Cazadores de Dune (55 page)

Read Cazadores de Dune Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

A lo lejos, de la dirección donde se encontraba la torre desde donde Thufir y el rabino observaban, llegó el sonido de más cuernos, más gruñidos, más forcejeos. La cacería continuaba.

80

Sospechar tu propia mortalidad es conocer el inicio del terror. Saber de forma irrefutable que eres mortal es el fin del terror.

Archivos Bene Gesserit,
Manual de aprendizaje para acólitas

Aunque sus valquirias invictas viajaban hacia Tleilax, la madre comandante se sentía inquieta. Tleilax… las mujeres tleilaxu… las Honoradas Matres. Había tantas cosas que ahora cobraban sentido. Que las rameras hubieran destruido de forma tan inconsciente todos los planetas tleilaxu ya no era tan incomprensible.

Pero el entendimiento no llevó a la piedad. Los planes de la Nueva Hermandad no cambiarían. Había demasiado en juego, aquello sería la culminación de un conflicto agotador que impedía que se concentraran en prepararse para la batalla principal. El ataque desbaratado contra Casa Capitular, la destrucción de Richese, las insurgentes y los Danzarines Rostro en Gammu. Después de hoy, todo aquello habría pasado.

El inmenso carguero transportaba las tropas de Murbella y el material al último bastión de las rameras rebeldes. Cuando la nave de la Cofradía dejara salir a la vistosa flota de valquirias en las mismas naves de guerra que habían utilizado para atacar Buzzell y Gammu, desde luego el despliegue sería imponente. Sin embargo, por lo que sabía de la madre superiora Hellica, seguramente no bastaría con intimidarlas. Las valquirias estaban dispuestas a emplear tanta violencia como fuera necesaria; de hecho, lo estaban deseando.

El navegador Edrik insistió en guiar personalmente el carguero. Amparándose en la neutralidad habitual de la Cofradía Espacial, no participaría en combate, pero quería estar presente durante la toma de Bandalong. Murbella tenía la sensación de que la facción del navegador ganaría algo con aquello. ¿Estarían escondiendo algo en Tleilax? Aunque los navegadores y los administradores humanos habían negado categóricamente cualquier implicación, estaba claro que alguna nave tuvo que llevar los destructores de Hellica hasta Richese. Ella había dado por sentado que fue una nave de las Honoradas Matres, pero también podía haber sido un carguero de la Cofradía… como aquel.

En una cámara transparente, por encima de sus naves, el navegador flotaba en gas fresco de especia procedente de los stocks de Casa Capitular. Murbella no confiaba en él.

Aquella misma semana, una nave de suministros de la Cofradía de aspecto inocuo había enviado una transmisión en código con los planes de la Nueva Hermandad a Janess, que se ocultaba entre las Honoradas Matres. Ella y su grupo estaban bien camuflados, y los datos de inteligencia y la información que la joven envió dieron mucho que pensar a Murbella y le permitieron planificar el perfecto golpe de gracia. En colaboración con Kiria y las otras diez falsas Honoradas Matres, Janess lo había preparado todo para atacar los puntos más vulnerables mientras aquellas rameras confiadas miraban al cielo.

Pronto…

La nave gigantesca emergió del tejido espacial y entró en la órbita de Tleilax. La bashar Wikki Aztin ya tenía órdenes.

Desde el puente de navegación, Murbella contempló el planeta. Los continentes aún presentaban grandes cicatrices negras por la violencia con que las Honoradas Matres tomaron en su momento el planeta. Aquellas mujeres utilizaron armas terribles, pero en lugar de acabar de aniquilar definitivamente el principal planeta de los tleilaxu, prefirieron aplastar y conquistar lo que quedaba. Una venganza inconsciente en nombre de incontables generaciones de mujeres tleilaxu. Sin duda la madre superiora Hellica no conocía su propia historia, pero sabía muy bien lo que es el odio.

