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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (36 page)

—Si vuestra Hermandad tiene tanta melange, podemos pagar a los fibios con ella para que se mantengan alejados de los contrabandistas y nos den todas las soopiedras.

—En cuanto regrese a Casa Capitular, daré nuevas órdenes. Si la necesitan, proporcionaremos melange a los fibios. —Murbella miró a Corysta, preguntándose cuánto haría que la hermana exiliada no tomaba una dosis. Sin duda, bajo el mandato de las Honoradas Matres les habían cortado el suministro. Y habrían tenido que pasar por el terrible síndrome de abstinencia. Pero entonces, en sus memorias compartidas con Corysta recordó momentos en que el fibio de la cicatriz (el Hijo del Mar) le había hecho llegar melange que conseguía a través de los contrabandistas escondiéndola entre las rocas, donde ella pudiera encontrarla—. Y proporcionaremos especia a cualquiera que la necesite en el planeta.

49

Las supersticiones y otras tonterías del pasado no tendrían que ser un obstáculo al progreso. En el momento en que nos refrenamos, estamos admitiendo que nuestros miedos pueden más que nuestras capacidades.

Los fabricantes de Ix

Cuando el fabricante mayor de Ix envió un mensaje a la Cofradía anunciando su éxito con las nuevas máquinas de navegación, una pequeña delegación se presentó enseguida en el planeta. La velocidad con que acudieron le dijo a Khrone todo lo que necesitaba saber. Los administradores de la Cofradía estaban mucho más desesperados de lo que daban a entender.

Él y sus Danzarines Rostro habían prolongado la «fase de invención» durante ocho años, el tiempo mínimo en que podían justificar la reintroducción de una nueva tecnología tan sofisticada. No podía permitirse despertar dudas entre la Cofradía, o incluso los ixianos. Aquel nuevo artefacto prodigioso podía guiar a cualquier nave de forma segura y eficaz. No hacían falta navegadores… y por tanto tampoco la especia.

Khrone los tendría comiendo de su mano.

Ataviado con un traje gris formal de plazseda con un brillo aceitoso, Khrone aguardaba en silencio junto al fabricante mayor, Shayama Sen. En su aislamiento en Caladan, el ghola de nueve años del barón Harkonnen y el de un año de Paul Atreides necesitaban una atención constante, pero Khrone había querido ir personalmente a Ix para presenciar la entrevista.

El administrador Gorus entró en la sala acompañado por otros seis hombres. Además, Khrone vio que también había un representante del independiente Banco de la Cofradía y un maestro mercader de la CHOAM. Por lo visto, los administradores habían evitado deliberadamente llevar a un navegador a las conversaciones. Lo habían dejado en su cámara de gas de especia, allá arriba, aislado en la nave en órbita. ¡Oh, cuánto debían de necesitar aquella nueva tecnología!

Esta vez se reunieron en una pequeña sala, no en la gran sala de producción donde se encontraron la primera vez, rodeados por el estruendo de sonidos industriales. Sen pidió un refrigerio para dilatar más el momento. Parecía disfrutar enormemente con todo aquello.

—Caballeros, el comercio intergaláctico está a punto de cambiar para siempre. Lo que deseáis está ya en vuestras manos, gracias a las innovaciones ixianas.

Gorus trató de disimular su entusiasmo con una expresión escéptica.

—Vuestras declaraciones son impresionantes y extravagantes, fabricador mayor.

—También son ciertas.

Khrone adoptó un papel sumiso y sirvió unos dulces y una fuerte bebida que, irónicamente, tenía un alto contenido de melange.

Mientras tomaba educadamente aquellas delicias, el administrador Gorus hojeó los informes técnicos y los resultados de las pruebas del equipo de Khrone.

—Estas nuevas máquinas de navegación parecen mil veces más exactas que las que incorporamos en el pasado en algunas de nuestras naves. Mucho mejores que nada que se haya utilizado en la Dispersión.

El fabricador mayor dio un largo sorbo a su infusión de melange.

—No subestime nunca a los ixianos, hombre de la Cofradía. Vemos que no habéis traído a ningún navegador a las conversaciones.

Gorus adoptó un aire altanero.

—No era necesario.

Khrone contuvo la sonrisa. Aquellas palabras eran ciertas a diferentes niveles.

—La humanidad ha estado buscando un sistema seguro de navegación durante… ¡milenios! ¡Pensad en todas las naves que se perdieron en los tiempos de la Hambruna! —dijo el banquero con un rostro súbitamente enrojecido—. Esperábamos que tardarían décadas en lograr una revisión tan importante partiendo de los principios básicos.

Sen le sonrió con orgullo a Khrone. Incluso el fabricador mayor daba por sentado que los recientes adelantos se basaban en los conocimientos ixianos y su ingenio, y no en los del Enemigo Exterior.

El maestro mercader de la CHOAM miró con el ceño fruncido al banquero.

—No creo que sea algo nuevo. Evidentemente, los ixianos han estado trabajando en una tecnología prohibida desde hace tiempo.

