Canción Élfica (18 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Granate miró de reojo a la mujer.

—¿Y qué? Vuestro superior me dijo que podía utilizar todos los recursos que estaban a su alcance. Hhune es jefe de cofradía en su tierra natal, y es experto en organizar y reclutar gente. Lo tengo intentando establecer cofradías locales de ladrones y asesinos en Aguas Profundas. No creo que lo consiga, pero eso aumenta las preocupaciones de los Señores de Aguas Profundas. Y ahora, decidme, ¿qué nombres vais a dar a Hhune?

Sin titubear, Lucía Thione nombró a tres hombres de negocios rivales, sin importarle un ápice si alguno de ellos se contaba entre los Señores de Aguas Profundas.

—Bien. —Granate asintió con satisfacción mientras se ponía de pie. En respuesta a una llamada que la noble mujer no fue capaz de percibir, el caballo de la semielfa acudió al trote desde un rincón del jardín. La hechicera ató el arpa a la silla y montó.

—Debo viajar al norte unos días. Allí pretendo conseguir un poder adicional para utilizar contra Khelben Arunsun y pensar en el modo en que debo liquidar a otro de los Señores de Aguas Profundas. Dejo la ciudad en vuestras capaces manos, y espero encontrarlo todo en orden a mi regreso.

Lucía contuvo la respiración mientras el corcel blanco emprendía el vuelo hacia el cielo, y vio cómo se dirigía en dirección norte convertido en un diminuto cometa.

—Un
asperii
—musitó, empezando a comprender el alcance del poder de la hechicera. De repente, las últimas palabras de Granate le parecieron más una advertencia que un cumplido.

El fuego crepitaba bajo y uno a uno los miembros de la partida de Música y Caos fueron apartándose de la hoguera central para tumbarse envueltos en sus capas o en mantas de viaje. Al poco, los únicos sonidos que quedaban eran el crepitar de las fogatas, el zumbido distante de los insectos y el crujido de las hojas que pisaba Orcoxidado mientras trepaba a un roble cercano para iniciar la primera guardia. Morgalla, que también estaba de guardia, desapareció entre las sombras.

Una vez a solas, Danilo echó perezoso un puñado de bellotas al mortecino fuego intentando no recordar otras noches pasadas bajo las estrellas, sin más compañía que una asesina semielfa tozuda, irrazonable y taciturna. Ésos habían sido los mejores tiempos de su vida, pensó con una melancólica sonrisa.

Nunca se había sentido el joven tan solo como en aquellos momentos, rodeado como estaba por mercenarios que roncaban. Por primera vez, comprendía la inquietud de Khelben por el equipo que habían formado Danilo y Arilyn porque, de un modo u otro, los Arpistas solían acabar trabajando solos.

Con un suspiro, Danilo rebuscó en la bolsa que llevaba atada al cinturón en busca del libro de hechizos que le había preparado su tío. Si todo salía como estaba planeado, se encontrarían con el dragón Grimnoshtadrano la tarde del día siguiente y quería estar preparado. Una vaharada de aliento de dragón verde era una nube de gas nocivo y confiaba en que Khelben le hubiese proporcionado un hechizo capaz de crear esferas protectoras.

De hecho, el libro no contenía más que un hechizo, y no se parecía a ninguno de los que había encontrado con anterioridad. Danilo empezó a examinarlo con creciente expectación. En la parte izquierda había una página con una partitura de música escrita: una melodía simple y aguda con las anotaciones básicas para ser interpretada por un laúd. En la parte derecha había unas líneas explicativas y luego la letra de la canción, escrita en misteriosas runas. El hechizo utilizaba la música como componente principal, y el acompañamiento de laúd formaba los gestos de las manos necesarios. El resultado era un hechizo de encantamiento muy parecido al canto hechizador que había utilizado Wyn. Más allá de la utilidad que había tenido en el pantano, aquel tipo de hechizo fascinaba a Danilo porque sugería un modo de unir su aprendizaje en el arte de la magia con su pasión verdadera por la música y el saber popular, además de su trabajo actual como bardo.

