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Authors: Jordi Sierra i Fabra
Tags: #Ensayo, Historia
Desde 1954, varios cientos de artistas o candidatos a estrellas han muerto en el camino. Ha sido la sangre más joven, y en la mayoría de casos, la más triunfal y reveladora para millones de seguidores: las vidas de Jim Morrison, Janis Joplin, Brian Jones, Jimi Hendrix, o John Lennon, alcanzaron su dimensión más espectacular con su muerte súbita y brutal. Las historias de Sid Vicious, Marvin Gaye, Buddy Holly, Keith Moon, Bon Scott o John Bonham, son parte de una forma única de sumergirse en ese océano inmenso que ha sido la historia del rock. Conocerlas es aprender a vivir, y a morir.
Jordi Sierra i Fabra
Cadáveres bien parecidos
(La crónica negra del rock)
ePUB v1.0
Jules6903.09.12
Título original:
Cadáveres bien parecidos
(
La crónica negra del rock
)
Jordi Sierra i Fabra, Julio 1987.
Diseño/retoque portada: Joan Subirats
Editor original: Jules69 (v1.0)
ePub base v2.0
A todos mis amigos del capítulo 25
,
y muy especialmente a los que más
conocí y quise: CECILIA, PONCHO,
JESÚS DE LA ROSA y ESTEVE FORTUNY.
“Vive deprisa, muérete joven
y así tendrás un cadáver bien parecido.”
(Frase atribuida a Truman Capote
y popularizada por Mick Jagger en los años sesenta)
¿Qué es el rock?
Simplemente, esto:
A-wop-bop-a-loo-bop-a-lop-bam-boom
.
Y es que más de treinta años después de que Little Richard grabara
Tutti frutti
, sigue sin existir una definición más válida y al mismo tiempo más reveladora, por lo menos en la síntesis musical. En el otro extremo, en los márgenes de la Gran Verdad, el Dogma Único será siempre el mismo, mientras el rock sea rock y mantenga su espíritu. Me refiero a la frase que da título a este libro.
Soy de los que cree que el rock (y al decir esta palabra me refiero a toda la música surgida en las cuatro últimas décadas) ha sido el fenómeno social más importante de la segunda mitad del siglo XX, en tanto que el cine lo fue en la primera mitad. La diferencia entre uno y otro género artístico, y entre una y otra forma de vida, se concreta en la evolución de ambos fenómenos. Mientras el cine ha pasado su etapa álgida, de rompimiento, para vivir de la misma progresión que le impulsó y le mantiene, el rock todavía sufre las convulsiones de su rápido crecimiento, tras la explosión de los años 60, la crisis de los 70 y la diáspora inquietante y furtiva de los 80.
Escudriñar en los entresijos de la historia de la música rock ha sido momento a momento un pasatiempo tan mágico como fascinante. Cuando vemos una película estamos contemplando en menos de dos horas el trabajo de muchos meses de un equipo de personas. Cuando oímos una canción, de tres, cuatro o cinco minutos, nos estamos asomando muchas veces al alma de su autor o de su intérprete. Cuando asistimos a un gran concierto de rock, somos testigos de lo más externo y superfluo. Recibimos descargas decibélicas, adrenalina en dosis total, participamos del
shock
y de la comunión como acólitos fieles y somos parte del gran espectáculo. Pero hemos de saber que el espectáculo no siempre está de cara al escenario, sino a espaldas de éste. La vida de las estrellas del rock no es fácil, y sin embargo nueve de cada diez jóvenes firmaría ahora en blanco por llegar a lo más alto, sin importarles las consecuencias.