—Afortunadamente para nosotros —terció Gorus, atajando cualquier posible debate.

—Los ixianos no nos dormimos en los laureles. —Y acto seguido Shayama Sen pasó a citar uno de los dogmas de Ix—: «Quienes no buscan activamente la innovación y el progreso, no tardan en encontrarse a la cola de la historia».

Khrone decidió intervenir antes de que alguien hiciera alguna pregunta absurda.

—Nosotros preferimos llamar a estos nuevos artefactos «compiladores matemáticos» para evitar que se las confunda con alguna forma de máquinas pensantes. Los compiladores se limitan a automatizar el proceso que realiza el navegador, o el mentat. No deseamos despertar el feo espectro que llevó a la Yihad Butleriana.

Khrone escuchó sus propias palabras y razonamientos, consciente de que, de todos modos, aquellos hombres harían lo que quisieran, independientemente de las leyes o las restricciones morales. Tenían la suficiente imaginación —y avaricia— para encontrar las justificaciones que hicieran falta si alguien preguntaba.

—Caballeros —añadió Shayama Sen con tono grave—, si tuvieran ustedes alguna duda, no estarían aquí. Al fingir inquietud y citar antiguas prohibiciones contra las máquinas pensantes ¿no estarán tratando de hacernos bajar los precios? Porque les advierto que no funcionará. —Dejó su taza, sin dejar de sonreír.

»En realidad, comercialmente consideramos que lo lógico es que ofrezcamos esta tecnología de forma más general. Sin duda la Nueva Hermandad estará encantada de tener sistemas de navegación propios para construir una flota autónoma. Actualmente tienen tratos con la Cofradía porque no tienen elección. Cuánto estarían dispuestas a pagar por su independencia, me pregunto.

Al oír esto, el administrador Gorus, el banquero y el representante de la CHOAM empezaron a protestar indignados. Ellos habían sugerido aquella línea de desarrollo; les habían prometido exclusividad; ya habían accedido a pagar una suma exorbitante.

Khrone detuvo sus protestas antes de que desembocaran en una discusión. No quería que sus cuidadosos planes quedaran aparcados a un lado.

—Caballeros, el fabricador mayor solo les está poniendo un ejemplo para asegurarse de que entienden el gran valor de nuestros avances tecnológicos. Y, si bien parecen creer que tienen algún derecho sobre los resultados, también deben pensar que podríamos conseguir acuerdos al margen de ustedes. El precio acordado no se subirá ni se bajará.

Sen asintió con rapidez.

—Muy bien, no perdamos más tiempo con tonterías. Es cierto que nuestro precio es alto, pero lo pagarán. Se acabaron los desembolsos desproporcionados para comprar melange, se acabó la dependencia de los caprichosos navegadores. Son ustedes hombres de negocios visionarios, y hasta un niño vería los inmensos beneficios que repercutirán en la Cofradía una vez sus naves estén equipadas con nuestros —hizo una pausa para buscar el término que Khrone había utilizado— «compiladores matemáticos». —Y entonces se volvió al representante de la CHOAM, que se había comido todos sus dulces y se había terminado la infusión caliente de especia—. No creo que haga falta decírselo a un maestro mercader.

—La CHOAM debe mantener el comercio incluso en tiempos de guerra. Richese está sacando enormes beneficios porque está construyendo una ingente fuerza militar para la Nueva Hermandad.

El fabricador mayor de Ix gruñó con irritación al recordarlo.

El administrador Gorus parecía entusiasmado.

—En el pasado, cuando instalamos los primitivos sistemas de navegación en nuestros cargueros, seguimos llevando con nosotros un navegador en cada nave. —Miró con expresión de disculpa al fabricador mayor—. No confiábamos del todo en sus máquinas, es cierto, pero también es cierto que en aquel entonces no necesitábamos hacerlo. Había cuestiones de fiabilidad, demasiadas naves desaparecidas… Sin embargo, ahora que la Nueva Hermandad nos raciona tanto los suministros de especia y que ha quedado sobradamente probada la exactitud de sus… compiladores, no veo razón para no confiar plenamente en sus sistemas de navegación.

—Siempre y cuando funcionen tan bien como prometen —dijo el banquero.

Cuando quedó claro que todos creían en los nuevos compiladores matemáticos, Khrone plantó la semilla de la discordia.

—Por supuesto, supongo que saben que con este cambio la figura de los navegadores se convertirá en algo obsoleto. Y eso no les va a gustar.

El administrador Gorus se movió algo incómodo y miró al banquero y sus compañeros de la Cofradía.

—Sí, lo sabemos. Una situación de lo más desafortunada.

50

Nuestras motivaciones son tan importantes como nuestros objetivos. Utiliza esto para comprender a tu enemigo. Si conoces sus motivaciones puedes derrotarle o, mejor aún, manipularle para convertirlo en tu aliado.

