Cantar del Mio Cid (16 page)

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Authors: Anónimo

Recuerda cuando luchamos cerca de Valencia, allá;

pediste atacar primero, al Campeador leal,

viste un moro y en seguida tú le quisiste atacar;

pero te pusiste en fuga antes del moro llegar.

Si yo no hubiese acudido, te burlara el moro mal;

pasé delante de ti, con él me hube de juntar;

y de los primeros golpes, húbele de derrotar;

te di su caballo, y el secreto hube de guardar:

hasta hoy, este secreto a nadie quise contar.

Delante del Cid y de todos te escuché alabar

de que matas te tú al moro por tu valor personal,

y todos te lo creyeron mas no saben la verdad,

¡Eres apuesto doncel, mas cobarde si los hay!

¡Lengua sin manos tú eres! ¿Cómo te atreves a hablar?»

144

Prosigue el reto de Pero Bermúdez

«Di, pues, Fernando González; contesta a mi acusación:

¿No te acuerdas, en Valencia, de aquel lance del león,

cuando dormía mío Cid, y el león se desató?

¡Eh, tú, Fernando, responde! ¿Qué hiciste con tu pavor?

¡Te metiste bajo del escaño del Campeador!

¡Tú te escondiste, y por eso, aún vales menos hoy!

Cercábamos el escaño, cuidando a nuestro señor,

hasta que despertó el Cid el que Valencia ganó;

levantóse él del escaño y al león se dirigió;

la fiera hincó la cabeza y a mío Cid esperó,

dejóse coger del cuello y en la jaula se metió.

Cuando se volvió después el buen Cid Campeador,

a todos sus cortesanos los halló a su alrededor;

preguntó por sus dos yernos, y a ninguno los halló,

¡Te reto yo a desafío por malvado y por traidor!

Esto yo lo sostendré ante el rey nuestro señor

por las hijas de mío Cid doña Elvira y doña Sol;

porque las habéis dejado, mucho menos valéis vos,

ellas son mujeres y vosotros hombres sois,

y aun así, de todos modos, mucho más valen que vos.

Cuando la lid se celebre, si pluguiese al Creador,

tú te habrás de confesar a manera de traidor;

y de cuanto aquí te he dicho por veraz quedaré yo.»

Y de ambos litigantes, la disputa aquí acabó.

145

Diego desecha la inculpación de menosvaler

Habló don Diego González, oiréis lo que así dijo:

«Por naturaleza somos de aquellos condes más limpios,

¡ojalá estos casamientos no se hubiesen contraído

para no emparentar con el mío Cid don Rodrigo!

De haber dejado sus hijas, aún no nos arrepentimos;

mientras vivan en el mundo ya pueden lanzar suspiros:

lo que les hicimos, siempre les ha de ser retraído.

Esto yo lo sostendré aun contra el más aguerrido:

que porque nos las dejamos muy honrados nos sentimos.»

146

Martín Antolínez reta a Diego González

El buen Martín Antolínez en pie se fue a levantar;

«¡Cállate, alevoso, calla, ruin boca sin verdad!

Lo del león, en Valencia, no se te debe olvidar;

te escapaste por la puerta, y te marchaste al corral

y allí te fuiste a esconder tras la viga del lagar;

y ponerte no pudiste más el manto ni el brial.

Yo habré de lidiar contigo, de otro modo, no será

las hijas de mío Cid las fuisteis a abandonar,

y de todas las maneras más que vosotros valdrán.

Cuando se acabe la lid por tu boca lo dirás,

que eres traidor y mientes en cuanto aquí dicho has.»

147

Asur González entra en la corte

De estos ambos que contienden la disputa ha terminado.

Asur González entraba entonces en el palacio,

llevando el manto de armiño y su brial arrastrando;

colorado llega porque había mucho almorzado.

En aquello que dijera tuvo muy poco cuidado.

148

Asur insulta al Cid

« ¡Oh, señores, ¿quién vio nunca en la corte cosa tal?

¿Quién dijera que nobleza nos diera el Cid de Vivar?

¡Váyase ya al río Ubierna sus molinos a picar

y a cobrar maquilas vaya, como suele acostumbrar!

¿Quién le diera a sus hijas con los de Carrión casar?»

149

Muño Gustioz reta a Asur González. – Mensajeros de Navarra y de Aragón piden al Cid sus hijas para los hijos de los reyes. – Don Alfonso otorga el nuevo casamiento. – Minaya reta a los de Carrión. – Gómez Peláez acepta el reto, pero el rey no fija plazo sino a los que antes retaron. El rey amparará a los tres lidiadores del Cid. – El Cid ofrece dones de despedida a todos. – (Crónica de Veinte Reyes.). – El rey sale de Toledo con el Cid. – Manda a éste correr su caballo

Entonces, Muño Gustioz en pie se puso y habló:

« ¡Calla, le dijo, alevoso, calla, malvado y traidor!

