Read Cantar del Mio Cid Online
Authors: Anónimo
Pensemos en nuestra marcha, esto dejémoslo estar.
Que todos los duelos de hoy en gozos se tornarán:
y Dios, que nos dio las almas, su remedio nos dará.»
Al abad don Sancho torna de nuevo a recomendar
que sirva a doña Jimena y a sus hijas que allí están,
como también a las damas que acompañándolas van;
y que sepa que por ello buen galardón obtendrá.
Cuando tornaba don Sancho, Álvar Fáñez le fue a hablar:
«Si veis venir a más gentes buscándonos, buen abad,
decid que el rastro nos sigan y emprendan el caminar,
porque en yermo o en poblado bien nos podrán alcanzar.»
Sueltan entonces las riendas, empezando a cabalgar,
que el plazo para salir del reino se acaba ya.
Mío Cid llegó a la noche hasta Espinazo de Can.
Muchas gentes, esa noche, se le fueron a juntar.
Otro día, de mañana, comienzan a cabalgar,
Saliendo ya de su tierra el Campeador leal;
San Esteban deja a un lado, aquella buena ciudad,
y pasa por Alcubilla, que de Castilla es fin ya;
la calzada de Quinea íbala ya a traspasar;
por Navapalos, el río Duero van a atravesar,
hasta Figueruela donde mío Cid mandó posar.
Y de todas partes, gentes acogiéndosele van.
Última noche que el Cid duerme en Castilla. – Un ángel consuela al desterrado
A dormir se echó mío Cid cuando la noche llegó;
sueño tan dulce le vino que en seguida se durmió.
El Arcángel San Gabriel se le apareció en visión y le dijo:
«Cabalgad, oh buen Cid Campeador,
que nunca con tanta suerte cabalgó ningún varón;
mientras vivas en la tierra os protegerá el Señor.»
Cuando se despertó el Cid, la cara se santiguó.
El Cid acampa en la frontera de Castilla
Se persignaba la cara y a Dios se fue a encomendar;
y muy contento se encuentra del sueño que fue a soñar.
Otro día, de mañana, empiezan a cabalgar;
es día postrer del plazo, sabed que no quedan más.
Hacia la sierra de Miedes se marchan a descansar,
al lado diestro de Atienza que es tierra de moros ya.
Recuento de las gentes del Cid
Todavía era de día, no se había puesto el sol,
cuando revistar sus gentes ordenó el Campeador:
sin contar a los infantes, que todos valientes son,
contó hasta trescientas lanzas, cada cual con su pendón.
El Cid entra en el reino moro de Toledo, tributario del rey Alfonso
«¡Temprano dad la cebada, y Dios os quiera salvar!
El que quisiere, que coma, y aquel que no, a cabalgar.
Pasaremos hoy la sierra, que muy escabrosa está,
y el reino del rey Alfonso lo dejaremos atrás.
Después, aquel que nos busque, hallarnos presto podrá.»
De noche pasan la sierra, la mañana llega ya,
y por la loma hacia abajo empiezan a caminar.
En medio de una montaña maravillosa y selval
hizo acampar mío Cid y a las bestias pienso dar.
Díjoles a todos cómo ha pensado trasnochar y todos,
buenos vasallos, lo aceptan de voluntad,
pues lo que manda el señor dispuestos a hacer están.
Antes que la noche llegue comienzan a cabalgar;
lo hace el Cid para que así nadie sepa adónde va.
Toda la noche anduvieron sin pararse a descansar.
Donde dicen Castejón, que en el Henares está,
mío Cid una celada se dispuso a preparar.
Plan de campaña. – Castejón cae en poder del Cid por sorpresa. – Algara contra Alcalá.
Toda la noche mío Cid se la pasó en la celada,
como así le aconsejó Álvar Fáñez de Minaya:
«¡Cid Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada!
Vos, con ciento de estos hombres que van en nuestra compaña,
ya que a Castejón tenemos tendida buena celada,
quedaos aquí, teniendo esas gentes a la zaga;
a mí entregadme doscientos para atacar en vanguardia,
y con Dios y nuestra suerte haremos buena ganancia.»
Dijo el Cid Campeador: «Muy bien hablasteis, Minaya;
vos, con los doscientos hombres, marchad, pues, a la vanguardia.
Allá vayan Álvar Álvarez y Salvadórez, sin falta,
también Galindo García, que es una aguerrida lanza,
todos buenos caballeros que acompañen a Minaya.
Con intrepidez corred; por miedo no dejéis nada.
Marchad por Hita hacia abajo, llegando a Guadalajara,
y hasta la misma Alcalá, avancen vuestras vanguardias,
y de vuestras correrías asegurad las ganancias,
pues por el miedo a los moros no habéis de dejaros nada.
