Categoría 7 (31 page)

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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Había sido un fanático del clima desde pequeño, leyendo todo lo que podía sobre el tema, trazando gráficos, tablas y predicciones desde el momento en que había sido capaz de sostener un lápiz y una regla. Convirtió su pasión en el trabajo de su vida al estudiar meteorología en la universidad. Sus intereses se volvieron, rápidamente, más académicos, concentrándose en la física y en las interacciones a pequeña escala que afectaban a sistemas climáticos mayores. Conocía el clima y su funcionamiento, y había pasado diez años intentando cambiar eso, con éxitos importantes.

No era algo de lo que estuviera orgulloso.

Dejó el último de los platos en el escurridor y se secó las manos, empujando a inn con el borde de sus chancletas, para obligarlo a ponerse de pie.

—¿Tienes ganas de nadar, amigo?

El perro pasó por delante de él y se dirigió hacia la puerta mosquitera, esperando impaciente que lo dejara salir al jardín. Moviéndose como un fantasma entre las sombras, se dirigió hacia el embarcadero a trote ligero. Richard lo siguió más lentamente.

El trabajo de Kate, sin duda, llamaría algo la atención entre los participantes en el congreso. Aunque el grupo estudiado era pequeño, las tres tormentas de su ponencia estaban agrupadas en un lapso de tres meses, lo que intrigaría a los meteorólogos que no las habían advertido. Por otro lado, había que tener en cuenta las otras tres que ella tenía intención de mencionar y que representarían otro foco de atención. Y aunque su exposición de la información era racional y académica en cuanto a su forma, ella no ofrecía explicaciones, lo cual deleitaría a los que se alimentaban de conspiraciones.

Sentándose en el banco de madera asegurado a un extremo del embarcadero, Richard lanzó una pelota de tenis al agua, sonriendo ante la elegancia del cuerpo blanco de Finn cuando el perro describió un largo y gracioso arco sobre las oscuras aguas. En el momento de caer al agua con un ruidoso y torpe chapuzón, comenzó a nadar hacia la flotante pelota fluorescente.

Las tormentas de Kate tenían una característica, o una ausencia de característica, que le recordaban mucho a las que él, junto a su equipo, habían diseñado para la CIA. Esa característica había sido casi de tanto interés para la Agencia como los mismos resultados. Era, esencialmente, tecnología de ocultamiento, aunque el término no hubiera existido en aquel momento.

El equipo había funcionado desde el vientre de un Hércules C-130 adaptado, un transporte militar que no llamaría la atención desde tierra o en operaciones de altura de reconocimiento aéreo. Una, o una serie de descargas de láser de varios segundos de duración aparecerían simplemente como puntos de luz a los observadores desde tierra, quienes, como había señalado Carter entre risas, pronto tendrían otras cosas de qué preocuparse. Las observaciones desde el espacio tampoco tenían que inquietarles, porque en aquellos días los satélites espías era una tecnología emergente cuyo uso estaba básicamente limitado a las fuerzas militares soviéticas y estadounidenses. Todo eso quería decir que la habilidad para incrementar tormentas formaba parte del arsenal estadounidense de despliegue rápido, armas para el ataque capaces de ser usadas de forma encubierta y en operaciones de guerrilla.

Pero Carter había persuadido a la Agencia de que un simple incremento de intensidad no era suficiente; uno no podía aumentar lo inexistente, y ciertas partes del mundo no contaban con la constancia del clima estadounidense, en donde los altos vientos del Oeste chocaban de forma regular con los procedentes del Golfo. El vencedor, les dijo, sería aquel que pudiera desarrollar un método igualmente rápido e indetectable de
creación
de tormentas para ser manipuladas. Carter había dicho que era posible, y lo habían hecho.

—No puede haber continuado —dijo Richard, y el sonido de su voz contra la quietud de la noche lo sorprendió.

Era una idea ridícula. Completamente ridícula.

Tomó la pelota fría y chorreante que Finn había dejado caer en su regazo. Con los ojos fijos en la ella, el perro se movió hacia atrás, haciéndole ver que estaba listo. Richard levantó el brazo y lanzó la pelota de nuevo al estrecho. Finn la siguió segundos después, cayendo al agua antes que ella.

Mientras observaba cómo Finn nadaba cerca de la orilla rocosa y luego trepaba por ella, con la pelota en la boca, Richard decidió que había llegado la hora de obtener algunas respuestas. Se dirigió hacia la casa y se encontró con el perro empapado al borde del embarcadero.

—Vamos, muchacho. Se acabó la diversión. Es hora de secarte.

Una violenta sacudida que lanzó agua en todas direcciones fue la única respuesta del animal antes de salir a toda velocidad hacia la casa.

