Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) (8 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Ensayo, Historia

Nadie volvió a verle vivo. Descartada la idea de un suicidio, porque en aquellos días sus energías e ilusiones se hallaban depositadas en su compañía y su nueva carrera, el veredicto del juez fue de «accidente».

Otro accidente se llevó cuatro meses después a Sam Cooke, gloria del
rhythm & blues
y uno de los primeros negros que logró llegar al número 1 en las listas de blancos en Estados Unidos.

Sam nació el 22 de enero de 1931 en Chicago, Illinois. Su voz se escuchó por primera vez, junto a la de sus seis hermanos, en la iglesia paterna, ya que su padre era el reverendo Charles Cook.

Decidido a ser profesional, formó siendo adolescente el grupo Singing Children y se dedicó a cantar
gospels
hasta que, tras pasar por varias agrupaciones, grabó sus primeros discos como parte del cuarteto Soul Stirrers. Entre 1950 y 1956 no hubo mayor novedad, salvo que los Soul Stirrers se convirtieron en una institución y un gran éxito al ser los primeros en utilizar dos solistas. Toda una revolución para el género.

En 1956 «Bumps» Blackwell, productor del sello Speciality que grababa al cuarteto, le propuso grabar en solitario, y no precisamente
gospels
. Sam aceptó, aunque sus primeros discos aparecieron con el nombre de Dale Cook. Finalmente añadió una «e» a su apellido, utilizó su nombre y decidió que ya era hora de pasar de temores religiosos y remordimientos. También podía servirse al Señor haciendo buen
rhytm & blues
. En 1957
You send me
llegó al número 1 en Estados Unidos.

Aunque al comenzar los años 60 su estrella declinó, la importancia de Sam sería evidente en la historia del rock. Ha sido uno de los autores e intérpretes más versionados e imitados. Los Animals (
Bring it on home to me
), los Rolling Stones (
Little red rooster
, Rod Stewart (
Twistin' the night away
) y Otis Redding (
Shake
) son, entre muchos más, algunos de los artistas que mantuvieron su obra vigente durante las tres décadas siguientes. Lamentablemente para él, ya no pudo verlo ni vivirlo.

La agitación de la vida artística, la fama, la locura del
show-business
… y su indudable atractivo físico, hacía tiempo que habían alejado a Sam de los buenos consejos paternos y su profunda fe religiosa. El 10 de diciembre de 1964 conoció a una chica en una fiesta lujuriosa. Ella era blanca, así que optaron por la discreción y se marcharon. Por supuesto que el único testimonio que existe es el de esa muchacha… y el de la persona que culminó el drama. Según la chica, Sam no se portó como un caballero, y lejos de llevarla a casa la acompañó hasta un motel donde pretendió «cometer abusos deshonestos». El resto es oscuro. La misma versión oficial dice que Sam la persiguió desnudo, aunque con un gabán encima, hasta la oficina de recepción del motel. Allí una celosa encargada sacó un revólver de debajo de la mesa alarmada por los gritos de la agredida y cuando Sam entró por la puerta le metió tres balas en el cuerpo. Ni la víctima y candidata a la violación, ni por supuesto la encargada, que fue absuelta de «homicidio justificado», pudieron explicar cómo Sam se había quitado la ropa que llevaba. Muchas versiones más lógicas y reales quedaron ahogadas por el veredicto final, rápidamente emitido. A fin de cuentas la historia era la de siempre: ella era blanca y él negro, pero además… un negro triunfador, admirado, rico, famoso.

Nadie puede olvidar que en 1964 Martin Luther King ya estremecía al país desde hacía un par de años con su lucha en defensa de los Derechos Civiles y la igualdad para los negros. La guerra estaba en pleno auge, aunque Sam muriese en el venturoso Los Ángeles, muy lejos del «profundo sur». La historia del rock, como toda historia, va estrechamente unida a los acontecimientos sociales de cada etapa, y hay que encajar cada pieza en su sitio para comprender, o intentarlo, algunos de los porqués que hoy, el tiempo y la distancia, deforman considerablemente.

