—¿Y si no lo hacemos? —preguntó el Waff número 1 desafiante.
—Vosotros sois ocho, y tenemos más. Nos basta con que recuerde uno. Los demás sois totalmente prescindibles.
Ingva rió entre dientes.
—Y si los ocho nos falláis, simplemente, pasaremos a los ocho siguientes y repetiremos el proceso. Tantas veces como sea necesario.
Uxtal trató de dar una imagen intimidatoria.
—Bueno, ¿quién de vosotros piensa decirnos lo que queremos saber?
Los gholas idénticos estaban en fila; algunos se movían inquietos, otros conservaban la expresión desafiante. Se trataba de una técnica estándar para despertar gholas, llevarles a una crisis psicológica y física que obligara a los recuerdos a superar las barreras químicas que les impedían salir.
—Yo no me acuerdo —dijeron todos los Waffs al unísono.
Un alboroto los interrumpió, y al volverse Uxtal vio a la madre superiora Hellica. Estaba resplandeciente, con unas mallas púrpuras y rodeada de velos y capas vaporosos, y entró en la sala a la cabeza de una pequeña delegación de la Cofradía y de la cámara flotante y siseante de un navegador. ¡El mismísimo Edrik!
—Venimos a ver cómo finalizas tu tarea, hombrecito. Y, si lo consigues, para acordar unos términos financieramente aceptables con los navegadores.
Rodeado de penachos de gas anaranjado y canela, Edrik se aproximó a la ventana panorámica de su tanque. Los ocho gholas sintieron que la tensión aumentaba en la cámara.
Uxtal reunió el valor para gritar a los Waffs, aunque casi quedó cómico.
—¡Decidnos cómo fabricar especia en los tanques axlotl! Hablad si queréis seguir con vida.
Los Waffs entendieron la amenaza, la creyeron, pero no tenían ningún recuerdo que revelar, ningún conocimiento guardado. El sudor brotó de sus pequeñas frentes grises.
—Sois el maestro tleilaxu Tylwyth Waff. Todos lo sois. Cada uno de vosotros es todo lo que él fue. Antes de morir en Rakis, Waff preparó gholas de reemplazo para su persona aquí en Tleilax. Utilizamos las células de esos de ahí —y señaló con la cabeza a los pobres descerebrados que yacían en las mesas de extracción— para crearos a los ocho. Tenéis sus recuerdos guardados en vuestras mentes.
—Evidentemente, necesitan un incentivo —dijo la madre superiora Hellica con aire aburrido—. Ingva, mata a uno. El que quieras, da lo mismo.
La vieja Honorada Matre había estado esperando que la activaran, como una máquina de matar. Podría haber atacado con la tradicional combinación de golpes y patadas, pero tenía preparado algo más colorido. Sacó un largo cuchillo de degüello que había confiscado en la granja vecina. Con un rápido movimiento lateral de la monohoja y un chorreón de sangre, Ingva decapitó al Waff número 4 en medio de la fila.
Cuando la cabeza golpeó el suelo, el Waff 1 gritó en un gesto de simpatía, igual que sus hermanos supervivientes. La cabeza se detuvo en un ángulo extraño y quedó mirando con ojos vidriosos el charco que se estaba formando con su sangre. Todos los gholas trataron de correr como ratoncillos asustados, pero fueron brutalmente contenidos por los ayudantes.
Uxtal se puso verde, como si fuera a desmayarse o vomitar.
—¡Los recuerdos se activan mediante una crisis psicológica, Madre Superiora! Matar a uno no basta. Tiene que ser mediante una angustia prolongada. Un dilema mental…
Hellica tocó la cabeza ensangrentada con un dedo del pie.
—Este no debía ser torturado, hombrecito, los otros siete sí. Es una regla básica: si solo infliges dolor, el sujeto se puede aferrar a la esperanza de que la tortura acabará, de que puede sobrevivir. —Una débil sonrisa despojó el rostro de la Madre Superiora de toda belleza—. Sin embargo, ahora los otros no tienen ninguna duda: si yo digo que mueran, morirán. No es broma. La certeza de que van a morir debería ser suficiente acicate… porque de lo contrario morirán. ¡Y ahora, procede!
Ingva dejó el pequeño cuerpo tirado en el suelo.
—Quedáis siete —dijo Uxtal, que ya había alcanzado su punto de crisis—. ¿Quién de vosotros recordará primero?
—¡No conocemos la información que pedís! —gritó el Waff 6.
—Es una pena. Intentadlo con más empeño.
Mientras Hellica y el navegador observaban, Uxtal hizo una señal a Ingva. La mujer se tomó su tiempo para elegir, aumentando la tensión, andando arriba y abajo detrás de la fila de jóvenes gholas.
Los Waffs temblaban y se sacudían, mientras ella seguía acechando por detrás.
—¡No me acuerdo! —lloriqueó el Waff 3.
Como respuesta, Ingva le clavó el cuchillo por la espalda, haciéndolo salir por el pecho, y atravesando de paso el corazón.
—Entonces no nos sirves.
