Carolina se enamora (62 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

—¿Seguro?

—Claro que sí… Así que puedo comerte tranquilamente… ¡Ñam!

Me muerde los vaqueros, entre las piernas, y casi me hace daño.

—¡Ay!

Sigue fingiendo que es un animal.

—Soy el lobo… qué piel tan suave tienes…

Me desabrocha los vaqueros, me muerde ligeramente y me chupa la piel ahí, por encima de las bragas.

—¡Ay! ¡Me estás mordiendo!

—Sí, ¡para comerte mejor!

Y emite un extraño gruñido.

—Más que un lobo pareces un cerdo…

—Sí…, soy una nueva especie de lobo cerdo…

Me baja los pantalones. Me los quita a la vez que los zapatos y los calcetines, y yo me quedo así, entre sus brazos.

—Hay demasiada luz…

Se levanta a toda prisa abandonando mis piernas y baja las persianas. Penumbra.

—Así mejor, ¿no?

—Sí.

Sonrío.

—Veo tus dientes blancos, preciosos… ¡Tus ojos azules, intensos!

Se desnuda, se quita toda la ropa y se tumba a mi lado. Sólo se ha dejado los calzoncillos puestos, y ahora se desprende de ellos a toda prisa. Se queda completamente desnudo. Empieza a acariciarme, su mano se adentra entre mis piernas, se pierde, yo lo abrazo con fuerza, casi me aferró a él, mientras él me procura placer, cada vez más intenso.

—Quiero hacer el amor contigo —me susurra al oído.

Me quedo callada. No sé qué decir. Tengo ganas. Tengo miedo. No sabría qué hacer. Recuerdo
Juno
. Me asusto. Quizá sea mejor aguardar cierto tiempo.

—Todavía es pronto… —le digo esperando que no se enfade.

Se detiene. Pasado un momento esboza una sonrisa.

—Tienes razón…

Y me toma la mano con dulzura. Me besa la palma y me la apoya sobre su barriga. Siento su vello ligero, sus abdominales ocultos. Entonces, lentamente, me deslizo hacia abajo, poco a poco, con delicadeza. Lo encuentro entre el vello más espeso. Lo cojo, lo aprieto un poco y empiezo a subir y bajar. Lo oigo jadear. Después pone su mano sobre la mía y la guía hasta llevarla un poco más arriba. Sonríe.

—Así…

Vuelvo a moverla arriba y abajo.

—Así… Más… Más rápido —me dice con voz entrecortada.

Y yo sigo haciendo lo que me dice, un poco más de prisa, cada vez más, más rápido. De repente, se pone rígido y acto seguido todo él está en mi mano, encima, sobre su barriga. A continuación sonríe, se pierde en un beso más dulce, se abandona en mis labios. Poco a poco su corazón se va ralentizando, suspira siempre más profundamente. Permanecemos abrazados en la penumbra, rodeados de este nuevo aroma, de ese ligero placer que huele a piñones, a resina, a hierba fresca. Sí…, que huele a amor.

Más tarde nos duchamos juntos, la música suena por toda la casa, somos libres y adultos.

—Ten…

Me pasa un albornoz fresco, perfumado, de color rosa muy pálido, y yo me pierdo entre sus mangas largas mientras me miro al espejo.

Tengo el pelo mojado y los ojos brillantes de felicidad. El aparece de improviso y me abraza.

—Es de mi madre…

—¿No se enfadará?

—No tiene por qué saberlo.

Cierro los ojos y me abandono en su abrazo, echo la cabeza hacia atrás, la apoyo sobre su hombro y siento su mejilla suave, su perfume, su boca entreabierta que me besa fugazmente, que respira a mi lado, que me hace sonreír. Abro los ojos y lo miro. Nuestras miradas en ese espejo, como entonces, como la primera vez. Emocionada, en silencio, sigo escrutándolo. Las palabras se detienen en el confín de mi corazón, acaban de salir de puntillas, para no hacer ruido; tímidas, les gustaría gritar: «Te quiero». Pero no lo consigo.