Frankie Lymon también era negro. En él convergen dos de las claves de muchas vidas atormentadas: triunfar antes de hora, prematuramente, y no reaccionar después, cuando el sueño se desvanece.

Frankie Lymon tenía catorce años cuando vendió dos millones de copias de su canción
Why do fools fall in love
?, en 1956. Sus cuatro camaradas, miembros de The Teenagers, el grupo que le acompañaba, sólo eran un poco mayores: tres tenían dieciséis años y otro quince. Frankie, que había nacido el 30 de septiembre de 1942 en Nueva York, cantaba con ellos en las calles el día que Richard Barrett les encontró. No sólo tenían gracia sino que el más mocoso de todos componía sus propias canciones. Allí olió Barnett, líder del grupo Valentines, un filón. Los llevó a la Gee Records y como ya he dicho en 1956
Why do fools fall in love
? sacudía al país, popularizando al más joven y vital de los nuevos cantantes.

Lymon no perdió el tiempo. Se separó de los otros cuatro y se convirtió en un «todo terreno» del
show-business
. Podía cantar, bailar, tocar la batería… Un gran número. Lo mantuvo a lo largo de unos años hasta que el
rock and roll
perdió combatividad y él dejó de ser un niño encantador para convertirse en un joven sin capacidad de reacción. A lo largo de los 60 arrastró su cada vez más lejana fama y sus recursos por teatros, clubs, radios, televisiones y cabarets que poco a poco fueron de segunda y luego de tercera. A los diez años de su salto al estrellato nadie se acordaba de él… y sólo tenía veinticuatro años. No lo resistió mucho más. El 27 de febrero de 1968 se encontraba en casa de su abuela y la soledad le hizo compartir el último aliento con un chorro de heroína que le asaltó la sangre con mayor furia que otras veces. Si quería una evasión total la encontró, porque su abuela ya le halló muerto horas después. La misma heroína que le mató fue su única compañera a lo largo de su degradación y calvario.

Frankie Lymon murió en 1968, pero como Gene Vincent y otros, su muerte física hay que buscarla en el prematuro estertor del
rock and roll
entre 1959 y comienzos de la década de los 60.

Miles grabaron sus discos, tentaron a la suerte, mordisquearon la manzana del poder… y la discordia, y luego no supieron vivir sin su sueño. Fue demasiado hermoso para perderlo. Y aunque los 60 y los 70… y los 80… y las próximas décadas, ofrecerán su aporte a esta crónica negra, no hay que dudar que los pioneros se llevaron el peso de la responsabilidad de iniciar algo sin medir sus consecuencias.

Algunos, como Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis o Carl Perkins, no murieron. Bueno será recordarlos aquí. Por ejemplo Roy Orbison y Johnny Cash.

A Roy Orbison se le considera el último héroe de los 50 o el primero de los 60. Fue el artista de la transición. Hizo
rock and roll
… pero por el lado más blando, el de las baladas tristes y románticas, siguiendo el estilo de Presley en
Love me tender
. Nació el 23 de abril de 1936, en Vernon, Texas, y fue a la escuela con Pat Boone. De artista adolescente a cantante profesional sólo medió un largo aprendizaje y la oportunidad en los ya míticos Sun Studios de Sam Phillips en 1955, el año en que Elvis comenzaba a arrasar. Su primer disco apareció en 1956 sin que sucediera nada importante con él. La clave de su fama hay que buscarla en la versión que de su canción
Claudette
hicieron los Everly Brothers en 1958. Aprovechando esa suerte y empleándose como autor, consiguió situarse en Nashville hasta que intentó de nuevo cantar y esta vez lo consiguió:
Only the lonely
llegó al número 2 en los
rankings
.

Claudette
no era una canción trivial: estaba inspirada en su esposa, del mismo nombre, de la que Roy estaba profundamente enamorado. Formaban una familia feliz junto a sus tres hijos. Además, la vida le sonreía. Entre 1960 y 1966 todo fueron éxitos con canciones como
Pretty woman
o
Cryin
'. Su suerte se torció aquel último año cuando su adorada Claudette murió el día 6 de junio en un accidente de moto, absurdo pero decisivo. Roy se encerró en su casa con sus tres hijos, retirado, y fue esa misma casa la que ardió una noche abrasando a dos de ellos. Esto sucedió en 1968.