El Waff 1 sintió que un agudo dolor le atravesaba el corazón, como si un eco de aquella hoja se le hubiera clavado a él. El clamor de su mente iba en aumento. Ya no tenía pensamientos desafiantes, no pensaba en ocultar información. No oponía resistencia a los recuerdos o las vidas pasadas que llevaba en su interior. Apretó los ojos y gritó con fuerza para sus adentros, suplicando a su cuerpo que le dijera lo que sabía.
Pero no pasó nada.
Ingva alzó su largo cuchillo y levantó en el aire al Waff 3, que aún agitaba las piernas. Luego dejó que se escurriera por la hoja y cayera con un golpe sordo al suelo. Retrocedió, esperando a que la volvieran a llamar. Era evidente que estaba disfrutando.
—Hacéis esto más difícil de lo necesario —dijo Uxtal—. Los otros podéis seguir con vida… lo único que tenéis que hacer es recordar. ¿O es que la muerte no significa nada para un ghola?
Con un suspiro de decepción, asintió con el gesto e Ingva mató a otro.
—Quedáis cinco. —Bajó la vista a aquel desagradable estropicio, luego miró con aire de disculpa a Hellica—. Existe la posibilidad de que ninguno de estos gholas sea válido. La siguiente hornada pronto estará lista, pero quizá tendríamos que preparar más tanques axlotl, por si acaso.
—¡Lo estamos intentando! —gritó uno de los Waffs.
—Pues os morís. El tiempo se acaba. —Uxtal esperó un momento, hasta que su expectación se convirtió en una visible desazón. Él también sudaba; su carrera colgaba de un hilo.
Ingva mató a otro. Ahora la mitad de los Waffs yacían muertos en el suelo.
Unos momentos después mató al quinto: se acercó por detrás, lo agarró de sus cabellos oscuros y le cortó el cuello.
Histéricos, los tres Waffs que quedaban se pusieron a mesarse los cabellos y golpearse el pecho y el rostro, como si pensaran que golpeándose físicamente iban a despertar sus recuerdos. Con su largo cuchillo, Ingva les hacía pequeños cortes juguetones en la piel gris. Y, a pesar de sus protestas frenéticas, mató a un sexto ghola.
Solo quedaban dos.
El Waff 1 y su gemelo —el Waff 7— notaban pensamientos y experiencias ocultos que burbujeaban en el torbellino de sus mentes, como comida regurgitada. El Waff 1 contemplaba la agonía que le rodeaba, veía los cadáveres de sus hermanos. Aquellos recuerdos estaban ocultos, pero no detrás del velo del tiempo. Tenía la sospecha de que los antiguos maestros habían implantado una especie de sistema de seguridad.
—¡Oh, mátalos a todos! —dijo Hellica—. Hoy te hemos hecho perder tu tiempo, navegador.
—Espera —dijo Edrik a través del altavoz de su tanque—. Deja que termine el juego.
La tensión y el pánico de los dos gholas había alcanzado el límite. A aquellas alturas la presión tendría que haber provocado el crítico desenlace.
Actuando de motu propio, sin mirar ni a Uxtal ni a la Madre Superiora, Ingva rajó con su cuchillo el vientre del Waff 7 y lo destripó. La sangre y las entrañas empezaron a salir, y el joven se dobló, gritando, tratando de aguantarse los intestinos. Tardó un buen rato en morir, llenando la habitación con sus gemidos, mientras Uxtal no dejaba de pedirle que hablara.
La Madre Superiora se acercó mirando a Uxtal con expresión furiosa.
—Esto es un tedioso fracaso, hombrecito. No vales nada. —Sacó una daga pequeña y gruesa de su cintura. Se acercó al Waff 1 y colocó la punta contra su sien—. Aquí está el punto más delgado de tu cráneo. Con poco que apriete, la hoja penetrará en tu cerebro. ¿Crees que eso liberará tus recuerdos? —La punta de la daga hizo aparecer una gota de sangre oscura—. Tienes diez segundos.
El Waff estaba mareado de terror y solo era vagamente consciente de que sus intestinos y su vejiga se habían aflojado. Hellica empezó la cuenta atrás. Al joven los números le martilleaban en la cabeza. Números… fórmulas, cálculos. Sagradas combinaciones matemáticas.
—¡Esperad!
La Madre Superiora terminó la cuenta atrás. El navegador seguía observando. Uxtal mismo temblaba de terror, convencido de que luego lo mataría a él.
De pronto el Waff empezó a soltar un flujo de información que no había salido de los sistemas de educación forzada. Brotaba de sus labios como aguas residuales de una tubería reventada. Materiales, procedimientos, citas aleatorias del catecismo secreto de la Gran Creencia. Describió reuniones secretas con las Honoradas Matres a bordo de una no-nave, en las que el viejo tleilaxu hablaba de traicionar a las Bene Gesserit, de que él y sus compañeros los maestros no confiaban en los tleilaxu perdidos que habían regresado de la Dispersión extrañamente cambiados. Tleilaxu perdidos como Uxtal…
—Por favor, retirad el cuchillo, Madre Superiora —dijo el navegador.
