Cazadores de Dune (33 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Asustado, Uxtal empujó a Vladimir a un lado y corrió hacia el tanque.

—¡Espera! —dijo el niño tratando de alcanzarle.

Pero Uxtal ya había alcanzado la figura femenina hinchada.

—¿Qué has hecho? —Corrió hacia las conexiones con los tubos de nutrientes. Estaban desconectadas, y los fluidos rojos y amarillos se estaban derramando por el suelo. El sistema nervioso simpático del cuerpo-matriz hacía que la carne gelatinosa temblara. Un tenue chillido y sonidos de succión brotaban de lo que quedaba de boca, un sonido casi consciente de desesperación. En el suelo había un cuchillo quirúrgico de las salas de estímulo del dolor. Una alarma se disparó.

Presa del pánico, Uxtal trató de reconectar los tubos. Se dio la vuelta, aferró al chico de la camisa y lo sacudió.

—¿Has sido tú?

—Pues claro que sí, idiota. —Le propinó una patada en la entrepierna y, aunque falló y solo consiguió acertarle en el muslo, fue suficiente para que le soltara. El niño salió corriendo, gritando.

—¡Voy a decírselo a Hellica!

Dividido entre el miedo a la Madre Superiora y los Danzarines Rostro, Uxtal miró con desánimo los sistemas de soporte del tanque. No podía dejar que la matriz —y el importantísimo niño que llevaba dentro— muriera. Pobre criatura… ¡y pobre Uxtal!

Atraídos por la alarma, dos ayudantes llegaron corriendo… de los competentes, gracias a Dios, no Ingva. Quizá si se movían con rapidez…

Siguiendo sus indicaciones, él y los ayudantes instalaron a toda prisa nuevos tubos flexibles, repusieron las reservas, bombearon estimulantes y estabilizadores y reconectaron los monitores. Uxtal se limpió el sudor de su frente grisácea.

Sí, Uxtal salvó el tanque. Y al ghola no nacido.

— o O o —

Vladimir pensaba que había sido más listo. Sin embargo, su castigo fue inmediato, severo y, para él, algo inesperado.

Fue corriendo a Hellica para criticar a Uxtal por su maltrato, pero el rostro de la Madre Superiora estaba rojo de ira. Ingva había sido más rápida, y corrió a Palacio para darle el fatídico informe.

Antes de que el niño pudiera dar su falsa versión de la historia, Hellica lo aferró por la camisa con unos dedos tan fuertes y afilados como las garras de un tigre.

—Pequeño bastardo, espero por tu bien que el nuevo ghola esté a salvo. Querías matarle, ¿verdad?

—N-no. Quería jugar con él. Ahora. —Muerto de miedo, Vladimir dio un paso atrás. Trató de poner cara llorosa—. No quería hacerle daño. Solo quería que saliera. Estoy cansado de esperar un compañero de juegos. Solo quería sacarlo. Por eso cogí el cuchillo.

—Uxtal le detuvo antes de que lo lograra. —Ingva salió de detrás de unas cortinas, desde donde había estado escuchando.

Con los ojos de un naranja llameante, la Madre Superiora le dio una reprimenda.

—¡No seas estúpido, niño! ¿Por qué destruir cuando puedes controlar? ¿No es esa una mejor venganza contra la casa Atreides?

Vladimir pestañeó. No se le había ocurrido.

Hellica lo despachó, como si fuera un insecto molesto.

—¿Sabes lo que es el exilio? Significa que volverás a Dan… o a donde Khrone quiera enviarte. En cuanto consiga una nave de la Cofradía, estarás en sus manos.

—¡No puedes hacer eso! ¡Soy demasiado importante! —A pesar de su corta edad, su cabecita retorcida empezaba a entender de maquinaciones y trampas, aunque no acababa de asimilar las intrigas políticas que veía a su alrededor.

Hellica lo hizo callar con una expresión que daba miedo.

—Por desgracia para ti, el bebé ghola es mucho más importante que tú.

SEXTA PARTE

Catorce años después de la huida de Casa Capitular

45

El cuerpo humano puede lograr muchas cosas, pero quizá su función más importante sea la de actuar como mecanismo de almacenaje de la información genética de la especie.

M
AESTRO
TLEILAXU
W
AFF
, en una reunión kehl sobre el proyecto del ghola de Duncan Idaho

Su hijo ghola era él mismo… o lo sería, cuando despertaran los recuerdos que llevaba en su interior. Pero eso no pasaría hasta dentro de unos años. Scytale esperaba que su cuerpo envejecido aguantara hasta entonces.

Todo lo que el maestro tleilaxu había experimentado y aprendido en incontables vidas secuenciales estaba guardado en su memoria genética y reflejado en el mismo ADN que se había utilizado para crear al duplicado de cinco años que en aquellos momentos tenía delante. En realidad aquello era un clon, no un verdadero ghola, porque las células de muestra se habían tomado de un donante vivo.

