Cazadores de Dune (53 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

—¿A Tleilax? ¿Con qué propósito?

—Vamos a destruir el último enclave importante de las Honoradas Matres de una vez por todas, la última amenaza viable que tienen.

—En dos días todo estará preparado. Ahora me llevaré la especia.

— o O o —

Honoradas Matres renegadas. El misterioso Enemigo. Danzarines Rostro. Murbella no podía evitarlos a todos, pero el ejercicio físico —­correr, sudar, forzarse— la ayudaba a pensar mientras planificaba su ataque final sobre Tleilax.

Ataviada con un ceñido traje de una pieza, Murbella corrió por un sendero pedregoso hacia una colina cercana a la torre de Central. Se forzó hasta que cada aliento fue como una cuchilla en sus pulmones. Algunas de sus voces interiores la reprendieron por perder el tiempo de aquella forma cuando había tanto que hacer. Murbella corrió con más empeño.

Quería estimular y provocar a sus Otras Memorias, necesitaba que estuvieran despiertas. El mar clamoroso de vidas pasadas siempre estaba ahí, pero no siempre estaba disponible, y desde luego no siempre le ayudaba. Extraer algo con sentido de aquel saber colectivo era un desafío constante, incluso para la más influyente de las hermanas.

Cuando pasaba por la Agonía de Especia, una nueva Reverenda Madre era como un bebé en un vasto océano: si quería sobrevivir tenía que aprender a nadar entre el oleaje de las Otras Memorias. Con tantas hermanas en su interior, siempre podía hacer preguntas, pero también corría el riesgo de quedar anulada en el torbellino de sus consejos.

Las Otras Memorias eran una herramienta. Podían ser una bendición o un gran peligro. Las hermanas que se adentraban demasiado en aquella reserva del pasado corrían el riesgo de perder el juicio. Tal había sido el destino de la madre kwisatz, dama Anirul Corrino, en tiempos de Muad’Dib. Era como estirar la mano y coger la espada por la hoja en lugar de la empuñadura. Cuestión de equilibrio.

Las almas flotantes veían la mente de Murbella desde dentro, y algunas creían conocerla mejor de lo que se conocía ella misma. Pero aunque Murbella veía a las hermanas Bene Gesserit del pasado, las antepasadas que tenía entre las Honoradas Matres permanecían ocultas tras una pared negra.

De pequeña, Murbella había sido capturada en una de las incursiones de las Honoradas Matres. Fue apartada de su familia y adiestrada en la crueldad y la dominación sexual.
Como ramera.
Sí, el nombre que les habían buscado las Bene Gesserit era muy apropiado.

Aquellas terribles mujeres de la Dispersión tenían sus oscuros secretos, su vergüenza, sus crímenes ignominiosos. En algún lugar del pasado fueron conscientes de sus orígenes, sabían qué habían hecho para provocar al Enemigo. De haber podido encontrar esa información en su interior, Murbella habría sabido la verdad sobre las perversas mujeres a las que estaba a punto de enfrentarse.

Cuando alcanzó la zona de hierba y rocas marrones y planas de la colina, trepó hasta la cima salpicada de rocas y se sentó en el punto más elevado. Desde allí podía ver la torre de Central hacia el este y las dunas que iban ganando terreno hacia el oeste. El corazón le latía con violencia por el esfuerzo, el sudor le caía por la frente y las mejillas. Había llevado su cuerpo al límite físicamente; ahora tenía que hacer lo mismo con su mente.

Había logrado grandes cosas como madre comandante. Había conseguido evitar que los dos polos opuestos de la Nueva Hermandad se arrancaran los ojos, pero las cicatrices seguían siendo profundas. Había aplastado o consolidado todos los enclaves de las Honoradas Matres… excepto uno.

Necesitaba saber más, necesitaba comprender a los Danzarines Rostro que se habían infiltrado en el Imperio Antiguo, al Enemigo…, y a las Honoradas Matres.
Necesito tener esa información antes de partir hacia Tleilax.

Murbella abrió un pequeño paquete que llevaba sujeto a la cintura y sacó tres obleas de melange fresca concentrada traídas de lo más profundo del desierto. Sostuvo aquellas obleas de un color rojizo en la palma de la mano y notó un ligero hormigueo cuando la especia se mezcló con el sudor de su mano. Comió las tres, con la idea de que actuaran a modo de ariete mental.

Esta vez quiero sumergirme muy adentro,
pensó.
Guiadme, hermanas, y traedme luego de vuelta, porque tengo una importante información que descubrir.

La especia empezó a hacer efecto. Murbella cerró los ojos y se dejó llevar por el sabor de la melange. Veía el amplio paisaje de los recuerdos de las Bene Gesserit extendiéndose hasta el horizonte infinito de la historia humana. Era como correr por un pasillo caleidoscópico de espejos, de una madre a otra y otra y otra. El miedo amenazaba con abrumarla, pero las hermanas de su interior se abrieron para acogerla entre ellas y absorber su consciente.