Dos horas después, Richard se apartó de su desordenado escritorio, dejando la pantalla de su ordenador encendida y una cantidad de recortes de artículos periodísticos amontonados cerca del monitor. Sacó una botella de whisky irlandés de un pequeño mueble sobre el fregadero de la cocina, se sirvió un buen trago y se dirigió con él al porche. El primer sorbo se deslizó como fuego por su garganta, apagando los bordes de su furia.

Cada una de las tormentas sobre las que Kate había escrito había causado algún tipo de destrucción en las zonas limítrofes. Incluso un pueblo había quedado prácticamente arrasado. En todos los casos, las noticias locales habían anunciado que Ingeniería Coriolis había recibido contratos para reconstruir al menos buena parte del daño y para restablecer las infraestructuras.

«Ese hijo de puta estaba jugando a ser Dios».

El segundo trago fue más suave y aclaró algo de la niebla en su mente. La evidencia era circunstancial y débil. Pero conociendo a Carter como él lo conocía, Richard no podía quedarse sin hacer nada. Quizás había llegado la hora de organizar una reunión.

Viernes, 20 de julio, 23:30 h, Greenwich Village, Nueva York.

«Tal vez esto no sea tan malo después de todo. Joderle las cosas a Win será sencillo y me dejará mucho más satisfecha que las veces que me lo follé».

Elle observó la sonrisa de Davis Lee haciéndose más amplia mientras le contaba otra historia. Confiaba en sí misma y en su habilidad para hacer lo que estaba haciendo, e incluso sentía cierta simpatía hacia él. Estar en su compañía era más sencillo de lo que había esperado, y él era considerablemente más interesante de lo que había supuesto. Aunque el asunto del caballero sureño nunca la había atraído demasiado, aquello había desaparecido a lo largo de la noche junto a la mayor parte de su arrogancia, dejando a un Davis Lee mucho más auténtico y, por consiguiente, más interesante. Elle se había relajado un poco a medida que la noche había avanzado.

Habían pasado de la charla informal cuando terminaron el primer martini y más allá de conversaciones de negocios cuando terminaron el segundo. El viaje en taxi por la ciudad había estado marcado por la risa. Habían bajado en Washington Square para caminar unas manzanas antes de detenerse delante de un pequeño restaurante a cuyo dueño conocía Davis Lee. Durante la cena, había tenido lugar un leve flirteo, y luego se habían reído de los problemas en los que se meterían si llevaban más lejos el asunto. Y en ese punto la conversación había vuelto a temas más generales.

Entonces, con sorpresa, ante un postre que apenas había probado, Elle se dio cuenta de que la idea de acostarse con Davis Lee ya no le resultaba desagradable. En realidad, podía ser atractiva si no fuera por el hecho de que Win quería que sucediera. Y no tenía la más mínima intención de contentar a Win esa noche. Por el contrario, esa noche ella quería ser feliz haciendo que Win apareciera como un idiota.

Dejó la taza de café en el platillo, deslizó la punta de la lengua por el labio superior, y un instante después, miró a Davis Lee a los ojos. Estaba listo para ser desplumado.

—¿Serías honesto conmigo, Davis Lee? —Su voz había adquirido un registro seductor, lo cual no pareció sorprenderlo.

Su mirada curiosa se deslizó por su rostro antes de detenerse en su boca.

—Tal vez.

«Buen chico». Una excesiva calidez le recorrió las entrañas como una ardiente ola oceánica y sonrió.

—¿Estoy realmente haciendo una investigación para una biografía?

—¿Para qué si no?

Ella alzó un hombro y lo dejó caer. El movimiento pareció más brusco de lo que ella hubiera querido. Perdió la concentración cuando vio al camarero alejarse con la botella de vino vacía.

«¿Cuánto vino habré bebido?».

—¿Elle?

Ella volvió su mirada al rostro de facciones marcadas de Davis Lee.

—Podría ser una expedición de pesca.

—¿Para qué?

—Para un pasado con bordes ásperos que necesitan borrarse.

Sacudió la cabeza y bebió el resto de su café.

—Eso sería una ridícula pérdida de tiempo, ¿no crees? Enviarte de pesca en un barril tan pequeño. Carter conoce su propio pasado tan bien como cualquiera que se haya preocupado de mirar. ¿Por qué habría yo de…?

«Davis Lee, no soy una idiota».

—Déjame reformular la idea. Tal vez es una comprobación —dijo con suavidad—. Un cepillado y limpieza profundos para antes de, hummm, por ejemplo, anunciar una candidatura.

Él le sonrió, un segundo demasiado tarde.

—Creo que has pasado demasiado tiempo en Washington.

—Dos años en Washington pueden proporcionarle a una chica una estupenda educación. —Hizo una pausa—. Me gustó vivir allí y me gustó el trabajo, especialmente en la Casa Blanca. Mantiene tu mente ágil. Siempre hay otra perspectiva diferente a la que uno cree desde la cual se pueden ver las cosas.

Él digirió el comentario en silencio por unos momentos y luego sonrió.

—¿Qué significa eso?

