Canción Élfica (22 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Granate cruzó el interior del almacén hasta la puerta principal, donde había dejado atado al
asperii.
Desató a toda prisa al asustado y magullado animal para dejarlo entrar en el edificio mientras intentaba apaciguarlo con palabras dulces y proyecciones mentales que inspiraban confianza. El
asperii
se calmó y fijó sus aguados ojos castaños en su dueña. Durante un breve instante, el velo que el
asperii
había corrido entre sus dos mentes se abrió y Granate pudo atisbar el miedo y la indecisión que transmitía el caballo.

Por primera vez, Granate comprendió el significado del rechazo del
asperii;
cada caballo mágico era capaz de formar un único lazo telepático para toda la vida con un mago o sacerdote de gran poder, y el
asperii
no sería capaz de servir a nadie cuyos objetivos o motivos fueran malvados. Nunca hasta ahora había dudado Granate que la razón amparaba sus planes, y la tácita acusación que acababa de ver en los ojos del
asperii
le dolió tanto como una bofetada. La punzada de dolor le cruzó el pecho y le bajó por el brazo, y tuvo que sentarse jadeando en un cajón.

—Busco justicia, no venganza —susurró Granate cuando remitió la oleada de dolor. Volvió a observar los ojos del
asperii
y en ellos vio como en un espejo sus propias reflexiones—. En todas las cosas debe existir un equilibrio —concluyó con decisión.

El caballo se limitó a parpadear mientras miraba de reojo la puerta abierta. Al cabo de un momento, Granate también se quedó contemplando el granizo que caía como plomo. El silencio entre los dos fue total mientras esperaban a que la tormenta amainara.

Era extraño, meditó Jannaxil Serpentil, pero tarde o temprano todo pedazo de papel robado en Aguas Profundas acababa por llegar a su mesa. El propietario de Libros e Infolios Serpentil vendía de todo, desde libros de hechizos hasta cartas de amor, pero este último hallazgo era algo nuevo.

Sobre el papel había una caricatura de Khelben Arunsun. El archimago permanecía de pie ante un caballete, garabateaba sobre el lienzo con un pincel de enormes proporciones, mientras a su alrededor se alineaban los Señores de Aguas Profundas, vestidos de negro y sosteniéndole las paletas y los pinceles. ¡Por Deneir, qué inteligente! El artista había sabido captar a la perfección el humor y los temores de la ciudadanía y había concentrado la mayoría de rumores y especulaciones en una única imagen, singular e inteligente.

Jannaxil se frotó la rala barba blanca con gesto pensativo. El secreto primordial de todo buen traficante —y él era uno de los mejores— era saber encontrar siempre un comprador para cada cosa. Nadie en Aguas Profundas sería tan necio para pretender chantajear al archimago, pero al comerciante se le ocurrieron de inmediato varias personas que podían tener interés en el esbozo.

Fijó en el presunto vendedor, un aprendiz de fabricante de instrumentos cuyas deudas sobrepasaban con creces sus ingresos, su mirada más ceñuda e intimidatoria.

—¿Dónde encontraste esto?

El joven se lamió los labios con nerviosismo.

—Uno de los clientes de Halambar lo dejó en la tienda, y pensé que tal vez…

—¡Dudo que seas capaz de pensar en absoluto! —Jannaxil echó otra ojeada a la caricatura y bufó en tono despectivo. La segunda norma para lograr el éxito era saber el valor de un objeto y luego convencer al vendedor de que debía aceptar mucho menos—. ¿Quién podría usar una cosa así? Te daré tres monedas de cobre, ni una más.

Jannaxil empujó las monedas hacia el joven.

—En el pasado me has proporcionado algunas piezas de valor. Estas monedas de cobre son como una inversión, porque espero que lo hagas mejor en el futuro.

—Sí, señor. —El aprendiz de Halambar parecía decepcionado, pero recogió las monedas y salió de la tienda.

Una vez a solas en su reino de hileras de libros polvorientos, Jannaxil chasqueó la lengua. Sentía tentaciones de guardarse para sí la caricatura, aunque estaba convencido de que la hechicera Maaril estaría encantada por la pulla satírica hacia su colega más poderoso y estaría dispuesta a pagar muchas piezas de plata por poseerla.

El desafío en esta transacción, meditó Jannaxil, era encontrar un mensajero lo suficientemente temerario para llevar el esbozo a la torre del Dragón. La torre de Maaril estaba construida realmente con la forma de un dragón, puesto en cuclillas y con la boca abierta como si estuviera a punto de atacar. Aunque la extraña torre era un punto de referencia en la ciudad y agradaba a niños y visitantes —en especial de noche cuando la luz en el interior iluminaba como fuego carmesí los ojos y la boca del dragón—, sólo los más intrépidos se aventuraban a acercarse lo suficiente para mirarlo más que a hurtadillas. La torre estaba protegida por una magia siniestra e incluso las callejuelas que la rodeaban eran peligrosas.