Sin embargo, Murbella exigió conocer la otra mitad de su existencia, descubrir lo que había detrás de aquella pared negra que bloqueaba la senda al pasado de las Honoradas Matres. Sí, los recuerdos estaban ahí, pero empantanados, desorganizados, y parecían llegar a un punto muerto tras un puñado de siglos, como si hubieran surgido de la nada.

¿Descendían las rameras de un grupo perdido y corrompido de Reverendas Madres como se había postulado? ¿Habían formado su sociedad asociándose con las Habladoras Pez que quedaban de la guardia personal del Dios Emperador, con una burocracia basada en la violencia y la dominación sexual?

Las Honoradas Matres rara vez miraban al pasado, salvo cuando atisbaban temerosas por encima del hombro porque el Enemigo las perseguía.

La especia impregnaba el organismo de Murbella y la sumergió cada vez más adentro en sus abarrotados pensamientos, haciendo que se estrellara contra la barrera de obsidiana. En trance en lo alto de la colina de piedra, Murbella se remontó a una generación tras otra. Su respiración se volvió trabajosa, su visión externa se nubló hasta desaparecer por completo; oyó un murmullo de dolor que brotaba de sus labios.

Y entonces, como un viajero que sale de un estrecho desfiladero, divisó un claro mental y unas mujeres fantasmales que la ayudaban a avanzar. Ellas le enseñaron dónde mirar. Una grieta, en la pared había una grieta, y Murbella pasó. Sombras profundas, frío… y entonces…
¡Puedo ver!
La respuesta la hizo tambalearse.

Sí, durante los tiempos de la Hambruna, un grupo disidente de arrogantes Bene Gesserit, unas cuantas Reverendas Madres agrestes y sin un adiestramiento apropiado y Habladoras Pez fugitivas huyeron en medio del alboroto que se produjo tras la muerte del Tirano. Pero eso solo era una pequeña parte de la respuesta.

En su huida, aquellas mujeres se encontraron con mundos tleilaxu aislados. Durante más de diez mil años, los fanáticos bene tleilax habían utilizado a sus hembras como máquinas reproductoras y tanques axlotl. Mantenían a sus mujeres ocultas, inmovilizadas, en coma, sin alfabetizar, como simples matrices. Ninguna Bene Gesserit, ningún extranjero había visto nunca a una hembra tleilax.

Cuando las Bene Gesserit y las combativas Habladoras Pez descubrieron aquella terrible realidad, su reacción fue inmediata e inflexible: no dejaron a un solo varón tleilaxu con vida en aquellos mundos remotos. Luego liberaron los tanques, se llevaron a las mujeres tleilaxu con ellas y las cuidaron en un intento por recuperarlas.

La mayoría de aquellos tanques descerebrados murieron, simplemente porque no querían seguir viviendo, pero algunas mujeres tleilaxu se recuperaron. Cuando recobraron las fuerzas, juraron vengarse por los monstruosos crímenes que los varones habían cometido contra ellas durante mil generaciones. Juraron no olvidar.

¡La esencia de las Honoradas Matres eran hembras tleilaxu deseosas de venganza!

Y así fue como las Reverendas Madres renegadas, las soldados Habladoras Pez y las mujeres tleilaxu que se recuperaron se unieron para crear las Honoradas Matres. Después de estar perdidas durante más de doce siglos, sin acceso a la melange, ya no podían pasar por la Agonía de Especia y no encontraron una alternativa que les permitiera acceder a las Otras Memorias. Con el tiempo, empezaron a procrear con los machos de las poblaciones que iban encontrando, empezaron a dominarlos y acabaron convirtiéndose en algo totalmente distinto.

Y ahora Murbella sabía por qué la cadena de sus predecesoras se acababa en un negro vacío. Retrocedió en el tiempo, generación tras generación, hasta una hembra tleilaxu que había sido un tanque de procreación, una matriz sin cerebro.

Murbella reunió valor y concentró su rabia, empujó con fuerza y se convirtió en ese tanque que la hembra tleilaxu había sido. Y se estremeció cuando aquella amortiguada sensación de indefensión penetró en ella. Ella fue esa niña criada en cautividad, sin entender apenas nada del mundo que había más allá de su lastimoso confinamiento, sin saber leer, y casi ni hablar. El mes de su primera menstruación, se la llevaron, la sujetaron a una mesa y la convirtieron en una cuba de carne. Sin una mente consciente, aquella mujer sin nombre no podía saber cuántos hijos había producido su cuerpo. Y luego la despertaron y la liberaron.

La madre comandante comprendió lo que significaba haber sido esa mujer tleilaxu y otras, entendió por qué las Honoradas Matres se habían vuelto tan fieras. Jamás volverían a ser las madres degradadas y despreciadas de los machos tleilaxu, y exigieron que se las reverenciara y que en lo sucesivo se las conociera como «Honoradas Matres». A través de sus ojos de Bene Gesserit, Murbella reconoció finalmente que eran humanas.

