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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (26 page)

—¿Quiénes son los adiestradores? —preguntó otra vez.

—Tú mejor —contestó Hrrm. Fue la única respuesta que consiguió sacarle. Aunque ahora la miraba de otro modo, Sheeana no había conseguido información vital ni ideas. Solo pistas, desprovistas de un contexto necesario.

Lo llevó de vuelta a su cámara de confinamiento y lo soltó entre los otros. No sabía hasta qué punto se comunicarían entre ellos, pero estaba segura de que Hrrm compartiría lo que había visto con sus compañeros. De que les hablaría de la mujer que dominaba a los gusanos.

36

El mejor método de ataque es matar con rapidez. Estad siempre listas para saltar a la yugular de vuestro adversario. Si lo que queréis es ofrecer un bonito espectáculo, dedicaos a la danza.

M
ADRE
COMANDANTE
M
URBELLA
, arenga ante un despliegue de tropas

Cuando el Enemigo llegara, la Nueva Hermandad no lucharía sola. Murbella no pensaba aceptarlo. Aunque no había un liderazgo centralizado en las civilizaciones disgregadas del Imperio Antiguo, se prometió que conseguiría que participaran. No podía permitir que se quedaran sentadas a un lado cuando la humanidad se jugaba tanto.

Bajo la dirección de su hija Janess y de la veterana bashar Wikki Aztin, las mejores guerreras de la Hermandad estaban recibiendo entrenamiento, pero Murbella necesitaba acceso a armas poderosas, y muchas. Así pues, viajó a Richese, el principal competidor de Ix.

La pequeña lanzadera de Murbella aterrizó en el principal complejo comercial de Richese, donde el comisionado de fábrica acudió a recibirla. Era un hombre bajito de rostro redondo, con el pelo muy corto y una sonrisa sincera que podía utilizar a voluntad. Dos mujeres y tres hombres le acompañaban, todos con elegantes trajes de negocios, idénticos. Llevaban tacos de proyección y papeles, contratos, listas de precios.

—La Nueva Hermandad desea hacer negocios con vosotros, comisionado. Por favor, enseñadnos todo el armamento que tengáis… ofensivo y defensivo.

Sonriendo, el hombre de rostro redondeado estiró el brazo para estrecharle la mano, cosa que ella le permitió hacer a desgana.

—Richese se alegra de poder ayudaros, madre comandante. Podemos fabricar de todo, desde una daga a una flota de naves de guerra. ¿Os interesan los explosivos, las armas de mano, los lanzaproyectiles? Tenemos minas espaciales defensivas que pueden ocultarse mediante campos negativos. Por favor, decidme, ¿qué necesitáis en concreto?

Murbella le miró con dureza.

—Todo. Vamos a necesitar la lista completa.

Durante miles de años, Richese e Ix habían sido rivales tecnológicos e industriales, cada uno con sus propias áreas de especialización. Ix se había labrado su reputación gracias a innovadoras investigaciones, diseños creativos y tecnologías pioneras. Aunque muchos de sus proyectos fracasaban estrepitosamente, los que no lo hacían generaban los suficientes beneficios para compensar más que de sobra los errores.

Por su parte, a Richese se le daba mejor imitar. Eran más conservadores a la hora de asumir riesgos, pero cada vez se mostraban más ambiciosos en la producción y la eficacia. Aprovechando el ahorro que supone la producción en masa y forzando las fábricas automatizadas hasta los límites de lo que las restricciones de la Yihad Butleriana permitían, Richese podía producir artículos muy buscados en grandes cantidades y a precios muy bajos. Murbella los escogió por delante de Ix porque la Nueva Hermandad necesitaba enormes cantidades de armas… tan pronto como fuera posible.

El complejo de negocios donde el comisionado recibía siempre a sus clientes potenciales incluía exuberantes parques y fuentes, con edificios limpios, estilizados, acogedores. Las antiestéticas zonas industriales estaban fuera de la vista. Mientras avanzaban por los espaciosos salones de escaparates donde se exhibían artículos que Richese podía producir de un día para otro, Murbella se sintió como si estuviera vagando por un salón de exposiciones interminable de objetos de mercado.

El comisionado le dio todo el tiempo que quiso para examinar la mercancía, y mientras iban de un escaparate a otro estuvo charlando con ella.

—Desde la muerte del Tirano y los tiempos de la Hambruna, muchas veces se ha recurrido a Richese para que proporcione armamento defensivo en guerras poco importantes. Seguro que os satisfará ver lo que podemos producir.

—Si sobrevivimos al conflicto que se avecina, entonces estaré satisfecha.

Murbella estudió la armadura corporal y el blindaje para naves, las bombas seudoatómicas, pistolas láser, lanzaproyectiles, microexplosivos, cañones de impulsos, polvos venenosos, dagas de astillas, pistolas de dardos, disruptores, descodificadores de mentes, sondas X ofensivas, herramientas asesinas cazadoras-buscadoras, engañadores, energizadores, quemadores, lanzadardos, granadas, incluso bombas atómicas auténticas «solo para exposición». Un modelo holográfico de los continentes meridionales de Richese mostraba inmensos astilleros donde se construían yates espaciales y no-naves militares.

