—¿Y bien? ¿Cuándo me lo vas a contar? ¿Adónde has ido?
—¡Adivina! Si no me equivoco, debes de haber leído todas las placas.
—Mmm… ¡te has depilado y no quieres decírmelo!
Rusty se levanta una de las perneras de sus vaqueros y me enseña la pantorrilla. No es que sea muy peludo, pero tampoco tiene la piel fina.
—¡En ese caso, te has metido en un lío y has ido a hablar con un abogado!
—¡No, no tengo antecedentes penales!
—¡Has encargado un traje propio de un tipo serio! ¡Una americana y unos pantalones!
—Quizá uno de estos días…
—¡Me rindo!
—Tiene que ver con lo que te he dicho antes.
—¿Con el sobre en el que estabas sentado?
—Sí, me he sentado encima para ver si le transmitía un poco de suerte.
—¡Ah! ¿Y qué había dentro?
—Mi libro…
—¡Noooo! ¡Podrías habérmelo dicho!
—¿Y qué habría cambiado? ¡Quizá luego me habrías pedido que te lo leyese! ¡En cambio, me has acompañado a entregarlo a la editorial y quizá así me traigas suerte! ¿Te apetece andar un poco? No tengo ganas de coger otra vez la moto.
—De acuerdo, a fin de cuentas, he quedado con Clod y Alis dentro de dos horas.
—Pero ¿es que vosotras no estudiáis nunca?
—¡Por supuesto, de hecho vamos a estudiar!
—¿A las seis de la tarde?
—¡Claro, es la hora en que mi biorritmo está más activo! ¡Me lo ha dicho Jamiro!
—No das un paso sin él, ¿eh?
—¡Jamás!
Reímos mientras caminamos juntos. El sol está alto en el cielo, hace un día precioso y me siento mejor, mucho mejor respecto a esta mañana. El mérito es de R. J. Es una especie de tifón que arrasa con el aburrimiento. Pasamos por delante de un escaparate. Una tienda de fotografía. Nos paramos a la vez. Detrás del cristal hay varias cámaras digitales, las más modernas, alguna que otra réflex, unos cuantos objetivos, fotos de mujeres sonrientes. Nos miramos. Es cosa de un instante. Una sonrisa consciente, un silencio que no necesita palabras. Tenemos la misma idea. El abuelo. Nuestro querido abuelo. El abuelo dulce, grande, bueno, el abuelo que añoramos, que nos hacía sentirnos seguros, o al menos, a mí. Y evoco esos días absurdos. La casa abarrotada de gente silenciosa. La abuela sentada en una silla a su lado. Y él, que parecía dormir. Me parece imposible. La muerte me parece imposible. Ni siquiera sé qué es. En ocasiones me gustaría poder olvidarlo, coger la moto e ir a su casa como solía hacer y encontrarme con una bonita sorpresa: ver al abuelo Tom sentado a su escritorio manipulando algo. Y luego su perfume. Esa loción para después del afeitado que usó durante toda la vida. No puedo pensar en eso. Sin poder remediarlo, se me humedecen los ojos. Rusty se percata.
—Venga…
—Venga, ¿qué? ¿Cómo se hace? —Sorbo por la nariz—. Lo echo de menos. Y sé que es irremediable. Además, ni siquiera puedo hablar de él con mamá, porque en seguida se echa a llorar y tengo la impresión de que sólo consigo incrementar su sufrimiento…
—Yo también lo añoro, pero pienso que no debo hablar sobre ello. No dejo de pensar en cómo debe de sentirse la abuela… y, frente a ella, creo que no tengo derecho…
—Sí. No es justo.
Realmente pienso que no es justo. ¿Cómo es posible que una persona como mi abuelo, tan bueno, tan curioso, tan vital, un abuelo joven, vaya…, nos haya dejado así? No comprendo la muerte. Te arrebata a las personas de repente. Te impide volver a hablar y reír con ellas, tocarlas y verlas. Jamás podrás oírlas de nuevo, regalarles algo o decirles eso que nunca tuviste el valor de contarles. Sí, sólo una última vez, por favor, una última vez. Me encantaría poder decirte cuánto te quiero, abuelo.
