Cazadores de Dune (27 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La puerta de la habitación se abrió de pronto y el niño-ghola entró corriendo, arrebolado, riendo. Llevaba un cuchillo que goteaba y empezó a ocultarse entre los muebles como si jugara. Tenía las ropas cubiertas de barro y de sangre.

Khrone entró detrás, a un paso más pausado, con un pequeño paquete en los brazos. Había vuelto a adoptar su disfraz inocuo de hombre anodino. Riendo entre dientes, el joven Vladimir le dijo a Khrone que se diera prisa.

Uxtal lo interceptó enseguida.

—¿Qué haces con ese cuchillo? —Y extendió la mano para cogerlo.

—He estado jugando con un slig pequeño. Tienen una pequeña cuadra en el pueblo, aunque aquí no son tan grandes como en casa. —­Sonrió—. Me he metido entre ellos y he apuñalado a unos cuantos. —­Se limpió la hoja en los pantalones y se la dio al tleilaxu, que la puso fuera de su alcance, en lo alto de un ropero.

Khrone miró con aire contemplativo las manchas de sangre.

—No siento aversión por la violencia, pero ha de ser una violencia orientada. Constructiva. Este ghola no tiene ningún autocontrol. Necesita ciertas modificaciones de comportamiento.

Uxtal trató de desviar la conversación de aquella crítica implícita.

—¿Por qué ha cogido un cuchillo y se ha metido en la cuadra con los sligs?

—Nuestra conversación lo ha incentivado. Estaba discutiendo nuestro descubrimiento con mis compañeros y el chico se sintió inspirado al ver el objeto. Parece tener un gran aprecio por los cuchillos.

—La madre superiora Hellica se lo ha inculcado. —Uxtal tragó con dificultad—. He leído su historia celular. El barón Harkonnen original era…

—Lo sé todo sobre el original. Su potencial para lo que tengo pensado es excelente. Nuestros planes han cambiado debido a lo que hemos descubierto aquí en Dan.

Uxtal miró el misterioso paquete que el Danzarín Rostro llevaba en las manos.

—¿Y qué habéis descubierto?

Aunque el tajo de su boca no sonrió, Khrone parecía complacido. Se puso a desenvolver el objeto.

—Otra solución a nuestra crisis.

—¿Qué crisis?

—Una que no podrías entender.

Sintiéndose humillado, Uxtal se calló sus preguntas y observó cómo Khrone sacaba otro cuchillo, un cuchillo ornamentado, sellado en un contenedor de plaz transparente. El arma tenía un mango enjoyado, con un grabado de intrincados diseños. La hoja tenía letras y símbolos de un antiguo lenguaje, pero las palabras estaban emborronadas por una mancha carmesí. Sangre, apenas oxidada. Se acercó un poco. Aún parecía húmeda en su cubierta protectora.

—Es un arma muy antigua, de miles de años, que se ha conservado hasta nuestros días en un campo de nulentropía, y durante siglos ha sido ocultada y protegida por diversos fanáticos religiosos.

—¿Es sangre? —preguntó Uxtal.

—Yo prefiero llamarlo material genético. —Con cautela, el Danzarín Rostro dejó el objeto sobre la mesa—. Lo descubrimos en un altar que había permanecido clausurado, aquí, en Dan, bajo la vigilancia de las pocas Habladoras Pez que quedan, que se han unido al Culto a Sheeana. La daga está manchada con la sangre de Paul Atreides.

—¡Muad’Dib! El padre del Profeta, Leto-II, el Dios Emperador.

—Sí, el mesías que llevó a los guerreros fremen a una gran guerra santa. Un kwisatz haderach. Le necesitamos.

—Gracias al campo de nulentropía, la sangre del Muad’Dib aún está húmeda… fresca —dijo Uxtal, temblando de emoción—. Perfectamente conservada.

—Oh, entonces ya ves adonde quiero ir a parar. Aún hay esperanza para ti. Después de todo quizá puedas seguir siendo útil.

—¡Pues claro que soy útil! Dejad que os lo demuestre. Pero… necesito más información sobre lo que queréis.

A un gesto de la mano de su líder, otros dos Danzarines Rostro entraron en la habitación, acompañando a una mujer consumida con un vestido de un azul intenso; sus cabellos castaños colgaban en mechones apelmazados. Cuando se acercó, Uxtal reparó en el famoso escudo Atreides, un halcón rojo, bordado en el lado izquierdo del traje. Cuando vio la daga, la mujer trató de zafarse de sus captores. No parecían preocuparle los Danzarines Rostro, ni nadie… solo le importaba el cuchillo.

Khrone la aguijoneó.

—Habla, sacerdotisa. Cuéntale a este hombre la historia de tu cuchillo sagrado para que pueda entender.

Ella miró momentáneamente a Uxtal, y su mirada de adoración volvió enseguida a la daga.