B
ASHAR
M
ILES
T
EG
,
Memorias de un comandante de batalla

Entre los navegadores la crisis era tan grave que Edrik pidió una audiencia con el
Oráculo del Tiempo
.

Los navegadores utilizaban la presciencia para guiar las naves que plegaban el espacio, no para observar acontecimientos humanos. La facción del administrador les había engañado, los había dejado al margen. Aquellas criaturas esotéricas nunca habían dado importancia a las actividades y deseos de la gente ajena a la Cofradía. ¡Qué necedad! La desaparición de la especia y la poca accesibilidad de los únicos proveedores que quedaban habían cogido a la Cofradía Espacial totalmente por sorpresa. Ya había pasado un cuarto de siglo desde la destrucción de Rakis; y, para acabar de empeorar las cosas, las Honoradas Matres habían exterminado hasta el último de los maestros tleilaxu, que sabían cómo producir melange a partir de los tanques axlotl.

Y ahora que había tantos grupos desesperados por conseguir especia, los navegadores estaban al borde del abismo. Quizá el Oráculo le mostraría una salida. En su entrevista anterior, había insinuado que tal vez había una solución. Y Edrik estaba seguro de que no incluía sistemas de navegación informáticos.

Ante aquella difícil situación, Edrik ordenó que llevaran su tanque al recinto gigante y antiguo que albergaba al Oráculo del Tiempo siempre que decidía manifestarse en el universo físico. Edrik se sentía intimidado en su presencia, y había dedicado mucho tiempo a planificar el encuentro y ordenar sus pensamientos, aunque sabía que sería inútil. Con su presciencia infinitamente superior y expansiva, el Oráculo seguramente ya había visto la entrevista y conocía hasta la última palabra que Edrik pudiera decir.

Apocado, miró a través de su tanque curvado a la estructura translúcida del Oráculo. Tiempo atrás, se habían grabado en sus paredes símbolos arcanos… coordenadas, diseños hipnóticos, runas, misteriosas señales que solo ella podía entender. Aquel recinto le recordaba una catedral en miniatura, y él se sentía como un suplicante.

—Oráculo del Tiempo, nos enfrentamos a la situación más grave desde los tiempos del Tirano. Vuestros navegadores necesitan especia pero incluso los administradores maquinan a nuestras espaldas. —Estaba tan furioso que se estremeció. ¡Aquellos hombres necios e inferiores creían que podían resolver el problema con sistemas de navegación mecánicos! Copias inferiores. La Cofradía necesitaba especia, no compiladores matemáticos artificiales—. Os lo ruego, mostradnos el camino para la supervivencia.

Edrik intuía pensamientos tempestuosos y una gran preocupación en aquella mente que se ocultaba entre penachos brumosos. Cuando el Oráculo contestó, Edrik sintió que solo le estaba dedicando una fracción minúscula de su atención, porque estaba concentrada en asuntos de mucha mayor trascendencia.

—Veo siempre un hambre insaciable de especia. Es un problema pequeño.

—¿Pequeño? —dijo Edrik con incredulidad. Todos sus argumentos se vinieron abajo—. Nuestros stocks están casi agotados, y la Nueva Hermandad solo nos da una pequeña parte de lo que necesitamos. Los navegadores podríamos extinguirnos. ¿Puede haber un problema más grande?

—Kralizec. Volveré a convocar a mis navegadores cuando los necesite.

—Pero ¿cómo podremos ayudaros si no tenemos melange? ¿Cómo vamos a sobrevivir?

—Encontraréis la forma de obtener especia… lo he visto. Una forma olvidada. Pero debéis descubrirla por vosotros mismos.

El repentino silencio que se hizo en su mente le dijo a Edrik que el Oráculo había dado la conversación por terminada y había vuelto a sus importantes meditaciones. Se aferró a aquellas palabras sorprendentes: ¡Otra fuente de especia!

Rakis ya no existía, la Nueva Hermandad se negaba a repartir sus stocks y los maestros tleilaxu estaban todos muertos. ¿En qué otro sitio podían buscar? Pero, puesto que el Oráculo había pronunciado las palabras, Edrik confiaba en que había una solución. Mientras flotaba, dejó volar su pensamiento. ¿Es posible que hubiera otro planeta con gusanos de arena? ¿Otra fuente natural de especia?

¿Y si había una nueva forma —o una forma redescubierta— de producir melange? ¿Qué se les estaba pasando por alto? Solo los tleilaxu sabían crear especia artificialmente. ¿Habría alguna forma de redescubrir ese saber? ¿Quedaba todavía con vida alguien que conociera la técnica? La información había quedado enterrada hacía mucho tiempo por obra y gracia de las Honoradas Matres. ¿Cómo sacarla de nuevo a la luz?

Los maestros se habían llevado sus secretos a la tumba, pero con frecuencia ni siquiera la muerte puede enterrar los conocimientos. Los ancianos de los tleilaxu perdidos, una mera sombra de los grandes maestros, no sabían cómo crear melange, pero sí cómo crear gholas. ¡Y a los gholas se les despiertan sus recuerdos!

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