Cantar del Mio Cid (11 page)

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Authors: Anónimo

Se dirigen a Valencia, la que en buena hora ganó.

Para servir a don Diego y a don Fernando, mandó

a Pero Bermúdez y a Muño Gustioz, a los dos:

en casa de mío Cid no los hubiera mejor,

pues conocen las costumbres que tienen los de Carrión.

Allí iba Asur González , bullanguero y decidor,

tan largo de lengua es, como de corto valor.

Grandes honras hacen a los infantes de Carrión.

Helos llegar a Valencia, la que mío Cid ganó;

cuando a la ciudad se acercan, aun el gozo era mayor.

Dijo mío Cid a Pero y a Muño aquesta razón:

«Dadles un albergue bueno a los condes de Carrión,

y vos con ellos quedad, que así lo dispongo yo.

Cuando llegue la mañana, así como apunte el sol,

han de ver a sus esposas, doña Elvira y doña Sol.»

108

El Cid anuncia a Jimena el casamiento

Todos, en aquella noche, se fueron a sus posadas;

mío Cid Campeador en el Alcázar se entraba;

doña Jimena y sus hijas a recibirle llegaban:

«¿Venís vos, Campeador, que en buena ceñiste espada?

Por muchos días os vean los ojos de nuestras caras.»

« ¡Gracias al Creador, vengo a veros, mujer honrada;

y conmigo os traigo yernos, que habrán de darnos prosapia;

agradecédmelo, hijas, porque estaréis bien casadas.»

109

Doña Jimena y las hijas se muestran satisfechas

Besáronle allí las manos la mujer y las dos hijas,

y todas las otras damas por quienes están servidas:

«Agradezco a Dios y a vos, Cid de la barba bellida,

porque todo lo que hacéis, lo hacéis de muy buena guisa.

No tendrán mengua de nada en los días de su vida.»

«Cuando vos nos caséis, padre, llegaremos a ser ricas.»

110

El Cid recela de casamiento

«Mi mujer doña Jimena, roguemos al Creador.

A vos os digo, hijas mías, doña Elvira y doña Sol:

con estas bodas propuestas ganaremos en honor;

pero sabed en verdad que no las inicié yo:

os ha pedido y rogado don Alfonso, mi señor,

y lo hizo tan firmemente y de todo corazón,

que a ninguna cosa suya supe decirle que no.

Os puse, pues, en sus manos, hijas mías, a las dos;

creedme como os lo digo: él os casa, que no yo.»

111

Preparativos de las bodas. – Presentación de los infantes. – Minaya entrega las esposas a los infantes. – Bendiciones y misa. – Fiestas durante quince días. – Las bodas acaban. – Regalos a los convidados. – El juglar se despide de sus oyentes

Dispónense a preparar entonces todo el palacio,

cubriendo el suelo y los muros, todo bien encortinado,

con púrpuras y con telas de seda y paños preciados.

¡Con cuánto gusto estuvierais y comierais en palacio!

Los caballeros del Cid todos se habían juntado.

Por los condes de Carrión los caballeros marcharon;

ya cabalgan los infantes en dirección a palacio,

con sus buenas, vestiduras ricamente ataviados;

en el Alcázar a pie ¡Dios, qué bellamente entraron!

Los recibió mío Cid en medio de sus vasallos;

al Cid y a doña Jimena los infantes saludaron,

y se fueron a sentar luego en magnífico escaño.

Todos los de mío Cid con prudencia le observaron,

mirando con atención a su señor bienhadado.

El Campeador, entonces, en pie húbose levantado:

«Puesto que lo hemos de hacer, ¿por qué irlo retardando?

Venid vos acá, Álvar Fáñez, a quien tanto quiero y amo:

aquí tenéis a mis hijas, póngolas yo en vuestra mano;

sabed que al rey don Alfonso así se lo he otorgado,

y no quisiera faltarle en aquello concertado;

dádselas a los infantes de Carrión con vuestra mano,

reciban la bendición y vayamos despachando.»

Entonces dijo Minaya: «Harélo de muy buen grado.»

Ellas se ponen en pie y él las cogió de la mano,

y a los de Carrión, así Minaya les iba hablando:

«He aquí que ante Minaya ahora estáis los dos hermanos.

Por mano del rey Alfonso, que a mí me lo hubo mandado,

os entrego estas dos damas (que las dos son hijasdalgo);

tomadlas, pues, por esposas a vuestro honor y cuidado.»

Los infantes las reciben con amor y de buen grado,

y a mío Cid y a su esposa van a besarles la mano.

Cuando aquesto hubieron hecho, se salieron de palacio,

y a Santa María todos de prisa se encaminaron;

el obispo don jerónimo se revistió apresurado,

y en la puerta de la iglesia ya los estaba esperando;

las bendiciones les dio y la misa hubo cantado.