En las décadas que siguieron al ataque original, aquellas mujeres draconianas salvaron lo que parecía insalvable. Mientras Murbella estudiaba el terreno allá abajo, sus asesoras tácticas fueron encajando los detalles con los informes de inteligencia que Janess y sus espías habían enviado. La bashar Wikki estaría haciendo una última valoración, formulando los planes para el ataque principal y ultimando los detalles.

Sin duda las rameras habrían detectado la presencia del carguero, cuya llegada no estaba programada. Cuando Murbella dio la señal, más de sesenta naves de ataque de Casa Capitular salieron de la gran cámara de carga y quedaron en espera en ordenados escuadrones, como peces piloto rodeando un gran tiburón. Al ver aquella fuerza militar las Honoradas Matres no tendrían ninguna duda sobre las intenciones de los recién llegados.

Su oficial de comunicaciones activó el interruptor de transmisión.

—La madre comandante Murbella de la Nueva Hermandad desea hablar con Hellica.

Una mujer contestó con tono desafiante.

—Os referís a la
Madre Superiora
. Ya aprenderéis a mostrarle el debido respeto.

—Vosotras también. —La voz de Murbella estaba infundida de autoridad y confianza—. He venido para facilitar vuestra rendición.

La mujer parecía indignada, pero momentos después otra voz se hizo con el mando.

—Palabras osadas de alguien que me consta que es débil.

—Nosotras hemos aniquilado planetas enteros. ¡Un carguero y un puñado de naves no nos asustan!

—¿No? ¿Incluso si llevamos algunas de las armas que utilizasteis para calcinar Richese?

—Nosotras tampoco estamos precisamente desarmadas —replicó Hellica—. Sigo sin creer en la necesidad de rendirnos.

En lugar de amedrentarse, Murbella se sintió más segura. Si Hellica realmente hubiera tenido esas defensas, habría atacado de forma preventiva en lugar de amenazarlas.

—Tu bravuconería me aburre, Hellica. Sabes muy bien que las otras rebeldes o se han unido a la Nueva Hermandad o han sido aniquiladas. Tu causa está perdida. Deberíamos buscar otra solución. Encontrémonos, cara a cara.

La Madre Superiora profirió una risa quebradiza.

—Sí, me reuniré contigo, aunque solo sea para demostrarte tu debilidad. —Murbella sabía perfectamente cómo pensaban las Honoradas Matres: para ellas la costumbre de negociar de las Bene Gesserit no era más que un defecto. Hellica aprovecharía cualquier ocasión y seguramente intentaría asesinarla, pensando que podía asumir el control de la Nueva Hermandad. Murbella ya contaba con ello.

—Bien. Bajaré a Bandalong con mi escolta de sesenta naves. Juntas encontraremos una solución.

—Baja si te atreves. —La Madre Superiora cortó la transmisión. Murbella casi pudo oír el sonido de la trampa al cerrarse.

Anteriormente, la madre comandante había considerado la posibilidad de capturar a la aspirante a reina con vida y aceptarla en la Nueva Hermandad como aliada. Niyela, de Gammu, había preferido suicidarse antes que convertirse… no había sido una gran pérdida. Pero tras la espantosa destrucción de Richese, Murbella había comprendido que capturar a Hellica sería como llevar una bomba de relojería a Casa Capitular. La Madre Superiora debía morir. Duncan jamás habría cometido un error táctico tan absurdo.

Murbella subió a una de las naves de sus valquirias e iniciaron el descenso a Bandalong. Aquel contingente había bastado para conquistar Buzzell y Gammu en un impresionante despliegue de fuerza, pero no abrumador. La Madre Superiora daría por sentado que sus seguidoras podían derrotarlas.

Si no quieres que tu oponente vea la daga que escondes, asegúrate de llevar bien visible un arma grande y de aspecto mortífero.

Sus naves se acercaron al palacio.

