Así que, tras pensar con rapidez, Uxtal le había administrado un antídoto y le salvó la vida. Ingva nunca le dio las gracias, nunca reconocía ningún favor. Pero claro, tampoco le había matado. Ni le había sometido sexualmente. Algo es algo.
Sigo vivo. Sigo vivo.
El ghola de Vladimir Harkonnen vivía en una cámara-guardería vigilada, en los terrenos de los laboratorios. El pequeño conseguía prácticamente cuanto pedía, incluidas mascotas con las que «jugar», muchas de las cuales no sobrevivían. Desde luego, era el barón auténtico.
Su vena mezquina divertía mucho a Hellica, incluso cuando el pequeño volvía su rabia contra ella. Uxtal no entendía por qué la Madre Superiora le prestaba atención, ni por qué se preocupaba por los planes de los Danzarines Rostro.
Al pequeño investigador le inquietaba dejar a Hellica a solas con el niño; temía que pudiera hacerle daño y luego dejar que él, Uxtal, cargara con las culpas y fuera castigado. Pero no tenía forma de impedir que hiciera lo que ella quisiera. Solo con insinuar una queja, Hellica lo habría fulminado con la mirada. Por suerte, parece que el pequeño monstruo le gustaba. Y veía sus interacciones con él como un juego. En la granja vecina de sligs, los dos daban alegremente miembros humanos a aquellas criaturas lentas e inmensas, que los masticaban hasta convertirlos en una pasta que posteriormente digerirían con sus múltiples estómagos.
Viendo que la vena cruel ya empezaba a manifestarse en el pequeño Vladimir, Uxtal se alegró de que las otras células de la cápsula de nulentropía del maestro hubieran sido destruidas. ¿Qué otras bestias habían salvado los herejes tleilaxu de la antigüedad?
Los orígenes de la Cofradía Espacial están envueltos en una neblina cósmica, no muy distinta de los intrincados senderos que surca el navegador.
Archivos del Imperio Antiguo
Ni siquiera el más experimentado de los navegadores de la Cofradía podía asimilar aquel universo alterado y sin sentido donde la realidad guardaba celosamente sus misterios. Pero el Oráculo del Tiempo había convocado a Edrik y sus compañeros allí.
El navegador flotaba en su tanque de especia en lo alto del carguero, y miraba con inquietud el paisaje espacial y al interior de su mente. A su alrededor, hasta donde le alcanzaban la vista y la imaginación, veía miles de enormes cargueros de la Cofradía. Hacía miles de años que no se reunía un grupo tan grande.
Respondiendo a la convocatoria, Edrik y sus compañeros navegadores habían acudido a unas coordenadas normales entre sistemas estelares, pensando que allí recibirían instrucciones de la voz ultraterrena. Y entonces, de forma inesperada, el tejido del universo se plegó a su alrededor y los arrojó a aquel vasto y profundo vacío del que no parecía haber salida.
Tal vez el Oráculo sabía lo desesperadamente que necesitaban la especia, porque Casa Capitular les estaba dosificando los suministros como «castigo» por haber colaborado con las Honoradas Matres. ¡La perversa madre comandante, haciendo gala de su poder pero sin ser realmente consciente del daño que podía causar, había amenazado con destruir las arenas de especia si no se salía con la suya! ¡Qué necedad! Quizá el Oráculo les mostraría otra fuente de especia.
Los suministros de la Cofradía no dejaban de menguar, porque los navegadores la necesitaban para guiar las naves por el tejido espacial. Edrik no sabía cuánta especia quedaría en los numerosos búnkeres de almacenamiento que tenían ocultos, pero el administrador Gorus y los suyos estaban visiblemente nerviosos. Gorus ya había solicitado una reunión en Ix para dentro de unos días, y Edrik le acompañaría. Los administradores humanos esperaban que los ixianos pudieran crear o al menos mejorar algún sistema tecnológico que les permitiera soslayar la escasez de melange. Más tonterías.
Como un aliento de gas de especia cargado y fresco, Edrik intuyó algo que afloraba desde las profundidades de su mente y ocupaba su conciencia. Un diminuto punto de sonido que se expandía desde dentro y era cada vez más fuerte. Cuando finalmente apareció en la forma de palabras en su cerebro mutado, las oyó simultáneamente miles de veces, superponiéndose con las mentes prescientes de otros navegadores.
El Oráculo. Su mente era impensablemente avanzada, más que la de ningún navegador. El Oráculo era los antiguos cimientos de la Cofradía, un tranquilizador refugio para todo navegador.
—Es en este universo alterado donde vi por última vez la no-nave pilotada por Duncan Idaho. Ayudé a la nave a liberarse, a volver al espacio normal. Pero he vuelto a perderles. Sus perseguidores siguen buscándolos con su red de taquiones, por eso hemos de encontrarles primero. Kralizec ya está aquí, y el kwisatz haderach último está en esa no-nave. Los dos bandos de esta contienda le quieren para lograr la victoria.
