Cartas sobre la mesa (21 page)

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Authors: Agatha Christie

Había comprado diecinueve y ahora sólo quedaban diecisiete.

Lentamente, hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Capítulo XXIV
 
-
¿Eliminación de tres asesinos?

Cuando llegó a Londres, el superintendente Battle fue directamente a ver a Poirot. Anne y Rhoda se habían ido hacía una hora.

Sin añadir ningún comentario, Battle hizo una relación de sus investigaciones en el Devonshire.

—Eso es lo que buscábamos... no hay duda de ello —terminó—. Era lo que Shaitana insinuó... al hablar de un «accidente doméstico». Pero lo que no veo claro es el motivo. ¿Por qué quería matar a la señora?

—Creo que le puedo ayudar en este sentido, amigo mío.

—Adelante, pues, monsieur Poirot.

—Esta tarde he realizado un pequeño experimento. Invité a la señorita Meredith y a su amiga, a que vinieran a visitarme. Le hice mi acostumbrada pregunta acerca de lo que había en aquella habitación.

Battle lo miró con curiosidad.

—Es usted muy astuto al hacer esa pregunta.

—Sí; resulta útil. Me aclara mucho las cosas. La señorita Meredith es desconfiada... muy desconfiada. Esa joven no da nada por cierto. Pero este perro viejo de Hércules Poirot realizó una de sus mejores tretas. Le tendí una trampa chapucera, como si fuera una andanada. La muchacha mencionó una caja de joyas egipcias, y yo le pregunté si estaba al otro extremo de la habitación, frente a la mesa en que descansaba el puñal. No cayó en la trampa. La evitó diestramente y con ello quedó satisfecha de sí misma, descuidando su vigilancia anterior. ¡Éste era, pues, el objeto de la visita... hacerle admitir que sabía dónde estaba la daga y que la vio! Su ánimo se rehizo cuando creyó que, al parecer, me derrotaba. Habló luego sin cortapisas acerca de las joyas. Se había dado cuenta de muchos de sus detalles... No recordaba nada más de lo que había en la habitación... excepto un jarro de crisantemos cuya agua debía ser renovada.

—¿Y bien? —dijo Battle.

—Eso es significativo. Suponga que no sabemos nada acerca de la muchacha. Sus palabras nos darán un indicio de su carácter. Se fija en las flores. ¿Es que le gustan entonces? No, puesto que omitió mencionar un pomo de tulipanes tempranos que hubieran llamado inmediatamente la atención de cualquier aficionado a las flores. No; es la señorita de compañía a sueldo la que habla... la muchacha que tiene la obligación de renovar el agua de las flores... y, unido a todo esto, tenemos una joven a quien le gustan las joyas. ¿No le parece que es sugestivo todo esto?

—¡Ah! —dijo Battle—. Ya empiezo a comprender lo que se propone.

—Exactamente. Como le dije el otro día, puse mis cartas sobre la mesa. Cuando usted nos contó lo que la chica había dicho y la señora Oliver hizo su sorprendente declaración, mi pensamiento se dirigió en seguida a un punto importantísimo. El asesinato no podía haber sido cometido por lucro, puesto que la señorita Meredith tenía todavía que ganarse la vida después de lo ocurrido. ¿Por qué entonces? Consideré el temperamento de la muchacha, tal como aparecía superficialmente Una joven algo tímida; pobre, pero bien vestida y aficionada a las cosas buenas... El temperamento de un ladrón, más bien que el de un asesino. E inmediatamente pregunté si la señora Eldon era desordenada Usted me lo confirmó, y entonces formé una hipótesis. Supongamos que Anne Meredith tenía un punto flaco en su carácter... que fuera una de esas muchachas que roban pequeños objetos en las tiendas. Supongamos que, siendo pobre y gustándole las cosas buenas, le quitara unas cuantas cosillas a su señora. Un broche; tal vez una media corona o dos; un hilo de perlas... La señora Eldon, como era descuidada, achacaría la pérdida de estos objetos a su propio desorden. No sospecharía de su asistenta. Pero ahora supongamos un tipo diferente de señora... una señora que se diera cuenta de lo que pasaba y acusara del robo a Anne Meredith. Esto podría ser un motivo para el asesinato. Como dije la otra noche, la señorita Meredith podría cometer un asesinato sólo si la acosaba el miedo. Sabe que su señora es capaz de probar su robo. Sólo una cosa podrá salvarla; su señora debe morir. Cambia por lo tanto las botellas y la señora Benson muere... convencida de que la equivocación fue suya; sin sospechar ni por un momento que la asustada muchacha tiene algo que ver en ello.