Volvemos a la cama. Tengo las piernas abiertas. Acaricio lentamente su pelo rizado. Blanda, abandonada, noto cómo se mueve su lengua. Sus ojos divertidos y astutos asoman por debajo, lo veo sonreír disimuladamente mientras sigue haciéndome gozar sin detenerse. Es más, insiste. Más a fondo, con brío, con rabia, con deseo: lo siento, secuestrada, abandonada, conquistada… y al final grito. Después, exhausta…, respiro entrecortadamente. Poco a poco me voy recuperando. Mi respiración se normaliza. Le acaricio el pelo. Después sube y se coloca a mi lado. Me besa, sonríe y yo con él, ebria de placer. En cualquier lugar, entre nosotros, entre las sábanas, entre nuestros besos, en el aire. Cómo me gustaría tener el valor suficiente para hacer el amor.

—Espera un momento, vuelvo en seguida.

—Sí…

Sonrío mientras lo veo salir de su habitación, de nuestra habitación. Desnudo. Descalzo. Libre de todo y de todos. Sólo mío. Me giro sobre el albornoz abierto. Aprieto la almohada. La abrazo con fuerza y en un instante naufrago en un dulce duermevela. Floto ligera. Cierro los ojos. Los vuelvo a abrir. Extasiada de los ruidos lejanos, delicada y soñadora, recordando les instantes que acabo de vivir, me quedo dormida.

«Plin, plin».

Abro los ojos. Un sonido repentino. Miro alrededor. Despierta y lúcida, extrañamente atenta.

«Plin, plin».

De nuevo. Ahí está, ahora lo veo. Está sobre la mesa. Debe de haberle llegado un mensaje. Me levanto sigilosamente. Doy dos pasos de puntillas y en un instante estoy delante de su móvil. En la parte derecha de la pantalla centellea un sobrecito. El mensaje que acaba de recibir. Me quedo parada, inmóvil, suspendida en el tiempo, mientras el sobrecito sigue parpadeando. ¿Quién le habrá mandado un mensaje? ¿Un amigo? ¿Sus padres? ¿Una chica? ¿Otra chica? Esta última idea casi hace que me desmaye. Se me encoge el estómago, el corazón, la cabeza. Todo. Me siento enloquecer. Otra. Otra chica. Miro hacia la puerta, después el móvil. No lo resisto más, voy a perder el juicio. Basta, no puedo contenerme. Cojo el móvil, lo sujeto entre las manos mientras lo miro fijamente. Después nada volverá a ser como antes, quizá se acabe para siempre, será imposible recuperar. Tal vez sea mejor no saber, dejarlo estar, no abrir el sobrecito, no leer ese mensaje. Pero no puedo. La duda me carcomería: «Ah, si lo hubiese abierto…».

A fin de cuentas ya estoy aquí, ¿para qué echarme atrás? Pero ¿y si no fuese nada? En ese caso juro que si no hay escrito nada comprometedor, si se trata de un amigo, de sus padres o de algo parecido, jamás volveré a leer sus mensajes. De manera que, envalentonada con esta última y desesperada promesa, abro el mensaje: «Todo OK. ¡Jugamos a las 20 en el club de fútbol! Camiseta azul oscuro».

¡Camiseta azul oscuro! ¡Nunca había leído algo que me hiciese tan feliz! ¡Camiseta azul oscuro!

Borro el mensaje para que no se dé cuenta de que lo he leído, coloco el móvil sobre la mesa y vuelvo a meterme en la cama de un salto.

—Caro… —Massi entra con una bandeja—. ¡Pensaba que te habías dormido!

—Un poco… —Le sonrío—. Luego me he despertado…

Me observa con curiosidad. Recorre el dormitorio con la mirada. Luego, tranquilo, se encoge de hombros y deja la bandeja sobre la cama.