El eco de los pensamientos del Oráculo llenó el alma de Edrik de un terror que amenazaba con descontrolarse. Había oído leyendas sobre Kralizec, la batalla del fin del universo, y las había desdeñado como una mera superstición propia de humanos. Pero si al Oráculo le preocupaba…
¿Quién era Duncan Idaho? ¿De qué no-nave estaba hablando? Y, lo más asombroso, ¿cómo es posible que hubiera logrado eludir incluso al Oráculo? En el pasado, aquella voz siempre había sido una fuerza tranquilizadora que les guiaba. Ahora en ella Edrik intuía incertidumbre.
—He buscado, pero no la encuentro. Es una maraña perdida entre las diferentes líneas de presciencia que puedo ver. Navegadores, he de avisaros. Si la amenaza es como pienso, quizá me veré en la necesidad de pedir vuestra ayuda.
La mente de Edrik sintió vértigo. Y notó la desazón de los navegadores que le rodeaban. Algunos, incapaces de asimilar aquella información que trastocaba su frágil contacto con la realidad, se pusieron a girar y girar en el interior de sus tanques, completamente enloquecidos.
—Oráculo —dijo Edrik—, la amenaza es que no tenemos melange…
—La amenaza es Kralizec. —Su voz atronó en la mente de cada navegador—. Cuando necesite la presencia de mis navegadores, os convocaré.
Y con una sacudida expulsó a los miles de grandes cargueros fuera de aquel extraño universo y los dispersó por el espacio normal. Edrik sintió vértigo y trató de orientarse a sí mismo y su nave.
Los navegadores estaban confusos y agitados.
A pesar de la llamada del Oráculo, Edrik tenía una preocupación mucho más egoísta:
¿Cómo vamos a ayudar al Oráculo si nos morimos por falta de especia?
El joven junco muere con tanta facilidad… los inicios siempre son tiempos de grave peligro.
D
AMA
J
ESSICA
A
TREIDES
, la original
Fue un nacimiento regio, pero sin la habitual pompa. De haber sucedido aquello en otra época, en el lejano Rakis, los fanáticos habrían corrido por las calles gritando: «Paul Atreides ha vuelto a nacer. Muad’Dib, Muad’Dib».
Duncan Idaho recordaba muy bien aquel fervor.
Cuando la Jessica original dio a luz al Paul original, corrían tiempos de intrigas políticas, asesinatos y conspiraciones que desembocaron en la muerte de dama Anirul, esposa del emperador Shaddam IV, y en el casi asesinato del bebé.
Según la leyenda, todos los gusanos de arena de Arrakis se elevaron por encima de las dunas para anunciar la llegada de Muad’Dib. Las Bene Gesserit no pasaron de manipular a las masas con trompetas y presagios y celebraciones delirantes sobre profecías que se hacían realidad.
Sin embargo, ahora, el hecho de decantar al primero de los gholas de la historia parecía algo totalmente mundano, más próximo a un ejercicio de laboratorio que a una experiencia religiosa. Y sin embargo, no se trataba de un niño cualquiera, ni de un ghola cualquiera, ¡era Paul Atreides! El joven maestro Paul, quien fuera emperador Muad’Dib y posteriormente Predicador ciego. ¿En qué se convertiría el bebé esta vez? ¿En qué le obligarían a convertirse las Bene Gesserit?
Mientras esperaban que el proceso de decantación se completara, Duncan se volvió hacia Sheeana. Y vio satisfacción en sus ojos, e inquietud, aunque aquello era exactamente lo que había pedido. Duncan era consciente de los temores de las Bene Gesserit: Paul tenía el potencial en su sangre. Era casi seguro que de nuevo se convertiría en el kwisatz haderach, y hasta puede que con mayores poderes. ¿Esperaban Sheeana y las suyas poder controlarlo mejor esta vez, o sería un desastre de proporciones aún mayores?
Por otro lado, ¿y si Paul era el único que podía salvarles del Enemigo Exterior?
La primera vez, la Hermandad había jugado con sus técnicas de reproducción para conseguir un kwisatz haderach, y como recompensa Paul las había atacado con rabia. Desde los tiempos de Muad’Dib, y el largo y terrible reinado de Leto II (otro kwisatz haderach), a las Bene Gesserit les aterraba la idea de crear otro como ellos.
Muchas Reverendas Madres asustadas veían indicios del kwisatz haderach en cualquier capacidad destacable, incluso en el precoz Duncan Idaho. Los once gholas previos de Duncan habían sido asesinados de pequeños, y algunas de las supervisoras no ocultaban que a este también querían matarlo. Para Duncan la sola idea de que lo consideraran un mesías, como Paul, era absurda.
Cuando las doctoras suk Bene Gesserit sujetaron al bebé en alto, Duncan contuvo el aliento. Después de limpiar su piel de fluidos pegajosos, las severas doctoras lo sometieron a numerosas pruebas y análisis y luego lo envolvieron en ropas térmicas estériles.
—Está intacto, íntegro —informó una—. El experimento ha sido un éxito.