—Quiere decir que incluso una vez que has pensado que has captado por completo un asunto o a una persona, siempre va a haber facetas que no habrás considerado —respondió confiada, llevándose la taza de café a sus labios, pero volviendo a dejarla sobre el platillo al descubrir que estaba vacía.

Él no pareció notarlo.

—¿Y Nueva York no es así?

—Nueva York es distinta. —Apoyó los codos sobre la mesa y su barbilla en la palma de su mano—. Por ejemplo, en este proyecto, creo que estoy encontrando cosas que Carter Thomson nunca quiso que fueran descubiertas. ¿Estoy en lo cierto? —preguntó al ver que Davis Lee no decía nada.

—¿Sobre qué?

—Carter no quiere que algunas cuestiones salgan a luz, como esa fundación suya. O aquel hobby de juventud. O tal vez

no quieres que salgan a luz.

Él se reclinó sobre su silla, haciendo girar distraídamente un móvil que había sobre la mesa. Elle no estaba segura si era el suyo o el de Davis Lee.

—Su fundación no tiene ánimo de lucro, lo cual significa que, entre toda la documentación estatal y federal que debe cubrir, hay un enorme rastro de papeles —dijo Davis Lee—. Si quisiera mantenerlo en secreto, no se habría tomado el trabajo de constituirla. Habría subvencionado otros grupos de forma anónima.

—Entonces no podría haber dirigido las investigaciones.

—Puede que no esté dirigiendo ninguna investigación en este momento. Además, si le entregas suficiente dinero a una organización, a cualquier organización, se portará bien —afirmó él—. ¿Acaso no crees que cualquier universidad no hubiera acogido estupendamente su dinero y cualquier asunto que presentara?

—¿Qué hay de los artículos? ¿Crees que quiere que salgan a la luz?

—Están citados en libros que se encuentran en las bibliotecas, Elle. A duras penas pueden considerarse privados. De hecho, creo que el término es «disponibles al público». —Su sonrisa parecía forzada y su voz no tan indulgente.

Ella se sentó con la espalda recta y volvió a agarrar la taza de café vacía.

—Sólo en nombre. Están descatalogados desde hace tanto tiempo…

—¿Hemos terminado? —Su voz denotaba un aburrimiento que casi resultaba creíble.

—No. —Bajó la voz hasta convertirla casi en un susurro y extendió su mano, apoyando sus dedos sobre el mantel a unos milímetros de los suyos.

—Mira, Davis Lee, cortemos por lo sano. Yo sé que estoy realizando esta investigación para
ti
. Y dado que Carter Thomson es quién es y cómo obtiene su dinero, ésta no es la clase de información que quieres que se distribuya públicamente. Pero quiero saber el motivo por el que estás interesado en ella.

—Elle, tienes una desbordante imaginación.

—Tengo mucho más que eso. Tengo cerebro, Davis Lee, y mi capacidad analítica es buena. Y creo que tú tienes ambiciones que van más allá de Wall Street y por eso me has contratado.

—Bueno, lo primero que has dicho es verdad, pero yo te contraté para ser una ayudante de investigación, cariño. Eso es todo.

«Seguro». Ella dejó que en su boca se formara una paciente sonrisa.

—¿Quieres saber cómo creo que las noticias sobre la fundación de investigación privada de Carter y su antigua fascinación por los aspectos más delirantes del campo científico sobre investigación climática jugarían durante una campaña? —preguntó, mirando fijamente a los ojos a Davis Lee. Él sostuvo su mirada, sin mostrarse impresionado.

—No tengo ni idea.

—Lo definirían, Davis Lee, y nunca sería elegido. Todo el bien que ha hecho en el mundo y en los negocios quedaría enterrado, y Benson ni siquiera tendría que involucrarse.

—¿Benson? —repitió Davis Lee con una carcajada—. Ya sé que hablas de una candidatura, pero ¿tú crees que Carter Thompson quiere ser presidente? Elle, estás…

—Cualquier otra cosa sería una minucia, Davis Lee, y tú lo sabes. Él es un empresario que se acerca a los sesenta y cinco años y el cuarto hombre más rico de los Estados Unidos. ¿Qué otro cargo lo satisfaría? —preguntó—. Pero todo el poder y la fama que ha acumulado no servirían de nada si aparece como partidario de cosas que suenan más a ciencia ficción que a ciencia. Sería como las lágrimas de Edwin Meese o el paseo en tanque de Michael Dukakis. Lo perseguiría a todas partes para siempre y nunca sería capaz de rechazarlo o minimizarlo.

Davis Lee dejó caer la máscara de afectación y aburrimiento y volvió a sentarse. Su mano permaneció inmóvil, al alcance de la de ella, sobre el teléfono móvil.

—¿Por qué dices eso? ¿Salvar el medio ambiente no es ya una causa noble o me he quedado dormido?

La sonrisa de Elle se hizo más amplia al notar que él concedía algo de crédito a su postura.

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