Antes te vas a almorzar que acudes a la oración;

aquellos a los que besas los espantas con tu olor.

No dices verdad alguna ni al amigo ni al señor;

eres falso para todos y más falso para Dios.

En tu amistad yo no quiero tener participación.

Te he de obligar a decir que eres tal cual digo yo.»

Dijo el rey Alfonso, entonces: «Termine ya esta cuestión.

Aquellos que se han retado, lidiarán, quiéralo Dios.»

Así como fue acabada esta enconada cuestión,

dos caballeros entraron en la corte, ambos a dos:

a uno llamaban Ojarra, a otro Iñigo Jimenón,

uno era del infante de Navarra rogador

y el otro lo era también del infante de Aragón;

saludan al rey, y luego besan sus manos los dos,

y después, piden sus hijas a mío Cid Campeador,

para que sean las reinas de Navarra y de Aragón ,

y que se las diesen piden con honra y en bendición.

Después de esto, se callaron, la corte les escuchó.

Entonces, alzóse en pie mío Cid Campeador:

« ¡Merced, rey Alfonso, ya que sois mi rey y señor!

Eso agradecerlo debo a Dios nuestro Creador,

que me pidan a mis hijas, de Navarra y de Aragón.

Vos, antes, las desposasteis, vos fuisteis, que no fui yo;

he aquí a mis hijas, pues, que ahora en vuestras manos son:

sin que vos deis licencia, nada tengo que hacer yo.»

Se levantó el rey y a todos que se callaran mandó:

«Os digo, Cid Ruy Díaz, mi cabal Campeador,

que si a vos os satisface, así lo otorgaré yo

y que aquestos casamientos concierte la corte hoy,

que ellos habrán de aumentaros en propiedades y honor.»

Levantóse el Cid entonces y al rey las manos besó:

«Cuanto a vos os place, rey, otórgolo yo, señor.»

Entonces, así el rey dijo: « ¡Dios os dé buen galardón!

A vos, pues, Ojarra, y a vos, Iñigo Jimenón,

los casamientos propuestos autorizo yo

de las hijas de mío Cid, doña Élvira y doña Sol,

con los infantes aquellos de Navarra y de Aragón;

yo os las tengo que entregar con honra y en bendición.»

En pie levantóse Ojarra, como Iñigo Jimenón,

y le besaron las manos al rey Alfonso los dos,

y fueron luego a besarlas a mío Cid Campeador;

hiciéronse las promesas, y de cuanto se trató

los juramentos se hicieron de así cumplirlo, o mejor.

Esto, a muchos de la corte les plugo de corazón;

pero disgustó a los que eran de los condes de Carrión.

Álvar Fáñez de Minaya se levantó, y así habló:

«Merced os pido yo ahora, como a mi rey y señor,

y que aquesto no le pese a mío Cid Campeador:

bien libres os he dejado en toda esta corte de hoy,

mas decir quisiera ahora algo que he pensado yo.»

Dijo el rey: «Podéis hablar, os oigo de corazón;

decid, Minaya Álvar Fáñez, hablad a vuestro sabor.»

«Yo os ruego que me escuchéis todos cuantos aquí sois,

que un grande rencor yo tengo a los condes de Carrión.

Yo, entonces, les di mis primas porque el rey me lo mandó,

y ellos así las tomaron con honor y en bendición;

cuantiosos bienes les diera mío Cid Campeador,

y ellos las abandonaron y muy a pesar de nos.

¡Yo les reto desde ahora por traidores a los dos!

De casta de BeniGómez entrambos venidos sois,

de donde salieron condes de grande prez y valor;

no bien sabemos las mañas que ellos suelen gastar hoy.

Esto debo agradecer a nuestro Padre Creador,

que ahora piden a mis primas doña Elvira y doña Sol

para casar con infantes de Navarra y de Aragón;

antes ellas fueron vuestras mujeres para los dos

ahora besaréis sus manos y les rendiréis honor;

y las habréis de servir por mucho que os pese a vos.

¡Gracias a Dios de los cielos y al rey Alfonso les doy,

porque así crece la honra de mío Cid Campeador!

Y en todas vuestras acciones tales sois cual digo yo;

y si hay aquí quien responda o alguien que diga que no,

soy Álvar Fáñez Minaya y para todo el mejor.»

Entonces, Gómez Peláez en su pie se levantó:

«¿Qué vale, Minaya, dice, toda esa larga razón?

Muchos hay en esta corte para contender con vos,

y quien otra cosa diga sería en su deshonor.

Si Dios quisiese que de ésta saliera yo vencedor,

después habréis de decir qué dijisteis o qué no.»

Dijo el rey Alfonso: «Aquí se acabe esta discusión:

no diga ninguno ya más sobre esto su opinión.