Yo, con los cien que me quedan, formaré la retaguardia
custodiando a Castejón, que un abrigo nos depara.
Si algún peligro corréis en las puntas de vanguardia,
enviadme vuestro aviso, puesto que estaré a la zaga.
Del socorro que os envíe, habrá de hablar toda España.»
Nombrados son los guerreros que han de formar en vanguardia
y los que con mío Cid quedarán en retaguardia.
Ya se quiebran los albores, va llegando la mañana,
salía ya el sol, ¡oh Dios, y qué hermoso despuntaba!
En Castejón todos ya de la cama se levantan,
abren las puertas y van a sus labores diarias,
camino de sus faenas a las tierras de labranza.
Todos salieron, las puertas abiertas se las dejaban;
muy poca gente en el pueblo de Castejón se quedaba;
las gentes por fuera todas se encuentran diseminadas.
El Campeador, entonces, salióse de la emboscada
y rodeó a Castejón, que despoblado se hallaba.
Moros y moras que al paso veía, los apresaba,
así como a los ganados que alrededor pasturaban.
Mío Cid Rodrigo Díaz a la puerta se encaraba;
los que allí están, cuando vieron que tanta gente llegaba,
tuvieron miedo y dejaron la puerta desamparada.
Entonces, mío Cid Ruy Díaz por la puerta abierta entraba;
en la mano valerosa desnuda lleva la espada,
dando muerte a quince moros de cuantos al paso hallara.
Así a Castejón ganó con todo el oro y la plata.
Ya llegan sus caballeros cargados con la ganancia,
y la dan a mío Cid, que no lo apreciaba en nada.
He aquí los doscientos tres hombres que van en vanguardia,
que por la tierra se extienden, corriéndola y saqueándola,
hasta llevar a Alcalá la señera de Minaya;
y desde allí, otros regresan cargados con la ganancia,
por el Henares arriba buscando a Guadalajara.
De la correría traen muy abundantes ganancias,
muchos ganados de ovejas así como muchas vacas;
también traen muchas ropas y otras riquezas sin tasa.
Enarbolada a los vientos va la enseña de Minaya;
sin que ninguno se atreva a atacarlos por la espalda.
Con el cobrado botín tornaban los de vanguardia;
helos allá en Castejón, donde mío Cid estaba.
El castillo custodiado dejó, y a esperarlos marcha
rodeado de las gentes que componen su mesnada,
y con los brazos abiertos va a recibir a Minaya:
«¿Venís aquí ya, Álvar Fáñez el de la valiente lanza?
Cuando os envié, bien puse en vos toda mi esperanza.
Vuestro botín con el mío juntemos; de la ganancia
os daré la quinta parte, si así lo queréis, Minaya.»
Minaya no acepta parte alguna en el botín y hace un voto solemne
«Mucho os lo agradezco, Cid, Campeador afamado.
De este quinto que me dais en el botín alcanzado,
bien pagado quedaría hasta Alfonso el Castellano.
Mas yo admitirlo no quiero y los dos en paz quedamos.
Desde aquí yo le prometo a Dios, que está allá en lo alto,
que hasta que yo no me harte, montado en mi buen caballo,
de luchar contra los moros y vencerlos en el campo,
bien empleando la lanza o con la espada en la mano,
y no vea chorrear sangre por mi codo abajo,
ante vos, Rodrigo Díaz, luchador tan afamado,
no habré de aceptar de vos ni un solo dinero malo,
pues por mí lo he de tomar si creo que gano algo ;
mientras, todo lo de ahora yo lo dejo en vuestras manos.»
El Cid vende su quinto a los moros. – No quiere lidiar con el rey Alfonso
Las ganancias adquiridas quedaron allí juntadas.
Diose cuenta mío Cid, que en buen hora ciñó espada,
que del rey Alfonso pronto llegaría gente armada
que le buscaría daño para él y sus mesnadas.
Mandó repartir el Cid todo aquel botín, sin falta,
y ordenó a sus quiñoneros que a todos diesen la carta.
Sus caballeros comienzan a cobrar ya su soldada,
y a cada uno de ellos tocan cien marcos de plata
y a los peones les toca de ello la mitad exacta;
la quinta parte tan sólo a mío Cid le quedaba.
Aquí no puede venderla a nadie ni regalarla;
ni cautivos ni cautivas quiso llevarse en compaña.
Habló a los de Castejón y envió a Guadalajara
y a Hita para saber por cuánto se la compraban,
aunque por lo que le diesen alcanzasen gran ganancia.
Ofreciéronle los moros sus tres mil marcos de plata.
Plugo a mío Cid la oferta que los moros le enviaban,
y al tercer día le dieron lo ofrecido al Cid, sin falta.
