Cazadores de Dune (30 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Y ahora Sheeana había recuperado al pequeño monstruo, ¡a pesar del riesgo de que hiciera un daño aún mayor! Duncan, Teg, Sheeana y otros consideraban que Leto podía ser el más poderoso de los gholas. ¿El más poderoso? ¡El más peligroso! De momento, no era más que un niño de un año en una guardería, indefenso y débil.

Nunca volvería a ser tan vulnerable.

Garimi y sus hermanas leales decidieron actuar sin dilación. Moralmente, no tenían más remedio que destruirle.

Ella y su compañera de hombros anchos, Stuka, se deslizaron por los corredores poco iluminados del
Ítaca
. En deferencia a ciertos ciclos biológicos ancestrales, Duncan, el «capitán», había impuesto la graduación de la intensidad de las luces en la nave para simular el día y la noche. Aunque no era obligatorio ceñirse a estos horarios, la mayoría lo consideraba algo socialmente conveniente.

Juntas, las dos mujeres doblaron esquinas y más esquinas, y descendieron de cubierta en cubierta en elevadores y plataformas de carga. Mientras la mayoría del pasaje se preparaba para acostarse, Garimi y Stuka entraron en la guardería silenciosa situada cerca de las extensas cámaras médicas. Stilgar (de dos años) y Liet-Kynes (de tres) estaban en la guardería, los otros cinco gholas estaban con sus supervisoras. Leto II era el único bebé, aunque era evidente que tarde o temprano los tanques axlotl traerían más.

Aprovechando su conocimiento de la nave, desde la antesala Garimi manipuló los controles para evitar las pantallas de vigilancia.

No quería que quedara constancia del supuesto crimen que ella y Stuka estaban a punto de cometer, aunque sabía que no podrían mantener el secreto por mucho tiempo. Muchas de las Reverendas Madres que había a bordo eran guardianas de la verdad. Podían descubrir a las asesinas con métodos probados de interrogatorio, incluso si para ello tenían que preguntar a todos los refugiados de la nave.

Garimi había tomado su decisión. Y Stuka juró también que sacrificaría su vida para hacer lo correcto. Y si fracasaban, Garimi sabía de al menos otra docena de hermanas que si tenían ocasión, harían lo mismo.

Miró a su amiga y compañera.

—¿Estás preparada?

El rostro ancho de Stuka, aunque joven y terso, parecía llevar consigo una edad y una tristeza infinitas.

—He hecho las paces conmigo misma. —Respiró hondo—. No debo temer. El temor destruye la mente. —Las hermanas recitaron el resto de la Letanía juntas. A Garimi siempre le había resultado muy reconfortante.

Ahora que las cámaras de vigilancia estaban desactivadas, las dos mujeres entraron en la guardería con todo el silencio y sigilo Bene Gesserit que pudieron. El bebé Leto estaba en una de las cunas monitorizadas, como un bebé inocente cualquiera, con un aspecto tan humano. ¡Tan inocente! Garimi hizo una mueca de desprecio. Cuan engañosas pueden ser las apariencias.

En realidad no necesitaba la ayuda de Stuka. Asfixiar a aquel pequeño monstruo sería sencillo. Aun así, las dos Bene Gesserit furiosas se daban ánimo mutuamente.

Stuka miró a Leto y le susurró a su compañera:

—En su vida original, la madre del Tirano murió durante el parto y un Danzarín Rostro trató de asesinar a los gemelos cuando solo tenían unas horas de vida. Su padre huyó ciegamente al desierto, y dejó que otros criaran a sus pequeños. Ni Leto ni su gemela estuvieron nunca en los brazos amorosos de sus padres.

Garimi le dedicó una mirada agria.

—No te me pongas blanda ahora. No es solo un bebé. En esa cuna duerme una bestia, no un niño.

—Pero no sabemos dónde ni cuándo consiguieron los tleilaxu las células para crear este ghola. ¿Cómo es posible que consiguieran muestras del inmenso Dios Emperador? Si realmente tomaron las células de él, ¿por qué no tenemos un bebé que sea mitad humano mitad gusano? Lo más probable es que guardaran muestras del joven Leto antes de que pasara por la transformación. Lo que significa que el bebé sigue siendo inocente, que sus células proceden de un cuerpo inocente. Incluso cuando recupere sus recuerdos, no será el odiado Dios Emperador.

Garimi la miró furiosa.

—¿Quieres que corramos ese riesgo? Incluso de niños, Leto II y su gemela, Ghanima, tenían una capacidad de presciencia asombrosa. Y, sea como sea, sigue siendo un Atreides. Sigue llevando en su sangre los caracteres genéticos que llevaron a la aparición de dos peligrosos kwisatz haderach. ¡Eso es innegable! —­Estaba empezando a levantar la voz. Garimi miró al bebé, que se movía, y vio los brillantes ojos del niño mirándola con una inquietante sabiduría y con la boca entreabierta. Era como si supiera por qué estaba allí. La reconocía… y sin embargo ni siquiera pestañeó.

—Si tiene presciencia —dijo Stuka vacilante—, quizá sabe lo que vamos a hacerle.

