—Seguro que tu jai está bien, Calzones, ahora llamará el Almansa y te dirá que to bien, ya verás.
—Mierda, Malamadre, la gente está muy preocupada, ¿los ves?
—Claro, hay mucha carne de nuestra carne ahí fuera, pero na, seguro que solo dieron dos hostias y ya está.
«Antes de terminar esta edición del Telediario, un último flash servido por las agencias. Tres personas heridas de consideración y que han sido evacuadas a centros hospitalarios, unos diez heridos leves y cuatro detenidos, ha sido el balance de los disturbios ocurridos a las puertas del centro penitenciario Sevilla 2. En nuestra próxima edición tendrán más información e imágenes tomadas por nuestra delegación en Sevilla. Buenas noches». La voz del locutor me llega nítida pese a los murmullos de los internos. Tres heridos evacuados a hospitales, aseguran. Tiritas está dando botes: «Cabrones, cabrones», exclama. «Dale una hostia si no se queda tranquilito, Pincho», ordena Malamadre. Le digo que para que la gente se serene hay que llamar arriba y pedir que identifiquen a los heridos. «Eso —contesta Malamadre—, llama al Niebla, bueno no, al otro, al hombre de hielo, y dile que queremos ya los nombres de la gente herida». Niebla responde que Almansa no está, que salió un momento, pero que sí, que nos darán los nombres en cuanto los sepan, pero que no ha sido nada grave, unos cuantos contusionados, pero nada grave. «Se los llevaron al hospital por precaución, solo por eso», afirma. Nos quedamos todos más tranquilos. «¿Lo ves, Calzones?, tres hostias de nada, lo que te dije yo, que allí fuera hay buena gente, no como aquí, y se acojonan, claro, con tres hostias». Pregunto si se sabe algo del etarra evacuado y me dice que aún nada. Releches se ha quedado con los rehenes. Lo oigo silbar a través de la puerta semicerrada. Ahora que todo está más tranquilo, acaso sea el momento de que baje de nuevo el negociador. Lo tanteo con Malamadre: «Ahora dirá el tío que está cagando, pero vale». Niebla me asegura que se lo comunicará inmediatamente a Almansa. Aprovecho que Malamadre ha apagado el teléfono para susurrarle a Niebla que esto está cada vez más difícil de controlar. «Lo sé, tenga serenidad, dé largas a esa basura y trate de comerles el coco diciéndoles que así no se va a ninguna parte. Almansa hará el resto». Cuelgo. Tachuela está mirándome. No creo que sepa leer los labios, pero está claro que desconfía. Ya me lo advirtió: «¡Ojo conmigo!».
—Releches, deja de silbar que los vas a volver locos.
—Vete a tomar por culo, Calzones.
La gente sigue pegada a los televisores. Cambian de cadena una y otra vez tratando de encontrar algún informativo. Pero solo hay series baratas o programas para marujas. Pincho no necesitó pegarle a Tiritas. Lo sujetaron entre tres y ahora el viejo está sentado, sudando, apoyado en la pared. «Si le ha pasado algo a mi nieta mato a esos dos cabrones, por esta», cruza el dedo gordo y el índice, y se los besa. Ordeno a Costra que ponga dos hombres más en la puerta además de los dos que ya hay y que no deje entrar a nadie. «Pero a nadie, ¡eh!, Costra». Apache va en busca de Malamadre. Este indio se desliza por la prisión como los pieles rojas por los acantilados en las películas. Me guiña el ojo y no sé si es un gesto de complicidad o un «ahora te enteras». Ocho años me echaron, eso, ocho, porque tuve atenuantes. «Y yo qué sé por qué coño no lo apuntaron en el registro, Malamadre, ¿tú crees que yo soy adivino?», le contestaría. Pero pasa de largo ante Malamadre.
—El negociador está en la puerta, ¿lo dejo entrar?
—Sí, Pincho, dile que entre.
Almansa le brinda la mano a Malamadre, que vuelve a negársela. El Poeta sí se la alarga y yo también. «¿Tienes ya los nombres de los heridos?», le espeta Malamadre. «No, aún no nos los han dado», responde. Por su mirada, esquiva, deduzco que nos miente.