—A ver, he traído tus fantásticas pizzas… ¡Me he comido ya alguna! Mmm, están deliciosas… Y, además, te he preparado té… ¿Te gusta de melocotón?

Sonrío.

—Sí, está muy bueno.

—Sé que te gusta el té verde, pero se ha acabado.

Se acuerda incluso de las cosas que me gustan. No me lo puedo creer. Es perfecto. Lo acaricio. Apoya su mejilla sobre mi mano, casi la aprisiona contra el cuello. A continuación cojo una pizza y le doy un mordisco.

—Mmm…, la verdad es que están para chuparse los dedos.

Lo miro sonriente y le meto en la boca el trozo que ha sobrado. Lo mastica, sonríe y nos damos un beso. Un beso de tomate. Nos reímos al notar ese sabor. Me dejo caer sobre la almohada y él se echa encima de mí. Me besa con pasión. Luego se incorpora y me mira a los ojos. Sonríe. Da la impresión de que quiere decirme algo, pero permanece en silencio.

A mí también me gustaría decir algo: «Massi…, ¡has de saber que jugaréis con la camiseta azul oscuro!».

Pero no puedo. Me descubriría. De forma que lo estrecho entre mis brazos y me siento enormemente feliz de haber leído ese mensaje. Juro que jamás volveré a abrir uno, ¡lo juro, lo juro, lo juro! A menos que me lo pida él, claro está.

—¿Qué te pasa, Caro, por qué sonríes así?

Pobre, no tiene ni idea, claro.

—Pensaba que ésta es la tarde más bonita de mi vida.

—¿En serio?

Me mira entornando un poco los ojos, como si no acabase de fiarse de mí.

—Por supuesto, te lo juro.

—No sé por qué, pero siempre tengo la impresión de que me estás contando alguna mentira…

—Ya te lo he dicho… Siempre te digo la verdad…, ¡salvo en contadas excepciones!

Y, más contenta que unas pascuas, doy un bocado a la pizza que Massi estaba a punto de comerse.

He ido montones de veces a su casa durante el mes de junio. De vez en cuando le llevo bocadillos, pastelitos, croquetas, incluso calzones… Todas las cosas ricas que se pueden comer en Roma.

Hemos contemplado el atardecer desde la ventana de su habitación. Me he aprendido de memoria cada centímetro de su maravillosa espalda, y si fuese capaz de dibujar me bastaría cerrar los ojos para verlo frente a mí y copiarlo en una hoja de papel hasta en los más mínimos detalles: sus manos, sus dedos, su boca, su nariz, sus ojos, tan guapo como sólo yo consigo verlo, yo, que conozco su respiración, que lo he sentido quedarse dormido entre mis brazos y despertarse al cabo de un rato con una sonrisa en los labios.

—¿Eh? ¿Quién es…?

—Chsss…

Y mimarlo como al más dulce de los niños. Y oírlo reír mientras me muerde el pezón y simula que mama, él, que de nuevo se queda dormido, sereno, respirando todo mi amor.

Durante los días que hemos pasado en su casa de vez en cuando ha recibido algún mensaje, pero yo, tal y como me prometí a mí misma, no los he leído.

Bueno, no es cierto. Los he leído todos. Cada vez que llegaba uno lo leía si estaba sola, y en cada ocasión al principio el corazón me daba un vuelco, y después sonreía.

El último mensaje fue el que acabó de convencerme: «¿Por qué has dejado de venir a los entrenamientos? ¿Te has enamorado?».

Sí, después de leerlo he sonreído y he tomado mi decisión.

Haré el amor con él, y por ese motivo me siento la chica más feliz de este mundo.

Julio

¿Héctor o Aquiles? Aquiles.

¿El pato
Donald
o
Mickey Mouse? Mickey Mouse
.

¿Luz u oscuridad? Depende del momento.

¿De qué color son las paredes de tu habitación? Azul claro.

¿Qué has colgado en las paredes de tu habitación? El póster del concierto de Biagio en Venecia, pese a que mi madre no sabe que fui; el calendario con las fotografías que hizo el abuelo; el póster de Finley y de Tokio Hotel, y un marco grande con mis fotos.