—Es posible —comentó el superintendente Battle—. Tan sólo es una hipótesis; pero es posible.

—Es un poco más que posible, amigo mío.... es también probable. Porque esta tarde le tendí una trampa bien cebada... una trampa verdadera... después de la que fingí tenderle antes. Si lo que sospechaba era verdad, Anne Meredith no sería capaz nunca de resistir ante un par de medias de alto precio. Le rogué que me ayudara y tuve mucho cuidado de hacerle saber que no estaba seguro del número de pares de medias que tenía. Salí de la habitación, dejándola sola... y el resultado, amigo mío, es que ahora sólo tengo diecisiete pares de medias, en vez de diecinueve que compré; y que los dos que faltan salieron de esta casa en el bolso de Anne Meredith.

—¡Fuiu! —silbó el superintendente—. Corrió un gran riesgo.


Pas de tout.
¿De qué creía ella que yo sospechaba? De asesinato. ¿Qué riesgo se corre entonces robando un par o dos de medias de seda? Yo no busco un ladrón.

Además, el ladrón o el cleptómano siempre piensa igual... está convencido de que nadie le descubrirá.

Battle asintió.

—Eso es verdad. Aunque es increíblemente estúpido. La cabra siempre tira al monte. Bueno; entre nosotros, creo que hemos logrado descubrir la verdad. Anne Meredith fue descubierta robando. Anne Meredith cambió las botellas de un estante a otro. Sabemos que fue asesinato... pero, maldita sea, si llegamos a probar nunca que fue ella la culpable. Anne Meredith consigue escapar. ¿Pero qué me dice de Shaitana? ¿Lo mató la muchacha?

Permaneció callado durante unos instantes y luego sacudió la cabeza.

—No coincide —dijo de mala gana—. No es de las que corren un riesgo. Cambiar un par de botellas, pase. Sabía que nadie podría imputárselo. Estaba absolutamente segura... porque cualquiera pudo hacerlo. La cosa pudo fracasar, desde luego. La señorita Benson podía haberse dado cuenta antes de beber el jarabe, o el médico pudo salvarla. Fue lo que podríamos llamar un asesinato muy problemático. El éxito era muy incierto. Pero lo tuvo. Lo de Shaitana es harina de otro costal. Fue un crimen deliberado, audaz y preconcebido.

Poirot asintió.

—Estoy de acuerdo con usted. Los dos tipos de asesinato no se parecen.

Battle se restregó la nariz.

—Esto parece eliminarla, por lo que se refiere a Shaitana. Roberts y la chica eliminados de la lista. ¿Y qué pasa con Despard? ¿Tuvo suerte con la señora Luxmore?

Poirot narró sus aventuras de la tarde anterior.

—Ya conozco ese tipo de señoras. No se pueden distinguir lo que recuerdan de lo que inventan.

Poirot prosiguió. Descubrió la visita de Despard y todo lo que éste le contó.

—¿Cree usted su versión de los hechos? —preguntó Battle bruscamente.

—Sí, la creo.

El superintendente suspiró.

