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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (23 page)

Cuando la desesperada delegación de la Cofradía llegó a Ix, los miembros de la miríada de los Danzarines Rostro estaban por todas partes, en secreto. Khrone mismo asistió a la reunión haciéndose pasar por un ingeniero ixiano… un paso más en un baile tan bien coreografiado que los participantes no veían sus movimientos. La Nueva Hermandad y la Cofradía cavarían su propia tumba, y a Khrone le parecía bien.

Los representantes fueron conducidos a una de las fábricas subterráneas gigantes, donde los blindajes de cobre y los descodificadores de escáneres los hacían invisibles. Nadie sabría jamás que habían estado allí, solo los ixianos. Y los Danzarines Rostro. Después de décadas de infiltración, Khrone y la versión mejorada de sus cambiadores de forma podían colocarse donde querían. Tenían la apariencia de cualquier científico, cualquier ingeniero, cualquier burócrata charlatán.

En aquellos momentos, en su papel de hábil fabricante delegado, Khrone llevaba el pelo castaño y corto y expresión ceñuda. Las líneas que rodeaban su boca indicaban que era un funcionario trabajador, alguien en cuya opinión se podía confiar y cuyas conclusiones superarían cualquier comprobación. Otros tres en la silenciosa asamblea eran Danzarines Rostro, pero el portavoz de los ixianos era (al menos de momento) un verdadero humano. Hasta la fecha Shayama Sen, el fabricador mayor, no les había dado ningún motivo para reemplazarlo. Era como si Sen quisiera lo mismo que Khrone.

Ixianos y Danzarines Rostro compartían el mismo desprecio apenas disimulado por los miedos absurdos y el fanatismo. Y Khrone se preguntó, ¿era aquello realmente una invasión y una conquista, cuando en realidad los ixianos habrían aceptado el nuevo orden de todos modos?

En el interior de la inmensa sala, la atmósfera estaba saturada por el siseo de las líneas de producción, los vapores de los baños fríos, los fluidos acres de los productos químicos para la imprimación. A otros, aquel clamor de imágenes, sonidos y olores les habría resultado turbador, pero para los ixianos era como una música relajante.

El tanque blindado del navegador Edrik se deslizaba sobre unos suspensores, flanqueado por cuatro escoltas vestidos de gris. Khrone sabía que era el navegador quien plantearía más problemas, porque los suyos eran los que más tenían que perder. Pero aquella criatura mutada no llevaría las negociaciones. No, la tarea recaería en el portavoz de ojos agudos de la Cofradía, Rentel Gorus, quien se adelantó sobre sus piernas esbeltas. Su larga trenza blanca colgaba de su cráneo calvo como una soga. Los visitantes se cubrían con un aire de importancia y nobleza, y eso revelaba el alcance de su inquietud. La verdadera seguridad es algo discreto e invisible.

—La Cofradía Espacial tiene necesidades —dijo el administrador Gorus, recorriendo la sala con sus ojos lechosos, pero no ciegos—. Si Ix las satisface, estamos dispuestos a pagar un precio razonable. Ayudadnos a librarnos del yugo que nos ha impuesto la Nueva Hermandad.

Shayama Sen cruzó las manos y sonrió.

—¿Y qué es lo que necesitáis? —Las uñas de sus dos índices eran metálicas y tenían un diseño de líneas caleidoscópicas de circuitos.

Edrik flotó hacia el micrófono de su tanque de gruesas paredes.

—La Cofradía necesita especia para que podamos guiar nuestras naves. ¿Pueden crear las máquinas de Ix la melange? No entiendo qué hacemos aquí.

Gorus dedicó al navegador una mirada de pura irritación.

—Yo no soy tan escéptico. La Cofradía Espacial se preguntaba si la tecnología ixiana podría utilizarse de forma regular y segura para la navegación… al menos durante este difícil período de transición. Desde los tiempos del Dios Emperador, Ix ha creado ciertas máquinas calculadoras que pueden reemplazar a los navegadores.

—Solo parcialmente. Las máquinas siempre han sido inferiores —­dijo Edrik—. Copias defectuosas de un verdadero navegador.

—Aun así, fueron muy útiles en tiempos de gran necesidad —­señaló Shayama Sen—. Durante las diferentes oleadas de la Dispersión, muchas naves utilizaron antiguos sistemas para viajar sin la ayuda de los navegadores o la especia.

—Y un gran número de esas naves se perdieron —le interrumpió Edrik—. Nunca sabremos cuántas se estrellaron contra soles o densas nebulosas. No sabremos cuántas se… se perdieron simplemente porque llegaron a sistemas estelares desconocidos y no pudieron encontrar el camino de vuelta.

—Hasta hace poco, cuando había melange en abundancia (gracias a la especia fabricada en los tanques tleilaxu), la Cofradía no tenía reparos en confiar únicamente en nuestros navegadores —dijo el administrador Gorus con tono razonable—. Sin embargo, los tiempos han cambiado. Si podemos demostrar a la Nueva Hermandad que no dependemos solo de ellas, entonces no tendrán el monopolio. Y entonces quizá no se mostrarán tan altaneras e intratables y estarán más dispuestas a vendernos especia.

