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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (20 page)

Inspeccionó hileras de pistolas láser modificadas, rifles de impulsos, pistolas de dardos y lanzaproyectiles. La violencia potencial que veía en aquellas armas le recordaba a las Honoradas Matres. Las rameras no querían armas que aturdieran al enemigo de lejos; ellas preferían causar un daño extremo de cerca, para poder ver la sangre y sonreír. Ya se había hecho una idea bastante aproximada de sus gustos cuando descubrió la cámara de torturas. ¿Qué otras cosas habrían escondido aquellas horribles mujeres a bordo?

Mientras él estuvo prisionero en la no-nave, aquellas armas habían estado allí, a buen recaudo, y aun así al alcance de la mano.

De haber querido, sin duda podría haber entrado en la sala de armas y haberlas robado. Le sorprendía que Odrade le hubiera subestimado de esa forma… o quizá solo confiaba en él. Al final, le había planteado lo que la historia llamaba «elección Atreides», le explicó las consecuencias y le permitió decidir si quería o no seguir en la no-nave. Confiaba en su lealtad. Cualquiera que lo conociera, personalmente o a través de la historia, sabía que Duncan Idaho era sinónimo de lealtad.

En aquellos instantes, pensó en las minas selladas y compactas que se colocaron para hacer estallar la no-nave. Un mecanismo de seguridad.

—Esas no son las únicas bombas de relojería que llevamos a bordo. —La voz le sobresaltó, y se dio la vuelta, adoptando de forma instintiva una postura defensiva. La figura austera y de pelo ensortijado de Garimi estaba en la escotilla. A pesar de su experiencia con ellas, a Duncan le seguía sorprendiendo lo silenciosas que podían llegar a ser las brujas.

Trató de recuperar la compostura.

—¿Hay alguna otra armería, un arsenal secreto? —Sí, podía ser, puesto que en la nave seguía habiendo miles de cámaras que jamás habían sido abiertas ni examinadas.

—Hablaba metafóricamente. Me refería a esos gholas del pasado.

—Eso ya se ha discutido, ya se tomó la decisión. —En el centro médico, el primer ghola creado a partir de las células de muestra de Scytale no tardaría en ser decantado.

—El hecho de tomar una decisión no implica que sea la correcta —dijo Garimi.

—Siempre repites lo mismo.

Garimi levantó los ojos al techo.

—Ni siquiera tú has visto señales de tus perseguidores desde que arrojamos a nuestras cinco hermanas torturadas al espacio. Es hora de buscar un mundo adecuado y establecer una base para la Hermandad Bene Gesserit.

Duncan frunció el ceño.

—El Oráculo del Tiempo también dijo que nuestros perseguidores nos buscan.

—Otro encuentro que solo tú experimentaste.

—¿Estás sugiriendo que lo imaginé? ¿O que miento? Tráeme a la guardiana de la verdad que quieras. Te lo demostraré.

Ella farfulló.

—Aun así, hace años que el Oráculo te previno. Y durante todo este tiempo hemos evitado que nos atrapen.

Duncan la miró fríamente, apoyándose en uno de los estantes donde estaban las armas.

—¿Y cómo sabes si el Enemigo no está siendo paciente, si no se está limitando a esperar que cometamos un error? Quieren esta nave, o a alguien que viaja a bordo… yo, seguramente. En cuanto esos gholas recuperen sus conocimientos y su experiencia, podrían ser nuestra mejor baza.

—O un peligro oculto.

Duncan se dio cuenta de que nunca lograría convencerla.

—Yo conocí a Paul Atreides. Como maestro de armas de los Atreides, ayudé a educar y adiestrar a ese joven. Y volveré a hacerlo.

—Y se convirtió en el terrible Muad’Dib. Inició una yihad que acabó con la vida de trillones de personas y acabó siendo un emperador tan corrupto como los que le precedieron en la historia.

—Fue un buen niño y un buen hombre —insistió Duncan—. Y, si bien él dio forma al mapa de la historia, los sucesos que se produjeron a su alrededor le dieron forma a él. Aun así, al final se negó a seguir un camino que sabía que solo llevaría al dolor y la ruina.

—Su hijo Leto no tuvo tantos reparos.

—Leto II también se vio obligado a tomar una decisión Hobson. No podemos juzgar sus actos hasta que no conozcamos todos los hechos. Quizá aún no ha pasado tiempo suficiente para que podamos decir si hizo lo correcto o no.

Una profunda ira atravesó el rostro de Garimi.

—Han pasado cinco mil años desde que el Tirano inició su obra, mil quinientos desde su muerte.

—Una de las lecciones más importantes que nos enseñó es que la humanidad tendría que aprender a pensar a largo plazo.

Duncan, que se sentía incómodo sabiendo que aquella mujer estaba tan cerca de tantas armas tentadoras, salió con ella al pasillo y selló la entrada.

