaremos un gran círculo alrededor del Valle, reclutando a más y más hombres bajo el estandarte de la Anna. Y cuando seamos lo suficientemente poderosos, marcharemos sobre Kalas por todos lados y nos cerraremos como un lazo alrededor de su despreciable cuello. —Cerró el puño lentamente.

—Y mientras aguardamos nuestra oportunidad, Kalas matará a más mujeres e incendiará al resto de las Congregaciones. —La voz de Jenna era amarga, como si Catrona hablase por su boca—. No podemos esperar. No debemos esperar.

—Por salvar a unos pocos, podríamos perder a la mayoría —le advirtió el rey. Eres demasiado joven para comprenderlo.

—Tengo casi tu misma edad —replicó Jenna.

—Ni por diez años... ni por cien —respondió el rey—. La guerra significa que algunos deben morir para que otros puedan vivir. Un rey no tiene edad, ya que debe tomar todas esas terribles decisiones. El rey; no su esposa ni su hermano, ni su jefe de guerra ni su amigo. Viajaremos al norte hasta New Steading para iniciar nuestro reclutamiento.

Jareth agarró el brazo de Gorum y le hizo dar la vuelta. Jenna debió sujetar el brazo de Piet para impedir que éste golpease al muchacho. De la garganta de Jareth surgían sonidos ahogados, más parecidos a los de un animal que a los de un hombre. Cuando resultó evidente que nadie le comprendía, trató de transmitir el mismo mensaje tirando con furia de la manga del rey.

—Él sabe algo —le susurró Jenna a Piet—. Debemos escucharle.

—No dice nada —refunfuñó Piet apartándose de ella.

El rey empujó a Jareth.

—No sabe nada y dice menos.

—Sabe que no podemos permitir que muera más gente sólo por ganar una discusión. —La voz de Carum era apasionada.

Con la sonrisa socarrona que Jenna había llegado a temer, Gorum dijo:

—Hermano mío, no hay ninguna discusión. Sólo está la decisión del rey. Has estudiado demasiados textos antiguos. Yo he estudiado los corazones de los hombres. Iremos de pueblo en pueblo reuniendo un gran ejército y el rumor llegará hasta Kalas. Tratará de intimidarnos asesinando más gente. Se volverá aún más brutal. Sin duda hará que más hombres quieran unirse a la Anna. Y cuando hayamos igualado su número...

Carum miró a su hermano.

—¿No te importa cuántas personas más puedan morir o de qué horrible manera?

—Me parece mejor así. ¿Te escandaliza eso, hermano? —El rey volvió a adoptar una expresión sombría—. Como dicen en los Valles, Longbow, no puedes cruzar el río sin mojarte los pies.

—Tú no eres mejor que Kalas —le acusó Petra.

Se volvió y miró a los pequeños grupos de hombres que conversaban tranquilamente a lo largo del camino.

—Soy mucho mejor que Kalas porque hago lo que hago para imponer el bien. Él sólo se preocupa de sí mismo, me debo a mi pueblo. —La voz del rey era muy suave—. Mi pueblo, no el suyo.

Carum se aclaró la garganta.

—Gorum, en esos textos que tanto desprecias hay muchas historias en las que los ejércitos pequeños vencen a los grandes por medio de la astucia. No olvides la fábula del gato y el ratón que mi madre nos contó el día en que ese bruto de Barnoo hizo sangrar tu nariz.

El rey volvió a sonreír.

—Barnoo está muerto.

—Y fue Jenna quien lo mató.

—Y yo estoy vivo. Yo soy el que sabe utilizar la astucia, querido hermano, no tú. No lo olvides. Esas historias de los pequeños que vencen a los grandes son sólo manifestaciones de deseos inventados por los pueblos conquistados. Tu madre era nativa de los Valles. Tú llevas su sangre y la de nuestro padre. Yo soy completamente Garuniano.

—Tú eres... —comenzó Carum con ira.

—No, hermano, tú eres... un libro abierto. Cuando yo haya recuperado el trono podrás ser mi filósofo de la corte, mi narrador de historias, mi bufón, y de ese modo dispensar toda tu erudición y sabiduría. Entonces podrás recordarme las fábulas que nos contaba tu madre de los Valles y las que se encuentran en tus bonitos libros, adornadas con dibujos de ratones y gatitos. Pero ahora somos soldados. Las historias que queremos escuchar son las de nuestras grandes victorias. —Le dio una palmada a Carum en el hombro, como regañando a una mascota o a un niño. Luego, se volvió y llamó a sus hombres—. A montar. A montar. Continuaremos hasta New Steading y mostraremos a la Anna. —Agitó la mano derecha.

—¡LA ANNA! ¡LA ANNA! —gritaron los hombres, siguiendo el ritmo de su brazo hasta que el rey estuvo satisfecho.

Después, asintió con la cabeza y le guiñó un ojo a Carum como subrayando su autoridad sobre los hombres. Luego dejó caer el brazo y todos montaron.

El último de todos fue Carum, que apenas si podía contener su ira. Jenna hizo virar el caballo y lo acicateó con las rodillas.

—Tiene razón en una cosa, ¿sabes? —susurró—. Tu rostro es una pizarra en blanco sobre la cual están escritos todos tus pensamientos.

—Para él soy un inútil —le respondió Carum, apesadumbrado—. Y se ocupa de que todo el mundo lo sepa. Incluso tú.

—No, tú tienes razón. Se está convirtiendo en un ser tan monstruoso como el miserable que se encuentra en el trono. Pero debes contarme esa historia.

—¿Qué historia?

Ella posó la mano sobre el cuello de su caballo, sintiendo la piel sedosa bajo sus dedos.

—La del gato y el ratón. Si es verdad que un ejército pequeño puede vencer a uno grande, me agradaría saber cómo antes de intentarlo.

Él le sonrió lentamente.

—Antes de que ambos lo intentemos.

Acariciando el cuello del caballo, Jenna aguardó.

Carum le relató la fábula en unas pocas frases breves y, cuando ella asintió con la cabeza para indicarle que había comprendido, él hizo avanzar su caballo hacia la primera fila con un silencioso y enérgico puntapié.

Al día siguiente, casi por la noche, llegaron a New Steading desde el sur. Era día de mercado y los puestos aún estaban abiertos, exponiendo frutas, panes y sedas sin ningún orden visible. Las calles empedradas estaban llenas de compradores, y por todas partes se oían los pregones de los mercaderes. A pesar del ruido de los caballos, Jenna podía escuchar el extraño parloteo.

—Bacalao fresco, bacalao... pan caliente salido del... sanguinaria recién cortada... compren mis tejidos, compren mis brillantes tejidos...

Jenna nunca antes había estado en medio de semejante gentío y se volvió para mirar a sus amigos con inquietud. Los ojos de Petra estaban abiertos de par en par por el asombro. Junto a ella, Marek y Sandor comentaban y señalaban en todas direcciones. Sólo Jareth parecía tranquilo, como cobijado en su propio silencio.

Cabalgaron en una fila ordenada a lo largo de la calle principal. Aunque algunos miraban de soslayo a los estrechos callejones con sus hileras de casas, nadie se atrevió a quedar rezagado. El rey estaba complacido: complacido con el gentío, complacido con sus hombres y complacido con su entrada al pueblo. Su rostro lo demostraba.

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