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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (57 page)

El anciano estaba en un primer plano, sentado en el pescante junto a la anciana, sujetando con informalidad las riendas. Miró a Khrone.

—Tenemos noticias. Ese proyecto tuyo que tanto tiempo necesita ya no es relevante. No necesitamos a tu barón Harkonnen ni al ghola de Paul Atreides que has creado para nosotros.

La anciana intervino.

—En otras palabras, no tendremos que esperar a tu candidato a kwisatz haderach tantos años.

El hombre levantó las riendas y azuzó un poco a la mula, pero la bestia no hizo caso.

—Es hora de dejarse de juegos.

Khrone les seguía el paso.

—¿Qué queréis decir? Estoy tan cerca…

—Durante diecinueve años, nuestras sofisticadas redes no han conseguido atrapar la no-nave, pero hemos tenido suerte. Hemos puesto una trampa primitiva, y muy pronto la no-nave y su pasaje estarán bajo nuestro control. Tendremos lo que queríamos sin necesidad de recurrir a tu kwisatz haderach de repuesto. Tu plan es obsoleto.

Khrone rechinó los dientes, tratando de no parecer alarmado.

—¿Cómo habéis encontrado la nave después de tanto tiempo?

Mis Danzarines Rostro…

—La nave fue al planeta de nuestros adiestradores, y ahora los tenemos. —El anciano sonrió, mostrando sus dientes blancos y perfectos—. Estamos a punto de soltar la trampa.

La mujer se recostó en el pescante.

—Cuando tengamos la no-nave y sus pasajeros, tendremos bajo nuestro control lo que la profecía matemática dice que necesitamos. Todas nuestras proyecciones prescientes indican que el kwisatz haderach está a bordo. Durante Kralizec estará con nosotros.

—Nuestra enorme flota está a punto de lanzar una ofensiva a gran escala contra los mundos del Imperio Antiguo. Pronto todo habrá acabado. Llevamos tanto tiempo esperando… —El anciano volvió a sacudir las riendas, con aire satisfecho.

Los labios agrietados de la mujer se curvaron en una sonrisa de disculpa.

—Así pues, Khrone, tu costoso y largo plan, sencillamente, ya no es necesario.

Horrorizado, el Danzarín Rostro dio dos pasos para no quedarse atrás.

—¡Pero no podéis hacer eso! Ya he despertado los recuerdos del barón, y el ghola de Paolo es perfecto, es ideal para nuestros propósitos.

—Especulaciones. Ya no le necesitamos —repitió el anciano—. Cuando capturemos la no-nave, tendremos al kwisatz haderach.

Como si se tratara de un premio de consolación, la mujer estiró el brazo, escogió un paradan, el melón blando de Caladan, de la parte de atrás del carro y se lo dio a Khrone.

—Ha sido agradable trabajar contigo. Toma, un melón.

Él lo aceptó, confuso y turbado. El espejismo parpadeó y desapareció, y Khrone se encontró de nuevo en la torre. Sus manos seguían ahuecadas, sujetando un paradan inexistente.

Y estaba en el borde de la ventana de la alta torre, con los pies en el límite. Los cristales de plaz estaban abiertos, y un viento racheado le golpeaba el rostro. La caída era de vértigo, y terminaba en las rocas escarpadas de la zona intermareal, allá abajo. Medio paso y caería directo a la muerte.

Khrone agitó los brazos y cayó trastabillando hacia atrás con una embarazosa falta de gracia.

Los emisarios mejorados lo miraban fríamente desde un lado de la habitación. Con un considerable esfuerzo, Khrone mantuvo la compostura. Ni siquiera habló con aquellos monstruos hechos de parches, se limitó a salir.

No importa lo que hubieran dicho el anciano y la anciana, Khrone no abandonaría sus planes hasta que él hubiera terminado.

84

Para un guerrero curtido, cada batalla es un banquete. La victoria tendría que saborearse como el vino más exquisito o el postre más extravagante. La derrota es como un pedazo de carne rancia.

Enseñanzas de los maestros de armas de Ginaz

Las sesenta naves descendieron al corazón de Bandalong, donde Hellica las esperaba. Murbella estaba convencida de que la Madre Superiora quería saborear aquella confrontación, jugar con lo que veía como una rival inferior. La reina pretendiente esperaría un comportamiento auténticamente Bene Gesserit de la Nueva Hermandad: debates, negociaciones. Para ella sería un juego.

Sin embargo, Murbella no era enteramente Bene Gesserit. Tenía una sorpresa para las Honoradas Matres que esperaban allá abajo. Varias, en realidad.

Las naves que rodearon el palacio se veían ampliamente superadas en número por las fuerzas de Hellica en tierra. Las rameras esperaban un comportamiento civilizado de la madre comandante, protocolos diplomáticos, cortesías de embajadores. Pero ella ya había decidido que sería una pérdida de tiempo. Janess, Kiria y las otras hermanas infiltradas en la ciudad sabían qué tenían que hacer.