—Yo estaba en Ix, combatiendo a los tleilaxu del lado de la casa Vernius, cuando Paul Atreides nació en el palacio imperial de Kaitain. Participé en las primeras batallas de la guerra de Asesinos, que consumió las energías de la Casa de Ecaz y el duque Leto durante tantos años. Dama Jessica había sido llamada a Kaitain para pasar allí sus últimos meses de embarazo, porque dama Anirul ya sospechaba del potencial de Paul y quería estar presente en el parto. A pesar de las traiciones y asesinatos, el bebé sobrevivió y fue llevado de vuelta a Caladan.

Garimi echó a andar, visiblemente alterada.

—Según la leyenda, Paul Muad’Dib nació en Caladan, no en Kaitain.

—Las leyendas solo son eso, leyendas. A veces tienen errores, o se distorsionan deliberadamente. Paul Atreides fue bautizado en Caladan, y siempre lo consideró su planeta natal, hasta que llegó a Dune. Vosotras las Bene Gesserit escribisteis la historia.

—¿Y ahora tú quieres reescribirla con lo que nos aseguras que es la verdad, con tu precioso Paul y los otros niños-ghola del pasado?

—Reescribirla no. Queremos recrearla.

Claramente insatisfecha, viendo que seguir discutiendo no serviría de nada, Garimi se detuvo para ver qué dirección tomaba Duncan. Y entonces se volvió y se alejó en la dirección contraria.

27

Lo desconocido puede ser algo terrible, y a menudo la imaginación lo hace aún más monstruoso. Sin embargo, el verdadero Enemigo es mucho peor que nada que podamos imaginar. No bajes la guardia.

M
ADRE
SUPERIORA
D
ARWI
O
DRADE

La oronda Reverenda Madre y la fiera Honorada Matre estaban muy tiesas, lado a lado, separándose tanto como podían sin que fuera demasiado obvio. Incluso un observador sin el adiestramiento especial de una Bene Gesserit habría notado el desagrado que sentían por la otra.

—Vosotras dos tendréis que colaborar. —La voz de Murbella no dejaba pie a discusiones—. He decidido que debemos dedicar un mayor esfuerzo al cinturón desértico. No olvidéis nunca que la melange es la clave. Haremos venir a investigadores del exterior para que establezcan bases de observación en los territorios más recónditos de los gusanos. Tal vez encontraremos algún viejo experto que visitara Rakis antes de que fuera destruido.

—Nuestras reservas de melange siguen siendo importantes —­señaló Bellonda.

—Y las truchas de arena parecen estar destruyendo toda la tierra fértil —añadió Doria—. El flujo de especia está asegurado.

—¡Nunca hay nada seguro! La complacencia puede ser más peligrosa que las Honoradas Matres… o incluso el Enemigo Exterior —­dijo Murbella—. Para enfrentarnos a ambos, necesitamos la cooperación incondicional de la Cofradía Espacial. Necesitamos sus naves inmensas armadas, para que nos lleven y nos traigan a donde queramos. Podemos utilizar a la Cofradía y la CHOAM como la zanahoria y el palo para obligar a planetas, gobiernos y sistemas militares independientes a seguir nuestras pautas. Y para eso, nuestra arma más efectiva es la melange. Si no tienen otras fuentes, tendrán que acudir a nosotras.

—También pueden pilotar otras naves de la Dispersión —dijo Bellonda.

Doria resopló.

—La Cofradía jamás lo aceptaría.

Mirando de reojo a su rival y compañera, Bellonda añadió:

—Dado que solo permitimos que la Cofradía nos saque cantidades pequeñas de melange, pagan precios exorbitantes por la melange que el mercado negro consigue de otras fuentes. Una vez se hayan agotado, estarán a nuestros pies y harán cuanto les pidamos. —Bellonda asintió—. Seguramente la Cofradía ya está desesperada. Cuando el administrador Gorus y el navegador Edrik vinieron hace tres años estaban histéricos. Desde entonces les hemos tenido a nuestra merced.

—Podrían muy bien estar al borde de un acto irracional —advirtió Doria.

—La especia debe circular, pero solo en nuestros términos. —Murbella se volvió hacia las mujeres—. Tengo una nueva asignación para vosotras. Cuando ofrezcamos nuestro generoso perdón a cambio de la cooperación de la Cofradía en la guerra que se avecina, tendremos que pagarles generosamente. Doria y Bellonda, os pongo al frente de la zona árida, del proceso de extracción de especia y los nuevos gusanos de arena.

Bellonda parecía perpleja.

—Madre comandante, ¿no os haré mejor servicio aquí, como consejera… y guardiana?

—No, no lo harás. Como mentat, has demostrado una gran habilidad con los detalles. Y Doria tiene el suficiente carácter para presionar cuando hace falta. Aseguraos de que nuestros gusanos producen en las cantidades que nosotras (y la Cofradía) vamos a necesitar. A partir de ahora, los desiertos de Casa Capitular son responsabilidad vuestra.

— o O o —

Cuando aquel par tan incongruente partió hacia el desierto, Murbella fue a ver a la vieja Madre de Archivos Accadia. Seguía buscando respuestas.