Mañana sea la lid tan pronto amanezca el sol,

tres a tres de aquellos que se desafiaron hoy.»

Luego, se alzaron a hablar los infantes de Carrión:

«Dadnos plazo, que mañana no puede ser para nos,

pues las armas y caballos dímosle al Campeador

y antes habremos de ir a las tierras de Carrión.»

Entonces, el rey Alfonso le dijo al Campeador:

«Sea esta lid celebrada en donde mandaréis vos.»

A esto, le respondió el Cid: «No puedo hacerlo, señor

prefiero ir a Valencia que a las tierras de Carrión.»

Entonces, respondió el rey: «Conformes, Campeador.

Dadme vuestros caballeros con toda su guarnición

y que se vengan conmigo, yo seré su protector;

y yo os garantizo, como al vasallo hace el señor,

que no tendrán violencias, de conde ni de infanzón.

Aquí les señalo el plazo que desde ahora les doy,

y pasadas tres semanas, en las vegas de Carrión

que se celebre la lid, estando presente yo;

quien no acudiese en el plazo, que pierda de su razón,

que se declare vencido y que huya por traidor.»

Recibieron la sentencia los infantes de Carrión.

Mío Cid Rodrigo Díaz al rey las manos besó:

«Estos caballeros míos en vuestras manos ya son,

a vos os los encomiendo, como a mi rey y señor.

Ellos están preparados para cumplir su misión,

¡devolvédmelos con honra a Valencia la mayor! »

Entonces repuso el rey: «Así lo permita Dios.»

Allí se quitó el capillo mío Cid Campeador,

y la cofia toda de hilo, que era blanca como el sol,

y soltándose la barba la desató del cordón .

No se hartaban de mirarle cuantos en la corte son.

Se dirigió al conde Enrique y luego al conde Ramon;

los abrazó estrechamente, rogando de corazón

que tomasen de sus bienes cuanto quisieren los dos.

A éstos, como a los otros que de su partido son,

a todos les va rogando que tomen a su sabor;

algunos hay que sí cogen, algunos los hay que no.

Aquellos doscientos marcos al rey se los perdonó

y de todo cuanto tiene al rey Alfonso ofreció:

« ¡Merced os pido, oh rey, por amor del Creador!

Ya que todos los negocios tan bien arreglados son,

beso vuestras reales manos con vuestra gracia, señor,

y marchar quiero a Valencia, que con afán gané yo» .

150

El rey admira a Babieca, pero no lo acepta en don. – Últimos encargos del Cid a sus tres lidiadores. – Tórnase el Cid a Valencia. – El rey en Carrión. – Llega el plazo de la lid. – Los de Carrión pretenden excluir de la lid a Colada y Tizón. – Los del Cid piden al rey amparo y salen al campo de la lid. – El rey designa fieles del campo y amonesta a los de Carrión. – Los fieles preparan la lid. – Primera acometida. – Pero Bermúdez vence a Fernando

El rey alzando la mano, la cara se santiguó:

«Yo juro ahora por San Isidoro de León,

que por todas nuestras tierras no existe tan buen varón.»

Mío Cid con su caballo ante el mismo rey llegó

para besarle la mano, como monarca y señor:

«Me mandaste hacer carrera, con Babieca el corredor,

caballo así no lo tienen moros ni cristianos hoy;

yo os lo entrego, rey Alfonso servíos tomarlo vos.»

Entonces, dijo así el rey: «Eso yo no quiero, no,

que al tomarlo yo, el caballo perdiera tan buen señor.

Este caballo, como es, tan sólo es digno de vos,

para vencer a los moros y ser su perseguidor;

quien quitárselo quisiere no le valga el Creador,

por vos y por el caballo muy honrados somos nos.»

Entonces se despidieron, y a la corte el rey volvió.

Mío Cid a los que habían de lidiar aconsejó:

« ¡Martín Antolínez y Pero Bermúdez, los dos,

como igual Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro,

estad firmes en el campo como cumple al buen varón;

y que lleguen buenas nuevas allá a Valencia, de vos.»

Dijo Martín Antolínez: «¿Por qué lo decís, señor?

Ello queda a nuestro cargo y es nuestra obligación;

podréis oír hablar de muertos, pero de vencidos no.»

Contento se fue por esto el que en buen hora nació;

Mío Cid marchó a Valencia y el rey a Carrión marchó.

Las tres semanas de plazo ya las tres cumplidas son.

Helos que llegan al plazo los del Cid Campeador;

cumplir quieren el deber que les mandó su señor;

ellos están al amparo de Alfonso el rey de León;

dos días aún esperaron a los condes de Carrión.

Vienen pertrechados de caballos y guarnición;

y todos los sus parientes de acuerdo con ellos son

que si apartarlos pudiesen a los del Campeador,

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