Duncan frunció el ceño. ¿Experimento? ¿Es así como lo veían? No podía apartar la mirada. Un velo de recuerdos sobre el joven Paul cayó sobre él y casi le cegó: de cuando él y Gurney dieron al joven Paul sus primeras lecciones sobre el uso de espada y escudo; cuando se llevó al joven durante la guerra de Asesinos del duque para esconderlo entre los primitivos habitantes de Caladan; cuando la familia dejó su hogar ancestral en Caladan para ir a Arrakis, directos a la trampa de los Harkonnen…
Pero sintió muchas otras cosas. Mientras miraba a aquel bebé saludable, en su rostro trató de ver al gran emperador Muad’Dib. Duncan sabía muy bien el dolor y las dudas que aquel niño-ghola iba a experimentar. El ghola de Paul recibiría enseñanzas sobre su vida pasada, pero no recordaría nada, al menos no durante años.
Sheeana cogió al bebé en brazos y habló lentamente.
—Para los fremen, él era el mesías que venía a llevarles a la victoria. Para las Bene Gesserit, un ser sobrehumano que apareció en las circunstancias equivocadas y escapó a nuestro control.
—Es un bebé —dijo el viejo rabino—. Un bebé antinatural.
El rabino, que también había sido doctor suk, ayudó en el parto, pero a desgana. Sentía una fuerte aversión por los tanques, pero se le veía derrotado. Con la frente arrugada y mirada torturada, le había susurrado a Duncan:
—Me siento obligado a estar aquí. Prometí que cuidaría de Rebecca.
La mujer estaba sobre la mesa de operaciones, totalmente irreconocible, conectada a tubos y bombas. ¿Estaría soñando con sus otras vidas? ¿Perdida en un mar de recuerdos ancestrales? El anciano miraba el rostro flácido de Rebecca y veía un fracaso personal. Antes de que las Bene Gesserit extrajeran al bebé de su vientre hinchado, había rezado por su alma.
Duncan se concentró en el bebé.
—Hace mucho tiempo, di mi vida para salvar a Paul. ¿Habría sido mejor el universo si él hubiera muerto aquel día bajo la hoja de los cuchillos de Sardaukar?
—Muchas hermanas dirían que sí. La humanidad lleva miles de años recuperándose de los cambios que él y su hijo provocaron en el universo —dijo Sheeana—. Pero ahora tenemos la oportunidad de criarlo adecuadamente y ver qué puede hacer frente al Enemigo.
—¿Incluso si vuelve a cambiar el universo?
—El cambio es preferible a la extinción.
La segunda oportunidad del maestro Paul,
pensó Duncan.
Estiró el brazo para tocar con mano fuerte la mano de un maestro de armas, la diminuta mejilla del bebé. Si un milagro es producto de la tecnología ¿sigue siendo un milagro? El bebé olía a medicamentos, antiséptico y melange, que habían sido agregados al receptáculo de la madre de alquiler durante meses en una combinación muy precisa que el viejo Scytale había dicho que era necesaria.
Por un momento los ojos del bebé parecieron enfocar a Duncan, aunque todos sabían que un bebé tan pequeño no podía ver. Pero ¿quién sabe lo que ve o deja de ver un kwisatz haderach? Paul había visto el futuro de la humanidad tras viajar en su mente a donde otros no podían ir.
Como si fueran los reyes magos, otras tres doctoras suk Bene Gesserit se arremolinaron en torno al bebé, parloteando con reverencia de aquella criatura que tanto habían luchado por crear.
Con un profundo desagrado, el rabino se dirigió hacia la puerta, musitando:
—¡Qué abominación! —Y salió al pasillo.
A su espalda, las doctoras Bene Gesserit ajustaron la maquinaria de soporte vital y anunciaron que el tanque axlotl vacío estaba listo para ser impregnado con otro de los bebés-ghola de las células del maestro tleilaxu.
Cuando tienes una necesidad evidente, tienes una debilidad evidente. Ten cuidado cuando pides algo, porque al hacerlo pones al descubierto tus puntos débiles.
K
HRONE
, comunicación privada a sus Danzarines Rostro infiltrados
Durante miles de años, los ixianos se las habían arreglado para conseguir milagros, hacían lo que nadie más hacía, y no pasaba con frecuencia que no estuvieran a la altura. Cuando vieron que necesitaban una solución poco ortodoxa para la escasez de melange, la Cofradía Espacial no tuvo más remedio que ir a Ix.
Los tecnócratas y fabricantes de Ix seguían con su industriosa labor de investigación, forzando los límites tecnológicos con sus inventos. Durante el caos de la Dispersión, los ixianos habían logrado importantes avances en el desarrollo de máquinas que hasta entonces se habían considerado tabú a causa de las ancestrales restricciones impuestas después de la Yihad Butleriana. Al adquirir artefactos que se parecían sospechosamente a «máquinas pensantes», los clientes se convertían en cómplices de aquella violación de las leyes. Así pues, era del máximo interés para todos actuar con la mayor discreción posible.