—¿En qué piensas?
—Ni siquiera yo lo sé… En muchas cosas. —Lo miro—. ¿Piensas alguna vez en la muerte, R. J.?
—No… No mucho. —Me sonríe—. ¿Sabes? Creo que sólo la puedes aceptar como viene y ser feliz por lo que te haya podido suceder mientras tanto.
—Parece algo que has leído; hablas como un escritor.
—Bueno, es más sencillo que todo eso: es lo que siempre me decía el abuelo.
—¿Hablabas con él de la muerte?
—No, de la vida. Me decía que si no existiese la muerte la vida no podría seguir adelante. La muerte es la forma que tiene la vida de defenderse a sí misma. En una ocasión me leyó algo precioso de un poeta que se llama Pablo Neruda.
Seguimos caminando mientras Rusty trata por todos los medios de recordar, después su voz se dulcifica:
—«Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, las que convierten un bostezo en una sonrisa, las que hacen latir el corazón ante las equivocaciones y los sentimientos».
—Es precioso…
—Sí. Y, además, es cierto Caro, los que mueren de verdad son los que no viven. Los que se reprimen porque los asusta el qué dirán. Los que hacen descuentos a la felicidad. Los que se comportan siempre de la misma forma pensando que no se puede hacer nada diferente, los que piensan que amar es como una jaula, los que nunca cometen pequeñas locuras para reírse de sí mismos o de los demás. Mueren los que no saben ni pedir ni ofrecer ayuda.
—¿Es también de Neruda?
—No, eso es lo que pienso hoy gracias al abuelo…
Volvemos a subir a la moto y nos alejamos en medio del tráfico, de la gente, de toda esa vida. Los transeúntes caminan por las aceras, algunos hacen cola delante de un bar o de una tienda, otros esperan a que el semáforo cambie de color para cruzar la calle, algunos se ríen, otros charlan o se besan. Gente. Tanta gente. Y por un instante me siento mejor y ya no tengo ganas de llorar. Estoy serena, quizá haya madurado y, entre todas esas personas, por un momento, me parece vislumbrar al abuelo. Quizá ya no lo echo tanto de menos porque vivió y nos dejó tantas cosas que sé que no tendré tiempo de olvidarlo.
Ya está. Me siento un poco triste. Dentro de veinte días empezaremos con los exámenes escritos, después los orales, y luego nuestra clase se disolverá. Qué extraño. Todo parece tan remoto y después, de repente, plof, llega. Siempre bromeo, pero he de reconocer que los exámenes me asustan de verdad. Estoy haciendo todo lo que puedo. Hoy, sin ir más lejos, hemos estudiado en casa de Alis. Clod está encantada de cómo le van las cosas con Aldo. Nos morimos de la risa cuando nos cuenta sus historias, y se confía abiertamente para compartir con nosotras hasta el último detalle de lo que le está ocurriendo. Yo no podría. Al menos, no así. Ella está serena. Quizá se sienta más cómoda con nosotras. No lo sé. Mientras pienso en esas cosas, Alis interviene de improviso.
—Estoy saliendo con uno…
¿De verdad?
Alis ha dejado caer la bomba mientras merendamos despertando nuestra curiosidad.
—¡Pero si no nos habías dicho nada!
—Os lo estoy diciendo ahora… Volvimos a vernos la semana pasada en casa de una de mis primas. Es de Milán, tiene veintiún años y es guapísimo…
—¿Veintiuno? ¿No son muchos? —lo pregunto pensando en Massi, que tiene diecinueve.
Bueno, son sólo dos más, ¿qué diferencia puede haber? Aunque el mero hecho de pertenecer a la misma década te da una sensación de normalidad, de cercanía. Me siento como una estúpida por decir todas estas cosas, parezco mi madre. Bueno, con eso no quiero dar a entender que ella sea una estúpida…, ¡sólo que son ese tipo de cosas que las madres suelen decir! Esas observaciones que únicamente tienen sentido con el paso del tiempo… Qué pesada soy a veces.
