Read Cantar del Mio Cid Online
Authors: Anónimo
los matasen en el campo deshonrando a su señor.
El propósito fue malo, y a cabo no se llevó
porque gran miedo tuvieron a Alfonso el de León.
De noche velan las armas y ruegan al Creador.
Pasada que fue la noche y se quebraba el albor,
se van congregando muchos de aquellos hombres de pro
para presenciar la lid a su gusto y su sabor;
y sobre todos, allí está Alfonso el de León
para que hubiese justicia y no hubiese fraude, no.
Ya se vestían las armas los del buen Campeador,
y los tres iban de acuerdo ya que sirven a un señor.
En otro lugar se armaban los infantes de Carrión,
mientras los va amonestando García Ordóñez, mejor.
Estuvieron discutiendo y al rey pidieron que no
se emplease la Colada ni Tizón, aquellas dos
espadas, que no las usen los del Cid Campeador,
arrepentidos estaban de darlas los de Carrión.
Así pidieron al rey, mas no se lo concedió:
«No se exceptuó ninguna, al tratar de la cuestión.
Si buenas las tenéis, pueden aprovecharos a vos;
otro tanto habrán de hacer los del Cid Campeador.
Andad y salid al campo así, infantes de Carrión,
que es necesario lidiar a modo de buen varón,
que por nada han de quedar los del Cid Campeador.
Si del campo salís bien, alcanzaréis gran honor;
mas si quedaseis vencidos no habéis de culpar a nos
porque todos saben ya que lo habéis buscado vos.»
Ya se van arrepintiendo los infantes de Carrión,
de aquello que habían hecho muy arrepentidos son;
no hubieran querido hacerlo por cuanto hay en Carrión.
Ya están armados los tres de mío Cid Campeador,
y a visitarlos los fue don Alfonso el de León.
Entonces, así le dicen los del Cid Campeador:
«Os besamos vuestras manos, como a buen rey y a señor
y que seáis juez de ellos y nuestro en la lid de hoy;
en la justicia, valednos; pero en la injusticia, no.
Aquí tienen su partido los infantes de Carrión,
y no sabemos qué cosas pueden tramar contra nos.
Bajo la protección vuestra nos puso nuestro señor;
¡mantenednos en justicia, por amor del Creador! »
Entonces, dijo así el rey: «Con alma y de corazón.»
Trajéronles los caballos, los de andadura veloz;
santiguaron a las sillas, cabalgaron con ardor;
los escudos sobre el cuello que bien broquelados son;
y en las manos van las astas con buen hierro tajador,
las tres lanzas llevan todas al extremo su pendón;
y muchos buenos varones van de ellos alrededor.
Ya se salían al campo entre mojón y mojón .
Los tres estaban de acuerdo los del Cid Campeador
para que cada uno de ellos fuera a herir a su agresor.
He aquí, de la otra parte, los infantes de Carrión,
que van muy acompañados, que muchos parientes son.
El rey les señaló jueces, que a quien tenga, den razón,
que no disputen con ellos sobre sí o sobre no.
Cuando en el campo estuvieron, así el rey Alfonso habló:
«Oíd lo que ahora os digo, oíd, condes de Carrión:
esta lid debió de hacerse en Toledo, pero no
quisisteis vosotros. Estos jinetes del Campeador
los traje bajo mi guarda a la tierras de Carrión.
Teneos en vuestro derecho y ningún fraude hagáis vos,
porque aquel que fraude hiciere, se lo habré de vedar yo,
y en todos los reinos míos no vivirá a su sabor.»
Ya mucho les va pesando a los condes de Carrión.
Los jueces y el rey señalan el campo con un mojón,
salieron después del campo, quedando a su alrededor.
Bien se lo dijeron a los seis que juntados son.
Bien quedaría vencido quien saliese del mojón.
Todas las gentes, entonces se esparcen alrededor
a la distancia de seis astas antes del mojón.
Sorteábanles el campo y les partían el sol,
ya se apartaban los jueces y ellos cara a cara son.
Arremeten los del Cid a los condes de Carrión,
y los de Carrión, después, a los del Campeador;
cada uno de ellos piensa en el frontero agresor;
y embrazan ya sus escudos delante del corazón,
bajan las lanzas envueltas cada cual con el pendón,
y las caras inclinando por encima del arzón,
batiendo van los caballos a golpes de su espolón,
temblar quería la tierra de aquella lucha al fragor.
Cada uno de ellos piensa solamente en su agresor;
todos, tres a tres, se juntan mezclados en confusión,
ya los contaban por muertos los que están alrededor.
Pero Bermúdez, aquel que antes su reto lanzó,
con don Fernando González cara a cara se juntó,
golpeándose en los escudos sin reposo ni pavor.
Por fin, Fernando González el escudo atravesó
de Pero, mas dio en vacío y en carne no le tocó,
y por dos sitios distintos el astil se le quebró.
Firme está Pero Bermúdez por eso no se torció;
y si un golpe recibiera, él otro más fuerte dio:
partió el forro del escudo, y fuera de sí lo echó,
y atravesándolo todo, así nada le sirvió.
Le hundió la lanza en el pecho muy cerca del corazón;
mas tres dobles de loriga a Fernando le salvó,
dos de ellos se desmallaron y el tercero resistió:
el bélmez con la camisa y a más con la guarnición,
dentro de la carne más de una mano le metió;
y de la boca hacia fuera mucha sangre le salió.