Jannaxil consideró el asunto durante largo rato y al final sonrió. Cierto ladrón de entre sus conocidos se había casado recientemente con un miembro de un clan de ricos mercaderes del Norland, una familia que, como había adquirido su riqueza hacía poco, era muy consciente de su posición social. Jannaxil conocía a la dama que encabezaba el matriarcado, una mujer que apreciaba la respetabilidad por encima de todas las cosas y que no estaría dispuesta a aceptar un yerno con un pasado tan variopinto. Jannaxil estaba seguro de que el antiguo ladrón le haría ese pequeño favor, a cambio de seguir manteniendo la discreción.

Como bien sabía Jannaxil, el éxito de una transacción dependía plenamente de saber el precio justo de todas las cosas.

La expedición de Música y Caos siguió avanzando a buen ritmo durante el resto del día, pues deseaban poner el máximo de kilómetros de distancia entre ellos y el bosque Elevado. Pasó la tarde, y al anochecer habían dejado ya a su espalda las marismas.

La luna estaba alta en el cielo cuando por fin encontraron un campamento que reuniese las condiciones de seguridad y defensa que Elaith exigía. Mientras el elfo y Balindar se ocupaban de los caballos y de montar el campamento, Danilo se sentó junto a la hoguera y extrajo de su bolsa mágica el pergamino que tanto sudor les había costado conseguir. Cuando Wyn Bosque Ceniciento vio lo que el Arpista tenía en las manos, se apresuró a acercarse, con Morgalla pisándole los talones.

—¡Ábrelo! —le urgió el elfo, con la impaciencia y la excitación impresas en sus oscuros ojos verdes—. ¡Quizá nos revele quién hechizó a los bardos!

Danilo sacudió la cabeza y señaló el pedazo de lacre rojizo que sellaba el pergamino.

—Muchos pergaminos encantados tienen protecciones y romper este sello podría provocar algo mortal: una bola de fuego, un hechizo del olvido, una pelirroja iracunda… —Danilo ilustró la última posibilidad tirando de una de las trenzas rojizas de la enana, burlándose así de la feroz guerrera como si fuera su hermana pequeña. Morgalla puso cara de disgusto.

—¿Y ahora qué, bardo? —preguntó.

—Hay diminutas runas impresas en la cera —comentó Danilo mientras sostenía el pergamino cerca para examinarlo—. La escritura en sí no es antigua pero eso no significa que no sea algún tipo de hechizo. No reconozco el lenguaje.

—Déjame ver. —Vartain se aproximó y alargó una mano con gesto autoritario—. Los maestros de hechizos son necesariamente buenos estudiantes de lingüística y de tradición popular.

Danilo le tendió el pergamino.

—Léelo, si puedes, pero no toques el sello —ordenó con firmeza—. No me gusta sufrir más de una explosión al día.

El maestro echó un vistazo a las runas.

—Se trata de un dialecto vulgar del sespechiano medio, un lenguaje de la corte desarrollado hace unos tres siglos pero que cayó en desuso mucho tiempo atrás —afirmó en un tono seco, didáctico—. Tras la muerte del barón de Sespech, la baronesa eligió un consorte joven de Turmish, un hombre con fama de atractivo pero que carecía de fluidez de palabra. Este dialecto vulgar del sespechiano, que todos los miembros de la corte se veían obligados a aprender, fue el intento de la reina por introducir a su nuevo consorte en las inquietudes sociales y diplomáticas de la vida de la corte.

—Lo mejor de los enanos y los elfos —interrumpió Morgalla con tono lastimero— es que por lo general llegamos al tema que nos ocupa al cabo de una hora o dos.

—Las palabras del sello parecen ser un acertijo y su título sugiere que tal vez sea la clave para abrir el pergamino —prosiguió Vartain con suficiencia—. Traducido al lenguaje común y después de hacer las correcciones necesarias de ritmo y métrica, sería algo así:

El principio de la eternidad.

Y también de la edad y el espacio.

El inicio de todas las eras

Y el final de siempre.

Wyn y Danilo intercambiaron miradas de confusión.

—La resolución de adivinanzas puede ser otra forma de magia —les informó Vartain—. Resolved el acertijo y con toda probabilidad abriréis el sello del pergamino.

—Dilo ya —le urgió el Arpista.

—La respuesta —repuso Vartain sin vacilar—, es la letra «E».

A medida que el maestro de acertijos hablaba, la cera se disolvió en una nubecilla rojiza y desapareció. Vartain desplegó el pergamino y, tras estudiarlo un momento, lo puso delante del Arpista.

El pergamino contenía sólo unas líneas, escritas en común. Danilo escudriñó las palabras.

—Parece una estrofa única de un relato sin rima o una balada —sugirió el Arpista—. La métrica tiene un diseño especial, pero no tengo ni idea de lo que significan las palabras.

—El significado ha sido cuidadosamente disimulado —explicó Vartain—. Las frases contienen varios acertijos menores, tejidos y entretejidos como un pedazo de tela. Si no estoy equivocado, este verso forma parte de un rompecabezas mayor.

Leyó en voz alta varios versos.

El primero de siete empieza ahora.

Reemprende el camino olvidado.

Tejen telarañas de plata silenciosos cabos

Ante la música se inclinarán todos.