En el momento exacto en que el escuadrón de escolta de Murbella se preparaba para aterrizar en la «trampa» de la Madre Superiora, siete de los edificios principales de Bandalong estallaron en llamas. Las ondas de choque derribaron las paredes y los convirtieron en cenizas. Momentos más tarde, tres bombas destruyeron docenas de naves en la pista de aterrizaje del puerto espacial.

Antes de que las perplejas rameras que rodeaban el palacio tuvieran oportunidad de derribar sus aparatos, Murbella gritó por las líneas de comunicación:

—¡Valquirias, al ataque!

Sus naves iniciaron el bombardeo, y destruyeron las fuerzas que protegían el trono de poder de la Madre Superiora. La necesidad había hecho que declarara prescindible Bandalong. Hellica y sus rebeldes eran una peligrosa tea encendida que había que apagar. Y punto. Allá abajo las rameras parecían muy agitadas, como abejorros en un avispero ardiendo.

Luego, desde su posición en órbita, Wikki Aztin lanzó una segunda oleada de naves, mucho más abrumadora. Junto al carguero gigante de Edrik, el segundo carguero de la Cofradía desactivó su campo negativo. De pronto, cuando las compuertas de la parte inferior se abrieron, otras doscientas naves de ataque de las valquirias descendieron a toda velocidad hacia el planeta.

Hasta la fecha misma de su destrucción, Richese había hecho entregas regulares de armamento, y sobre todo de naves. Aunque la mayor parte de la flota había quedado reducida a polvo junto con el resto de fábricas de armamento, Casa Capitular poseía una potencia de fuego más que suficiente para neutralizar aquel último enclave rebelde de las Honoradas Matres.

Al frente de sus naves, la bashar Aztin fue asestando golpes quirúrgicos contra los objetivos estratégicos e instalaciones clave que habían identificado gracias a las transmisiones encubiertas del equipo infiltrado. Desde su escondite, Janess activó sus propias líneas de comunicación y coordinó a sus saboteadoras con los enjambres de tropas recién llegadas.

Mientras otras guerreras de la Hermandad peinaban la ciudad y las zonas circundantes, las Honoradas Matres se apresuraron a montar unas defensas frente a un ataque tan extendido y concienzudo.

La madre comandante y sus valquirias aterrizaron en el exterior del palacio. Murbella situó los transportes militares a modo de barrera. Sus guerreras, con sus uniformes negros, desembarcaron y rodearon aquella estructura chillona.

Murbella entró sonriendo, con la intención de matar a la Madre Superiora. No habría prisioneras. Era la única forma de acabar con aquello.

Acompañada por su séquito de valquirias, la madre comandante atravesó la entrada principal. Las vigilantes, con mallas y capas de color púrpura, se lanzaron enseguida contra el invasor, pero las guerreras de la Hermandad las superaron enseguida.

En el interior del palacio, su grupo pasó ante una fuente borboteante de un líquido rojo que parecía sangre y olía como sangre. Estatuas de Honoradas Matres atravesaban con sus espadas a las hermanas Bene Gesserit petrificadas; un líquido carmesí brotaba de sus heridas y caía al receptáculo de la fuente. Murbella prefirió no hacer caso de aquella manifestación tan grotesca.

Sin dar ni un traspié, la madre comandante encontró el camino a la sala del trono y entró con toda su guardia, como si ella fuera la dueña de Tleilax. A pesar de la violencia intrínseca de las Honoradas Matres, la victoria de las hermanas era inevitable. Sin embargo, Murbella había aprendido del estudio de la batalla de Conexión, donde incluso el bashar Miles Teg se había dejado deslumbrar por una victoria demasiado fácil, y mantenía su mente y su cuerpo en estado de alerta máxima. Las Honoradas Matres siempre encontraban la forma de convertir la derrota en victoria.

Hellica las esperaba en su trono, pavoneándose con impertinencia, como si aún tuviera el control de la situación.

—Es un detalle que vengas de visita, bruja. —La reina pretendiente vestía un traje rojo, amarillo y azul más apropiado para un actor de circo que para la líder de un planeta. El apretado moño con que recogía sus cabellos rubios estaba salpicado de joyas que no tenían precio y horquillas decorativas—. Eres valiente al venir hasta aquí. Y estúpida.

Murbella se acercó al trono con desparpajo.

—Me parece que tu ciudad está ardiendo, Hellica. Tendrías que haberte unido a nosotras frente al Enemigo que se acerca. Morirás de todos modos. ¿Por qué no morir luchando contra un oponente real?

Hellica rió escandalosamente.

—¡Es imposible combatir al Enemigo! Por eso tomamos cuanto queremos y nos trasladamos a terreno fértil antes de que llegue. Sin embargo, si tus brujas desean distraerlo con batallas inútiles, bienvenido sea el retraso, así nos facilitaréis la huida.

Murbella no la entendía, no entendía por qué Hellica había alentado a sus rebeldes y las había conducido a un conflicto debilitador que ninguna de ellas ganaría. Los enclaves de rebeldes habían causado un gran daño y habían debilitado a la humanidad…, Richese tan solo era el ejemplo más extremo. Y ¿para qué?