Roy ya nunca fue el mismo. Sin su mujer, sin dos de sus hijos, y con todos sus recuerdos y tesoros convertidos en cenizas, pasó a vivir de la nostalgia. Mejor que nadie sabía que, cada vez que intervenía en algún
show
en los 70 o daba algún concierto, el público no iba a verle ni a oírle a él al ciento por ciento, sino a ver «al pobre enamorado que paseaba su tristeza y cantaba canciones de amores rotos».

Johnny Cash, otro de los rebeldes póstumos de la segunda mitad de los 50, debutó igualmente en el sello Sun de Sam Phillips, aunque siempre orientado hacia el
country
. De 1958 a 1963 alcanzaría su mayor reputación, pero las drogas, que entraron en su vida para ayudarle a vencer su inseguridad, acabaron apoderándose de él. Johnny tenía que «tomar algo» cada vez que salía a actuar, cada vez que le entrevistaban en radio o TV, cada vez que… En 1963 se salvó milagrosamente de un accidente de carretera. El fantasma de otros que no lo contaron revoloteó sobre su cabeza y eso le hizo refugiarse aún más en las evasiones pasajeras. Como consecuencia de ello pasó de la timidez al desprecio, y con su catadura de «peligroso» cruzó la calle para instalarse en la acera de los duros, de los que vivían de espaldas a la ley flirteando por el lado incierto de la vida. De 1963 a 1968 Cash mantuvo una sorda lucha con la ley, que de tanto en tanto invadía su vida privada para inspeccionar que todo estuviese en orden, y verse envuelto en algunas sórdidas peleas no favoreció su imagen. Para postre a la ley tampoco le gustó que uno de sus hechos más famosos, cantarle a la prisión de Folsom, le convirtiese en un héroe de los oprimidos y desheredados, carne de presidio. El
Folsom Prison blues
constituyó durante un largo tiempo el tema angular de su carrera.

Johnny Cash reaccionó a tiempo. En 1968 comenzó de nuevo y esta vez las cosas marcharon mejor. Como muchos de los que han dispuesto de una segunda oportunidad (Clapton, Reed, Nugent, etc), supo aprovechar la experiencia inicial asentando una sólida carrera a lo largo de tres décadas. En 1968 fue éxito
If I were a carpenter
y en 1970
A boy named Sue
. Más tarde se afilió al Peace Corps de la Country Music Association y a la John Edwards Memorial Foundation, dos instituciones de índole pacifista. En medio destacan su concierto en la cárcel de San Quintín, que se grabó en vivo, y el LP
Walls of prison
(Muros de la cárcel). Dos películas basadas en su vida,
Trial of tears
(Juicio de lágrimas) y
Johnny Cash, the man, his world, his music
, acabaron de convertirle en una leyenda viviente, que siempre es mejor que un mito muerto.

Muchos otros perdieron la batalla, fueron vencidos por el veneno del rock y el síndrome del progreso: la rapidez.

Vencidos… pero no olvidados.

6
VENCIDOS, PERO NO OLVIDADOS

El escaparte de sucesos en la primera mitad de los años 60, ya no perdió su poder de convocatoria ni dejó de ser centro de atención. La lista de bajas comenzó a ser notable y en plena expansión
beat
algunos viejos y nuevos nombres pasaron a engrosar la crónica negra, haciéndola cada vez más real, menos pasajera, mucho más vinculante con el poderoso avance social del rock. Algunos muertos de los 70 también labraron su infortunio en este tiempo.

El más singular fue Rory Storm.

Cuando a fines de los años 50, Liverpool se convirtió en la puerta británica del
rock and roll
, puesto que era el primer puerto atlántico en el que recalaban los barcos llenos de marinos con la cabeza invadida por la música o discos raros en sus maletas, miles de muchachos de la ciudad, dura y obrera, se lanzaron a tocar la guitarra. En 1961 y 1962 ya se conocían en Liverpool nada menos que trescientos cincuenta conjuntos. Los Beatles eran uno de ellos.