—¿Y cómo es?
Clod y su curiosidad. Alis sonríe y parece encantada con su presa.
—Bueno, pues es alto, moreno y tiene un cuerpo impresionante. Trabaja en el mundo de la moda, su padre es un famoso empresario, vende ropa italiana en el extranjero, en Japón. Lo primero que me dijo es que yo podría ser perfectamente una de las modelos de su catálogo…
—¿En serio? ¡Qué guay!
—¿Y luego?
—¡Pues luego quiso verme desnuda!
—¡No!
—Ajá… —Alis asiente con la cabeza—. Estábamos en el salón de mi tía, habían servido ya la cena y los demás se habían ido al comedor, de forma que deslicé el tirante de mi vestido y lo dejé caer al suelo. Se puso colorado como un tomate, ¿sabéis?
—¡Me lo imagino, sí!
—Miraba continuamente hacia el comedor por si venia alguien a llamarnos. Acto seguido me dijo: «Bien. Eres perfecta…». Durante la cena no le quité ojo. Él evitaba mi mirada.
—Lo asustaste…
—¡¿Con veintiún años?!
—Tal vez nunca había conocido a ninguna chica como tú.
—Bueno, es posible… —Alis se encoge de hombros—. La cena no duró mucho, pero incluso así al final me aburría. Le pregunté si le apetecía acompañarme…
—¿Y él?
—Accedió. —Sonríe mirándonos a las dos—. En mi casa no había nadie… Lo invité a subir. —Se interrumpe por un momento— Nos besamos, después entramos en mi habitación e hicimos el amor…
—¡Hala! —suelto sin querer.
Alis se vuelve de golpe hacia mí.
—¿No te lo crees, Caro? ¿Por qué iba a inventarme algo así? ¿Piensas que quiero demostrarte algo? ¿Crees que no soy capaz de hacerlo?
—No, es decir… Sí, claro, ¿eso qué tiene que ver?… —Me siento violenta por todas sus preguntas—. Es que me parece raro…, apenas lo conoces.
—Nos vimos el verano pasado en la playa, pero nunca antes había sucedido nada. Siempre me ha gustado. Creo que me he enamorado. No dejo de pensar en él, y hablamos continuamente. Quizá sea un poco obsesiva… —Suelta una carcajada—. Ahora ha vuelto a Milán… Quiero darle una sorpresa e ir a verle. Tal vez podríais acompañarme…
Ah, por supuesto —pienso—, en avión, con el permiso de nuestros padres. A veces Alis no es consciente de la edad que tenemos.
—Sí, sí, claro…, sería genial.
Clod no parece de la misma opinión.
—Además, debe de ser superguay ir de compras por Milán, hay unas tiendas increíbles, es la capital de la moda. Cuando Paris Hilton viene a Italia, pasa en primer lugar por Milán. La cita es ineludible.
—Alis… —La miro intentando comprenderla mejor—. ¿Cómo fue?
—Bonito… Al principio me hizo daño, pero luego fue precioso. Lo único es que tuve que decirle que se pusiera un condón.
—¡Caray! ¿Y no te dio vergüenza?
—¿Estás de guasa? No quería acabar como Juno… Además…, yo seguro que me quedaría con el bebé. Por un lado, me encantaría pero, por el otro, eso supone un sinfín de complicaciones siendo tan joven…
—Sí, por supuesto… —le digo, si bien, con todo el dinero que tiene, me cuesta imaginar cuáles podrían ser esas complicaciones a las que alude.
La miro. No alcanzo a comprender si nos ha contado una mentira o no. Alis es capaz de todo, en serio, es imprevisible. Algunas veces no la entiendo en absoluto. La quiero mucho, es mi amiga, pero hay algo en ella que se me escapa.
—Él no llevaba condones…
—¿Y qué?