A la salida del templo, se dirigen cabalgando

al arenal de Valencia, donde todos hacen alto.

¡Dios, qué bien jugaron armas mío Cid y sus vasallos!

El que en buen hora nació llegó a cambiar tres caballos.

Mío Cid, de cuanto viera, mucho se iba alegrando;

los infantes de Carrión cual jinetes se mostraron.

De regreso, con las damas, en Valencia ya han entrado;

muy ricas fueron las bodas en el Alcázar honrado,

y al día siguiente el Cid mandó alzar siete tablados:

y antes de comer, las tablas de los siete derribaron.

Quince días bien cumplidos aquellas bodas duraron,

y pasados quince días, ya se marchan los hidalgos.

Mío Cid Rodrigo Díaz de Vivar, el bienhadado,

entre mulas, palafrenes y corredores caballos,

y otras bestias, hasta cien lo menos ha regalado;

y además, mantos, pellizas y vestidos muy sobrados;

y esto sin tener en cuenta los haberes monedados.

Los vasallos de mío Cid todos se juramentaron

y cada uno por sí obsequió a los castellanos.

El que algo quiere llevarse, cuanto quiere le entregaron;

ricos tornan a Castilla los que a las bodas llegaron.

Y a sus tierras ya se vuelven los que fueron invitados,

despidiéndose del Cid Campeador bienhadado,

así como de las damas y de todos los hidalgos;

agradecidos se marchan del Cid y de sus vasallos.

Al regreso hablan bien de ellos y de cómo los trataron.

También estaban alegres don Diego y don Fernando,

los infantes de Carrión, hijos del Conde Gonzalo.

Llegados son a Castilla los huéspedes invitados;

mío Cid y sus dos yernos en Valencia se han quedado.

Allí viven los infantes bien cerca de los dos años,

y en Valencia, todo el mundo les iba haciendo agasajo.

Alegre estaba mío Cid, como todos sus vasallos.

¡Quiera la Virgen María, así como el Padre Santo,

que salga bien de estas bodas quien las hubo concertado!

Las coplas de este cantar aquí se van acabando.

Que Dios Creador nos valga junto con todos sus santos.

CANTAR TERCERO
LA AFRENTA DE CORPES
112

Suéltase el león del Cid. – Miedo de los infantes de Carrión. El Cid amansa al león. – Vergüenza de los infantes

En Valencia estaba el Cid y con él los suyos son,

y con él sus ambos yernos, los infantes de Carrión.

Acostado en un escaño dormía el Campeador.

Sabed la mala sorpresa que a todos aconteció:

escapóse de su jaula, desatándose, un león.

Al saberlo, por la corte un grande miedo cundió.

Embrazan sus mantos las gentes del Campeador

y rodean el escaño donde duerme su señor.

Pero Fernando González, un infante de Carrión,

no encontró donde esconderse, ni sala ni torre halló;

metióse bajo el escaño, tanto era su pavor.

El otro, Diego González, por la puerta se salió

gritando con grandes voces: «No volveré a ver Carrión.»

Tras la viga de un lagar metióse con gran pavor,

de donde manto y brial todo sucio lo sacó.

En esto despertó el Cid, el que en buena hora nació,

viendo cercado su escaño de su servicio mejor:

«¿Qué es esto, decid, mesnadas? ¿Qué hacéis a mi alrededor?»

«Señor honrado, le dicen, gran susto nos dio el león.»

Mío Cid hincó su codo y presto se levantó,

el manto colgando al cuello, se dirigió hacia el león.

Cuando el león le hubo visto, intimidado quedó,

y frente al Cid la cabeza bajando, el hocico hincó.

Mío Cid Rodrigo Díaz por el cuello lo cogió,

y llevándolo adiestrado en la jaula lo metió.

Por maravilla lo tienen cuantos circunstantes son,

y se vuelven a palacio llenos de estupefacción.

Mío Cid por sus dos yernos preguntó y no los halló,

y a pesar de que los llama, ninguno le respondió.

Cuando, al fin, los encontraron, los hallaron sin color:

nunca vieron por la corte tanta burla y diversión,

hasta que impuso silencio a todos el Campeador.

Avergonzados estaban los infantes de Carrión,

y resentidos quedaron por aquello que ocurrió.

113

El rey Búcar, de Marruecos, ataca a Valencia

Ellos estando en tal trance, tuvieron un gran pesar:

fuerzas de Marruecos llegan para a Valencia cercar;

sobre los campos de Cuarte las tropas van a acampar,

cincuenta mil tiendas grandes ya plantadas allí están:

eran fuerzas del rey Búcar, si de él oísteis hablar .

114

Los infantes temen la batalla. – El Cid los reprende

Ello al Cid y a sus varones alegra de corazón,

pues les traerá ganancias, y lo agradecen a Dios.

