Cazadores de Dune (28 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

—Las soopiedras son nuestras —dijo Skira—. Este planeta es…

Murbella le asestó un golpe en el mentón, tan rápido que la mujer no tuvo ni tiempo de levantar la mano para protegerse y cayó hacia atrás. Cerniéndose sobre ella como un ave de presa, Murbella dijo:

—Te lo diré otra vez: explícame cómo funciona el negocio con las soopiedras.

Una de las Bene Gesserit oprimidas se separó de la fila. Una mujer de mediana edad, con el pelo rubio ceniza, y un rostro que en otro tiempo debió de ser asombrosamente hermoso.

—Yo os lo puedo explicar.

Skira se arrastró como un cangrejo sobre los codos y trató de ponerse en pie.

—No escuches a esa burra, solo sirve para recibir golpes.

—Me llamo Corysta —dijo la mujer rubia sin hacer caso de Skira.

Murbella asintió.

—Soy la madre comandante de la Nueva Hermandad. La madre superiora Odrade me escogió personalmente como sucesora antes de que la mataran en la batalla de Conexión. He unificado a Bene Gesserit y Honoradas Matres para que podamos enfrentarnos juntas a nuestro Enemigo común y mortífero. —Tocó con el pie a Skira—. Ya solo quedan unos pocos focos de resistencia de Honoradas Matres como este. Si no podemos asimilarlos los destruiremos.

—No es tan fácil derrotar a las Honoradas Matres —insistió Skira.

Murbella miró a la mujer que yacía en el suelo.

—A vosotras sí. —Volvió su atención a Corysta—. ¿Eres una Reverenda Madre?

—Lo soy, pero me exiliaron por el delito de amar.

—¡Amar! —La esbelta Skira escupió la palabra, como si esperara que su captora estuviera de acuerdo con ella. Y empezó a hablar de Corysta en tono despectivo, acusándola de ser una ladrona de bebés y una criminal, entre las Bene Gesserit y entre las Honoradas Matres.

Murbella dedicó a la hermana una mirada fugaz y apreciativa.

—¿Es eso cierto? ¿Eres una destacada ladrona de bebés?

Corysta seguía evitando su mirada.

—No es robo si lo que tomé ya era mío. No, fue a mí a quien robaron. Yo cuidé a los dos bebés por amor cuando nadie más habría aceptado hacerlo.

Murbella sabía que tenía que aprender deprisa, así que tomó una decisión.

—En pro de la rapidez y la eficacia compartiré contigo. —De ese modo, obtendría toda la información que Corysta tenía en un momento.

La otra mujer vaciló un instante, inclinó la cabeza y se acercó para que Murbella pudiera tocarla, frente contra frente, mente con mente.

En una marea, la madre comandante absorbió todo lo que necesitaba saber de Buzzell y mucho más de lo que habría querido saber sobre Corysta.

Todas las experiencias de la mujer, su día a día, sus conocimientos, sus dolorosos recuerdos y su lealtad a la Hermandad, se convirtieron en una parte de Murbella, como si los hubiera vivido en persona.

En su interior, a través de los ojos de Corysta, Murbella la vio trabajando junto con otras esclavas en una mesa de clasificación y limpieza en un muelle, cerca de un accidentado acantilado. La brisa llevaba el penetrante olor del mar a su nariz. Veía el cielo nublado y gris de la mañana. Las gaviotas que iban dando saltitos por el muelle, buscando fragmentos de crustáceos y pequeños bocados que caían durante las operaciones de procesamiento.

Un fibio imponente y cubierto de escamas caminaba arriba y abajo, supervisando el trabajo de la cadena. Su cuerpo hedía a pescado podrido. Vigilaba el trabajo de las esclavas Bene Gesserit y periódicamente comprobaba que no hubieran robado nada. ¿Adónde habría podido ir Corysta de haber robado un fragmento de soopiedra?