Se ha escrito mucho sobre el poder destructivo del rock, en torno al síndrome de autodestrucción que genera. Sin embargo el rock no es ni destructivo ni violento, o cuanto menos, no lo es más que otras formas de vida, aunque sí sea cierto que el rock las agrupe a todas, porque no en vano vivimos en la Era del Rock y desde mitad de los años 50 cada nueva generación se ha sumergido en la música a la búsqueda de su identidad, buceando en todas direcciones. La realidad y principal verdad, sin pretender decir que sea una verdad absoluta, es que desde el primer momento la música de la segunda mitad del siglo XX ha sido un espejo social. El rock es el estilo sónico de las últimas cuatro décadas, pero los fuertes cambios sociales, a modo de seísmos imparables, de esas mismas décadas, han ondeado para los jóvenes… y menos jóvenes cada vez, la bandera del rock como gran evasión.
Cuando dentro de cien años se hable de nuestro presente, no podrá obviarse al rock, porque él es la mayor y mejor definición de cuanto somos y de cuanto hacemos, y también de cual es nuestro estilo de vida. La música de nuestro tiempo es la más genuina expresión de la rapidez con que vivimos. Ninguna forma artística ha evolucionado tanto ni tan furiosamente, ni es en la actualidad más rápida y contundente. Una película necesita un largo proceso de preparación, búsqueda de actores, rodaje, montaje y distribución. Un libro requiere otro proceso igualmente lento de edición.
Para que esa película o ese libro lleguen a otros países, la máquina, el engranaje industrial, precisa de unos cauces y unos sistemas casi siempre distintos a tenor de factores geográficos, comerciales o dependientes de simples intereses económicos. Un disco, por contra, puede grabarse hoy y ser radiado inmediatamente, a las pocas horas, lanzando su mensaje a los cuatro vientos. Ese mismo disco puede aparecer en medio mundo en un tiempo relativamente corto.
A partir de aquí es cuando las diferencias entre una película, un libro o un disco, se manifiestan con meridiana claridad. La película podrá permanecer en cartel tanto como dure su éxito, y quedar en el fondo del videoclub de turno otro largo período de tiempo. Más tarde será ofrecida por televisión, y aún, años después, habrá ciclos que la incluyan. El libro, mucho más oscuro a no ser que se convierta en un
best-seller
, vivirá junto al polvo de las estanterías de una librería, una biblioteca, una casa… Pero el disco será todo lo contrario. El disco, salvo que sea el álbum de un monstruo sagrado y quede como pieza de catálogo, tendrá una efímera vida que puede resumirse en el ejemplo de la mayoría de éxitos de los últimos años: edición, promoción, ascensión a los cielos de los
rankings
, donde puede ser número 1 o un simple Top-10, y en uno o dos meses… pasar al olvido. Otros cien mil discos esperan su oportunidad.
El rock por lo tanto es rapidez, nervio, un desgarro automático que puede conducir al éxtasis o a la derrota, y también a las dos cosas a la vez. Durante años, el tipo medio de artista triunfador ha sido el del muchacho que ha buscado su propio Xanadu, sufriendo más o menos en el camino, para encontrarse de la noche a la mañana con el éxito, la fama y un millón de dólares en el bolsillo. Ayer no era nadie pero en un mes su disco ha sido número 1. ¿Qué pasa cuando al otro mes el sueño se desvanece? La historia del rock está llena de casos extremos, de éxitos prematuros y tardíos, de jóvenes que con veinte años ya lo han hecho todo y no han sabido qué hacer después con sus vidas y de «viejos» de treinta o cuarenta años que no han resistido el paso del tiempo ni el olvido. Pero en ningún caso es el rock el culpable, sino el medio. El rock es la fantasía más extraordinaria de nuestro tiempo, el escape y la respuesta. Cuando en 1976 el número de parados en Gran Bretaña se disparó, una generación rebelde miró a su alrededor y se encontró con unas pobres alternativas a su futuro: ser parados, obreros con miedo al paro como sus padres, o coger una guitarra y probar fortuna en el Olimpo Rock. Y en 1976 nació el
punk
y cientos, miles de grupos, se refugiaron en la música como única salida. Los que fueron destruidos, no lo fueron por el rock, sino por su misma desesperación.