Al igual que todos los anteriores encargos que había hecho para los Arpistas, la tarea de recuperar el pergamino del dragón había sido encomendada a Danilo por Khelben Arunsun. Durante más de dos años, el joven mago había trabajado estrechamente con Arilyn, disfrutando de los desafíos que ella le ofrecía y el conocimiento que la combinación de sus dispares habilidades le proporcionaba, pero la mayoría de las veces había seguido el liderazgo de ella y reaccionado a las situaciones tal como ella quería. Siempre guardaría como un tesoro el tiempo que había pasado con la bella semielfa, y una parte de su interior seguiría deseando que no se hubiese acabado, pero por primera vez Danilo empezaba a vislumbrar un camino que podía seguir por sus propios medios, un camino de su propia invención. ¡Si aquel hechizo no era una pieza única, quizá podría aprender la magia de la canción elfa que tan bien dominaba Wyn!

Danilo se levantó, con el libro de hechizos en la mano, y se dirigió a un extremo del campamento donde Wyn Bosque Ceniciento estaba sentado contemplando los árboles, sumido en sus propios pensamientos. A pesar del brusco rechazo que había recibido antes por parte del juglar, Danilo percibía que tenía que insistir en el tema del canto hechizador.

—Elaith comentó que había pocos elfos que poseyeran tus habilidades mágicas. ¿Crees tú que hay carencia de gente con aptitudes o lo que falta son maestros?

Wyn pareció sorprendido por la pregunta, pero meditó unos instantes la respuesta.

—Supongo que debe de haber más elfos con el don pero pocos reciben la instrucción necesaria. Yo procedo de una familia de músicos, desde pequeño se me reconoció el don y tuve a disposición los medios para desarrollarlo. Puede ser que haya otros que sean menos afortunados —contestó Wyn.

—Si esos hechizos pudiesen ponerse por escrito, quizá mucha más gente podría aprender ese arte —argumentó Danilo mientras tamborileaba con los dedos el libro de hechizos. Luego, se lo tendió al elfo para que lo inspeccionara—. En ese sentido, el arte musical y el aprendizaje de los bardos podrían combinarse.

—Esos dos tipos de magia no son compatibles —respondió Wyn con firmeza mientras devolvía el libro al Arpista. Acto seguido, se levantó para indicar a todas luces que la conversación había terminado.

En aquel momento, Morgalla asomó por detrás de un puñado de arbustos sacudiéndose los hombros para quitarse los trozos de hojas, con una expresión de taciturna repugnancia reflejada en el rostro. La enana no parecía preocupada en lo más mínimo por ser descubierta como una espía.

—No me gusta llevarte la contraria, bardo, pero estoy de acuerdo con el elfo. La magia está bien para ser usada como arma y para las oraciones de los clérigos, pero no creo que deba mezclarse con la música.

Danilo era demasiado listo para ponerse a discutir con una enana y, como sus palabras le planteaban una cuestión sin respuesta, se desvió por otros derroteros.

—Hablando de armas mágicas, ¿cómo supiste lo que era la espada de Elaith Craulnober para ponerlo en tu dibujo?

Morgalla se encogió de hombros.

—Oí tu historia de la hoja de luna de la semielfa, ¿recuerdas? Contabas el modo en que la espada se vinculaba con el elfo que la portaba. —Señaló con su bastón de bufón hacia un punto situado más allá de Danilo—. Si eso es cierto, tu elfo tiene un problema: no puede usar la espada, pero tampoco librarse de ella.

Danilo se dio la vuelta y se dio casi de bruces con Elaith. El elfo echó una ojeada al libro de hechizos que llevaba el Arpista en las manos.

—¿Más trucos de salón? —preguntó con tono despreciativo.

—Preparándome para mañana —respondió Danilo, apacible—. Deberíamos tener un plan alternativo para el caso que nuestro enorme amigo verde decida no cumplir su parte del trato.