Con el conocimiento, llegó la liberación, y todo lo que había en su línea de Honorada Matre volvió a ella como una marea. Murbella despertó y se encontró de nuevo sentada en la roca, pero el sol ya no estaba. Mientras ella viajaba por sus otras vidas, habían pasado horas. El viento seco de la noche le dio frío.

Temblando por efecto de la melange y de su devastador viaje, Murbella se puso en pie de un salto. Por fin tenía la respuesta. Ahora compartiría aquella importantísima información con sus asesoras.

Oyó gritos lejanos y miró hacia Central. De la fortaleza empezaron a salir haces de luz: su gente salía a buscarla. Ella también había buscado, y ahora tenía que contar al resto de la Nueva Hermandad lo que había encontrado.

Las valquirias estarían preparando el ataque en Tleilax.

78

Una decisión puede ser tan peligrosa como un arma. Negarse a elegir ya es en sí una decisión.

P
EARTEN
, antiguo filósofo mentat

Aunque a bordo quedaban casi doscientas personas, a Duncan el
Ítaca
le parecía vacío. La gabarra había aterrizado sin contratiempos en el nuevo planeta, con Sheeana, Teg, el viejo rabino y Thufir Hawat. Equipos de recuperación habían recogido discretamente suministros de agua y aire, y luego volvieron a la no-nave. Todo estaba tranquilo, según lo previsto.

El mensaje del Bashar no hacía pensar que los adiestradores supusieran una amenaza, y Duncan aprovechó para abandonar el puente de navegación. Ahora que la idea estaba ahí, no podía quitársela de la cabeza.

Allí, solo ante la cámara sellada de nulentropía, se sentía como un delincuente que acecha para hacer algo prohibido. No la había tocado desde hacía años, ni siquiera había pensando en los objetos que contenía. Se movió con sigilo, asegurándose de que no había nadie en los pasillos. Aunque se había convencido a sí mismo de que no estaba haciendo nada malo, no quería tener que andar dando explicaciones.

Se había estado engañando a sí mismo, y a mucha de la gente que viajaba a bordo. Pero lo cierto es que aún no se había liberado del influjo adictivo y debilitador de Murbella. Seguramente ella ni siquiera era consciente de aquello; porque, mientras estuvieron juntos, mientras pudo tenerla cuando quería, jamás se sintió tan débil.

Pero después, durante aquellos años…

Los paneles de luz de los pasillos brillaban con intensidad. Aparte de los furiosos latidos de su corazón, Duncan no oía nada, solo el susurro de los sistemas de recirculación del aire.

Antes de que pudiera cambiar de idea, renunciando a su capacidad de mentat de proyectar posibles consecuencias, Duncan aplicó su huella de identificación y desactivó el campo de nulentropía. La puerta se abrió con el ligero susurro de las presiones atmosféricas al ajustarse. Y con ellos llegó el olor de Murbella, como una bofetada en la cara… como si la tuviera allí delante.

Ya habían pasado diecinueve años, y sin embargo su olor seguía tan vivo como si acabara de tenerla abrazada. Su ropa y sus objetos personales tenían esa inconfundible fragancia tan suya. Duncan sacó los objetos uno a uno, una túnica amplia, una toalla, el par de cómodos leguis que tan a menudo se ponía cuando practicaban el combate en la sala de entrenamiento. Tocó cada uno con precaución, como si temiera encontrar un cuchillo entre ellos.

Duncan había reunido los objetos y los había guardado poco después de la huida de Casa Capitular. No quería nada que le recordara a Murbella en sus alojamientos, ni en las salas de entrenamiento. Y los había sellado, pues no soportaba la idea de destruirlos. Incluso en aquel entonces se dio cuenta de la fuerza de las cadenas que lo sujetaban a ella.

Duncan miró el cuello de una túnica arrugada y, tal como esperaba, vio unos cabellos ambarinos, como hilos delicados de un metal precioso. Y, en el extremo de cada cabello, la raíz, más clara. Esperaba haberlos guardado a tiempo.

Células viables.

De pronto se dio cuenta de que no respiraba. Contempló aquellas hebras de pelo y dejó que sus ojos se cerraran, bloqueando deliberadamente el trance automático del mentat. Aquella idea era una tentación imposible.

Habían pasado años desde que crearon el último ghola, aunque los tanques axlotl seguían siendo funcionales. La perturbadora visión de Sheeana les había obligado a paralizar el proyecto. Aun así, tenían capacidad para desarrollar los gholas que quisieran. En aquellos momentos los tanques no estaban ocupados. Después de lo que había hecho por la gente que viajaba en el
Ítaca
, tenía todo el derecho del mundo a plantearlo.

Cogió una de las túnicas de Murbella, se la llevó a la nariz y aspiró con fuerza. ¿Qué quería realmente?

Durante mucho tiempo, había estado muy ocupado con sus obligaciones y los problemas de la nave, y la imagen fantasmal de Murbella se había replegado a su inconsciente. Pensaba que lo había superado. Pero su recuerdo obsesivo casi había hecho que perdiera la nave ante el anciano y la anciana hacía unos años, y si se salvaron fue solo gracias a la capacidad de reacción de Teg.

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