El predecesor del niño no estaba muerto. Todavía.

Pero el viejo Scytale notaba que su cuerpo degeneraba con rapidez. Un maestro tleilaxu no debía temer a la muerte. Hacía milenios que aquello había dejado de ser una posibilidad real para ellos, desde que su raza descubrió una forma de inmortalidad a través de la reencarnación ghola. Aunque el niño-ghola hacía progresos, seguía siendo demasiado pequeño.

Año tras año, la muerte se había ido extendiendo inexorablemente por su organismo, y sus funciones corporales eran cada vez más deficientes.
Obsolescencia planificada.
Durante miles de años, la élite masheij de su raza se había reunido en consejos secretos, pero jamás habrían imaginado que se enfrentarían a un holocausto como el que se avecinaba… que Scytale se enfrentaría a él, puesto que era el último maestro vivo.

Siendo realistas, tampoco tenía muy claro que solo pudiera hacer nada. De haber tenido acceso ilimitado a los tanques axlotl podría haber restaurado a otros maestros, los verdaderos genios de su raza. En su cápsula de nulentropía también habían guardado células de los miembros del último consejo tleilaxu, pero las Bene Gesserit no permitían que creara gholas de esos hombres. De hecho, tras el alboroto que hubo en torno a la figura del bebé Leto II y la ominosa visión que Sheeana decía haber tenido a través de las Otras Memorias, las brujas habían interrumpido el programa de los ghola, «temporalmente».

Al menos aquellas powindah le habían permitido crear por fin a su hijo, una copia de sí mismo. Así que, después de todo, quizá su persona tendría continuidad.

En aquellos momentos el niño estaba con él en la zona de la nave que antes era su prisión. Cuando Scytale reveló su último secreto, las restricciones a las que estaba sometido se suavizaron, y ahora podía moverse por donde quería. Podía observar a los otros ocho gholas mientras las Bene Gesserit les sometían al entrenamiento que consideraban necesario. Garimi, la Supervisora Mayor, que aceptó a desgana la responsabilidad de velar por los jóvenes gholas, se había ofrecido a educar también a su hijo, pero Scytale rechazó la oferta; no quería que se lo contaminaran.

El maestro tleilaxu enseñaba a su hijo en privado para prepararle para su gran responsabilidad. Antes de morir, tenía que pasarle una gran cantidad de información, en su mayoría secreta.

Le habría gustado tener la capacidad de las brujas de compartir sus recuerdos. «Descarga de datos humana», así es como él lo llamaba. Si pudiera despertar a su hijo de ese modo…, pero la Hermandad tenía bien guardado su secreto. Ningún tleilaxu había sido jamás capaz de descubrir el método, y la información no estaba en venta. Las brujas decían que era una capacidad que tenían como mujeres, que ningún varón podría adquirirla jamás. ¡Ridículo! Los tleilaxu sabían, y además lo habían demostrado, que las mujeres eran tan insignificantes como el color de una pared. No eran más que un recipiente biológico para producir hijos, y para eso no hacía falta un cerebro consciente.

Solo, Scytale afrontó el desafío de enseñar al niño los rituales y ceremonias de purificación más sagrados. Aunque hablaba entre susurros y silbidos, utilizando un lenguaje secreto que en teoría solo conocían los maestros, tenía miedo de que las brujas le entendieran.

Años atrás, Odrade había tratado de engatusarle hablándole en aquel antiguo lenguaje, para demostrarle que podía confiar en ella. Pero lo que él entendió es que nunca debía subestimar las artimañas de aquellas mujeres. Tenía la sospecha de que habían instalado sistemas de escucha en sus alojamientos, y ninguna powindah debía escuchar los profundos misterios.

La desesperación hacía que se sintiera cada vez más arrinconado. Su cuerpo se moría, y aquel niño era su única posibilidad. Si no se arriesgaba a que oyeran algunas de sus palabras, es posible que los secretos sagrados murieran con él. Un saber extraordinario, perdido para siempre. ¿Qué era peor, descubrirse o extinguirse?

Scytale se inclinó hacia delante.

—Llevas una pesada carga. Pocos en nuestra gloriosa historia han tenido una responsabilidad tan grande. Eres la única esperanza de la raza tleilaxu, y mi esperanza personal.

El niño parecía intimidado y a la vez impaciente.

—¿Cómo voy a hacerlo, padre?

—Yo te enseñaré —dijo Scytale en galach, antes de volver al antiguo lenguaje. El niño había demostrado una aptitud excepcional para aprenderlo—. Te explicaré muchas cosas, pero solo es una preparación, una base para que comprendas. Una vez restaure tus recuerdos, lo sabrás todo de forma intuitiva.

—Pero ¿cómo restaurarás mis recuerdos? ¿Me dolerá?

—No hay agonía más grande, ni satisfacción más grande. No se puede describir con palabras.

El niño respondió con premura.

—La esencia del
s’tori
está en aceptar nuestra incapacidad de saber.