—Quiero que conviertan todos esos yates en naves de guerra —­dijo Murbella—. De hecho, necesito estar al mando de todos vuestros sistemas de fabricación. Debéis dedicar todas vuestras cadenas de producción a las armas que necesitamos.

Los abogados y vendedores jadearon, se consultaron entre ellos. El comisionado parecía alarmado.

—Es una petición asombrosa, madre comandante. Tenemos otros clientes…

—Ninguno tan importante como nosotras. —Y lo miró con frialdad—. Pagaremos por el privilegio, desde luego… en melange.

Los ojos del comisionado se iluminaron.

—Desde hace tiempo se dice que los tiempos de guerra son duros para la gente, y buenos para el negocio. ¿Acaso no tiene la Cofradía prioridad sobre toda la especia que produce vuestro nuevo cinturón desértico?

—He restringido drásticamente las ventas a la Cofradía, aunque la demanda sigue siendo alta —dijo Murbella. El richesiano ya lo sabía, por supuesto. Solo estaba interpretando un papel.

Los abogados y representantes de ventas estaban haciendo ciertos cálculos mentales preliminares. Cuando recibieran su pago en especia, podían darse la vuelta y venderla a la Cofradía desesperada por diez veces el elevado precio al que la vendía la Nueva Hermandad. Recogerían beneficios por todas partes.

Murbella cruzó los brazos sobre el pecho.

—Necesitaremos una fuerza militar como la humanidad nunca ha visto, porque nos enfrentamos a un Enemigo nunca visto.

—He oído rumores. ¿Quién es el enemigo y cuándo atacará? ¿Qué quieren?

Ella pestañeó, porque sintió un ramalazo de inquietud.

—Ojalá lo supiera.

Sin embargo, antes de eso sus escuadrones de combate se enfrentarían a las Honoradas Matres rebeldes en sus enclaves dispersos, y para eso necesitaba tópteros blindados, naves de asalto, vehículos terrestres pesados, lanzaproyectiles personales, rifles de impulsos, e incluso afilados cuchillos mono-hoja. Muchas de las batallas contra las disidentes implicarían una lucha cuerpo a cuerpo.

—Podemos proporcionaros ciertos productos de nuestros stocks de forma inmediata, algunas naves, algunas minas espaciales. Un señor de la guerra cliente nuestro recientemente ha sufrido… mmm, ha sufrido un asesinato. Por tanto, nadie ha reclamado el pedido, y podemos ofrecéroslo entero.

—Me lo llevaré, ahora —dijo ella.

— o O o —

La madre comandante siguió entrenando a sus tropas, afinando sus capacidades para convertirlas en un arma afilada. Ataviada con su traje negro de una pieza, Murbella estaba junto a Janess en una plataforma suspensora que flotaba sobre el campo de entrenamiento más grande. Abajo, bajo el sol del mediodía, sus tropas escogidas realizaban sus ejercicios de combate, cada vez más difíciles, sin descansar en ningún momento, sin permitirse ni el más mínimo error.

Cuando supieron que el escuadrón especial de la madre comandante había aplastado el campamento de disidentes de Casa Capitular, sus consejeras se habían sorprendido por tanta brutalidad, pero la madre comandante se mostró firme.

—No soy el bashar Miles Teg. Él podría haber utilizado su reputación para manipular sutilmente a las descontentas y llegar a un compromiso que evitara la violencia. Pero el Bashar ya no está entre nosotras, y me temo que sus inteligentes tácticas no servirán contra el ejército del Armagedón del Enemigo. La violencia será cada vez más necesaria.

Las mujeres no encontraron ningún argumento efectivo que oponer.

Tras aquella primera batalla decisiva, las fuerzas de la madre comandante adoptaron un nuevo nombre: valquirias.

Murbella retó a sus valquirias a que aprendieran una nueva técnica de lucha que Janess había desenterrado de los archivos: las técnicas de los maestros de armas de Ginaz. Al resucitar la disciplina y entrenar a sus hermanas en una lucha que ningún humano vivo recordaba, la madre comandante buscaba guerreras mejor preparadas que nadie que pudieran neutralizar a las Honoradas Matres atrincheradas.

En aquellos momentos, los escuadrones estaban ejecutando una compleja maniobra en la que combatían a las fuerzas enemigas en tierra, atacándolas en formación de estrella girando. Desde la plataforma suspensora, era un espectáculo impresionante ver las cinco puntas de cada estrella rotando y arrojándose contra las fuerzas opositoras, haciendo que se dispersaran. Murbella lo llamaba «coreografía del combate personal», y estaba impaciente por probarlo en el campo de batalla.

Al igual que su madre, Janess se entregaba al trabajo con fervor. Hasta había adoptado el apellido de su padre, y se hacía llamar teniente Idaho. A ella le sonaba bien; también a Murbella. Madre e hija se estaban convirtiendo en una fuerza formidable. Algunas hermanas bromeaban y decían que no necesitaban un ejército… que aquellas dos solas ya eran bastante peligrosas.