Mas sabed que ello les pesa a los condes de Carrión;

que el ver tanta tienda mora grande disgusto les dio.

Ambos hermanos aparte así hablaron los dos:

«Calculamos la ganancia, pero la pérdida, no;

ahora, en esta batalla, habremos de entrar los dos;

esto está determinado para no ver más Carrión;

viudas habrán de quedar las hijas del Campeador.»

Aunque en secreto lo hablaron, Muño Gustioz los oyó,

y fuese a darle la nueva a mío Cid Campeador:

«He aquí a vuestros yernos, que tan atrevidos son,

que por no entrar en batalla ahora piensan en Carrión.

Marchad, pues, a consolarlos y así os valga el Creador,

y en paz queden y en la lucha no hayan participación.

Nosotros los venceremos y nos valdrá el Creador.»

Mío Cid Rodrigo Díaz sonriéndose salió:

«Dios os salve, yernos míos, los infantes de Carrión,

en brazos tenéis mis hijas, que son blancas como el sol.

Yo sólo pienso en batallas y vosotros en Carrión;

quedaos, pues, en Valencia a vuestro mejor sabor,

que del enemigo moro ya entiendo bastante yo,

y a vencerlo yo me atrevo con la merced del Creador.»

115

Mensaje de Búcar. – Espolonada de los cristianos. – Cobardía del infante Fernando. – (Crónica de Veinte Reyes). – Generosidad de Pero Bermúdez

Ojalá vea la hora en que yo pueda pagaros.»

Y el infante con don Pero juntos se volvieron ambos.

Así lo afirma don Pero, como lo cuenta Fernando.

Plugo esto a mío Cid como a todos sus vasallos:

«Aun si Dios así lo quiere y el Padre que está en lo alto,

mis dos yernos algún día buenos serán en el campo.»

Mientras esto va diciendo, las gentes ya van llegando,

y la hueste de los moros va los tambores sonando;

por maravilla lo tienen casi todos los cristianos,

que nunca lo habían visto los últimos que llegaron.

Más que todos maravíllanse don Diego y don Fernando,

que por su voluntad propia no se hubieran acercado.

Oíd, pues, lo que dijera mío Cid el bienhadado:

«Ven acá, Pero Bermúdez, tú, mi buen sobrino caro,

cuídame bien a don Diego y cuídame a don Fernando,

mis yernos ambos a dos, porque yo mucho los amo,

que los moros, si Dios quiere, no quedarán en el campo.»

116

Pero Bermúdez se desentiende de los infantes. – Minaya y don Jerónimo piden el primer puesto en la batalla

«Os digo yo, mío Cid, y os pido por caridad,

que este día a los infantes no me obliguéis a cuidar,

cuídese de ellos quienquiera, que a mí ¡poco se me da!

Yo con los míos quisiera en la vanguardia atacar,

y vos con los vuestros, firmes a retaguardia quedad;

y si hubiere algún peligro, bien me podréis ayudar.»

En esto llegó Minaya Álvar Fáñez, para hablar:

«Oíd lo que ahora os digo, Cid Campeador leal:

esta batalla que empieza es el Señor quien la hará,

y vos, tan digno, tenéis su bendición celestial.

Mandadnos, pues, mío Cid, como quisieseis mandar,

que el deber de cada uno cumplido habrá de quedar.

Hemos de ver cómo Dios de ventura os colmará.»

Mío Cid dijo: «No hay prisa, aún podemos esperar.»

El obispo don Jerónimo, que muy bien armado va,

se detuvo ante mío Cid, con deseos de luchar:

«Hoy os he dicho la misa de la Santa Trinidad;

y si salí de mi tierra y hasta aquí os vine a buscar,

es por cumplir el deseo de algunos moros matar;

que mi orden y mis manos así yo quisiera honrar,

y en esta batalla quiero ser quien empiece a atacar.

Traigo yo pendón con corzas en mis armas por señal,

y, si pluguiera al Señor, yo las quisiera probar

y mi corazón así mucho habríase de holgar,

y vos, mío Cid, podríais de mí satisfecho estar.

Si este favor no me hacéis de aquí quisiera marchar.»

Entonces dijo mío Cid: «Lo que vos queréis, será.

Ya se divisan los moros, las armas podéis probar,

nosotros de aquí veremos cómo pelea el abad.»

117

El obispo rompe la batalla. – El Cid acomete. Invade el campamento de los moros

El obispo don Jerónimo tomó una buena arrancada

y fue a atacar a los moros al campamento en que estaban.

Por la suerte que le cupo, y porque Dios le amparaba,

a los dos primeros golpes que dio dos moros matara.

Como el astil ha quebrado, echóle mano a la espada.

Esforzábase el obispo, ¡Dios, y qué bien que luchaba!

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