—Casi estábamos listas para abandonar Tleilax. En estos momentos te estás interponiendo en mi camino. —La Madre Superiora se puso en pie y adoptó una postura de combate—. Por otro lado, si te mato y me quedo la Nueva Hermandad, quizá permanezcamos un poco más.

—En otro momento, quizá habría tratado de reeducarte. Ahora sé que sería un esfuerzo inútil.

Hellica quería pelear. Por lo visto, no se engañaba respecto a sus posibilidades de sobrevivir, y estaba al tanto de los sangrientos combates que se estaban librando por toda Bandalong. Seguramente su propósito era causar el mayor número de víctimas posible, nada más. Nuevas explosiones sacudieron la ciudad.

Mientras miraba a aquella hermosa mujer con dureza, Murbella la imaginó muerta, derrumbada al pie de la tarima donde estaba su trono. La imagen era tan clara que casi parecía un momento de presciencia. Una técnica clásica de los maestros de armas.

En los límites de su visión, Murbella notaba sombras que se movían, cuerpos que se deslizaban sigilosamente cerca de la sala del trono. Docenas de Honoradas Matres que preparaban una emboscada. Pero no serían suficientes. Sus valquirias ya esperaban la trampa, una última y desesperada representación. Las superaban en número, y se lanzaron a la lucha, más que preparadas para el combate. En el exterior, la bashar Aztin sobrevolaba la ciudad con sus tupidas naves de ataque, haciendo que el palacio se sacudiera.

Murbella subió los escalones a saltos, en el mismo momento en que Hellica saltaba por encima de uno de los reposabrazos. Colisionaron como satélites, pero mediante una técnica de los maestros de armas, Murbella utilizó su equilibrio y su peso para hacer caer a Hellica.

Rodando sobre las losas de piedra en un revoltijo de golpes y bloqueos, Murbella y la reina aspirante se atacaban. La madre comandante le hizo un largo arañazo en la cara a Hellica, que a su vez golpeó a Murbella con la cabeza en la frente y la aturdió lo bastante para soltarse.

Las dos oponentes se pusieron en pie de un salto y se enfrentaron. La Madre Superiora hizo entonces gala de unas técnicas de combate poco ortodoxas, ligeramente más avanzadas que nada que Murbella recordara de su entrenamiento como Honorada Matre. Vaya, así que Hellica había aprendido, o cambiado.

Respondiendo a esta nueva técnica, Murbella modificó el ritmo de ataque buscando la ocasión de golpear pero, inesperadamente, la otra atacó con una rapidez sorprendente y no pudo evitar el golpe. Un golpe duro y doloroso en el muslo izquierdo. Pero la madre comandante no cayó. Bloqueó sus receptores nerviosos, adormeció el dolor de la pierna y volvió a la lucha.

Una Honorada Matre luchaba de forma impulsiva y violenta, pura fuerza y velocidad; Murbella también poseía esos rasgos, combinados con la maestría del arte largamente olvidado de los maestros de armas y las mejores capacidades de las Bene Gesserit. En cuanto Murbella reorientó su mente y el enfoque de la lucha, la Madre Superiora no tenía nada que hacer.

Viendo de antemano una respuesta inesperada de ella misma, Murbella planificó una secuencia de movimientos y contraataques con unos segundos de antelación. Si lo mirabas desde una perspectiva más amplia, la ausencia de un patrón en el estilo de lucha de Hellica en sí ya era un patrón. Murbella no necesitaba una espada, no necesitaba ningún arma… le bastaba consigo misma.

A pesar de la velocidad de los movimientos de la Madre Superiora, los quites, los puñetazos, las patadas, Murbella vio un punto vulnerable y atacó. En el momento en que lo vio en su mente, el curso a seguir en su ataque se convirtió en algo espontáneo. Y en cuanto lo hizo, el combate acabó.

Con la fuerza de un martinete, su pie derecho encontró el camino bajo la caja torácica de Hellica y golpeó directo en el corazón. Los ojos de la mujer se abrieron exageradamente y dijo una maldición sin llegar a pronunciar las palabras. Se desplomó ante la tarima, exactamente como la había visto Murbella en su mente momentos antes.

Jadeando, la madre comandante se volvió y evaluó al puñado de Honoradas Matres que seguían con vida y luchaban contra sus valquirias. Muchos cuerpos con coloridas mallas yacían por el suelo, junto con los de muchas menos hermanas.

—¡Basta! ¡Ahora yo soy vuestra Madre Superiora!

—No obedecemos a las brujas —espetó una mujer indignada, limpiándose la sangre de la boca y lista para seguir luchando—. No somos idiotas.

Por su zona de visión periférica, Murbella notó que la Madre Superiora empezaba a cambiar. Se volvió hacia su víctima y contempló la transformación imposible. El rostro de Hellica se volvió flácido y de un blanco grisáceo; los ojos se hundieron; su pelo se alteró. La que había sido aspirante a reina yacía en el suelo con ropas chillonas. Nariz chata, boca pequeña, ojos negros de muñeca.

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