—Sí. Debes aceptar tu incapacidad de comprender y tu importancia como persona para preservar la clave a ese conocimiento. —El viejo Scytale se recostó en su cojín. El niño ya era casi tan alto como él—. Escucha mientras te hablo de Bandalong, la hermosa ciudad santa del sagrado Tleilax, la ciudad perdida donde se fundó nuestra Gran Creencia.

Y pasó a hablarle de las gloriosas torres y minaretes, de las cámaras secretas donde tenían a las hembras fértiles para producir la prole deseada, mientras otras eran transformadas en tanques axlotl para las diferentes necesidades de los laboratorios. Le habló de cómo los maestros del Consejo habían preservado la Gran Creencia durante miles de años. De cómo los astutos tleilaxu habían engañado a los perversos extranjeros fingiendo que eran débiles y avariciosos para que los subestimaran y pudieran cosechar con el tiempo las semillas de la victoria.

Su hijo ghola lo absorbía todo, un público extasiado ante un gran narrador.

El viejo Scytale tenía que despertar los recuerdos de su duplicado lo antes posible. Era una carrera contrarreloj. La piel del maestro ya empezaba a mostrar manchas, y sus manos y sus piernas temblaban de manera notable. ¡Si tuviera más tiempo!

El niño se movió inquieto.

—¡Tengo hambre! ¿Cuándo comemos?

—¡No podemos hacer ningún descanso! Debes asimilar cuanto sea posible.

El niño dio un suspiro, apoyó su mentón pequeño y afilado en las manos y puso toda su atención en el maestro. Scytale habló de nuevo, pero esta vez más deprisa.

46

Sé quién fui. Los registros históricos son muy claros respecto a los hechos. Sin embargo, la pregunta es… ¿quién soy?

P
AUL
A
TREIDES
, sesiones de adiestramiento en la no-nave

Desde el exterior de la cámara de instrucción, observando a través de una ventana de espíaplaz, Duncan se sentía como si estuviera mirando al pasado. Los ocho niños, de edades e importancia histórica diferentes, eran alumnos aplicados y seguían su instrucción diaria con diferente grado de inquietud, intimidación y fascinación.

Paul Atreides era un año mayor que su «madre», su hijo Leto II era un pequeño precoz que aún gateaba, y su padre el duque Leto aún no había nacido.
Una cosa está clara: en la historia nunca ha habido una familia como esta.
¿Cómo se enfrentarían a aquella situación tan peculiar cuando restauraran sus recuerdos?

Casi a diario, la supervisora mayor Garimi sometía a los jóvenes gholas a un régimen bien estructurado de entrenamiento prana-bindu, ejercicio físico y desafíos de agudeza mental. Las Bene Gesserit llevaban milenios moldeando a sus acólitas, y Garimi sabía muy bien lo que hacía. No le gustaba estar al cargo de los niños-ghola, pero aceptaba su misión y sabía que si algo le pasaba a alguno de ellos el castigo sería peor. Con un entrenamiento físico y unos métodos de estimulación mental tan exhaustivos, aquellos niños se habían desarrollado de forma precoz, y eran más maduros e inteligentes que otros de la misma edad.

Ese día, Garimi había metido al grupo en un enorme falso solario, con material y un trabajo concreto. Aunque Duncan los observaba en secreto, no parecía que hubiera nadie con ellos. La cámara estaba bañada por una luz cálida y dorada, supuestamente de un espectro similar al del sol de Arrakis. El techo liso proyectaba un cielo azul artificial, y sobre el suelo se había extendido una capa de arena procedente de la cámara de carga. La idea era sugerir el recuerdo de Dune, sin la dureza de su realidad.

El lugar perfecto para el trabajo de ese día.

Con ayuda de bloques de sensiplaz neutro, moldeadores y cuadrículas históricas, se esperaba que los niños-ghola realizaran un ambicioso proyecto. Levantar un modelo exacto del Gran Palacio de Arrakeen, construido por el emperador Muad’Dib durante su violento reinado.

Los archivos del
Ítaca
contenían gran cantidad de imágenes, descripciones, folletos para turistas y planos con frecuencia contradictorios. De su segunda vida, Duncan recordaba que el verdadero Gran Palacio tenía muchos pasadizos y habitaciones secretas, lo que hacía necesarios unos mapas alternativos.

Paul se inclinó para recoger un guante moldeador y lo miró con escepticismo. Probando sus capacidades, empezó a extender el material informe en una capa delgada pero firme: los cimientos de su palacio. Los otros niños distribuyeron los bloques de sensiplaz en bruto; los almacenes de la no-nave siempre podían proporcionar más.

En sesiones anteriores, los gholas habían estudiado los sumarios biográficos de sus predecesores históricos. Leían y releían sus propias historias, familiarizándose con los detalles disponibles, mientras buscaban en sus mentes y sus corazones tratando de comprender lo que no estaba documentado, los motivos y las influencias que los habían empujado en cada ocasión.

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