Ser una estrella del rock, no es fácil. Millones de ojos están pendientes de los ídolos, de sus canciones, de sus gestos, de lo que dicen y de cómo visten. En torno al mundo del rock giran una docena de submundos que van desde los más habituales a los más oscuros. Vicio, drogas, sexo, corrupción y demás componentes extras, no son privativos de esas estrellas, pero sí más fácilmente relacionables entre sí, como la miel que atrae a las moscas. Desde las fans que sueñan con ser violadas por sus mitos, hasta la droga que muchos utilizan para seguir y seguir, porque ya no pueden parar, lo que esconde la vida de muchas estrellas es tanto un infierno como un paraíso.
Después de veinte años de conocer a la mayoría de grandes artistas de este tiempo, de admirar y respetar a unos y de rechazar y considerar meros objetos del
show-business
a otros, lo que sé, a favor y en contra, carece de importancia frente a lo que siento y lo que pienso de cada historia. No se puede juzgar nada desde el exterior. Es más, ni siquiera hay por qué juzgar. Pero lo evidente es que hay una historia que contar, la de todos aquellos que no lo lograron, o cayeron para lograrlo. Tal vez la perspectiva global de esa crónica negra del rock, con sus escándalos y sus muertes, sirva para aprender algo. En todo caso, conocer ya es saber, y vivir.
Este libro podría haber tenido un capítulo único, pero he creído más importante parcelarlo, agrupar hechos y fenómenos, formas y aspectos globales en unos casos o generales en otros. Es curioso ver cómo todos los pioneros del
rock and roll
, cayeron por escándalos que les costaron el éxito… y a veces la vida. Es curioso comprobar cómo quienes rompieron el fuego, sentando las bases de un género y de un estilo de vida, pagaron muy alto su arrojo. Es curioso descifrar las pautas de los años 60 y ver cómo los más importantes innovadores fueron destruidos o rozaron la sima abierta del fin igual que si caminaran sobre el filo de la navaja. La historia tiende a mitificar más a los muertos que a los vivos, y la única justificación es recurrir a uno de los más recónditos y secretos placeres del ser humano: el morbo.
Cuando un ídolo del rock muere de la misma forma que ha vivido, automáticamente puebla las mentes de sus seguidores de miles de respuestas. Es como si les diera la razón. Aunque la frase no era suya, Mick Jagger popularizó en los 60 lo de «Vive deprisa, muérete joven, y así tendrás un cadáver bien parecido», y en los 70 los
punks
dijeron lo de «No hay futuro». Así que cada muerte en el rock es una clave. Para los que viven de cerca el fenómeno esa muerte es el chispazo que electrifica su propia vida. Para los que del rock no saben nada, esa muerte es la confirmación de sus más recónditas sospechas sobre la peligrosidad social de la música, pero también el sorprendente descubrimiento de que su interés crece en proporción a su bien considerado espanto. ¿Quién era el muerto? ¿Por qué lo hizo? ¿Qué le sucedió?
Tal vez se haga una película y TODOS lo sepamos.
Este libro, que en ningún momento busca el morbo sino la exposición de unos hechos y unas realidades, investiga y muestra las vidas, los entornos, las causas y los porqués, de las más importantes estrellas de la Era Rock que cayeron con las botas puestas. Junto a casos muy conocidos popularmente, habrá otros de único acceso a los amantes de la música, y que sólo las revistas musicales ofrecieron como noticia en su momento. Sea como sea y por numerosos que parezcan, no son más que la punta del iceberg, un simple esbozo. Los periódicos no hablan de los chicos jóvenes que por ignorancia mueren en sus propias habitaciones, al tocar una guitarra o un micrófono con las manos húmedas, ni de los candidatos a estrellas que imitan a sus ídolos en todo menos en la música, y mueren con la sangre repleta de heroína. Tampoco hablan de quienes escapan de sus casas, chicos y chicas, soñando con cantar en un escenario, y acaban en las trastiendas de locales baratos prostituyéndose para poder comer. Sólo sabemos que a Lennon le asesinaron y que Hendrix se ahogó en su vómito, y a veces ni siquiera eso porque el tiempo ha distorsionado aquella realidad.