—Yo también. No es de esos que disparan contra un hombre porque quieren quedarse con su esposa. Y después de todo, ¿qué cuesta conseguir el divorcio? Muchos lo hacen. Despard no tiene una carrera que pueda ser arruinada. Shaitana falló en esta ocasión. El asesino número tres no lo era en el sentido literal de la palabra,

Miró a Poirot.

—Por lo tanto, sólo queda...

—La señora Lorrimer —dijo el detective.

Sonó el timbre del teléfono. Poirot se levantó y cogió el auricular. Habló unas pocas palabras, aguardó y volvió a hablar. Luego colgó el aparato y volvió hacia donde estaba Battle.

Su cara tenía una expresión grave. —Era la señora Lorrimer —dijo—. Quiere que vaya a su casa... ahora.

Los dos hombres se contemplaron mutuamente y Battle sacudió la cabeza con lentitud.

—¿Me equivoco al pensar que estaba usted esperando que ocurriera una cosa así? —preguntó.

—Me lo figuraba —dijo Hércules Poirot—. Eso es todo. Sólo me lo figuraba.

—Será mejor que vaya usted en seguida —observó Battle—. Tal vez consiga por fin enterarse de la verdad.

Capítulo XXV
 
-
La señora Lorrimer habla

El día no era muy radiante y el salón de la señora Lorrimer parecía estar muy oscuro y triste. Ella misma tenía un aspecto gris y daba la impresión de ser mucho más vieja que cuando la visitó Poirot últimamente. Lo recibió con su habitual sonrisa de confianza.

—Ha sido usted muy amable al venir tan pronto, monsieur Poirot. Ya sé que se halla muy ocupado.

—Estoy a su disposición, madame —replicó el detective haciendo una reverencia.

La señora Lorrimer pulsó un llamador que había en la repisa de la chimenea.

—Haremos que nos sirvan el té. No sé lo que pensará usted al respecto, pero siempre he creído que es una equivocación el empezar a hacer confidencias sin haber allanado un poco el camino.

—Entonces, ¿va a haber confidencias, madame?

La señora Lorrimer no contestó, porque en aquel momento entró la doncella. Cuando hubo recibido instrucciones y volvió a salir, la mujer observó con sequedad:

—Recordará usted que cuando vino a visitarme dijo que volvería si lo llamaba. Me figuro que tendría usted una idea formada sobre las razones que me impulsarían a ello.

Después de esto cambiaron de tema. Trajeron el té y la señora Lorrimer lo sirvió, comentando con sensatez varios tópicos corrientes.

Aprovechándose de una pausa que hizo ella, Poirot comentó:

—He oído decir que usted y la señorita Meredith tomaron el té juntas hace unos días.

—Sí. ¿La ha visto usted últimamente?

—Esta misma tarde.

—Entonces está en Londres, ¿o ha ido usted a Wallingford?

—No. Ella y su amiga tuvieron la amabilidad de venir a visitarme.

—¡Ah!, su amiga! No la conozco.

—Este asesinato... ha servido para un
rapprochement
. Usted y la señorita Meredith toman el té juntas. El mayor Despard también cultiva la amistad de esa joven. El doctor Roberts es quizás el único extraño a ello.

—Lo encontré el otro día en una partida de
bridge
—dijo la señora Lorrimer—. Parecía tan jovial como de costumbre.

—¿Tan aficionado al
bridge
como siempre?

—Sí... haciendo las más absurdas subastas... y, no obstante, consiguiendo buenos resultados a menudo.

Calló durante unos instantes.

—¿Hace mucho tiempo que no ha visto al superintendente Battle? —preguntó.

—Esta tarde también. Estaba conmigo cuando telefoneó usted.

—¿Qué tal va en sus investigaciones? —indagó.

—No adelanta muy rápidamente —respondió Poirot con gravedad— Es lento, pero llegará por fin a donde se propone, madame.

—Me extrañaría. —Sus labios se plegaron en una sonrisa ligeramente irónica.

