Canción Élfica (40 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

—¡Júramelo! ¡Júrame que te ocuparás de que mi hija reciba su herencia!

—No hay necesidad de ello —repuso Danilo con calma. Hizo un gesto de asentimiento al ver el suave resplandor azul que emanaba del costado izquierdo de Elaith. La piedra mágica que llevaba incrustada la empuñadura de la hoja de luna brillaba con fuego propio—. Tú mismo has conseguido eso.

Elaith alargó una mano y palpó la hoja de luna con veneración. Una expresión de paz profunda se dibujó en su rostro y al final sus ojos se cerraron ante la oscuridad que lo reclamaba.

—En la muerte, ha recuperado su honor —intervino Wyn, que contemplaba la espada elfa mágica con ojos maravillados.

—Se ha ganado una segunda oportunidad —le corrigió el Arpista, al ver que el elfo todavía respiraba—. Cómo querrá utilizarla, es algo que nos queda por ver.

Después de la puesta de sol más espectacular que se recordaba, las gentes de Aguas Profundas se aventuraron a salir para acudir al mercado donde iba a celebrarse el Encuentro Crepuscular que marcaba el inicio oficial de la Asamblea del Escudo.

Todos los puestos ambulantes del mercado al aire libre habían desaparecido para dejar sitio a los miles de personas que se agolpaban en la amplia zona. En el centro del mercado se erigía una plataforma elevada que se veía rodeada de un suave resplandor de luz que servía a la vez como iluminación y para amplificar las voces de aquellos que iban a hablar. Había trece tronos en la plataforma, cada uno de ellos para un Señor de Aguas Profundas.

Éste era un asunto del cual se especulaba mucho entre las gentes, porque el destino de los Señores no parecía en ningún modo seguro. Sin embargo, la mayoría de las conversaciones giraba en torno a lo sucedido en el campo del Triunfo. Los ataques de dragones no eran muy habituales.

La gente recuperaba el equilibrio con bastante rapidez porque los habitantes de Aguas Profundas lo habían visto ya todo y eran tan irrefrenables y adaptables como cualquier otra persona en Faerun. Por todos lados se discutía la identidad de aquella extraña bardo, sobre si era ella o Khelben Arunsun la responsable de aquel clima de locura, o incluso sobre si debían confirmar el liderazgo de los Señores de Aguas Profundas o buscar otras soluciones a sus problemas.

Los vendedores ambulantes se movían entre la multitud, ofreciendo refrescos y, teniendo en cuenta todo lo sucedido, hierbas, infusiones y pociones para templar los nervios y mitigar el dolor de heridas de poca consideración. Los visitantes y ciudadanos más adinerados estaban sentados en sillas altas separadas por cortinas que bordeaban el mercado y los sirvientes atendían sus necesidades y transmitían mensajes y saludos entre los miembros de varias familias nobles y adineradas. Los de menos alcurnia se apiñaban en el centro del mercado y al cabo de poco rato la zona entera semejaba un tapiz viviente muy entretejido.

Desde su escondite en una tienda de armas cercana, Lucía Thione podía oír el rumor de la multitud que pasaba a tropel de camino a la Asamblea. Elaith Craulnober se había ocupado de arreglar todo el asunto de su viaje, y le había ordenado que esperara allí a que viniese a buscarla una escolta armada. Lucía odiaba tener que abandonar Aguas Profundas, porque había vivido en la ciudad la mayor parte de su vida y gozaba de una buena posición. Además, aunque muchas de sus riquezas estaban ocultas en muchos lugares y tenía propiedades sustanciosas fuera de Aguas Profundas, no podría reclamar nada y tendría que empezar de nuevo.

A medida que el crepúsculo se convertía en noche, alguien llamó con los nudillos a la puerta, según el elaborado código que el elfo plateado había determinado.

Lucía hizo un gesto de asentimiento a su guardia y el hombre abrió la puerta. Un individuo alto, de cabellos rojizos, se agachó para entrar y no golpearse en el bajo dintel. Se introdujo en la habitación y se la quedó mirando con una sonrisa triste pero calmada. Lucía tragó saliva y se apartó enseguida de él.

—Vuestra sorpresa es comprensible, mi lady, teniendo en cuenta las circunstancias de nuestro encuentro anterior —saludó Caladorn—. Veo que vais a dejar la ciudad y creo que ya conocéis a vuestro compañero de viaje.

Un hombre de cabellos oscuros con una expresión de extrema satisfacción en su rostro cubierto por una barba también negra se introdujo en la estancia. El corazón de la noble mujer latió desbocado cuando sus ojos reconocieron a lord Hhune.

Lucía se abalanzó en brazos del joven.

—¡Caladorn, tú me amas! No puedes hacerme esto. Si me escucharas, sabrías…

El joven interrumpió su desesperada súplica con una simple sacudida de la cabeza, luego la cogió por los hombros y la apartó suavemente de él.

—Ya no. Incumplo la ley al dejarte partir. Conoces tan bien como yo la multa por fingir ser un Señor de Aguas Profundas. —Caladorn le cogió la mano e hizo una profunda reverencia—. Adiós, Lucía.