Rory Storm & The Hurricanes era otro, y en su momento, el más popular del Merseybeat.

Rory Storm fue uno de los pioneros, de los que antes se lanzó a cantar. Primero formó un grupo llamado Raving Texans, y su estilo fue la variante rockera de los británicos, el
skiffle
, muchos más sencillo de formas que el
rock and roll
. Más tarde el grupo pasó a llamarse Rory Storm & The Hurricanes. Sus dos atractivos principales eran él como cantante y un batería pegador y rápido conocido como Ringo Starr. En 1962 los Beatles necesitaron a un batería de verdad al grabar su primer
single
, y Ringo Starr dejó a los Hurricanes. Poco tiempo después Rory Storm y su banda conseguían grabar sin demasiado éxito.
This is Merseybeat
y
Dr. Feelgood
fueron sus mejores obras hasta que Brian Epstein,
manager
de los Beatles, les produjo
America
(fue la primera producción de Epstein, y demostró que precisamente no era lo suyo). A pesar de su popularidad, y de que en directo Rory Storm era de lo mejor que podía ofrecerse, el grupo no consiguió nada más, ni siquiera salir de Liverpool, cuando otros muchos, menos sólidos, lo habían logrado. A lo largo de los 60 el sueño
pop
acabó siendo uno de los más hermosos, y Rory Storm tuvo que contentarse con verlo de lejos, malviviendo de sus recuerdos y de lo que pudo ser y no fue. Nadie se acordaba de él cuando un día apareció muerto en su casa, al lado de su madre. Era el 27 de septiembre de 1972 y ambos hicieron un pacto mortal, retirándose de este-mundo que tan injustamente les trató.

La presión del éxito o el fracaso, aliada con drogas, bebida, la carretera o la huidiza sombra de la violencia, se cobraba ya sus primeras víctimas en una progresión alarmante que no respetó géneros ni edades. Lenny Bruce, por ejemplo, no era un cantante, sino un
showman
, aunque grabó algunos discos. Tuvo la fatalidad de ser el primero en decir sobre un escenario un montón de cosas que no gustaron a los políticos ni a los representantes de la ley, y las aderezó con un lenguaje tan normal como el de la calle, pero mal visto en un local público. Comenzó a vivir entre rejas, a ser detenido, juzgado, puesto en libertad y vuelto a detener porque cada vez que pisaba un escenario no se resistía a decir lo que pensaba envuelto en sus chistes mordaces, aunque varios policías siguieran todas y cada una de sus actuaciones, y finalmente, arruinado y roto, se pasó con una dosis que se convirtió en sobredosis. Murió el 3 de agosto de 1966 y una década después Dustin Hoffman protagonizaba su vida en el cine, con dirección de Bob Fosse. También fue llevada al cine la vida de Patsy Cline, con Jessica Lange de protagonista. Nacida en 1932 Patsy soñó siempre con ser cantante de música
country
. Su madre la hizo estudiar piano y siendo una niña la pequeña Virginia Hensley (su verdadero nombre) parecía predestinada al éxito. Con un matrimonio frustrado a sus espaldas y veinticinco años demostró que es mejor tarde que nunca, y en 1957 consiguió ver realizados sus sueños. En cinco años se convirtió en una de las más populares artistas del
country
femenino y consiguió finalmente ser proclamada la mejor en 1962. En la primavera de 1963 un grupo de amigos organizó un festival benéfico para ayudar a la viuda de Jack «Cactus» Cali, un popular
disc-jockey
de Kansas City. Patsy aceptó la invitación y actuó en el festival. En el viaje de regreso compartió el avión con Hawkshaw Hawkins y Lloyd Cowboy Copas, dos artistas de poco relieve, especialmente el segundo. La avioneta en la que viajaban, igual que le sucediera en 1959 a Buddy Holly, despegó de Dyesburg, Tennessee, el 5 de marzo de 1963 y jamás llegó a su destino.

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