81

En el momento en que dejan al descubierto nuestros puntos débiles ante el enemigo, nuestras defensas pueden ser un inconveniente.

B
ASHAR
M
ILES
T
EG
, arenga a las tropas

Por la llamada a las armas y los grupos de Honoradas Matres apresuradas que veía en Bandalong, Uxtal supo que el carguero que acababa de llegar no era otra curiosa delegación de navegadores. Se trataba de algo mucho más serio.

Ya había demostrado que podía despertar los recuerdos del ghola de Waff, y Edrik estaba satisfecho. ¿Por qué iba a molestarles otra vez la Cofradía? ¡Trabajaba tan rápido como podía! Y hasta la fecha había logrado compensar las significativas lagunas en los conocimientos del maestro.

Para acabar de empeorar las cosas, al declararse la situación de emergencia, había recibido orden de presentarse inmediatamente en el palacio de Bandalong. Salió apresuradamente hacia aquel edificio repugnantemente ostentoso. Corrió a toda prisa por la columnata de la entrada, sin hacer caso de las columnas magenta y las estatuas con vestidos chillones de Honoradas Matres en posturas amenazadoras.

Un macho sometido con aspecto apocado y esmoquin amarillo aguardaba ante la inmensa puerta, con expresión perpleja. Uxtal se acercó, alzando el mentón con desdén, puesto que él jamás había sido extorsionado sexualmente por una Honorada Matre.

—Vengo a ver a la Madre Superiora.

El hombre lo miró pestañeando y dijo con voz aburrida:

—Está ocupada preparando una trampa para las brujas. La Nueva Hermandad nos amenaza.

¿Brujas Bene Gesserit? Por eso tanto revuelo, claro… Un enjambre de naves oscuras había empezado a descender como una bandada de aves carroñeras desde el cielo. Uxtal observó con nerviosismo, esperando una lluvia de explosivos. Desde luego Hellica sabía provocar a los demás.

El investigador le mostró el rollo con el mensaje que había recibido.

—Quizá la Madre Superiora me quiere a su lado durante la emergencia. Soy el investigador vivo más importante, el hombre que recuperará la técnica para crear melange en los tanques axlotl. Mi trabajo podría ser la clave para las negociaciones. —Cruzó los brazos sobre su pequeño pecho.

Sí, seguro que era eso. Si las brujas de Casa Capitular contaban con conservar el monopolio sobre la especia, probablemente Hellica querría alardear del éxito de Uxtal con el ghola de Waff. ¡Lo presentaría como un genio y un héroe! Y seguro que el navegador Edrik tampoco permitiría que nada perjudicara a su trabajo. Pasara lo que pasase, él estaría a salvo.

El hombre del esmoquin estudió la citación, asintió con gesto sabio y le desmontó a Uxtal todas sus teorías.

—Ah, ahora comprendo. En realidad esto no es de la Madre Superiora. Hemos preparado una habitación. Sígame.

—¿Y no podrías decirme al menos por qué estoy aquí?

—No. He recibido instrucciones muy concretas al respecto.

Confuso e inquieto, el pequeño investigador fue escoltado por un pasillo con cuadros de Bene Gesserit muertas en posturas macabras. El macho subyugado le indicó que pasara bajo una arcada y bajara unas escaleras, hasta una gran cámara hundida.

Cuando Uxtal llegó abajo, solo, la sala entera empezó a emitir un resplandor naranja, porque miles de ojos luminosos aparecieron en el suelo. Él trató de retroceder, aterrado, pero la escalera se fundió con la pared y quedó atrapado como un esclavo desarmado en un circo romano.

—¿Madre Superiora? ¿Qué queréis de mí? —Y pensó con todas sus fuerzas:
Me necesitan, por eso todavía estoy vivo. ¡Me necesitan!

Los ojos luminosos del suelo se oscurecieron y la habitación hundida quedó sumida en las sombras. A pesar del miedo, Uxtal reparó en un hilillo de sonido que penetraba en la sala como un hilo de agua que se escurre pared abajo. El sonido era cada vez más fuerte, y se metamorfoseó en la risa irritante de una mujer.