En aquella ala amplia y espaciosa de la torre de Central, la vieja bibliotecaria había dispuesto numerosas mesas y reservados donde miles de Reverendas Madres hacían su trabajo. En circunstancias normales, los archivos de Central habrían sido un lugar tranquilo para la meditación y el estudio, pero Accadia se había impuesto una misión especial que daba a la Nueva Hermandad una inesperada riqueza en esperanza.

El mundo biblioteca de las Bene Gesserit, Lampadas, estaba entre los que habían sucumbido a los ataques de las Honoradas Matres. Conscientes de su inminente desaparición, las habitantes del planeta habían compartido entre ellas, destilando la experiencia y los conocimientos de una población entera en unas pocas. Finalmente, todos esos recuerdos, junto con la biblioteca entera de Lampadas, llegaron a la mente de la agreste reverenda madre Rebecca, que a su vez compartió con otras muchas, salvando así los recuerdos de toda esa gente.

El gran plan de Accadia consistía en reconstruir la biblioteca perdida de Lampadas. Y para ese fin reunió a las Reverendas Madres que habían conseguido los conocimientos y las experiencias de la Horda de Lampadas. Las que también eran mentats, recordaban palabra por palabra todo lo leído y aprendido por aquellas vidas anteriores.

El ala de archivos era un zumbido continuo de conversaciones y sonidos de fondo, de mujeres que dictaban de memoria ante rollos de grabación de hilo shiga y que leían en voz alta una página tras otra de los raros ejemplares que recordaban de sus experiencias. Otras estaban sentadas con los ojos cerrados, esbozando en láminas de cristal los diagramas y diseños que llevaban en la mente. Murbella veía aparecer un volumen tras otro ante sus ojos. Cada mujer tenía una tarea asignada para evitar la posibilidad de malgastar esfuerzos repitiendo los mismos libros.

Accadia recibió a su visitante con aire satisfecho.

—Bienvenida, madre comandante. Con gran esfuerzo, cada vez reparamos más pérdidas.

—Solo espero que el Enemigo no destruya Casa Capitular y haga que vuestros esfuerzos hayan sido en vano.

—Conservar el conocimiento no es nunca un ejercicio inútil, madre comandante.

Murbella meneó la cabeza.

—Pero por lo que veo hay ciertos conocimientos vitales que no tenemos. Faltan elementos claves, la información más sencilla y directa. ¿Quién o qué es nuestro Enemigo? ¿Por qué tanta destrucción? O, ya que estamos ¿quiénes son las Honoradas Matres? ¿De dónde vienen, cómo han podido provocar tanta ira?

—Vos misma fuisteis Honorada Matre. ¿No os dan ninguna pista vuestras Otras Memorias?

Murbella rechinó los dientes. Lo había intentado una y otra vez, sin éxito.

—Puedo estudiar el camino de los linajes de Bene Gesserit que he adquirido, pero no el de las Honoradas Matres. Su pasado es un muro negro ante mis ojos. Cada vez que me sumerjo en él, llego a una barrera infranqueable. O las Honoradas Matres no conocen sus orígenes, o es algo tan terrible que lo han bloqueado.

—He oído decir que lo mismo les sucede a todas las Honoradas Matres que han pasado por la Agonía de Especia.

—Todas. —Murbella había recibido la misma respuesta una vez y otra vez. Los orígenes de las Honoradas Matres y el Enemigo no eran más que mitos nebulosos del pasado. Aquellas nunca habían sido reflexivas, no meditaban las consecuencias ni se remontaban en el tiempo buscando los antecedentes de los hechos. Y ahora parece que todos iban a pagar por ello.

—Tendréis que encontrar la información en otro lado, madre comandante. Si descubrimos alguna pista mientras reproducimos la biblioteca de Lampadas, os informaré.

Murbella le dio las gracias, aunque intuía que la información que buscaba no estaba allí.

— o O o —

Poco antes de que Janess decidiera someterse a la Agonía de Especia —tres años después de que su gemela fracasara—, la madre comandante acudió a su habitación en los barracones de las acólitas.

—Me engañé respecto a las posibilidades de Rinya en la prueba. —­Para Murbella no era fácil pronunciar aquellas palabras—. Jamás imaginé que una hija mía y de Duncan pudiera fallar. Mi altanería de Honorada Matre, cómo no.

—Esta hija no fracasará, madre comandante —dijo Janess, sentándose derecha—. Me he entrenado a conciencia, y estoy tan preparada como pueda estarlo cualquier otra. Estoy asustada, sí, pero solo lo suficiente para mantenerme alerta.

—Las Honoradas Matres consideran que no hay lugar para el miedo —musitó Murbella—. No creen que la persona pueda fortalecerse por el hecho de admitir su debilidad, en lugar de ocultarla y tratar de superarla.

—Si no afrontas tu debilidad, ¿cómo sabrás dónde has de ser fuerte? He leído esta cita en los escritos de Duncan Idaho.

Durante años, Janess había estudiado las muchas vidas de Duncan Idaho. Aunque jamás conocería a su padre, había aprendido mucho de las técnicas de combate del gran maestro de armas de la casa Atreides, habilidades clásicas del combate que habían quedado registradas y habían pasado a otros.

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