Llevaba casi dos décadas exiliada en Buzzell. La Hermandad la envió allí cuando era joven, y luego quedó atrapada y convertida en esclava de las rameras de la Dispersión. Corysta había sido enviada como castigo a Buzzell por lo que las Bene Gesserit llamaban un «delito de humanidad». Se le había ordenado que procreara con un noble consentido y petulante que vestía con un traje distinto cada vez que lo veía. Siguiendo las órdenes de las mujeres procreadoras, Corysta sedujo a aquel hombre al que jamás habría podido amar y manipuló su química interna para asegurarse de que el bebé era una niña.

Desde el momento de la concepción, su hija estaba destinada a entrar en la orden de las Bene Gesserit. Corysta lo sabía intelectualmente, pero su corazón no quiso aceptarlo. Conforme el bebé crecía en su vientre, empezó a tener dudas, sobre todo cuando empezó a moverse y dar patadas. Cuando estaba sola, iba conociendo a su hija, y se imaginaba criándola como madre. Y, aunque la Hermandad prohibía aquella práctica, a pesar de la rigurosidad de los diferentes programas de cría, tenía que haber excepciones, tenía que haber lugar para un poquito de amor. Cada día Corysta hablaba a su hija con voz suave, diciéndole bendiciones especiales. Y poco a poco empezó a pensar en huir de sus obligaciones opresivas.

Una noche, mientras cantaba en tono triste a su bebé no nacido, Corysta tomó la decisión de quedársela. No entregaría a su hija a las mujeres procreadoras como le habían ordenado. Así que huyó a un lugar aislado y dio a luz ella sola, en una cueva, como un animal. Una severa mujer procreadora descubrió dónde estaba y entró hecha una furia, con un escuadrón de agentes de la ley de hábitos negros. El bebé solo pudo disfrutar de unas horas del amor de su madre, luego se la llevaron y Corysta no volvió a verla.

Apenas recordaba el viaje posterior a Buzzell, donde la abandonaron para que pasara el resto de su vida en el «programa de penitencia», con las otras hermanas exiliadas. En todos los años que llevaba allí, en tramos de tierra negra no más extensos que el patio de una prisión rodeados de océanos, no había dejado de pensar en su hija ni un solo día.

Y entonces las Honoradas Matres llegaron arrasándolo todo como carroñeros, y masacraron a las exiliadas Bene Gesserit en Buzzell. Solo perdonaron la vida a un puñado para tenerlas como esclavas.

Cada vez que el olor hediondo del yodo anunciaba la presencia de los supervisores fibios, Corysta trabajaba más deprisa clasificando las piedras por tamaño y color. A su espalda, el hombre anfibio pasaba de largo, respirando pesadamente a través de unas branquias que absorbían el oxígeno del aire en lugar del agua de mar. Corysta tenía demasiado miedo al castigo, por eso nunca lo miraba.

En su primer año de cautividad, Corysta hervía por dentro, y no dejaba de pensar cómo recuperar a su hija. Pero el tiempo pasaba y fue perdiendo la esperanza, empezó a aceptar su situación. Durante años había vivido el día a día, y pocas veces se paró a pensar en sus errores del pasado, como alguien que se hurga en un diente flojo. Las profundas aguas de Buzzell se convirtieron en los límites de su universo.

En realidad, ella y las compañeras que sobrevivieron no tenían que sumergirse para buscar las piedras marinas. Eso lo hacían los fibios, híbridos modificados genéticamente, creados en la Dispersión, mitad hombre mitad anfibio, con cabeza en forma de bala, cuerpos delgados y aerodinámicos y una piel verde y aceitosa con un brillo iridiscente. A Corysta le fascinaban, le asustaban.

Luego, años después, rescató un bebé fibio abandonado del mar, y lo escondió y lo cuidó durante meses en su humilde choza. Devolvió la salud al Hijo del Mar, y entonces, en un cruel eco de su experiencia anterior, las Honoradas Matres le arrebataron al bebé híbrido.