—Estaba pensando exactamente lo mismo.

De pronto una de las alarmas de los monitores empezó a parpadear y Garimi corrió a los controles para pararla. No podía permitir que ninguna señal alertara a las doctoras suk.

—¡Deprisa! No hay tiempo. Hazlo ya… ¡o tendré que hacerlo yo!

La otra mujer cogió una almohada y la levantó ante el rostro del bebé. Mientras Garimi trataba de manipular el panel de las alarmas, Stuka empezó a bajar la almohada para asfixiar al pequeño.

Y entonces Stuka gritó y al volverse, por un momento, Garimi creyó ver unos segmentos marrones, una forma sinuosa que se elevaba de la cuna. Stuka reculó asustada. La almohada que llevaba en las manos quedó hecha jirones.

Garimi no podía creerse lo que estaba viendo. Era como si viera doble, como si dos cosas distintas estuvieran sucediendo a la vez en el mismo lugar. Una boca bordeada por diminutos dientes cristalinos atacó desde la cuna y golpeó a la mujer en el costado. Hubo una salpicadura de sangre. Asustada, respirando a bocanadas, Stuka se llevó la mano a la herida, que le había desgarrado la carne hasta las costillas.

Garimi se acercó trastabillando, pero cuando llegó a la cuna solo vio al pequeño Leto descansando. El niño estaba tendido sobre la espalda, mirándola tranquilamente con ojos brillantes.

Stuka dejó de gritar de dolor y utilizó sus poderes de Bene Gesserit para detener la hemorragia. Se apartó de la cuna, con los ojos muy abiertos, tratando de no perder el equilibrio. Garimi volvió a mirar al bebé. ¿Había visto realmente a Leto transformado en un gusano de arena?

No había imágenes de seguridad. Nunca podría demostrar lo que había visto. Pero ¿cómo explicar entonces la herida de Stuka?

—¿Qué eres, pequeño Tirano? —Garimi no veía sangre en los deditos ni en la boca. Leto la miraba pestañeando.

La puerta de la guardería se abrió y Duncan Idaho entró corriendo, seguido por dos supervisoras y por Sheeana. Y se quedó allí parado, con el rostro ensombrecido por la ira. Vio la sangre, la almohada desgarrada, al bebé en su cuna.

—¿Qué demonios estáis haciendo aquí?

Garimi se apartó de la cuna, tratando de mantener la distancia, por si el pequeño Leto volvía a convertirse en gusano y atacaba. Mientras miraba a Duncan, se le pasó por la cabeza decir que Stuka había ido allí a matar al bebé y que ella había llegado a tiempo para salvarlo. Pero la mentira se descubriría enseguida bajo un examen más atento.

Así que se puso derecha. Una doctora suk llegó respondiendo a la señal de alarma. Tras comprobar el estado del bebé, fue a ver a Stuka, que se había desplomado. Sheeana retiró la tela desgarrada de su hábito y dejó al descubierto la profunda herida, que había sangrado profusamente antes de que Stuka detuviera la hemorragia con un arranque de energía. Duncan y las supervisoras estaban perplejos.

Garimi apartó la mirada, sintiendo más miedo que nunca por Leto II. Señaló con gesto furioso a la cuna.

—Ya sospechaba que ese bebé era un monstruo. Ahora no tengo ninguna duda.

42

A pesar de las palabras de los igualitaristas, no todos los humanos somos iguales. Cada uno de nosotros es una combinación única con un potencial oculto. En momentos de crisis, hemos de descubrir estas capacidades antes de que sea demasiado tarde.

B
ASHAR
M
ILES
T
EG

Durante el alboroto que siguió al intento de asesinato del joven Leto, Miles Teg observó los predecibles juegos de poder entre las Bene Gesserit.

En un primer momento, la huida de Casa Capitular hizo que dejaran a un lado sus diferencias, pero con los años habían ido apareciendo facciones que se emponzoñaban como heridas mal curadas. El cisma era cada vez más profundo, y los gholas fueron un poderoso acicate. En años recientes, Teg había visto signos de inquietud y resistencia entre las seguidoras de Garimi, centrados en la figura de los nuevos gholas. La crisis de Leto II fue como unir un deflagrador a unas ramitas empapadas en acelerador.

La madre de Teg le había criado en Lernaeus, y le enseñó las costumbres Bene Gesserit. Janet Roxbrough-Teg era leal a la Hermandad, pero no ciegamente. Enseñó a su hijo capacidades muy útiles, pero también le enseñó a protegerse de los trucos de las Bene Gesserit, y quiso que supiera hasta dónde eran capaces de llegar en sus maquinaciones aquellas mujeres ambiciosas. Una verdadera Bene Gesserit haría lo que fuera para conseguir su objetivo.

Pero ¿intentar asesinar a un bebé? A Teg le preocupaba que incluso Sheeana hubiera subestimado el peligro.

Garimi y Stuka estaban con gesto desafiante en el banco de los acusados, y no se molestaron en negar su culpabilidad. Las pesadas puertas de la enorme sala de audiencias estaban cerradas, como si temieran que las dos mujeres trataran de huir de la no-nave. El aire enrarecido de la sala tenía el olor rancio y fuerte de la melange exudada a través del sudor. El resto de las presentes estaban muy agitadas, y por el momento incluso la mayoría de las conservadoras estaban en contra de Garimi.