—¡Aún no ha revelado la información que necesitamos! —Ingva esgrimió su cuchillo, visiblemente impaciente por matar al último ghola, como si no hubiera derramado sangre suficiente por un día.
—Lo hará. —Uxtal miró al desdichado y aterrado ghola—. El Waff ha quedado momentáneamente abrumado por la avalancha de su vida pasada.
—¡Vidas! —En un gesto desesperado de autodefensa, el maestro redespertado escupió todo lo que pudo. Pero su memoria era imperfecta y no tenía acceso a todo. Secciones enteras de conocimientos estaban corrompidas… un efecto secundario del proceso prohibido de aceleración.
—Dadle tiempo para ordenarlo todo —dijo Uxtal con voz patéticamente aliviada—. Incluso con lo poco que ha dicho veo posibles métodos que pueden ayudarme con la melange. —Hellica aún tenía la punta de la daga contra la sien del Waff—. ¡Madre Superiora, es un recurso demasiado importante para desaprovecharlo en estos momentos! Podemos incentivarlo para que saque más cosas.
—O torturarlo —sugirió Ingva.
Uxtal aferró la mano sudada del último ghola.
—Necesito a este para mis trabajos. De otro modo, habría retrasos. —Y, sin esperar respuesta, se llevó al Waff de piernas temblorosas de aquel macabro escenario.
—Recoge todo esto —le ordenó Hellica a Ingva, que a su vez ordenó a los ayudantes de laboratorio que lo hicieran.
Cuando se alejaba a toda prisa con su joven protegido, Uxtal bajó la voz a un susurro amenazante:
—He mentido para salvarte la vida. Y ahora dame el resto de la información.
El ghola casi se cae redondo.
—No recuerdo nada más. Lo tengo todo mezclado ahí dentro. Pero intuyo grandes lagunas. Hay algo mal…
Uxtal lo abofeteó.
—Será mejor que pienses algo y pronto. Porque si no los dos estamos muertos.
Como seres humanos, tenemos dificultades para movernos en un entorno en el que nos sentimos amenazados. La amenaza se convierte en el eje de nuestra existencia. Sin embargo, la «seguridad» es una de las grandes ilusiones del universo. No existe ningún lugar donde se esté realmente seguro.
Estudio sobre la condición humana
, archivos Bene Gesserit, sección VZ908
Los adiestradores recibieron a sus visitantes como amigos y aliados, y quisieron saber más sobre sus enfrentamientos con las Honoradas Matres. El grupo se sentó en lo alto de una de las amplias torres cilíndricas. Sobre una piedra plana, en medio del suelo de tablones, un brasero emitía un resplandor cálido y reconfortante a la noche.
—Sabíamos que veníais —dijo Orak Tho—. Cuando desactivasteis el campo negativo para lanzar vuestras pequeñas naves, detectamos vuestra inmensa nave. También sabemos que habéis mandado grupos a buscar alimentos a zonas deshabitadas del planeta. Estábamos esperando que vinierais directamente a nosotros.
Miles Teg, acuclillado junto a Sheeana, estaba sorprendido, porque aquella gente no parecía tener una tecnología muy avanzada.
—Se necesitan detectores muy sensibles para localizarnos.
—Hace tiempo, por nuestra propia seguridad, desarrollamos un sistema para detectar las naves pilotadas por Honoradas Matres. Y, dado que se consideran infalibles, no es difícil.
—La soberbia es su principal debilidad —dijo Thufir Hawat.
Bajo la franja de piel oscura los ojos verdes destellaron.
—Tienen muchas debilidades. Y tuvimos que aprender a explotarlas.
Comieron todos juntos: nueces, fruta, pescado ahumado y medallones de una carne oscura y especiada que al parecer procedía de un roedor arborícola. El rabino estaba más relajado de lo que Sheeana le había visto nunca, aunque parecía preocupado por la procedencia de la comida. Estaba claro que había tomado una decisión: quería que su gente se estableciera allí, si los adiestradores les aceptaban.
Mientras estuvieron sentados en el tejado abierto, escuchando el zumbido de los insectos nocturnos y viendo oscuros pájaros que se abalanzaban, Sheeana se sintió aislada. Según los escáneres, la población de adiestradores era relativamente grande, y había minas e industrias en otras zonas del planeta. Por lo visto habían desarrollado una civilización tranquila y pacífica.
—Imagino que vuestro pueblo se originó en la Dispersión, mucho después de la muerte del Tirano. ¿Este planeta fue vuestra primera parada?
El adiestrador mayor encogió sus hombros huesudos.
—Tenemos mitos sobre eso, pero fue hace más de mil años.
—Quince siglos —comentó Thufir. Era un alumno brillante. Obviamente, con su pasado y el lugar que ocupaba en la historia, el mentat-ghola tenía un especial interés por los diferentes períodos.
—Nuestra raza se extendió a muchos planetas cercanos. No formamos un imperio sino una… una hermandad política. Y entonces, un día las Honoradas Matres salieron de la nada como una estampida de animales cegados y torpes, tan destructivas por su ignorancia como por su maldad. —Orak Tho inclinó su rostro alargado hacia el resplandor del brasero. Una luz anaranjada iluminó su piel.