Conocían su caso, y se burlaban de ella, la llamaban la «mujer que perdió dos bebés». La ridiculizaban abiertamente, mientras que sus compañeras exiliadas la admiraban en silencio…

— o O o —

Profundamente conmovida, Murbella se apartó de la desdichada hermana y se dio cuenta de que solo había pasado un instante. Ante ella, Corysta pestañeaba con asombro ante el torrente de noticias e información que había recibido. El acto de compartir funcionaba en los dos sentidos, así que la Bene Gesserit exiliada ahora sabía todo lo que sabía la madre comandante. Murbella aceptó el riesgo de buena gana.

Viendo la facilidad con que sus valquirias habían conquistado todos los puntos vulnerables, Murbella estaba segura de que la Nueva Hermandad no tendría ningún problema para dirigir los trabajos de recolección. Dejaría una fuerza defensiva en órbita, convertiría o mataría a las Honoradas Matres que quedaban y volvería al trabajo. Miró a su alrededor buscando a los guardas fibios, pero todos habían desaparecido en las aguas profundas cuando vieron llegar a las valquirias. Después de compartir con Corysta, sabía todo lo que necesitaba.

—Reverenda madre Corysta, la nombro supervisora de las operaciones de extracción de soopiedras de la Hermandad. Sé que es consciente de muchos errores y sabrá cómo mejorar el proceso.

La mujer asintió, con los ojos brillantes. Estaba orgullosa de que Murbella le hubiera confiado aquella responsabilidad. La madre Skira, con el rostro rojo de ira, apenas pudo controlarse.

—Si alguna Honorada Matre resulta problemática, tenéis mi permiso para ejecutarla.

— o O o —

Dos días después, satisfecha con los cambios y lista ya para volver a Casa Capitular, Murbella iba sola por el deteriorado asentamiento. En aquellos momentos pasaba entre unos cobertizos de almacenamiento de soopiedras y un surtido inconexo de alojamientos y edificios administrativos. Estaba anocheciendo y el resplandor de los globos de luz empezó a aparecer en el interior de los edificios mientras la oscuridad caía bajo el manto cobrizo del sol.

Cuatro Honoradas Matres surgieron de las sombras, entre un cobertizo con material y la entrada de un edificio a oscuras. Aunque se movían con sigilo, Murbella las vio enseguida. Sus intenciones emanaban de su ser como vapores nocivos.

Ella, sintiendo un hormigueo y lista para luchar, las miró con desdén. Las cuatro mujeres avanzaron, confiadas en su número, aunque las Honoradas Matres no luchaban bien en equipo. En cambio para ella luchar con varias a la vez sería una simple escaramuza.

Las Honoradas Matres la rodearon. En un revoltijo de movimientos, Murbella giró y giró y golpeó y golpeó con los pies. Una síntesis coreografiada de métodos de combate Bene Gesserit y trucos de Honoradas Matres retocada con las técnicas de maestro de armas de Duncan… cualquiera de sus valquirias podía haber hecho lo mismo.

En menos de un minuto, sus atacantes quedaron muertas en el suelo. Otro grupo de Honoradas Matres salió de los cobertizos de material. Murbella se preparó para el combate y lanzó una carcajada.

—¿Queréis que os mate a todas o preferís que deje a una viva como testigo para que disuada a otras de cometer esta tontería? ¿Quién más quiere intentarlo?

Otras dos lo intentaron y las dos murieron. Confusas, el resto de Honoradas Matres se contuvo. Murbella quería asegurarse de que habían captado el mensaje, así que las picó.

—¿Quién más quiere enfrentarse conmigo? —Señaló los cuerpos—. Estas seis han aprendido la lección.

Nadie aceptó el desafío.