¿Bajo la cama? Espero que no haya un monstruo.

¿Qué te gustaría ser de mayor? Mayor.

Julio. Mes de playa. Circulamos arriba y abajo con los coches como locas. A Alis y a Clod les pirra la playa.

Por suerte, los exámenes nos han ido bien a las tres.

Si pienso en lo preocupada que estaba, por ejemplo, por las redacciones… Al final los títulos eran: «Escribe una carta, un artículo o una página de diario describiendo los años que has pasado en el colegio y las expectativas que tienes para el futuro», «Habla de un problema de actualidad que te parezca urgente resolver», «Escribe un informe sobre un tema que hayas estudiado y que te haya interesado particularmente». Elegí el primero, e hice bien. ¡Me pusieron un sobresaliente! Jamás había recibido uno durante el año en las redacciones; vamos a ver, siempre estuve por encima del suficiente y en una ocasión me pusieron un bien, pero sobresaliente jamás. En matemáticas tuvimos que resolver un problema sobre un prisma cuadrangular regular que tenía superpuesta una pirámide, además de resolver varios cálculos de áreas y de perímetros y, por último, cuatro ecuaciones. Además, las traducciones, de inglés y el test de comprensión. También el examen oral del final me salió bien, en realidad sólo me preguntaron sobre la tesina.

¡El profe Leone nos felicitó a las tres!

—Muy bien, chicas, la verdad es que no me lo esperaba…

Nos miramos. Al terminar el tercer año de secundaria tienes la impresión de haber puesto punto final a una etapa de tu vida, como si hubiese concluido un ciclo, y luego te marchas así, sin más.

—¡Adiós, profe!

Alis y Clod están charlando alegremente. A mí me resulta difícil pensar en otra cosa distinta de cómo será mi vida a partir de ahora.

Caminan delante de mí. Las miro y sonrío. Clod, con sus pantalones anchos algo bajos de cintura, el pelo recogido como suele tener por costumbre, la mochila que le pesa sobre los hombros y agitando las manos para ayudarse en su explicación.

—¿Lo has entendido, Alis? ¿No estás de acuerdo conmigo? Es importante…, fundamental…

Fundamental. ¡Menuda palabra! A saber de qué estarán hablando. Alis sacude la cabeza risueña.

—No, yo no lo veo así…

Faltaría más. Alis y sus convicciones. Alis siempre rebelde, revolucionaria a más no poder. Alis y su pelo suelto, siempre con algo de marca y ropa nueva.

Les doy alcance y las abrazo por detrás. Alis está a mi izquierda, Clod a mi derecha.

—Venga, no riñáis, siempre estáis discutiendo.

Las estrecho.

—Es que tenemos una visión distinta de las cosas…

Clod exhala un suspiro.

—Lo tuyo no es una visión, es el mundo a tu manera…

Y como si pretendiese consolarse, saca unos caramelos de chocolate Toffee del bolsillo de sus pantalones y empieza a desenvolverlos.

Nada, no dan su brazo a torcer. Intento distraerlas.

—¿Os dais cuenta de que hemos terminado el colegio? Quiero decir que hemos acabado un período de nuestras vidas…, quizá no volvamos a vernos…

Alis se suelta de mi abrazo y se para delante de mí.

—Eso no lo digas ni en broma… Nosotras seguiremos viéndonos siempre. No debe haber ni escuela, ni chico ni nada que pueda separarnos.

—Sí, sí…

Me asusta cuando se comporta de ese modo.

—No. —Me mira intensamente a los ojos—. Júramelo.

Exhalo un suspiro y acto seguido sonrío.

—Te lo juro.

Alis baja un poco los hombros, parece más tranquila. Luego mira a Clod.

—Tú también.

—Ah, menos mal… Me habría molestado si no me lo hubieses preguntado también a mí. Te lo juro por
Snoopy
.

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