Cazadores de Dune (52 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Había otros adiestradores sentados alrededor de la pared circular de la cubierta más alta, escuchando, musitando. Sus característicos olores corporales flotaban en la atmósfera. Por lo visto aquella raza tenía cierta afinidad por los olores, como si entre ellos fueran un importante elemento de comunicación.

—Llegaron sin avisar, para saquear, destruir, conquistar. —El rostro de Orak Tho era duro como madera petrificada, tenía la mandíbula apretada—. Evidentemente, tuvimos que detenerlas. —Sus labios se curvaron en una débil sonrisa—. Por eso desarrollamos a los futar.

—Pero ¿cómo lo hicisteis? —preguntó Sheeana. Si aquella gente engañosamente sencilla podía detectar la presencia de naves en órbita y crear complejos híbridos genéticos, debían de tener una tecnología mucho más avanzada de lo que aparentaban.

—Algunos de los que se establecieron con nosotros eran huérfanos de la raza tleilaxu. Nos enseñaron cómo modificar nuestra prole para crear lo que necesitábamos, porque Dios y la evolución habrían tardado demasiado en dárnoslo.

—Los futar —dijo Teg—. Son muy interesantes. —Tras su reunión inicial, los adiestradores se habían llevado a los predadores a zonas de confinamiento donde podrían estar con los de su especie.

—¿Qué pasó con aquellos tleilaxu? —El rabino miró a su alrededor. Nunca le había gustado el maestro Scytale.

—Ay, todos murieron.

—¿Asesinados? —preguntó Teg.

—Extinguidos. No se reproducen como los demás. —Aspiró, como si aquella parte de la historia no le interesara—. Creamos a nuestros futar para perseguir a las Honoradas Matres. Esas mujeres vinieron a nuestros planetas pensando que podían conquistarnos. Pero nosotros hicimos que las tornas se volvieran. Solo valen como comida para nuestros futar, para nada más.

— o O o —

Por motivos de seguridad, Teg sugirió que durmieran en la gabarra, con las escotillas selladas y los campos defensivos activados, cosa que molestó visiblemente a sus anfitriones. El adiestrador mayor miró atrás por encima del hombro.

—Aunque estos bosques están domesticados, por las noches aún pueden encontrarse merodeando algunos viejos predadores. Lo mejor sería que os quedarais con nosotros, aquí arriba, en las torres.

Una expresión de desazón cruzó el rostro del rabino.

—¿Qué viejos predadores? —No quería oír hablar de ningún defecto en aquel planeta.

—Los felinos que nos proporcionaron el material genético para crear a los futar —Orak Tho señaló con sus brazos desgarbados a otra de las torres—. Mañana tenemos un gran espectáculo. Tendríais que estar descansados para lo que vais a presenciar.

—¿Qué clase de espectáculo? —Hawat parecía impaciente. A veces parecía un niño cualquiera, y no un guerrero-mentat en potencia.

Con una sonrisa enigmática, el adiestrador mayor les indicó que le siguieran. El iris verde de sus ojos parecía esmeraldas candentes.

Fuera estaba totalmente oscuro. Constelaciones desconocidas titilaban como millones de ojos que reflejan la luz de un fuego. Orak Tho guió a sus visitantes por una pasarela de gruesos tablones hasta una torre próxima, luego descendieron por una escalera de caracol interior que rodeaba el cilindro dos veces y finalmente llegaron al nivel del suelo. Caminaron por el suelo del bosque, cubierto de hojas, hasta una torre mucho más baja que parecía el grueso tocón de un árbol.

El hedor fue lo primero que notaron. La base de aquel grueso árbol artificial había sido vaciada por dentro, como una guarida. Y unos gruesos barrotes verticales que se hundían en la tierra cubierta de pajote la cerraban.

Teg arqueó las cejas.

—Tenéis prisioneras.

En la cámara había cinco cautivas harapientas y furiosas. A pesar de su aspecto lastimoso, Sheeana vio que eran humanas. Todas mujeres, con pelo sin brillo, manos ásperas y nudillos ensangrentados. Lo que quedaba de unas mallas rotas se pegaba a su piel clara, y sus ojos tenían un ligero brillo anaranjado.

¡Honoradas Matres!

Una de las rameras les vio acercarse. Gruñendo, se lanzó contra los barrotes de madera de su jaula, tratando de asestar una patada.

Su pie descalzo golpeó contra la madera, dura como acero. Algo se agrietó con el impacto y, cuando vio que la Honorada Matre se apartaba renqueando, Sheeana se dio cuenta de que lo que se había quebrado era el hueso, no la madera. Aquellas mujeres estaban cubiertas de sangre de tanto golpearse contra los barrotes.

El rostro de Orak Tho se constriñó como si detrás se estuviera fraguando una tormenta.