El joven se volvió hacia Hhune, que estudiaba a lady Thione con una expresión indescifrable en sus ojos negros.

—Los Caballeros del Escudo no son bien recibidos ni siquiera tolerados en esta ciudad —informó Caladorn—. He recibido instrucciones para deciros que no debéis regresar jamás a Aguas Profundas. La Asamblea del Escudo es un período de tregua, pero haréis bien en estar lejos de las puertas de la ciudad cuando este día de paz haya acabado. Llevaos a vuestros ladrones y asesinos y la ciudad se dispondrá a honrar los acuerdos de comercio que hayan firmado con vuestra Cofradía Marítima.

—Sois muy generoso, lord Caladorn —respondió Hhune con un tono inescrutable—. Acepto vuestra oferta y cumpliré los términos. Y, como me solicitó el elfo, me ocuparé de que mi conciudadana abandone a salvo la ciudad.

El joven hizo una reverencia y se volvió para desaparecer enseguida escalera abajo, rumbo a la multitud que se dirigía al mercado. Con él se esfumó la última esperanza de Lucía, que no estaba segura de que el joven comprendiese la sentencia que su compasión le había impuesto. No se hacía ilusiones sobre su destino en manos de Hhune, y se quedó mirando el rostro del tethyriano.

—Bien, vámonos —ordenó él, imperturbable—. Tenemos un largo camino por delante.

Lucía siguió con expresión sonámbula al jefe de cofradía escalera abajo hasta el carruaje que los esperaba en la calle. El humor de lord Hhune, que no reflejaba ni un triunfo manifiesto ni aquella cólera violenta que ella hubiese esperado, sino una diversión cínica y perversa, la aterrorizaba.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó en voz baja.

—Pensé que sería entretenido traer de regreso un miembro de la odiada familia real a Tethyr —se mofó Hhune, que la contemplaba con los ojos brillantes—. Es apropiado, ¿verdad? Al fin y al cabo, se te va a pagar con tu misma moneda.

Con aquellas palabras, el tethyriano dio unos golpecitos al cristal que comunicaba con la parte de delante del carruaje y los caballos partieron al trote rumbo al sur.

En cuanto los sacerdotes elfos tomaron a Elaith bajo su cuidado, Danilo y sus amigos se apresuraron a regresar al mercado. El Arpista se sentía aliviado porque su tarea había sido completada, pero no podría quedarse tranquilo hasta que comprobara cómo se había contrarrestado el hechizo del canto elfo. Si Khelben no se había recuperado ahora que se había despejado el encantamiento, la victoria del Arpista sería incompleta y vana.

Quedaba poco sitio libre cuando llegó el trío. Danilo sintió que le ponían una mano en el hombro y, al volverse, vio el rostro serio y atractivo de su amigo Caladorn. Se sintió inundado por una sensación de alivio.

—¡Alabada sea Mystra, estás bien! No te imaginas lo contento que estoy de haberme equivocado, Caladorn.

—No estabas equivocado —musitó el joven con voz suave—. Yo sí lo estaba, y quiero hacer las paces contigo. —Danilo aceptó la mano que le tendían y la estrechó brevemente—. Lady Laeral me ha contado todo lo sucedido y tu contribución —concluyó Caladorn con una fugaz sonrisa—. ¡Al final, Dan, has encontrado una historia de bardo que está a la altura de tu talento!

Antes de que Dan pudiese preguntarle nada de Khelben, Caladorn se perdió entre la muchedumbre. Con un profundo suspiro, Danilo centró su atención en la plataforma. Al poco rato, lord Piergeiron, acompañado de quince personas con las túnicas y máscaras propias de los Señores, entraron y se sentaron en la plataforma elevada. Una serie de murmullos se alzaron entre la multitud, pero se silenciaron de inmediato cuando Piergeiron se levantó para dirigirse a la asamblea.

—Buenas gentes de Aguas Profundas. Ha sido un día largo y complicado, y han sucedido muchas cosas estas últimas semanas. Antes de que se establezcan las alianzas de la Asamblea del Escudo, debemos evitar hacernos demasiadas preguntas sobre extraños acontecimientos. Uno de los Señores de Aguas Profundas me ha relatado un cuento maravilloso y, como yo no soy orador, creo que sólo un bardo puede hacer justicia en toda esta historia.

El Primer Señor hizo una pausa y sonrió.

—Llamo al estrado a Danilo Thann.

La súbita demanda hizo que el corazón de Dan diese un brinco. Sin lugar a dudas eso significaba que Khelben se había recuperado ya del sueño mágico, ¡porque sólo él conocía todo lo sucedido! Luego se acordó de lo que Caladorn sabía sobre los acontecimientos más recientes y se quedó con la duda de si no se habría equivocado.

Junto a él, Morgalla pateaba el suelo y gritaba mientras intentaba captar la atención de la audiencia hacia el bardo que tenía al lado. La gente que tenían alrededor prorrumpió en exclamaciones y aplausos entusiastas mientras abrían paso para que Dan llegase al estrado.