Pensó entonces mío Cid que ni él ni sus mesnadas
en castillo tan pequeño podían tener morada,
y que si lo defendían se quedarían sin agua.
Aquí Minaya no acepta el ofrecimiento del Cid, no por orgullo,
sino por creer que no tiene valor suficiente su acción.
Repartidores del botín de guerra.
«Los moros ya están en paz y ya selladas las cartas;
a buscarnos vendrá el rey Alfonso con su mesnada.
Dejar quiero a Castejón, oídme todos, Minaya.»
El Cid marcha a tierras de Zaragoza, dependientes del rey moro de Valencia
«Esto que a deciros voy no habréis de tenerlo a mal:
en Castejón por más tiempo no nos podemos quedar;
está cerca el rey Alfonso y a buscarnos nos vendrá.
Mas el castillo no quiero derribarlo, lo he de dar,
y a cien moros y a cien moras quiero darles libertad,
y así por lo que les tomo no podrán de mí hablar mal.
Todos habéis ya cobrado, nadie queda por cobrar.
Mañana al amanecer, otra vez a cabalgar,
que con Alfonso, mi rey, yo no quisiera luchar.»
Cuanto dijo mío Cid a todos los plugo asaz.
Del castillo que tomaron todos muy ricos se van,
y los moros y las moras ya bendiciéndole están.
Márchanse Henares arriba, cuanto pueden caminar,
las Alcarrias han pasado y más adelante van,
y por las Cuevas de Anguita van pasando más allá,
y atravesando las aguas van al Campo de Taranz,
por esas tierras abajo cuanto pueden caminar.
Entre Ariza y Cetina mío Cid se va a albergar.
Grandes ganancias tomaba por las tierras donde va,
no pueden saber los moros la intención que llevará.
Otro día, levantóse mío Cid el de Vivar
y pasó Alhama, la Hoz y hacia más abajo va;
pasó Bubierca y Ateca, que más adelante están,
y sobre Alcocer, el Cid Rodrigo fue a descansar
en un otero redondo, en donde ordenó acampar;
cerca está el Jalón, y el agua no les podían quitar.
Mío Cid Rodrigo así a Alcocer piensa ganar.
El Cid acampa sobre Alcocer
Bien puebla todo el otero y allí las tiendas levanta,
las unas contra la sierra, las otras contra las aguas.
El buen Cid Campeador, que en buen hora ciñó espada,
alrededor del otero y muy cerca ya del agua,
a todos sus mesnaderos mandó cavar una cárcava
para que de día o de noche no les hiciesen celada
y que supiesen que el Cid con los suyos allí estaba.
Temor de los moros
Por todas aquellas tierras va la noticia volando
de que el Cid Campeador allí habíase acampado,
que llegó a tierra de moros y dejó la de cristianos;
los campos de alrededor no se atreven a labrarlos.
Alegrando se va el Cid, lo mismo que sus vasallos;
el castillo de Alcocer lo harán pronto tributario.
El Campeador toma a Alcocer mediante un ardid
Los de Alcocer, a mío Cid ya le pagaban las parias
y los de Ateca y Terrer al igual se las pagaban;
a los de Calatayud, sabed que esto les pesaba.
Allí estuvo mío Cid cumplidas quince semanas.
Cuando vio el Campeador que Alcocer no se entregaba,
intentó un ardid de guerra que practicó sin tardanza:
dejó una tienda tan sólo, mandó las otras quitarlas
y se fue Jalón abajo con la enseña desplegada,
con las lorigas vestidas y ceñidas las espadas,
para con esa cautela prepararles la celada.
Viéndolo los de Alcocer, ¡Dios, y cómo se alababan!
«A las tropas de mío Cid falta el pan y la cebada.
Todas las tiendas se llevan; una sola queda alzada.
Cual si huyese a la derrota, el Cid a escape se marcha;
si le asaltamos ahora, haremos grande ganancia,
antes que los de Terrer pudieran reconquistarla,
y si ellos antes la toman, no habrían de darnos nada;
las parias que él ha cobrado nos devolverá dobladas.»
Saliéronse de Alcocer con precipitada marcha.
El Cid, cuando los vio fuera, salió como a desbandada.
Y por el jalón abajo con los suyos cabalgaba.
Decían los de Alcocer: «¡Ya se nos va la ganancia!»
Y los grandes y los chicos a salir se apresuraban,
y tan gran codicia tienen que otra cosa no pensaban
dejando abiertas las puertas, por ninguno custodiadas.
El buen Cid Campeador hacia atrás volvió la cara;
vio que entre ellos y el castillo quedaba mucha distancia,
manda volver la bandera y aguijar también les manda:
«¡HeridIos, mis caballeros, sin temor, con vuestras lanzas,