—Hace tres meses un grupo de Honoradas Matres descendió en un transporte pensando que iban a encontrar presas fáciles. Las matamos a todas, pero conservábamos a algunas para… para entrenar. —Sus labios se curvaron—. No es la primera vez que tratan de atacarnos. Forman células independientes que no necesariamente saben lo que hacen las otras. Y por eso repiten los mismos errores.

Dos futar merodeaban por la base de la torre, caminando en círculo, olfateando. Sheeana reconoció a Hrrm; el segundo hombre-bestia tenía una franja negra en el vello tieso de su pecho.

Una de las Honoradas Matres cautivas gritó con tono desafiante.

—Dejadnos libres, o nuestras hermanas os arrancarán la carne de los huesos en vivo.

Hrrm gruñó y saltó sobre la jaula, pero en el último momento reculó. La saliva caliente de su boca salpicó a la Honorada Matre. Tres de las mujeres se acercaron a los barrotes, con un aire tan fiero como los futar.

—Como he dicho —siguió diciendo Orak Tho con voz tranquila y segura—, las Honoradas Matres no sirven más que como alimento.

Un adiestrador se acercó con un cuenco de madera lleno de huesos rojos que aún tenían pegados unos trozos de carne y piel grasienta con algunos parches de pelaje. En otro cuenco había vísceras brillantes y órganos purpúreos. Lo arrojó al interior de la celda por una rendija. Las sucias Honoradas Matres lo miraron con asco.

—Comed si queréis estar fuertes para la cacería de mañana.

—¡Nosotras no comemos basura! —dijo una de ellas.

—Pues moríos de hambre. A mí me da igual.

Sheeana veía claramente que estaban hambrientas. Tras un momento de vacilación, saltaron sobre los despojos, desgarrando y devorando, hasta que sus rostros y sus dedos quedaron cubiertos de grasa y sangre seca. A través de los barrotes miraban a sus captores con tanto odio que casi parecía que los iban a fulminar.

Una de las mujeres miró con ira a Sheeana.

—Tú no eres una de ellos.

—Tú tampoco. Sin embargo, yo estoy fuera de la jaula y tú estás dentro.

La mujer golpeó la barrera de barrotes con la palma con un fuerte crujido, pero fue un intento de agresión muy desinflado. Hrrm se colocó junto a Sheeana de un brinco, como si quisiera protegerla, y se puso a andar arriba y abajo ante la celda, con los músculos en tensión. Parecía muy alterado.

Sabiendo como sabía lo que las Honoradas Matres habían hecho a Hrrm y sus compañeros, a Sheeana le pareció irónico. Las perversiones sexuales, los azotes, las privaciones. Un giro sorprendente ver a las mujeres encarceladas y a los futar andando libres.

Se volvió hacia el adiestrador mayor.

—Las Honoradas Matres maltratan a sus futar cautivos. Vuestros castigos son apropiados.

—Invitados míos, mañana os llevaremos a nuestras mejores estaciones de observación para que podáis seguir la cacería. —Orak Tho dio unas palmaditas en la cabeza a los dos futar—. Será bueno que este vuelva a correr con los suyos y practique. Ha nacido para eso.

Y, mirando con ojos salvajes a las Honoradas Matres, Hrrm enseñó los dientes en una sonrisa amenazadora.

Antes de que todos se fueran a dormir, Teg volvió a la gabarra para transmitir un informe optimista al
Ítaca
.

77

Con frecuencia, una alianza es más una obra de arte que una simple transacción empresarial.

M
ADRE
SUPERIORA
D
ARWI
O
DRADE
, registros privados, archivos Bene Gesserit

Finalmente, el navegador de la Cofradía acudió a Casa Capitular en respuesta a la llamada de la madre comandante. Aunque Murbella se sentía impaciente y frustrada, el navegador no explicó dónde había estado ni por qué había retrasado su visita tantos días.

Entretanto, Janess, Kiria y otras diez valquirias escogidas —en su mayoría antiguas Honoradas Matres que habían superado el adiestramiento Bene Gesserit— habían sido trasladadas en secreto a Tleilax. Su misión era infiltrarse en la última plaza fuerte de las rameras rebeldes para minar sus defensas y plantar la semilla de la destrucción, al tiempo que preparaban el terreno para un ataque sorpresa. En cierto modo a Murbella le habría gustado estar con ellas, vistiendo de nuevo las ropas tradicionales de las Honoradas Matres, y permitir que la parte predadora de su naturaleza dual aflorara.

Pero confiaba en Janess y sus compañeras. Por el momento, ella debía ocuparse de los otros detalles y asegurarse la cooperación de la Cofradía, bien mediante sobornos o con amenazas. Tenía que ser la madre comandante, no una guerrera normal.

El navegador mutado flotaba en su tanque de especia, con expresión muy poco impaciente o interesada, y eso inquietó a la madre comandante. Había insinuado que lo recompensaría bien si accedía a hablar con ella, pero el navegador no parecía especialmente entusiasmado.

—No veo mucho gas en tu tanque, navegador —dijo.