—Perfecto —accedió Elaith, cruzando los brazos y reculando un poco como si estuviera reconsiderando al hombre que tenía ante él—. Supongo que sabrás que si nuestro dragón desea que lo encontremos, será él quien se tropiece con nosotros. Los dragones verdes se fusionan con el bosque. Es difícil encontrarlos y casi imposible tenderles una emboscada. No podemos separarnos y dedicarnos a buscarlo porque si el dragón encuentra un grupo que no es capaz de jugar con él a los acertijos, estará menos dispuesto a escuchar una adivinanza de otro grupo.

Danilo asintió.

—¿Qué sugieres?

—Hacer que el dragón venga a ti. Levantar temprano el campamento y viajar en dirección norte, hacia las colinas. La guarida del dragón se encuentra allí, oculta en algún punto de las Cavernas Interminables, y yo conozco un claro en las cercanías. Allí debemos retar a la bestia…, quizá podríamos cantar esa maldita balada. Si el dragón no te oye, el bosque está lleno de criaturas que transmitirán tu mensaje con rapidez. En cuanto aparezca, le pediremos el pergamino, además de algo que a ojos de mis hombres justifique la búsqueda, como por ejemplo un cofre repleto de esmeraldas.

—Me parece bien —musitó Danilo.

—Sería mejor que nos encontrásemos con Grimnoshtadrano un grupo reducido. Es posible que al dragón no le plazca encontrarse con toda nuestra expedición —propuso Elaith.

—Había pensado ir solo, o con Vartain.

—Ahora tienes que considerar también mis opiniones —le recordó Elaith—. Si deseas suicidarte, hazlo en tu tiempo libre. Sí, es posible que Vartain resuelva el acertijo, pero al menos deberías llevarte al juglar. El canto hechizador es un arma muy poderosa.

—No, Wyn no —respondió Danilo con firmeza—. No podemos ir con elfos. Los dragones verdes consideran a los de tu raza una auténtica exquisitez culinaria y, por lo que sabemos, es posible que Grimnoshtadrano tenga ganas de tomarse un bocado.

—Lo entiendo —accedió el elfo de la luna a su pesar—. Mantendremos al rapsoda del hechizo en segundo plano, fuera de la vista. —Desvió la mirada hacia Morgalla, que escuchaba con el semblante de quien está acostumbrado a asistir a consejos de guerra—. Puedes llevar contigo a la enana, en caso de que el dragón exija comida.

—Dudo que pudiese dejarla atrás —respondió Danilo, percibiendo el belicoso brillo en los ojos de la enana—, y no envidio a aquel que intente comérsela.

—Veo que lo entiendes —corroboró Morgalla—, pero ¿qué sucederá si la bestia no cumple su parte del trato?

—Si nuestro amigo verde nos falla, lo desafiaré a un segundo acertijo, una adivinanza que en realidad es un hechizo y que mantendrá al dragón apartado el tiempo suficiente para que podamos escapar.

Elaith parecía dubitativo.

—Te sería más útil el rapsoda del hechizo.

—Quizá sí. Tengo una curiosidad, Wyn —preguntó Danilo con voz despreocupada—. Esos tubos del pantano eran de reducido tamaño. ¿Has intentado alguna vez hechizar algo mayor que una cortesana de taberna?

—Un dragón, no —admitió Wyn Bosque Ceniciento, en la profundidad de cuyos ojos verdes relució un destello—, pero viví una temporada entre las gentes del Norland y encontré que sus mujeres eran bastante susceptibles al embrujo. ¿Serviría?

—Bastante —reconoció Danilo con una sonrisa de sorpresa. Del tiempo que había pasado con Arilyn había aprendido que el humor elfo tendía a ser seco y sutil. Aunque la observación de Wyn era desacostumbradamente obscena, la afirmación del elfo sobre las mujeres del Norland, cuyos exuberantes encantos eran muy apreciados entre los osados y los atléticos, era sumamente acertada.