Partiéndosele las cinchas, que ninguna le valió,
por la cola del caballo el jinete resbaló.
Por muerto le da la gente al mirar al de Carrión,
pero, dejando la lanza, mano a la espada metió,
cuando Fernando González a Tizón reconoció,
antes de esperar el golpe, dijo así: « ¡Vencido soy! »
Así asintieron los jueces, y Bermúdez lo dejó.
Martín Antolínez vence a Diego
Martín y Diego González se acometen con las lanzas,
y tales los golpes fueron que quebradas quedan ambas.
Martín Antolínez, luego, echó mano de la espada
que hace relumbrar el campo, tan limpia es y tan clara;
y dio un golpe a su adversario que de lado lo tomara;
la parte alta del yelmo del golpe se la arrancara,
las correas que lo aguantan todas quedaron cortadas
y arrancándole el almófar, hasta la cofia llegara,
y la cofia y el almófar, se lo arranca, con la espada,
los pelos le va cortando y hasta la carne llegara;
todo cayó por el campo, mas él derecho quedaba.
Cuando este golpe le da con la Colada preciada,
Diego González ya ve que no escapará con alma;
tira la rienda al caballo para volverse de cara,
la espada lleva en la mano pero no se atreve a usarla.
Entonces el buen Martín le recibió con la espada,
un golpe le dio de plano, que de filo no le alcanza.
Entonces, Diego, el infante, con grandes voces clamaba:
« ¡Valedme, Señor glorioso, libradme ya de esta espada! »
El caballo refrenó para huir de Colada,
sacólo del mojón, mientras Martín en el campo estaba.
Entonces dijo así el rey: «Venid vos a mi compaña;
por cuanto habéis hecho ya, ganado habéis la batalla.»
Y otorgándole los jueces que era verdad su palabra.
Muño Gustioz vence a Asur González. – El padre de los infantes declara vencida la lid. – Los del Cid vuelven cautelosamente a Valencia. – Alegría del Cid. – Segundos matrimonios de sus hijas. – El juglar acaba su poema
Los dos han sido vencidos . Ahora os quiero contar yo
cómo Gustioz con Asur González cuál se arregló.
Hiriéronse en los escudos con grandes golpes los dos.
Era Asur González muy forzudo y de gran valor,
y a Muño Gustioz, con fuerza, en el escudo le hirió;
tras el escudo embrazado la guarnición falseó;
pasó en vacío la lanza, la carne no le rozó.
Al recibir este golpe, Muño Gustioz, otro dio;
y por medio de la bloca el escudo quebrantó,
no lo pudo resistir, falseó la guarnición,
y se la clavó en un lado, mas no en el del corazón;
metiéndole carne adentro la lanza con el pendón,
y por detrás de la espalda una braza la sacó,
y dando un tirón con ella en la silla lo movió,
y al ir a sacar la lanza, en la tierra lo derribó;
bermejo salía el astil como la lanza y pendón.
Todos estaban seguros que por muerto se quedó.
La lanza volvió a tomar y contra él arremetió;
mas dijo Gonzalo Ansúrez: « ¡No lo hiráis ya más, por Dios!
¡Vencido está ya en el campo; este combate acabó!
Dijeron los jueces: «Esto lo hemos oído los dos.»
Mandó despejar el campo don Alfonso el de León,
las armas que allí quedaron para sí el rey las tomó.
Declarados vencedores, se van los del Campeador;
vencieron en esta lid gracias a Dios Creador.
Grandes eran los pesares por las tierras de Carrión.
El rey, a los de mío Cid de noche los envió
para que de algún asalto no tuvieran el temor.
A manera de prudentes van en carrera veloz
y helos en Valencia ya con el Cid Campeador.
Por maltrechos se dejaron a los condes de Carrión:
han cumplido ya el deber que les mandó su señor;
mucho se alegró al saberlo mío Cid Campeador.
Envilecidos quedaron los infantes de Carrión.
Quien a una dama escarnece y la abandona traidor,
esto suele acontecerle, o tal vez cosa peor.
Dejemos ya los asuntos de los condes de Carrión,
que con lo que han recibido ya bien castigados son;
hablemos nosotros de este que en buena hora nació.
Grandes son los alborozos en Valencia la mayor,
porque victoriosos fueron los del Cid Campeador.
Cogióse entonces la barba Ruy Díaz su señor:
« ¡Gracias al Rey de los cielos, mis hijas vengadas son!
¡Ahora sí que tendrán libres sus herencias de Carrión!
Pese a quien pese, ya puedo casarlas a gran honor.»
Ya comenzaron los tratos con Navarra y Aragón,
y celebraron su junta con Alfonso el de León.
Hicieron sus casamientos doña Elvira y doña Sol;
si los de antes buenos fueron, éstos aún lo son mejor;
con mayor honra las casa que otro tiempo las casó.
Ved cómo aumenta la honra del que en buena hora nació,
al ser señoras sus hijas de Navarra y de Aragón.
Ahora los reyes de España todos sus parientes son,
que a todos alcanza honra por el que en buena nació .
Dejó este siglo mío Cid, que fue en Valencia señor,
día de Pentecostés; ¡de Cristo alcance el perdón!
¡Así hagamos nosotros, el justo y el pecador!
Estas fueron las hazañas de mío Cid Campeador;
en llegando a este lugar se termina esta canción.