—Se trata solo de una escasez temporal. —No parecía un farol.

—Si la Cofradía acepta colaborar y ayudarnos en la lucha contra el Enemigo que se acerca quizá podríamos aumentar vuestro suministro de melange.

La voz metálica de Edrik salió a través de los altavoces del tanque.

—Vuestra oferta llega demasiado tarde, madre comandante. Durante años habéis tratado de asustarnos con la presencia de ese Enemigo fantasma y nos habéis seducido prometiéndonos melange. Pero vuestro tesoro ha perdido lustre. Nos hemos visto obligados a buscar otras alternativas, otras fuentes de abastecimiento.

—No hay otras fuentes de melange. —Murbella se adelantó para acercarse al plaz curvado y miró dentro.

—La Cofradía Espacial está en crisis. La grave escasez de especia (perpetuada por vuestra Hermandad) nos ha dividido en dos facciones. Muchos navegadores han muerto por el síndrome de abstinencia, y los otros no tienen suficiente melange para percibir caminos seguros a través del tejido espacial. Una facción de la Cofradía dirigida por administradores humanos ha contratado clandestinamente a los ixianos para que desarrollen sistemas de navegación mejorados. Y pretenden instalarlos en todas las naves de la Cofradía.

—¡Máquinas! Ix lleva siglos hablando de estos artefactos. En la Dispersión la gente utilizó sistemas de navegación mecánicos, y también se utilizaron en Casa Capitular. Pero nunca habían sido del todo fiables.

—Después de años de investigaciones intensivas, parece que podrían haber encontrado una solución viable al problema. En mi opinión son sustitutos inferiores, en modo alguno comparables con los navegadores. Pero funcionan.

La mente de la madre comandante se puso a trabajar, tanteando diferentes posibilidades deseables que hasta entonces no había considerado. Si los ixianos habían desarrollado aparatos fiables para guiar a las naves por el tejido espacial, la Nueva Hermandad podría utilizarlos para su flota. Y, si no necesitaban forzar la cooperación de los navegadores, eso significaba que no estarían a merced de una base de poder tan voluble e impredecible como la de la Cofradía.

Eso si Ix aceptaba vender esos sistemas a la Hermandad, claro. Seguramente la Cofradía tendría un contrato en exclusiva…

Y entonces se dio cuenta de que incluso la solución a corto plazo de utilizar aparatos de navegación para su flota de guerra tenía sus inconvenientes. Consecuencias de segundo y tercer orden. Solo había especia en Casa Capitular. Y con ella podían pagar y controlar a los navegadores, de modo que ninguna otra facción podría competir con ellas. Si la melange se convertía en algo innecesario, entonces el valor y la fuerza de la Nueva Hermandad disminuirían considerablemente.

Y todo esto pasó por la mente de Murbella en un instante.

—Esos aparatos de navegación significarían el fin de los navegadores como tú.

—Y también os haría perder a los principales clientes de vuestra melange, madre comandante. Por eso buscamos una fuente fiable y segura de especia, para que los navegadores podamos seguir existiendo. Vuestra Nueva Hermandad nos ha llevado a esto. No podemos depender de vosotras para conseguir la especia que necesitamos.

—¿Y habéis descubierto otro lugar donde abasteceros? —Su voz adoptó un tono de burla—. Lo dudo. Si ese lugar existiera, nosotras lo sabríamos.

—Tenemos una gran confianza en nuestra alternativa. —Edrik se alejó flotando, regresó.

Murbella se encogió de hombros con indiferencia.

—Os ofrezco un aumento inmediato en el suministro de especia. —­Con un gesto, indicó a tres de sus ayudantes que entraran una pequeña carreta suspensora; estaba cargada de paquetes de especia, tanta como la que podría utilizar un navegador durante casi un año estándar.

Los altavoces del tanque permanecieron mudos, pero Murbella veía hambre en los extraños ojos de Edrik. Por un momento, temió que el navegador rechazara su oferta y que sus cuidadosos planes quedaran en nada.

—La especia nunca sobra —dijo el navegador tras una pausa interminable—. Hemos aprendido la dolorosa lección de que no debemos depender de una única fuente. Lo mejor para los navegadores, y para la Nueva Hermandad, sería que llegáramos a una suerte de acuerdo.

Tenía razón,
pensó Murbella.

—Vosotros necesitáis nuestra especia y nosotros vuestras naves.

—La Cofradía escuchará vuestra propuesta, madre comandante… siempre y cuando haya conversaciones, y no amenazas. Una propuesta comercial entre socios que se respetan, no el látigo de un avasallador.

Murbella miró el tanque, sorprendida ante tanto atrevimiento.
Ciertamente, debe de tener otra fuente de especia, o la posibilidad de tenerla. Pero parece que tiene dudas y prefiere ir a lo seguro.

—Necesito dos cargueros de la Cofradía para transporte a Tleilax. Una equipada con un campo negativo y la otra no, un carguero tradicional.

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