¿Cuál es tu flor preferida? El ciclamen. Mi madre tiene uno precioso.
¿Crees en el flechazo? ¡Sí! Supongo que te refieres al amor, ¿no? Aunque no me gustaría recibir uno en el cuerpo.
No me lo puedo creer. Es el amor. El amor con mayúsculas, el amor loco, esa felicidad absoluta, ese que desplaza a todos los demás, por guapos que sean. Amor infinito. Amor ilimitado. Amor planetario. Amor, amor, amor. Tres veces amor. Querrías repetir esa palabra mil veces, la escribes sobre el papel y garabateas su nombre, pese a que, a fin de cuentas, apenas sabes nada de él. Nos vemos todos los días, aunque sólo sea diez minutos debajo de casa o por la calle.
—¿Quedamos un momento?
—Caro, pero si acabo de dejarte hace un instante en casa…
—Tengo que decirte algo…
—Está bien.
Massi se ríe y al cabo de unos minutos estamos en medio de la calle, entre los coches, los autobuses, entre los vehículos que pasan a nuestro alrededor sin hacer ruido aparente. Estamos allí de pie, parados, mientras el resto del mundo gira.
—¿Y bien?… ¿De qué se trata?
Me mira sonriente, arquea las cejas con curiosidad. Le gustaría poder leer en mis ojos y en mi corazón. No lo consigo. No lo logro. Y, al final, opto por la solución más fácil.
—Es que… soy feliz.
Massi me abraza y me estrecha con fuerza. Después se separa un poco de mí, sacude la cabeza y me mira divertido al comprobar hasta qué punto estoy loca de amor.
—Estás completamente chiflada…
—Sí, por ti.
Los días sucesivos transcurren con tranquilidad, ¡Incluso me va bien cuando me preguntan en clase! Es increíble, casi no tengo que prepararme. Me basta con estudiar un poco para saberme la lección. Es magia. Clod y Alis no dan crédito.
—Por eso desapareciste de golpe… ¡Era él! Bueno, he de reconocer que el chico está muy bien.
—Sí, está muy bueno…
—Alis, con eso te quedas corta…
—¡A mí me lo parece! Además, no es que lo conozca tanto, sólo lo vi esa tarde y las dos veces que ha venido a recogerte después. E insisto en que está muy bueno…
Alis siempre consigue hacerme reír.
—¿Te has acostado ya con él?
—¡De eso nada!
—Pues si no lo haces, te dejará…
«¿Por qué tienes que ser siempre tan aguafiestas?», me gustaría responderle. ¡Tengo catorce años! En mi haber cuento con algún que otro beso, un poco de confusión con respecto a los dibujos que hicimos en Ciòccolati… Luego Lorenzo y su mano… Y las cosquillas. Eso es todo.
—¡Bueno, esta tarde quedamos en mi casa! —Alis parece muy decidida—. Las tres. Clase de anatomía. En pocas palabras, educación sexual… ¡Que no se pierda la experiencia que he adquirido gracias a Dodo!
—¡Alis!
—No nos dijiste nada…
Nos mira sonriente.
—Porque no sucedió nada. Mantuvimos relaciones varias veces, sin llegar al final… ¡Aun así, quiero que comprendáis algo! Ahora sois vosotras las que tenéis novio…
Clod y yo nos miramos. Ella abre los brazos.
—¡Nos toca!
Alis nos coge a las dos del brazo.
—Tiene razón.
—¡Bien! ¡En ese caso, esta tarde «estudiamos» en mi casa!
Justo en ese momento pasa por nuestro lado el profe Leone.
—¡Muy bien, así me gusta!
Alis se da media vuelta.
—¡Las convertiré en dos estudiantes modelo!
Después se dirige de nuevo a nosotras:
—¡Muy bien, así me gusta!
¡La tarde en casa de Alis es increíble! Ha instalado una pizarra en la sala.
—Entonces, a ver cómo os lo explico… Esto, como podéis ver, es… —dibuja con una tiza blanca— su cosa… Puede ser más o menos grande… La de Dodo era así.