El maestro de acertijos se detuvo y alzó la vista del pergamino.

—El primero de siete sugiere que esta estrofa es parte de un rompecabezas mayor. «Cabos silenciosos» es, según creo, otra forma de referirse a un broche de Arpista, ¿verdad?

—Sí —admitió Danilo con voz pausada—, aunque no es muy conocida.

—Por supuesto. Puedo conjeturar, por consiguiente, que el autor sea o bien un estudiante, como yo mismo, o más probablemente un Arpista. O tal vez ambas cosas, aunque una combinación así sea sumamente rara.

—Sin pretender ofender, por supuesto —intervino Morgalla con afabilidad.

El maestro señaló el tercer verso y prosiguió con la explicación, inmune al sarcasmo.

—A menudo se relaciona la magia con un tejido o una telaraña. Quizás el autor sea también una especie de mago.

Danilo pidió el pergamino y lo enrolló.

—De acuerdo. Voy a llevar esto de inmediato a Khelben Arunsun para que pueda seguirle la pista al lanzador de hechizos. Wyn, Morgalla, vámonos.

—Los caballos necesitan descansar —señaló la enana—, y está un poco lejos para ir andando.

El Arpista acarició un sencillo aro de plata que llevaba en la mano izquierda.

—Esto puede transportar mediante la magia hasta tres personas más sus monturas al patio de la torre de Báculo Oscuro, y os aseguro que el viaje es rápido e indoloro.

Morgalla palideció.

—¿He sido yo quien ha dicho que era lejos para ir andando?

—Tranquilízate, enana, todavía no te vas. —El tono frío de Elaith cortó en seco las protestas de Morgalla.

Danilo se volvió y reculó al ver a los hombres armados y alerta que habían formado un círculo cerrado a su alrededor. La luz de la hoguera se reflejaba en el desnudo filo de sus espadas. El Arpista se puso de pie para encararse al ceñudo elfo de la luna.

—¿De qué va todo esto?

—Tú y yo teníamos un acuerdo y hasta el final de la búsqueda somos socios y trabajaremos juntos.

—Pero mi búsqueda ha llegado a su fin porque tengo el pergamino que buscábamos.

—Tal vez sí, pero nuestro acuerdo original especificaba que yo obtendría una parte del botín del dragón y, según Vartain, el autor del pergamino posee el tesoro que me falta.

—¿Cómo has llegado a esa conclusión? —intervino Wyn.

—Creo que puedo responderte a esto —repuso Dan con calma—. Cuando desafiamos a Grimnosh, Vartain exigió que el dragón le diese un artefacto elfo que había sido robado en Taskerleigh. Grimnosh dijo que ya había cambiado aquel objeto «por una canción» y comentó que nosotros habíamos sido los primeros en responder a ella. Evidentemente, Vartain extrajo la conclusión de que la canción que mencionaba el dragón era la
Balada de Grimnoshtadrano
, la que nos había llevado al Bosque Elevado. Y como esa balada apareció por primera vez durante la Fiesta de la Primavera de Luna Plateada, supongo que fue obra del lanzador de hechizos que buscamos.

—Ésa es mi suposición —convino Vartain.

—Obviamente —prosiguió Danilo señalando con un ademán a Elaith—, nuestro bien armado compañero no desea que llevemos el pergamino a Aguas Profundas. Si Khelben descubre al lanzador de hechizos, es probable que Elaith no recupere ese misterioso tesoro, así que debe querer encontrar al hechicero por sus propios medios. —Danilo se volvió hacia el vigilante elfo de la luna—. Mi pregunta es la siguiente: ¿para qué nos necesitas? Es cierto que necesitabas un Arpista para robarle el pergamino al dragón, pero ¿para qué ahora?

Elaith permaneció en silencio durante largo rato mientras examinaba a Danilo con expresión calculadora.

—¿De veras eres un Arpista? ¿No será uno de esos juegos ridículos a los que tan aficionados sois los nobles de Aguas Profundas?

—¿Un juego? Si alguna vez empiezo a divertirme con esta expedición —aseguró Danilo con toda seriedad al elfo—, te lo haré saber.

—¿Y tus pretensiones como músico? ¿Son también de verdad?

El noble suspiró.

—Aquí me tienes, aunque es difícil decir si sí o no. He hecho cursos, por supuesto, pero no según la usanza tradicional. No he asistido a una escuela de bardos, porque cerraron antes de que yo naciera, ni evidentemente he sido aprendiz de algún bardo ilustre, pero mi madre, lady Cassandra, es un músico bien dotado e insistió en que yo tuviera los mejores maestros. Por supuesto, fueron todos privados. De pequeño, era muy aficionado a las travesuras y varias de las escuelas más reputadas de Aguas Profundas se arrepintieron de haberme aceptado como estudiante. Presa de la desesperación, lady Cassandra se ocupó personalmente de contratar un ejército de tutores, que incluía músicos especializados en los estilos de cada uno de los siete mayores colegios de bardos. Ninguno de ellos duró mucho tiempo, pero conseguí aprender un poco de aquí y de allí.

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