—Eso aún está por ver —musitó el navegador.

—Entre ciertos grupos se han seguido utilizando otros sistemas de navegación —añadió Shayama Sen—. Cuando las Honoradas Matres empezaron a regresar de los límites exteriores, no tenían navegadores. Y hasta que no tuvieron necesidad de conocer el paisaje del Imperio Antiguo no solicitaron los servicios de la Cofradía.

—Y vosotros cooperasteis con ellas —dijo Khrone utilizando las palabras como agujas—. ¿No es ese el motivo por el que la Hermandad está disgustada con vosotros?

—Las brujas también utilizaron sus propias naves, saltándose a la Cofradía —dijo Gorus con un bufido—. Hasta hace poco, ni siquiera nos habían confiado las coordenadas de Casa Capitular por temor a que delatáramos su posición ante las Honoradas Matres.

—¿Y lo habríais hecho? —Sen parecía divertido—. Sí, yo creo que sí.

—Eso no tiene nada que ver con el tema de los aparatos de navegación. —El administrador de la Cofradía atajó la discusión.

El fabricador mayor sonrió y golpeó sus uñas entre sí, provocando un revuelo de chispas entre los circuitos, como minúsculas ratas fosforescentes corriendo por un laberinto.

—Aunque tales aparatos no fueran exactos, ni prácticos ni necesarios, los instalamos en algunas naves, y en tiempos relativamente recientes. Ni la Cofradía ni las naves independientes confiábamos en ellos, pero el propósito era demostrar a los tleilaxu y los sacerdotes del Dios Dividido que podíamos funcionar sin su especia. Sin embargo, los planos llevan siglos guardados.

—Quizá —siguió diciendo Gorus—, con un incentivo económico suficiente, podríais revisar esa vieja tecnología y desarrollarla.

Khrone tuvo que controlar todos sus músculos faciales fluidos para no sonreír. Aquello era exactamente lo que quería.

El fabricador mayor Sen también parecía satisfecho. Escudriñó el tanque blindado de Edrik, intrigado por su diseño.

—Quizá los navegadores tendrían que haber utilizado su presciencia para prevenir esta escasez de melange.

—Nuestra presciencia no funciona de ese modo.

—Actualmente —señaló Gorus— la Nueva Hermandad es la única que puede proporcionar melange, y su madre comandante, Murbella, no cederá a pesar de nuestras súplicas.

—Nos hemos entrevistado con ella —añadió Edrik—. No es racional.

—Pues a mí me parece que Murbella es totalmente consciente de su poder y su posición de ventaja —dijo el fabricador mayor, hablando con aire dócil.

—Nos gustaría arrebatarles esa ventaja a las brujas, pero solo podemos hacerlo con vuestra ayuda —dijo el administrador—. Dadnos otra alternativa.

Khrone sabía que en este caso su apoyo no aportaría nada; sin embargo, si manifestaba dudas de hombre débil, reforzaría la alianza entre los otros.

—Desarrollar un aparato de navegación tan sofisticado… y utilizarlo como algo más que un simple símbolo requeriría el uso de una tecnología peligrosamente parecida a las máquinas pensantes. Tenemos que pensar en las restricciones impuestas durante la Yihad Butleriana.

Sen, Gorus e incluso el navegador respondieron con desprecio.

—La gente no tardará en olvidar las antiguas directrices de la Yihad en cuanto vea que las naves de la Cofradía no pueden volar y los viajes espaciales se resienten —dijo el administrador.

Khrone se volvió hacia el fabricador mayor, en teoría, su jefe.

—Me sentiré honrado si Ix acepta este desafío, señor. Mis mejores equipos se pondrán a trabajar en la adaptación de compiladores numéricos y artefactos de proyección numérica.

Shayama Sen se rió tontamente mirando al enviado de la Cofradía.

—El precio será elevado. Un porcentaje quizá. La Cofradía Espacial y la CHOAM están entre nuestros mejores clientes… y los vínculos que nos unen podrían hacerse más fuertes.

—Sin duda la CHOAM contribuirá con los costes si lo considera necesario para el comercio interestelar —admitió Gorus.

¡Con cuánto ahínco trataba de ocultar aquella gente su desesperación! Khrone decidió que lo mejor era ponerles un objetivo distinto.

—Mientras las Bene Gesserit y las Honoradas Matres han estado enzarzadas tratando de matarse entre ellas, la Cofradía y CHOAM han seguido con su actividad comercial sin problemas. Ahora la Nueva Hermandad dice que hay un enemigo mucho peor que viene a por ellas, a por todos nosotros, desde el exterior.

Gorus profirió un bufido, como si él tuviera mucho que decir sobre el asunto, pero se tragó su opinión como un grueso pegote de flema.

El fabricador mayor miró con suficiencia.