—Soy Ardath, antiguamente sacerdotisa de las Habladoras Pez, ahora sierva de Sheeana. Hace mucho tiempo, el perverso conde Hasimir Fenring trató de asesinar a Muad’Dib el bendito con esta daga. El arma pertenecía al emperador Shaddam IV, fue entregada al duque Leto Atreides como regalo y regresó de nuevo a Shaddam durante su juicio ante el Landsraad. Más adelante, el emperador Shaddam ofreció la daga a Feyd-Rautha para su duelo contra Muad’Dib. —La sacerdotisa Ardath parecía estar recitando unas escrituras.

»Un tiempo después, durante la yihad de Muad’Dib, un exiliado Hasimir Fenring, otro kwisatz haderach fracasado, consiguió la daga. Mediante una trama mezquina, apuñaló a Muad’Dib por la espalda. Algunos dicen que murió por la herida, pero que el cielo lo mandó de vuelta entre los vivos, porque su misión aún no estaba completa.

Volvió a nosotros gracias a un milagro.

—Y los fanáticos conservaron el cuchillo ensangrentado como una reliquia religiosa —dijo Khrone terminando por ella con impaciencia—. Lo trajeron a un altar, aquí, a Caladan, hogar de la casa Atreides, donde ha permanecido oculto todos estos años. Ya puedes imaginarte qué es lo que queremos que hagas, tleilaxu. Desactivar el campo de nulentropía, tomar muestras celulares…

Ardath consiguió liberarse de los guardas y se dejó caer de rodillas. Inclinándose de cara a la antigua reliquia, se puso a rezar.

—Por favor, no deben jugar con un objeto sagrado.

A una señal de Khrone, uno de los Danzarines Rostro la cogió por la cabeza y se la giró bruscamente, partiéndole el cuello. La mujer se desplomó como una muñeca. Cuando se la llevaron, Uxtal apenas le dedicó ni un pensamiento; era totalmente irrelevante. No, él estaba intrigado por las posibilidades de aquella adorable daga. De todos modos, con tanto parloteo la mujer no había hecho más que distraer.

Se acercó y cogió la daga sellada con manos temblorosas, ladeándola para que la luz iluminara la hoja húmeda. ¡Las células de Muad’Dib! Las posibilidades eran increíbles.

—Ahora tienes el proyecto de otro ghola en tus manos —dijo Khrone—, además de la misión de educar al barón Harkonnen. Los dos volveréis a Tleilax los años que haga falta. —Más Danzarines Rostro entraron en la habitación—. Cuando llegue el momento, tendremos una misión mucho más provechosa para el barón.

38

Las defensas de las Honoradas Matres en Buzzell son mínimas. Bastará con que lleguemos y tomemos el control. Otro síntoma de su arrogancia.

B
ASHAR
W
IKKI
A
ZTIN
, asesora militar de la madre comandante Murbella

Las primeras naves acorazadas llegaron de Richese tal y como Murbella había ordenado, sesenta y siete naves de guerra diseñadas para el combate espacial y transporte de tropas, cargadas de armamento. La madre comandante también pagó el correspondiente soborno en especia para que la Cofradía las trasladara directamente y pudieran aparecer de forma inesperada ante Buzzell. Esperaba que aquello fuera la primera de muchas conquistas sobre las renegadas Honoradas Matres.

Los talleres de Richese, entusiasmados por los inmensos pedidos de armamento, trabajaban a destajo para crear equipamiento militar de todos los diseños y eficacias posibles. Cuando la amenaza exterior llegara al Imperio Antiguo, no encontrarían a la raza humana desprevenida o desprotegida.

Sin embargo, la Hermandad reestructurada primero tenía que aplastar la corrosiva resistencia dentro de casa.
Tenemos que hacer borrón y cuenta nueva antes de que llegue el Enemigo real.

Tras consultarlo detenidamente con Bellonda, Doria y Janess, Murbella había elegido el objetivo de su primera campaña con esmero. Ahora que las valquirias habían eliminado a las descontentas en Casa Capitular, estaban listas para ir a por un nuevo objetivo. Buzzell era perfecto, tanto por su importancia estratégica como económica. Las Honoradas Matres eran altaneras y confiadas, y eso las hacía vulnerables. Y Murbella no pensaba mostrar compasión.

No conocía con exactitud la disposición ni la distribución de las defensas en Buzzell, pero se las imaginaba. Las valquirias estaban listas, y esperaban en el interior de sus naves, en la cubierta de carga del enorme carguero de la Cofradía.

En cuanto el carguero saliera de entre los pliegues del tejido espacial, las compuertas de la base se abrirían. Las mujeres no pidieron ni recibieron nuevas instrucciones, ya sabían lo que tenían que hacer: encontrar objetivos prioritarios y destruirlos. Sesenta y siete naves, todas equipadas con tecnología punta, salieron del carguero y empezaron a disparar proyectiles y explosivos teledirigidos que hicieron pedazos las quince grandes fragatas que las Honoradas Matres tenían en órbita. Las Honoradas Matres no tuvieron tiempo de reaccionar… casi no tuvieron tiempo ni de gritar indignadas por las líneas de comunicación. En diez minutos, el bombardeo convirtió las quince naves en un montón de chatarra flotante y sin vida. Buzzell ya no tenía defensas.

—¡Madre comandante! Una docena de naves sin alinear se alejan de la atmósfera. Su diseño es distinto… no parecen naves de combate.