—¿Lo ves, hombrecito? Mis ojos siempre están puestos en ti.

Una luz cegadora inundó la habitación, y lo deslumbró. Mirando como podía entre los dedos de su mano, Uxtal vio que Ingva estaba en pie ante él, completamente desnuda. Su cuerpo ajado estaba hecho de nudos de músculo y piel tensa; los pechos eran demasiado pequeños para estar caídos.

—Es evidente que la Madre Superiora no te quiere. Así que, mientras ella está ocupada con las brujas de Casa Capitular, te reclamaré para mí. Y entonces sí que trabajarás de verdad. Hellica no tiene por qué enterarse, hasta que yo decida dar el paso.

—¡Pero he hecho todo lo que me has pedido! —La voz se le quebró—. He creado gholas, he producido vuestra especia naranja, he recuperado los recuerdos del maestro tleilaxu. Pronto tendréis toda la melange que podríais…

—Exacto. Y por eso justamente debo controlarte. Contra todas mis expectativas, has demostrado que sí eres útil. —Se acercó, y Uxtal se sintió como un ratón hipnotizado por una víbora—. A partir de hoy serás mi esclavo, y eso me hará indispensable. Cuando te haya imprimado, ninguna otra mujer será nunca suficiente para ti… ni siquiera otra Honorada Matre. —Sus labios sonrientes se veían tan agrietados como papel roto—. Tus servicios estos últimos diez años te hacen merecedor de una recompensa. La mayoría de machos no sobreviven tanto tiempo entre nosotras.

Uxtal no se atrevió a echar a correr, por miedo a enfurecerla. Hacía años que temía que aquello acabaría pasando. Vio que un insaciable fuego naranja aparecía en los ojos de Ingva. Subyugación sexual, esclavización absoluta… a aquella espantosa arpía.

—Estás a punto de descubrir mis placeres. —Le acarició el rostro con un dedo huesudo y ganchudo—. Ya verás qué bien te lo pasas.

—Pero, esto no puede ser, Honorada Matre…

Ella rió.

—Hombrecito, soy adepta del quinto orden, miembro cualificado del velo negro. Puedo superar cualquier bloqueo al deseo. —Lo agarró del brazo y lo arrastró al suelo. Era demasiado fuerte, y Uxtal no pudo soltarse. Ingva se sentó a horcajadas sobre él, sonriendo, y dijo—: Ahora tendrás tu recompensa.

Aquella mujer nudosa le arrancó la ropa. Uxtal rezó para salir con vida de aquello, gimoteó. Años atrás, cuando todo empezó, los Danzarines Rostro habían tratado de protegerle antes de llevarle a Bandalong, pero ya hacía un tiempo que Khrone no aparecía por allí.

El Danzarín Rostro le despachó en cuanto tuvo al ghola de Paul Atreides. Simplemente, le había dejado a merced de las Honoradas Matres. Los Danzarines Rostro no podrían protegerle de la furia de Ingva cuando descubriera lo que le habían hecho.

Con manos ávidas y nervudas, la arpía metió la mano y buscó; y entonces dejó escapar una exclamación y lo arrojó al otro lado de la habitación, desnudo.

—¡Castrado! ¿Quién te ha hecho esto?

—L-los Danzarines Rostro. Fue hace mucho tiempo. Yo… yo tenía que concentrarme en mi trabajo sin la tentación de los placeres de las Honoradas Matres.

Other books

Dancing On Air by Hurley-Moore, Nicole
The Rotters' Club by Jonathan Coe
Clouds Below the Mountains by Vivienne Dockerty
Finding 52 by Len Norman
More Than Blood by Amanda Vyne
Gone by Francine Pascal
Wild and Wanton by Dorothy Vernon
Unknown by Unknown