QUINTA PARTE

Trece años después de la huida de Casa Capitular

39

En solo un instante, un amigo se puede convertir en competidor o en un peligroso enemigo. Es esencial analizar las probabilidades en todo momento, para evitar que nos cojan por sorpresa.

D
UNCAN
I
DAHO
, observación de mentat

Agitado, con sus gafas puestas, el rabino andaba a toda prisa por el corredor con un rollo bajo el brazo, musitando:

—¿Cuántos más crearéis? —Había reforzado sus argumentos reuniendo pruebas en los escritos talmúdicos, pero las Bene Gesserit no estaban impresionadas. Podían contestarle citando otras tantas profecías oscuras y confundirle con un misticismo tan antiguo como el suyo.

Duncan Idaho se cruzó con él, pero el rabino estaba demasiado preocupado y no se dio cuenta. Con los años, su presencia en el corredor exterior del centro médico y la guardería de gholas se había convertido en algo habitual. Varias veces a la semana el rabino visitaba los tanques axlotl, rezaba por la mujer que él había conocido como Rebecca y echaba un vistazo a aquel grupo de extrañas criaturas que habían sido incubadas en los tanques. Aunque era inofensivo, el pobre hombre parecía aislado, y se aferraba a una realidad que solo existía en su mente y su sentimiento de culpa. Aun así, Duncan y los otros trataban de mostrarle el respeto que merecía.

Cuando el rabino se fue, Duncan también estuvo observando cómo los niños-ghola interactuaban entre ellos como niños normales, extraordinariamente brillantes, pero ajenos a sus personalidades previas. El maestro tleilaxu Scytale mantenía a su ghola separado de los otros niños, pero los ocho gholas históricos, con edades que iban de uno a ocho años, se criaban juntos. Todos eran equivalentes celulares perfectos.

Duncan era el único que los recordaba como fueron realmente. Paul Atreides, dama Jessica, Thufir Hawat, Chani, Stilgar, Liet-Kynes, el doctor Yueh y el bebé Leto II. Ahora no eran más que niños, dulces e inocentes, un grupo poco ortodoxo con distintas edades. En aquellos momentos, en una de las salas, Paul y su madre, que curiosamente era más joven, estaban jugando juntos, posicionando soldados de juguete y armamento en torno a un castillo.

Paul, que era el mayor de los gholas, era tranquilo, inteligente y curioso. Era exactamente igual que las imágenes de archivo de las Bene Gesserit de sus primeros años de vida en el castillo de Caladan. Duncan le recordaba bien.

La decisión de que dama Jessica fuera el siguiente había suscitado debate en la no-nave. En su primera vida, dama Jessica había arrojado los cuidadosos planes reproductores de la Hermandad a un torbellino. Había tomado decisiones impetuosas basándose en su conciencia y su corazón, y obligó con ello a la Hermandad a revisar un sistema con siglos de antigüedad. Entre las seguidoras de Sheeana algunas pensaban que el consejo y la experiencia de Jessica podía ser muy útil; otras disentían… de forma contundente.

A continuación, Teg y Duncan defendieron enérgicamente el regreso de Thufir Hawat, porque el guerrero-mentat podía ayudarles en una situación crítica de combate. También querían al duque Leto Atreides, otro gran líder, aunque en un primer momento hubo problemas con el material celular.

La amada de Muad’Dib, Chani, fue otra de las primeras escogidas, aunque solo fuera como mecanismo de control, por si el kwisatz haderach daba muestras de convertirse en lo que todos temían. Pero sabían muy poco sobre la joven original. Fue hija de un fremen; por tanto en los registros Bene Gesserit no se conservaba ningún dato sobre la primera parte de su vida, y buena parte de su pasado era un misterio. La información fragmentaria que tenían procedía de su relación con Paul y del hecho de que fuera hija de Liet-Kynes, el planetólogo visionario que había arengado a las gentes de Dune para que convirtieran su mundo desértico en un jardín.

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