Y nos indica la medida con las manos. Clod no logra contenerse.
—Veo que lo recuerdas bien, ¿eh?
Alis sonríe.
—Como si se pudiese olvidar fácilmente. Bueno, debéis mostraros afectuosas con esa cosa, no tirar de ella, ser dulces, acariciarla arriba y abajo, sin empujar mucho hasta el fondo… Y sin tirar demasiado hacia vosotras… ¡Si no, se la arrancaréis!
Clod suelta uno de sus comentarios.
—Sí…, ¡para poder llevármela a casa! ¿Quién te crees que soy?, ¿el tío de
Saw
?
En ese preciso momento entra la madre de Alis.
—Chicas, yo salgo… —Luego ve la pizarra—. ¡Alis!
—¡Mañana tenemos clase de educación sexual, mamá! No querrás que me suspendan, ¿no?
La madre mira de nuevo el dibujo que hay en la pizarra.
—Bueno…, si se trata de estudiar.
Y sale. Nosotras retomamos la lección. Alis es una profesora magnífica y con ella descubro cosas que jamás me habría imaginado que podían hacerse.
—¿Os dais cuenta de que nuestros padres habrán hecho todo eso?
—¡Puede que incluso más!
Me imagino a mis padres. Me resulta extraño. Luego a Massi y a mí…, y entonces me parece de lo más natural. Socorro. Se acerca el momento. ¿Qué sucederá?
Vuelvo a casa.
—¡Ya estoy aquí!
Mis padres. Ale, están todos. Voy al baño, cierro con llave y me desnudo. Abro el grifo de la bañera, echo las sales que he comprado. Me pongo el albornoz y me encamino hacia mi habitación. Me encuentro con mi madre.
—¿Qué haces?
—Quería darme un baño. A fin de cuentas, la cena tardará todavía un poco, ¿no?
—Sí.
Y me sonríe. Entro en la habitación, cojo mi iPod, los altavoces, y regreso al cuarto de baño. Cierro la puerta, lo conecto y lo enciendo. Ya está. El agua está ardiendo. Me quito el albornoz y después, poco a poco, me meto en la bañera. Me deslizo lentamente hacia abajo. Quema un poco, pero en cuanto me acostumbro me parece perfecta.
Empieza la música, al azar. Suena Alicia Keys, Me pirra. Lentamente me voy deslizando más hacia abajo. Mi cabeza toca el agua. Está caliente, está buena. Es relajante. El ligero aroma de las sales. Massi. Me encantaría que estuvieras aquí. Y así, pensando en él, me acaricio una pierna. Me lo imagino. Imagino que es una de sus manos. Siento su beso, su perfume. Subo la mano por la pierna. Su mano. Y, de improviso, sigo las instrucciones de Alis. Sonrío medio sumergida en el agua. Ahora sería capaz de hacerlo. Lo haría todo. El agua caliente es perfecta, echo la cabeza un poco más hacia atrás, arqueo la espalda, separo un poco las piernas. Apoyo los pies en las esquinas de la bañera, no pueden ir más allá… Sigo ligera, delicada, suave. Alis me lo ha explicado de maravilla. Me gusta. Y no me avergüenzo. No me avergüenzo estando así…
Tum, tum, tum.
Alguien llama a la puerta.
Me incorporo.
—¿Quién es?
Intentan abrir. Está cerrada. Por suerte.
—¡Soy yo, Ale! ¿Cuánto tiempo piensas estar ahí dentro. Caro?
—Oye, estoy muy a gusto, ¿de acuerdo? Así que espera un poco.
—¡Mira que si no sales echo la puerta abajo!
Pum. Oigo que da una patada en la parte baja de la puerta. Con fuerza.
—Usa el otro baño.
Pum. Otro. Mi hermana, qué coñazo. Me pongo en pie. Me quito la espuma, me seco. Me pongo el pijama azul turquesa. Abro la puerta y salgo del baño toda perfumada, ligera. Me siento limpia. Tranquila. Relajada.