El calor y aclamaciones dejaron extrañamente frío al Arpista, porque sólo podían indicar que el hechizo del canto elfo no se había desvanecido por completo. ¿Cómo era posible que su reputación no se hubiera desvanecido con el hechizo?

Con Morgalla empujándolo con firmeza por detrás, Danilo llegó al centro de la plaza del mercado. Al ver que no llevaba instrumento, una hermosa elfa de cabellos dorados le colocó un arpa en las manos antes de insinuarle con una seductora sonrisa que podía devolvérsela cuando quisiera.

Mientras contemplaba el instrumento, la inspiración fustigó a Danilo y supo cómo podía averiguar el destino de Khelben. Tras darle las gracias a la mujer elfa, ascendió a la plataforma.

El Arpista empezó a tocar una de sus melodías favoritas y, al compás de la música, improvisó un relato bastante preciso de la aventura. Danilo se mantuvo fiel a los hechos, pero a sabiendas embelleció la historia, sin omitir un giro un tanto cómico y un par de sugerencias picantes.

Por el rabillo del ojo, Danilo vio que uno de los Señores alzaba una mano hasta apoyarla en la frente, sobre el casco, con un gesto de exasperación que el Arpista conocía bien. Sintió que el gozo le inundaba el corazón y el poder del canto elfo resonó libre por su voz.

Las gentes de Aguas Profundas escucharon la balada con profunda atención, atraídos de tal modo por la música y la historia que muchos de ellos comentarían luego que el efecto había sido casi de pura magia.

Epílogo

Varios días después de la Asamblea del Escudo, Danilo fue a visitar a Khelben a la torre de Báculo Oscuro. Aunque todavía se sentía débil tras su encuentro con Granate, el archimago insistió en ocuparse de sus obligaciones y envió a buscar a su sobrino.

—¿Cómo está? —susurró a Laeral cuando apareció por el estudio de Khelben.

—Empieza a estar malhumorado —respondió la maga con un profundo suspiro—. Dicen que es una buena señal, pero yo digo que se nota que no son ellos los que tienen que convivir con él.

Khelben indicó con un gesto a su sobrino que entrara en la habitación y le sirvió una taza de aquel brebaje de hierbas que insistía en tomarse, mientras conversaba sobre la calidad del té y los chismes locales.

Aparentemente, las cosas en Aguas Profundas iban mejorando. Las cosechas recién plantadas prosperaban, los ataques de monstruos en el sur habían cesado de forma drástica y la caza empezaba a regresar a los bosques, a la vez que los disturbios en la bahía y en las localidades pesqueras habían concluido.

—Y lo que es más importante, las baladas han recuperado su forma original. Se ha restablecido nuestro pasado y nuestras tradiciones —comentó Khelben con profunda satisfacción.

—Veo que lady Thione ha desaparecido. ¿Cómo se ha tomado Caladorn todo esto? —preguntó Danilo.

—Ha vuelto a embarcarse.

—El cambio le hará bien —intervino Laeral, que acababa de entrar en la estancia—. Aunque a tu tío le cuesta recordarlo, existe un amplio mundo más allá de las murallas de Aguas Profundas.

—Hhune también se ha marchado —gruñó Khelben, sin hacer caso de la pulla de su dama—, aunque no lo habríamos dejado marchar de haber sabido que era el responsable de lo que le sucedió a Larissa.

—¿La cortesana?

—Entre otras cosas. Larissa es una buena amiga, además, de uno de los Señores de Aguas Profundas. Durante tu ausencia, fue brutalmente atacada y ha estado al borde de la muerte durante muchos días. Precisamente ayer se pudo levantar y fue capaz de decirnos quién le había hecho aquello. Los clérigos de Sune están rezando para que se recupere del todo y, con el tiempo, recobrará su salud y su belleza.

Laeral asintió.

—Fui a verla anoche y noté una profunda mejoría. Con decirte que les ha pedido a los clérigos que le reduzcan un poco la nariz…

—Muy propio de Larissa —corroboró el archimago—. Texter también ha regresado a la ciudad. Por lo visto estuvo cabalgando durante días, pero lo más curioso es que no tiene ni idea de dónde ha estado.

—Es raro eso en Texter —comentó Laeral.

—Sin embargo, confiesa que tiene la extraña sensación de que durante su ausencia se lo ha pasado bien.

—He ahí lo extraño —comentó la hermosa maga en tono alegre mientras se volvía hacia Danilo—. Texter es, de los Señores de Aguas Profundas, el menos mujeriego.

—Todos estos chismorreos son fascinantes —repuso el Arpista en tono confuso—, pero ¿no se suponía que esos nombres son un profundo secreto?

—Mirt también ha regresado —prosiguió Khelben como si no hubiese oído a su sobrino—, y con él su hija Asper. Por cierto, deberías conocer a Asper. Es nuestros ojos y nuestros oídos en Puerta de Baldur.

—Espera un momento…, ¿trabaja para los Arpistas?

—Yo no he dicho eso. —El archimago se quedó en silencio—. Ahora que has cumplido tu misión, Dan, hemos de discutir el próximo paso en tu carrera.

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