—¿Hay alguna prueba de que ese enemigo existe de verdad? Y ¿es el enemigo de la Hermandad y de las Honoradas Matres necesariamente enemigo de Ix, de la Cofradía o la CHOAM?

—El comercio es el comercio —dijo Edrik con un barboteo—. Todo el mundo lo necesita. La Cofradía necesita navegadores, y nosotros necesitamos especia.

—O aparatos de navegación —añadió Gorus.

Khrone asintió con gesto plácido.

—De modo que volvemos al precio por los servicios de los ixianos.

—Si podéis producir lo que pedimos, nuestros beneficios (y desde luego el cambio en la balanza de poderes) serán de un incalculable valor. Creo que podemos convertirlo en un proyecto viable para los dos. —El administrador hablaba, y el navegante escuchaba con aire incómodo.

Khrone se permitió una leve sonrisa de satisfacción en su rostro falso. Gracias a los lejanos amos que siempre lo vigilaban a través de la red de taquiones, él ya tenía acceso a cualquier aparato de navegación que la Cofradía pudiera necesitar. Era una tecnología bastante elemental comparada con la que el «Enemigo» tenía a su disposición. Solo tendría que fingir que la desarrollaba en Ix y luego venderla a un alto precio a la Cofradía.

A su alrededor, la planta de fabricación seguía produciendo sonidos y olores industriales.

—Siguen sin gustarme las implicaciones de una tecnología que sustituya a los navegadores. —Edrik parecía atrapado en su tanque.

—Edrik, debes lealtad a la Cofradía Espacial —le recordó bruscamente Gorus—. Y haremos lo que haga falta para sobrevivir como organización. No tenemos elección.

33

El tratamiento de una herida puede llegar a doler más que la herida en sí. No permitas que una llaga se infecte por miedo al dolor momentáneo.

D
OCTORA
SUK
BENE
GESSERIT
F
LORIANA
N
ICUS

Murbella paseaba con Janess —ahora reverenda madre Janess— por los restos pedregosos de los jardines moribundos que rodeaban la torre de Central. Estaban en pie junto al lecho seco de un arroyo, que había perdido su humedad a causa de los drásticos cambios en el clima de Casa Capitular. Las piedras lisas eran un doloroso recordatorio de las aguas que en otro tiempo habían fluido por el canal.

—Ya no eres mi hija, ahora eres mi teniente. —Sabía que sus palabras sonarían duras, pero Janess no se inmutó. Las dos sabían que a partir de ahora debían mantener un apropiado distanciamiento emocional, que Murbella debía ser la madre comandante, no su madre—. Tanto las Bene Gesserit como las Honoradas Matres han tratado de prohibir el amor, pero solo pueden prohibir la manifestación de este, no el pensamiento o la emoción. Entre las hermanas, la madre superiora Odrade fue considerada una hereje porque creía en el poder del amor.

—Comprendo, madre… comandante. Cada una de nosotras debe renunciar a algo por el bien del nuevo orden.

—Te enseñaré a nadar arrojándote a las aguas turbulentas, una metáfora que, me temo, aquí ya no sirve. Espero que avances más deprisa que ninguna de las dos facciones. Han sido necesarios seis años de lucha, atrayendo a ambos lados hacia el centro, para que las mujeres aprendan a convivir. Es posible que pasen generaciones antes de que haya cambios verdaderamente significativos, pero hemos dado importantes pasos.

—Duncan Idaho lo llamó «compromiso a punta de espada» —citó Janess.

Murbella arqueó las cejas.

—¿En serio?

—Si quieres, puedo mostrarte el registro histórico.

—Una descripción muy apropiada. La Nueva Hermandad todavía no funciona con la suavidad que yo esperaba, pero he convencido a las hermanas para que dejen de matarse entre ellas. Al menos a la mayoría.

Por un momento pensó en la antigua enemiga de Janess, Caree Debrak, que desapareció de los barracones de las alumnas unos días antes de someterse a la Agonía; Caree anunció que la conversión era un lavado de cerebro y huyó en mitad de la noche. Muy pocas la echarían de menos entre las hermanas.

—En circunstancias normales —siguió diciendo Murbella—, podría tolerar el hecho de que algunas Honoradas Matres no acepten mi mandato. Libertad de expresión, manifestación de diferentes filosofías. Pero no ahora.

Janess se puso derecha, indicando que estaba lista para la misión que le había encomendado.

—Las Honoradas Matres renegadas todavía controlan buena parte de Gammu y otra docena de planetas. Se han apropiado de la producción de soopiedras en Buzzell y han reunido sus fuerzas en Tleilax.

Durante el pasado año, la madre comandante había reunido una fuerza de hermanas y las había entrenado vigorosamente en un estilo de combate que combinaba técnicas Bene Gesserit y de las Honoradas Matres. La unión entre ambas facciones se percibía mejor en el combate cuerpo a cuerpo.

—Es hora de que mis alumnas tengan un objetivo.

—Que dejen de entrenar y luchen —dijo Janess.

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