—Ya era hora…
Ale entra deslizándose por detrás de mí. No le hago ni caso. Gracias, Alis. Nos lo explicaste todo a la perfección. Sonrío. De una manera u otra, se puede decir que ha sido mi primera vez. Me siento en el sofá. La cena todavía no está lista. Enciendo la televisión. Busco el canal 5. Ha empezado «Amici». La verdad es que me gustaría ser una de las participantes, pero sin competir, eso no. Se marchan todos, salen del estudio, sacan a empellones a la presentadora y yo permanezco allí, con mi pijama azul turquesa y el micrófono en la mano. Canto de maravilla. Y en las gradas está sólo él, Massi. Canto para ti, Massi.
Cojo el móvil y me pongo en pie sobre el sofá.
Iris
.
La canto casi a voz en grito.
—¡Caro! —Me vuelvo. Es mi madre—. ¿Has perdido el juicio?
Le sonrío.
—¡Es mi canción favorita!
—Sí, sólo me faltaba ahora que participases en el festival de San Remo… Ven a la mesa, venga, la cena está lista.
—Sí, mamá…
Le sonrío y me ruborizo ligeramente. Un pensamiento repentino. Si sólo pudiese imaginar, si sólo supiese lo que ha ocurrido en el cuarto de baño. Y todo lo que me está sucediendo. Qué bonito sería en ocasiones no tener prejuicios y poder confiarse abiertamente, sobre todo con alguien como ella. Me siento frente a mi madre, despliego la servilleta y le sonrío.
—Mmm, qué bien huele… Debe de estar delicioso.
Mi madre no me responde y empieza a servirme. De manera que bajo los ojos y aparto de mi mente cualquier pensamiento, salvo uno. A menudo parece que estemos muy cerca cuando, en realidad, estamos muy lejos unos de otros.
He ido a ver a la abuela. Hacía tiempo que no iba a visitarla. Y, de alguna forma, me sentía culpable. Como si mi felicidad me apartase de su dolor. Hoy, sin embargo, Massi no podía venir a recogerme a la salida del colegio. De forma que he pensado que debía ir a su casa. Por todas las cosas bonitas que me han enseñado, tanto ella como el abuelo Tom. Una pareja maravillosa.
—¿Qué es esto?
—Un albaricoquero. Pero los frutos todavía están verdes.
—¿Se llama de verdad así? Es la primera vez que lo oigo.
Mi abuela sonríe, camina con sus zapatillas azul oscuro por la gran terraza, se aproxima a las plantas y da la impresión de acariciarlas. Ha cambiado. Ahora parece más taciturna.
—Hoy me ha ido muy bien en el colegio…
—¿Ah, sí? Cuéntame…
Le digo que me han preguntado sobre un tema, que me han puesto una buena nota, en fin, le cuento cómo van las cosas en general. De vez en cuando me mira de soslayo y después se concentra de nuevo en sus flores. Asiente con la cabeza mientras escucha, pero luego su mirada se torna más atenta, sus ojos se cruzan con los míos, los observa como si buscase algo nuevo. Por lo visto, se ha dado cuenta. Soy tan feliz… Me encantaría contarle mi historia con Massi, pero no lo consigo, es superior a mis fuerzas.
—Muy bien, veo que todo te está saliendo a pedir de boca…
—Sí, y ahora tengo que prepararme como es debido para el examen final…
—Sigues viendo a tus amigas Alis y Clod, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Bueno, creo que estás viviendo una época preciosa.
—Sí, abuela, es justamente así.
Le sonrío y decido contarle lo de Massi. Pero cuando estoy a punto de empezar a hablar, ella se vuelve, coge un mechón de pelo que le ha caído sobre los ojos, se lo acomoda como puede intentando echárselo sobre los hombros.