Luego prosiguió:

—Me ha dedicado mucha atención. Creo que ha investigado en mi vida pasada; hasta mi niñez. Se ha entrevistado con mis amistades y hablado con mis criados... tanto con los que tengo ahora como los que me sirvieron hace años. No sé qué es lo que esperaba encontrar, pero estoy segura de que no lo ha conseguido. Debía haber aceptado lo que yo le dije. Era la verdad. Conocía al señor Shaitana muy superficialmente. Me lo presentaron en Luxor, como ya le conté, y nuestra amistad no tenía ningún otro significado. El superintendente Battle no será capaz de eludir esos hechos.

—Tal vez no —dijo Poirot.

—¿Y usted, monsieur Poirot? ¿Ha hecho algunas investigaciones?

—¿Respecto a usted, madame?

—Eso quería decir.

El hombrecillo sacudió lentamente la cabeza.

—No hubiera sacado ningún provecho.

—¿Qué es lo que quiere dar a entender con ello exactamente, monsieur Poirot?

—Voy a serle franco, madame. Me di cuenta desde el principio, que de las cuatro personas que estaban en el salón del señor Shaitana aquella noche, la que poseía el mejor cerebro y pensaba más fría y lógicamente era usted. Si hubiera tenido que apostar dinero por alguno de los cuatro, pensando en el que planeó el crimen y lo llevó a la práctica con éxito, lo hubiera apostado por usted.

—¿Debo sentirse halagada por ello? —preguntó secamente.

Poirot prosiguió sin hacer el menor caso de la interrupción:

—Para que un crimen tenga éxito es necesario generalmente un planteo detallado, en el cual todas las probables contingencias deben tenerse en cuenta. El tiempo debe contarse al segundo. El emplazamiento ha de ser escrupulosamente correcto. El doctor Roberts podría cometer un crimen chapucero, con mucha prisa y sobra de confianza en sí mismo. El mayor Despard será probablemente demasiado prudente para perpetrar uno, y la señorita Meredith perdería la cabeza y se delataría. Pero usted, madame, no haría ninguna de esas cosas. Usted es inteligente y tiene sangre fría, tiene suficiente resolución y podría obsesionarse con una idea, pero sin desechar la prudencia. No es de esas mujeres que pierden la serenidad.

La señora Lorrimer guardó silencio mientras una ligera sonrisa entreabría sus labios.

—Eso es lo que usted piensa de mí, monsieur Poirot —dijo al fin—. Cree que soy la mujer indicada para llevar a cabo un asesinato ideal.

—Por lo menos tiene usted la amabilidad de no ofenderse por esta opinión mía.

—La encuentro muy interesante. ¿Supone usted, por lo tanto, que soy la única persona que pudo matar con éxito a Shaitana?

Poirot replicó despacio:

—Existe una dificultad, madame.

—¿De veras? Dígame cuál es.

—Habrá advertido que acabo de decir una frase poco más o menos, como ésta: «Para que el crimen tenga éxito se necesita generalmente planear cada detalle por adelantado.»
Generalmente
es la palabra hacia la que quiero llamar su atención. Porque hay otro tipo de crimen afortunado. ¿No le dijo usted nunca a nadie, de repente: «Lanza una piedra y prueba a dar en ese árbol, y aquella persona obedece con presteza, sin pensarlo... y, en la mayoría de los casos, acierta a dar con el objetivo propuesto? Pero si se trata de repetir la prueba ya no es tan fácil... porque ha empezado a pensar: «Más fuerte... no tanto... un poco más a la derecha... a la izquierda.» La primera fue una acción casi inconsciente, pues el cuerpo obedece al pensamiento como lo haría el cuerpo de un animal.
Eh bien,
madame, hay un tipo de crimen parecido a eso... un crimen cometido de repente... una inspiración... un destello de genialidad... sin tiempo para esperar a pensarlo. Y así, madame, fue el crimen del que fue víctima el señor Shaitana. Una terrible necesidad momentánea; una inspiración fulminante y una rápida ejecución.

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