—¡Habéis obrado en contra de la Hermandad! —Sheeana se aferró al borde del podio. Hablaba alzando el mentón, con sus ojos de un azul sobre azul destellantes, y su voz se oía fuerte y clara. Se había sujetado a la espalda su espesa mata de pelo salpicado de cobrizo, dejando al descubierto su tez oscura. Sheeana no era mucho mayor que Garimi, pero en su calidad de líder del pasaje de Bene Gesserit, proyectaba la autoridad de alguien mucho mayor—. Habéis traicionado nuestra confianza. ¿Es que no tenemos ya suficientes enemigos?

—Creo que no los ves a todos, Sheeana —dijo Garimi—. Y estáis creando más en los tanques axlotl.

—Aceptamos de buena gana el debate y la disensión y tomamos una decisión… ¡como Bene Gesserit! ¿Acaso eres tú también una tirana cuyos deseos pasan por encima de la voluntad de la mayoría, Garimi?

Al oír aquello, incluso las conservadoras más acérrimas gruñeron. Los nudillos de Garimi se pusieron blancos.

Desde la primera fila, donde estaba sentado junto a Duncan, Teg observaba con sus capacidades de mentat. El banco de plazmetal en el que estaba sentado era duro, pero apenas lo notaba. El joven Leto había sido conducido a la sala y lo observaba todo con ojos brillantes, extrañamente tranquilo.

—Estos gholas históricos —siguió diciendo Sheeana— podrían ser nuestra única posibilidad de sobrevivir, ¡y tú has tratado de matar al que podría ser de más ayuda!

Garimi frunció el ceño.

—Ya sabes que disiento sobre ese particular, Sheeana.

—Disentir es una cosa —dijo Teg, y en su voz había el peso de la autoridad—. Un intento de asesinato es otra.

Garimi miró al Bashar furiosa por la interrupción. Habló Stuka.

—¿Es un asesinato cuando matas a un monstruo?

—Cuidado —dijo Duncan—. El Bashar y yo también somos gholas.

—No digo que sea un monstruo porque es ghola —dijo Garimi, señalando al pequeño con el gesto—. ¡Le vimos! Lleva al gusano en su interior. Ese bebé inocente se transformó en una criatura que atacó a Stuka. Todos habéis visto las heridas.

—Sí, y hemos escuchado tus imaginativas explicaciones. —Sheeana habló con escepticismo.

Garimi y Stuka parecieron profundamente ofendidas, y se volvieron hacia las hermanas de los bancos elevados, levantando las manos en busca de apoyo.

—¡Seguimos siendo Bene Gesserit! Estamos entrenadas en la observación y manipulación de las creencias y las supersticiones. No somos niñas miedosas. ¡Esa… abominación se transformó en un gusano para defenderse de Stuka! Podemos repetir nuestra historia ante una guardiana de la verdad.

—No dudo que creéis lo que estáis diciendo —dijo Sheeana.

Duncan intervino, y habló con una calma absoluta.

—El bebé-ghola ha sido sometido a ciertas pruebas… como los otros gholas. Su estructura celular es normal, tal como esperábamos. Comprobamos y volvimos a comprobar las células originales de la cápsula de nulentropía de Scytale. Se trata de Leto II, nada más.

—¿Nada más? —Garimi dejó escapar una risa sarcástica—. ¡Cómo si el hecho de ser el Tirano no fuera bastante! Los tleilaxu pueden haber manipulado sus genes. Hemos encontrado células de Danzarines Rostro entre el otro material. ¡Sabes que no debemos fiarnos!

El maestro tleilaxu no estaba allí para defenderse de las acusaciones.

—Ya se han manipulado células otras veces —admitió Sheeana mirando a Duncan—. Un ghola puede tener capacidades inesperadas, o ser una bomba de relojería.

Teg vio que la atención de todos se volvía hacia él. Ahora era un adulto, pero seguían recordando sus orígenes en los primeros tanques axlotl Bene Gesserit. No había ninguna duda sobre sus genes. Teg había sido creado bajo el control directo de las Bene Gesserit; ningún tleilaxu había tenido la oportunidad de intervenir.

Ninguno de los refugiados que había en la sala, ni siquiera Duncan Idaho, sabían que Teg podía moverse a velocidades imposibles. Y que a veces tenía la capacidad de ver campos negativos que ni los escáneres más sofisticados podían detectar. Sin embargo, a pesar de la probada lealtad del Bashar, la Hermandad tenía recelos. Veían sombras de la pesadilla de otro kwisatz haderach por todas partes.

Las Bene Gesserit no son las únicas que pueden mantener un secreto.

Habló en voz alta.

—Sí, todos tenemos un potencial oculto. Solo un necio se negaría a utilizarlo.

Sheeana dedicó una mirada dura a Garimi, una mujer severa y de pelo oscuro que en otro tiempo fue su amiga íntima y protegida. Garimi cruzó los brazos, tratando de controlar su visible indignación.

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