—Contrabandistas —dijo Murbella—. Las soopiedras son valiosas, es normal que haya contrabandistas.

—¿Hemos de destruirlos, madre comandante? ¿Hemos de recuperar su cargamento?

—No. —Murbella observó las diminutas naves, que se alejaban de aquel mundo oceánico. Si los contrabandistas hubieran afectado de forma preocupante la riqueza de las soopiedras, las Honoradas Matres no les habrían dejado actuar—. Tenemos un objetivo más importante ahí abajo. Primero expulsaremos a las Honoradas Matres; luego ya negociaremos con los contrabandistas.

Y lanzó sus naves a la conquista de los pocos tramos de tierra habitable de aquel vasto y fértil océano.

Durante mucho tiempo Buzzell había sido utilizado como planeta de castigo, y las Bene Gesserit enviaban allí a las mujeres que las decepcionaban, que faltaban al antiguo orden de alguna forma. Allí no había nada, pero su mar profundo y fecundo era hogar de unas criaturas con concha llamadas colisteros y que producían unas bonitas gemas.

Soopiedras. Las mujeres de la nobleza las utilizaban. Coleccionistas y artesanos pagaban precios desorbitados por ellas.

Como Rakis,
pensó.
Es curioso que los lugares más inhóspitos produzcan objetos de tanto valor.

En su inexorable búsqueda de riquezas, las Honoradas Matres habían vuelto su atención hacia Buzzell hacía años. Las rameras arrasaron las islas, mataron a la mayoría de las hermanas Bene Gesserit y obligaron a las supervivientes a trabajar en la recolección de soopiedras para ellas.

Con ayuda de sistemas de rastreo orbital, Murbella determinó sin dificultad cuáles eran las principales masas de tierra habitadas, que apenas sobresalían por encima de las olas. La Nueva Hermandad pronto recuperaría los centros donde las Honoradas Matres concentraban la actividad con las piedras. Y Buzzell tendría nuevos líderes.

Las naves richesianas aterrizaron en torno al principal campamento de procesamiento de soopiedras. Aquella enorme cantidad de naves desbordó la pequeña zona de aterrizaje, y la mayoría tuvieron que confiar en pontones hinchables, embarcaderos o simples campos suspensores sobre el agua. Las naves rodearon la isla rocosa como una soga.

Finalmente, resultó que, aparte de las fragatas que había en órbita, apenas un centenar de rameras controlaban las instalaciones de Buzzell con mano de hierro. Cuando las valquirias llegaron, las Honoradas Matres, que vivían en los mejores edificios de la isla (aunque seguían siendo espartanos), salieron armadas hasta los dientes. Aunque lucharon con empeño, las superaban en número y armamento. Las guerreras de Murbella asesinaron fácilmente a la mitad antes de que el resto capitulara. Era lo que esperaban.

La madre comandante salió a aquel aire cortante y salado para examinar el mundo ralo que acababan de conquistar.

Cuando sus guerreras rodearon a las Honoradas Matres supervivientes, Murbella descubrió entre ellas a nueve mujeres que obviamente no pertenecían al grupo; se las veía oprimidas, pero vestían su hábito negro con orgullo. Bene Gesserit. ¡Y solo nueve! Como planeta de castigo, se habían enviado a Buzzell a más de cien hermanas… y solo nueve habían sobrevivido entre las rameras.

Murbella se puso a andar arriba y abajo, mirando a aquellas mujeres. Sus valquirias permanecían en formación a su espalda, con sus trajes negros de una pieza embellecidos con afiladas púas negras, un objeto de adorno y un arma. Las Honoradas Matres tenían aspecto desafiante, asesino… tal como Murbella esperaba. Las hermanas cautivas apartaban los ojos, porque ya llevaban muchos años bajo el yugo de aquellas amas opresoras.

—Soy vuestra nueva comandante. ¿Quién de vosotras dirige a estas mujeres? —Y su mirada pasó como un látigo sobre ellas—. ¿Quién será mi subordinada aquí?

—Nosotras no somos subordinadas —dijo con desprecio una Honorada Matre nervuda, que se moría por pelear—. No te conocemos, no reconocemos tu autoridad. Actúas como una Honorada Matre, pero hueles como las brujas que te rodean. No creo que seas ninguna de las dos cosas.

Así que Murbella la mató.

La líder de las Honoradas Matres llevaba años persiguiendo a las hermanas en el planeta. Sus patadas y sus golpes eran rápidos, pero insuficientes frente a las técnicas combinadas de Murbella. Al final, la mujer se desplomó sobre las piedras negras del asentamiento, con el cuello roto, las costillas partidas, y la sangre supurando de sus oídos reventados.

Murbella ni se despeinó. Se volvió hacia las otras.

—Bueno, ¿quién habla ahora en representación de todas? ¿Quién será mi primera ayudante?

Una de las Honoradas Matres dio un paso al frente.

—Soy la madre Skira. Pregúntame a mí.

—Quiero que me hables de las soopiedras y vuestros negocios aquí. Necesitamos saber cómo extraer beneficios de Buzzell.

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