Y, de repente, noto que se entristece, busca algo en un lugar indefinido, en el aire, entre los recuerdos, en un pasado remoto o arcano, en su jardín privado, lleno de flores, de setos bien cuidados, de tesoros enterrados, ese lugar umbrío que todos tenemos y en el que de vez en cuando nos refugiamos, ese lugar cuyas llaves sólo poseemos nosotros. Luego parece recordar mi presencia de improviso, entonces se vuelve de nuevo y esboza una sonrisa preciosa.
—Ah, Caro… Despéjame una curiosidad… Ese chico, ese que te había impresionado tanto…, ¿cómo se llamaba? —Mira el cielo como en busca de inspiración. Acto seguido sonríe, repentinamente feliz—. ¡Massi!
Lo recuerda, y yo no puedo por menos que ruborizarme un poco.
—Lo llamabas así, ¿verdad?
—Sí.
—¿Lo has vuelto a ver?
Me encantaría contárselo todo, la fiesta a la que no quería ir, nuestra canción que suena de repente y él, que en ese momento se encuentra a mis espaldas y me besa… Pero se me encoge el corazón, me siento como una estúpida. Su historia de amor era la más bonita de este mundo y ha acabado así, sin que llegasen a romper. De manera que todavía no ha terminado. La miro y me percato de que ya no consigo hacerla feliz, de que ya nada le puede bastar, ser su razón de vida, su felicidad. ¿De qué puedo hablarle yo? Me entran ganas de echarme a llorar, de morirme.
—No, abuela, por desgracia no. No he vuelto a verlo…
Abre los brazos.
—Lástima…
Y entra en casa.
—¿Te apetece beber algo, Carolina?
—No, abuela, gracias. Tengo que marcharme.
Le doy un beso fugaz, a continuación la abrazo fuertemente y cierro los ojos mientras apoyo mi cabeza sobre su hombro. Cuando los abro lo veo de repente a una cierta distancia, sobre la mesa. El dibujo. El dibujo que le hizo el abuelo para el día de los enamorados: un corazón grande coronado por la frase «Para ti, que alimentas mi corazón». Exhalo un largo suspiro, larguísimo. Las lágrimas afloran a mis ojos.
—Perdona, abuela, pero es que llego tarde.
Y me marcho.
Bajo la escalera a toda velocidad, salgo a la calle, respiro profundamente, cada vez más. Él. Sólo él. Ahora, de inmediato. Saco el móvil del bolsillo y tecleo su número.
—¿Dónde estás?
—En casa.
—No te muevas de ahí, por favor.
En un abrir y cerrar de ojos me encuentro junto al portón. Llamo al interfono. Por suerte, responde él.
—¿Quién es?
—Soy yo.
—Pero bueno, ¿es que has venido volando?
—Sí. —Me gustaría decirle: «Necesitaba volar para venir a verte». No lo puedo resistir— ¿Puedes bajar un momento, por favor?
—En seguida…
Y mientras lo espero debajo de su casa veo un relámpago. El cielo se oscurece de repente. Oigo un trueno a lo lejos. Tengo miedo. Pero justo en ese momento Massi sale del portal.
—¿Qué pasa, Carolina?
No digo nada. Lo abrazo. Coloco mis manos detrás de su espalda, apoyo mi cabeza en su pecho y lo abrazo con más fuerza. Aún más. Lo estrecho entre mis brazos. Otro trueno y empieza a llover. Al principio es una simple llovizna, pero, poco a poco, va arreciando.
—Venga, Carolina, entremos, o nos empaparemos…
Trata de escapar, pero yo lo aferró con mis brazos.
—Quédate aquí.
Mejor. Mis lágrimas pasarán desapercibidas con la lluvia. Levanto la cabeza, ya estamos completamente mojados. Sonríe.
—Estás como una cabra…
El agua, resbala por nuestras caras. Nos besamos. Es un beso precioso, infinito. Eterno. Dios mío, cuánto me gustaría que fuese eterno. No me detengo en ningún momento, lo beso y vuelvo a besarlo, mordiendo sus labios, poco menos que hambrienta de él, de la vida, del dolor, del abuelo, que ya no está con nosotros, de la infelicidad de la abuela.