Con aire satisfecho, la madre comandante revisó las tropas. Janess también parecía visiblemente satisfecha de sus guerreras.

—Opondré nuestras valquirias a cualquier ejército que las Honoradas Matres lancen contra nosotras.

—Sí, Janess, lo harás… y pronto. Pero primero conquistaremos Buzzell.

37

Muad’Dib podía ver realmente el futuro, pero debéis ser conscientes de los límites de su poder. Pensad en la vista. Tenéis ojos, y sin embargo no veis si no hay luz. Si estáis en un valle, no veis qué hay del otro lado. Del mismo modo, Muad’Dib no siempre podía ver a través de un terreno misterioso. Y él mismo nos cuenta que una sola decisión sobre la profecía, el hecho de escoger una palabra en lugar de otra quizá, podía cambiar totalmente el aspecto del futuro. Nos dice: «La visión del tiempo es amplia, pero cuando pasas por ella, el tiempo se convierte en una puerta angosta». Él siempre evitó la tentación de elegir el camino más claro y seguro, y advierte: «Ese camino siempre lleva al estancamiento».

P
RINCESA
I
RULAN
, de
Despertar de Arrakis

El planeta Dan estaba lleno de Danzarines Rostro. Solo con mirar a los nativos del asentamiento próximo al castillo en ruinas, Uxtal intuía su presencia por todas partes. Se le ponía la piel de gallina, pero no se atrevió a manifestar temor. Quizá podría huir, esconderse en la espesura, en las zonas de los cabos, o hacerse pasar por un simple pescador o un granjero de los acantilados.

Pero si lo intentaba, los Danzarines Rostro lo capturarían y le castigarían. No podía arriesgarse a incurrir en su ira. Así que siguió avanzando dócilmente.

Quizá Khrone quedaría tan contento al ver al niño-barón que lo liberaría, le recompensaría por sus servicios y le dejaría marchar. El investigador a veces se aferraba a esperanzas tan irreales…

De forma temporal él y el joven Vladimir se alojaron en un hostal en las afueras del pueblo. El niño-ghola se quejó porque quería tirar piedras al agua y los botes, o fisgonear en los puestos del mercado, donde los hombres estaban limpiando el pescado, pero Uxtal no dejó de buscar excusas para contener a aquel niño inquieto mientras esperaban en la habitación fría y rústica. Vladimir se puso a registrar los cajones y posibles escondites. Uxtal se consoló pensando que, al menos, las Honoradas Matres no estaban por allí.

Un hombre anodino apareció en la puerta. Tenía el aspecto de cualquier otro aldeano, pero a Uxtal se le puso la piel de gallina.

—Vengo a llevarme al barón-ghola. Debemos probarlo.

Y oyó un extraño sonido, como de huesos que se parten y se desplazan. El rostro del hombre se metamorfoseó, y Uxtal se encontró mirando al rostro inexpresivo y cadavérico de Khrone, con sus ojos negros.

—S-sí —dijo Uxtal—. El chico hace progresos. Ahora tiene siete años. Sin embargo, me sería de gran utilidad si supiera para qué le queréis. De grandísima utilidad.

Vladimir miraba al Danzarín Rostro con respeto y curiosidad. Nunca había visto a uno de aquellos cambiadores de forma recuperar su aspecto original.

—Buen truco. ¿Me puedes enseñar a cambiar mi cara así?

—No. —Khrone se volvió de nuevo al tleilaxu—. Cuando te pedí que desarrollaras este ghola, no sabía quién era. Y cuando conocí su identidad, tampoco sabía si el barón Harkonnen podía servirnos, aunque pensé que tal vez sí. Ahora he descubierto una posibilidad maravillosa. —Cogió al niño de la mano y se dispuso a salir—. Espera aquí, Uxtal.

De modo que el diminuto investigador permaneció a solas en su habitación primitiva, preguntándose durante cuánto más se le permitiría vivir. En otras circunstancias, habría disfrutado de aquellos momentos de paz, de relajación, pero tenía demasiado miedo. ¿Y si los Danzarines Rostro encontraban algún defecto en el ghola? ¿Para qué le necesitaban allí, en Dan? ¿Lo volvería a arrojar Khrone a las garras de la madre superiora Hellica? Los Danzarines Rostro le habían dejado entre las Honoradas Matres durante años. Y no sabía si podría aguantar mucho más. No acababa de creerse que Hellica le hubiera dejado vivir, o que la vieja y ajada Ingva no hubiera intentado todavía someterle sexualmente. Cerró los ojos y se tragó el gemido que quería brotar de su garganta. Había tantas cosas que podían ir mal si volvía allí…

Para tranquilizarse, Uxtal inició un ritual tradicional de aseo. Junto a una ventana abierta, de cara al mar, introdujo un paño blanco en un barreño y lavó su pecho desnudo. Hacía mucho tiempo que no podía realizar sus abluciones corporales como exigía su religión. Siempre había gente espiándole, intimidándole. Cuando terminó, estuvo meditando en el balcón de madera con vistas al pueblecito pesquero. Rezó, organizando mentalmente números y signos, buscando la verdad en los esquemas sagrados.

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