—¡Pues que por suerte yo tenía uno!
—¿En serio?
—Sí.
Se dirige hacia un cajón y saca una cajita abierta. Control. De manera que es cierto.
—Los compré porque sabía que tarde o temprano iba a ocurrir… ¡Y que él no llevaría! Así que, para no arriesgarme a no poder hacerlo…, ¡preferí comprarlos yo! Ten…
Le da uno a Clod.
—Y ten… —También a mí. A continuación, nos sonríe—. Es estupendo, chicas… Para el día en que queráis… ¡Para cuando estéis listas!
Clod se lo devuelve.
—Yo ni me lo planteo antes de los dieciséis… Guárdalo tú, de lo contrario caducará.
—¿Por qué no quieres antes de los dieciséis?
—No lo sé…, he decidido que sea así…
En realidad Clod siempre tiene miedo de las novedades. Alis me mira con descaro.
—¿Y tú?
—Y yo…, pues te digo que gracias. —Me lo meto en el bolsillo—. No he establecido un día concreto…, sucederá cuando tenga que suceder. Sólo quiero estar segura de una cosa…
Alis me mira con curiosidad.
—¿Segura de qué?
—Del amor, de su amor… Sobre el mío no tengo duda alguna.
Clod esboza una sonrisa.
—¿De verdad? Me parece maravilloso lo que sientes.
—Sí. —Me ruborizo un poco. Se diría que me asusta tanta felicidad—. Disculpad, pero ahora tengo que marcharme.
—¿Adónde? ¿A casa de Massi?
—Sí.
—Te he dado una idea, ¿eh?
—Eso es…
Sonrío y salgo de casa de Alis. Quito la cadena de la moto, me pongo el casco y arranco. Me paro junto a un contenedor. Meto una mano en el bolsillo, saco el preservativo que me ha regalado Alis y lo arrojo dentro. Vuelvo a poner la moto en marcha. No por nada. Simplemente creo que trae mala suerte llevar un condón en el bolsillo hasta que lo haces. Además, a saber cuándo ocurrirá. Pero, sobre todo, imaginaos si me olvido de esconderlo en algún sitio y mis padres me lo pillan. Me muero, vamos. Es demasiado arriesgado. De modo que, ya más aliviada, avanzo entre el tráfico. Me detengo en un semáforo y me pongo los auriculares del iPod. Lo enciendo. Al azar. Quiero ver que canción suena en primer lugar… Música. Oigo el inicio. ¡Nooo! ¡No me lo puedo creer! Vasco. «Quiero una vida temeraria…, quiero una vida llena de problemas…». Me echo a reír. Claro que, después de haber tirado un preservativo a la basura por miedo a mis padres, no puedo hacer otra cosa que reírme, ¿no? La vida es así. Unas veces parece que te tome el pelo y otras hace que te sientas importante, parece que lo haga adrede. Ni siquiera sé por qué les he mentido a Alis y a Clod. No es cierto que vaya a casa de Massi, en realidad voy a ver a la abuela, le prometí que pasaría a saludarla y no quiero faltar a mi palabra precisamente con ella. Es más, se me ha ocurrido una idea estupenda.
—¡Hola!
—¡Carolina! ¡Qué magnífica sorpresa! Disculpe, ¿eh?
Sandro se aleja de un anciano con el que estaba hablando y se aproxima para saludarme. Me da la mano. Siempre me da la risa cuando hace eso. Algunos días después de haber encontrado a Massi me pareció justo ir a ver a Sandro para contárselo todo. Al fin y al cabo, nos conocimos allí y, después, de una manera u otra, Sandro me ayudó a buscarlo. Desde entonces, cada vez que me ve se interesa siempre por nuestra relación.
—¿Qué haces aquí? —Acto seguido, me mira a los ojos— Todo bien, ¿verdad?
—¡Por supuesto! De maravilla… ¿Y tú? ¿Cómo va con esa tal Chiara, que se muestra siempre tan celosa de nuestra amistad?