—Si el hechizo no funciona, y, francamente, lord Thann, hemos de considerar esa posibilidad, tengo unos polvos que hacen estallar el gas venenoso del dragón —intervino Elaith, que sostenía un reducido cilindro en la mano—. Si la bestia abre la boca preparándose para el ataque, le lanzamos esto dentro y el resultado será como si se incendiase la tienda de un alquimista. La explosión dejará atontada a la criatura y nos proporcionará suficiente tiempo para salir huyendo.

—¿Y quién se acercará lo bastante para echárselo dentro? ¿Tienes fuerza suficiente en el brazo, elfo? —preguntó Morgalla.

—Vartain lo llevará. Es un experto en cerbatanas.

—No sé por qué pero no me sorprende —comentó Danilo en tono jocoso—. Ése tiene más aire que un vendaval del norte.

—Por supuesto —corroboró el elfo criminal, aunque no solía darle la razón.

La enana soltó una carcajada burlona.

—Cuando vosotros dos empecéis a bailar al mismo son, se habrá acabado el tiempo de dormir. Suceda lo que suceda mañana, debéis tener los sentidos aguzados para poder regresar y seguir riñendo.

—Es tarde —convino Wyn, y ambos se dirigieron a una punta del campamento dejando a Dan y a Elaith a solas con su inestable alianza.

—¿Cómo has conseguido ese polvo explosivo? —preguntó con cautela el Arpista. La trayectoria del elfo parecía discurrir demasiado próxima a la suya y lo hacía sentirse incómodo y lo que sabía de Elaith no le inspiraba demasiada tranquilidad—. ¿Acaso planeabas encontrarte con el dragón?

—No, pero mis viajes me acercan a menudo a su guarida. Vartain pensó que tal vez había una posibilidad y sugirió que nos preparásemos —repuso el elfo con aparente franqueza.

—Muy previsor, ¿no? —comentó Danilo en tono de admiración, fingiendo aceptar la respuesta del elfo en su justa medida—. ¿Se merece de verdad la reputación que tiene?

—Es tan bueno como te han dicho, e igual de pesado —gruñó Elaith—. Nunca he visto que se equivoque, y jamás duda en subrayar ese hecho.

—Todo un ejemplo de modestia.

—Ya lo oíste en el campamento. Vartain está firmemente convencido de su superioridad y excesivamente orgulloso de sus tradiciones.

—Sí —replicó Danilo—, no sé por qué, pero a veces me recuerda a los elfos.

Elaith alzó una ceja a modo de sorpresa.

—Sí, se parece —admitió sin rastro de humor.

Al ver que el elfo parecía inusualmente receptivo, Danilo decidió presionarlo para obtener información, sin saber a ciencia cierta si al hacerlo pretendía sacar partido de la inesperada camaradería o destruirla.

—Hablando de elfos y de tradiciones y de todo eso, la danza de la espada ha sido fabulosa. Durante el baile, me di cuenta de que llevabas una espada heredada. Como no es tu costumbre, me preguntaba por qué llevas contigo una hoja de luna.

La tregua de amistad se esfumó de inmediato.

—No es asunto tuyo —replicó Elaith con frialdad antes de dar media vuelta y, con silenciosa agilidad, desaparecer en la oscuridad.

Cuando la noche dio paso a las primeras luces plateadas de la mañana, Texter el Paladín meditó en su solitaria jornada. Aunque Texter adoraba la ciudad de Aguas Profundas y también cumplir con su deber como uno de los Señores secretos, no soportaba estar demasiado tiempo encerrado entre cuatro paredes y a menudo cabalgaba a solas en la espesura para renovar su compromiso con Tyr, la diosa de la justicia a la cual servía. El silencio le aclaraba la mente y le permitía hallar su fuerza interior, aparte de que los austeros desafíos que le deparaba el camino ponían a prueba sus habilidades como caballero. Sus cabalgatas también le permitían servir a su ciudad porque podía comprobar por sus propios ojos cómo iban las cosas en el Norland.

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