... Hay veces que to se joe, parece que está to controlao, que va la cosa como polla con vaselina, y na, to se joe, tú no la joíste, Tachuela, que tenías más razón que un santo, pero, a ver, en aquel momento, pues me metiste el bicho de la duda en los huevos, ¿te acuerdas?, oye, Malamadre, ¿de qué conoce el Canas a la mujer del Juan si no le ha dao tiempo ni a un visavís?, me dijiste, y yo, a ver, Tachuela, ¿de qué estás hablando?, y me puse a pensar, claro, porque yo le decía al Canas encuentra a la mujer del Juan, coño, pero pa hablar por teléfono, y el Juan le decía, ¿la ves?, ¿la ves?, está ahí, ahí, ¿no la ves por televisión?, y el otro, ¿aónde, Juan?, y claro, una de dos, o no la ve porque no la conoce o no la ve porque no la ve, pero el Canas daba la impresión, Tachuela, de que no la veía porque no la veía, sí, y ¿de qué conoce a la mujer de Juan, Malamadre?, joé con la pregunta, es que me dejó la duda y me hizo dudar del Juan, a ver, Calzones, una duda del Tachuela y mía, le dije, y tú delante, ¿de qué conoce el Canas a tu mujer?, y él, pues, ¿de qué la va a conocer, coño, Malamadre?, eso digo yo, le respondiste, si no ha dao tiempo ni a una visita, coño, y él dices tú que se puso colorao, yo no lo vi, pero dijo lo de la foto, ese malnacío me quitó hasta la foto, el mu joputa, cuando entré aquí, to me lo quitó, y la foto de la Elena también, ¿de qué la va a conocer si no, Malamadre?, mu raro esto, dijiste, Tachuela, y él, a ver aónde quiere llegar el cabrón este, y yo pensaba no sé, no sé, ¿de una foto, coño?, las fotos las dejan, que las de mis niños están en mi jaula, se lo dije al Apache, a ver, Apache, entérate de si en la cosa de los objetos personales está una foto de la jai del Calzones, está difícil eso, Malamadre, llegar no puedo llegar y sin teléfono..., toma el móvil y consíguelo, joputa, que necesito saber si la foto está o no está, coño, que es importante, y se llevó el móvil, no te preocupes, Malamadre, que si está me lo dicen, que me deben favores los cabrones esos, ya verás como sí, y a esperar, te dije, Tachuela, claro que después, con lo que pasó, pues no hubo dudas, ¿verdá?...
Almansa se ha ido. Malamadre está malhumorado. No comprende que a todo lo que le pedimos, a todo, Almansa nos conteste que sí para, inmediatamente, soltar los peros que ponen sus síes en cuarentena, aunque nunca traspasen la frontera del no. «Este cabrón con pinta de nena nos quiere liar, Calzones», grita. Es hábil Almansa. Un torero con buena mano izquierda. «Hay cosas que ustedes quieren que no son ni siquiera competencia del Gobierno, sino del poder legislativo, pero se puede abrir al menos el debate, así que no está de más que se planteen». El Poeta le ha dicho que domina el arte de la palabra pero que esta hay que llenarla de contenido, «Si no, se queda en poesía abstracta, amigo». Almansa sonríe. Ha quedado en contestar lo más rápidamente posible. «Tengo que consultar con los superiores algunas cuestiones». Al despedirse, le dice a Malamadre que en estos casos y por experiencia, no estaría de más que hubiera un gesto de buena voluntad por parte de los amotinados. Malamadre lo mira de arriba abajo, deja escapar una risa sardónica y le contesta: «Ya lo hemos hecho, cabrón, no te he dado una patada en los cojones, ¿te parece poca buena voluntad?».
—La próxima vez, Calzones, pongo a los dos rehenes detrás con dos pinchos en el cuello, este tío no se mea encima mía.
—Está en su papel y nosotros en el nuestro, Malamadre, eso es la negociación.
—Sí, pero, sí, pero, qué coño, Calzones, o sí o no, o nos da la cosa o afeitamos a los etarras y que les den por culo a los de arriba, ¿vale?
—Mira, Malamadre, escucha, lo mismo no lo podemos conseguir todo, pero lo que se consiga será una importante mejora para todos los internos. Si les pasa algo a los vascos, ¿cómo crees que será la vida de la gente cuando todo vuelva a la normalidad? Piénsalo.
—Malamadre no va a vivir más de rodillas, Calzones, te lo dije, que se meta en tu puta cabeza eso, no más de rodillas.
Tachuela se lo lleva. No ha recorrido ni diez pasos y se queda parado en medio de la galería. Me está mirando. Le mantengo la mirada. «Si no la desvías, Juan, te creen». Cuando Malamadre se lleva el índice al lóbulo de la oreja es que medita. Tachuela ya lo hizo y le ha transmitido lo que piensa. Hace un gesto de seguir y se vuelve a parar. El siguiente paso, lo presiento, será venir de nuevo hacia mí. Ahí llega. «Pues de la foto, Malamadre, coño, ¿de qué la va a conocer?». No parece convencido. Tachuela desde luego no lo está. Busca en la lejanía y encuentra lo que busca en un grupo al fondo de la galería. Le cuchichea algo al oído a Malamadre y se encaminan hacia allí. Apache habla con otros internos. O hay un milagro o estoy perdido.
«La calma siempre sucede a la tempestad», una frase hecha sirvió a Germán, que se había ido detrás del director en busca de Utrilla, para comunicarnos que la batalla campal que tuvo lugar fuera de la prisión había acabado. Le pregunté por Elena. «¿Has tenido ocasión de verla?». Me respondió que no. «Es que había tal follón, Armando, que no hubo manera de localizar a nadie. Nosotros cogimos a Utrilla y el director se lo llevó a su despacho y yo me vine para acá. Cuando lo hacía llegaban Méndez y el enfermero para auxiliar a unos cuantos heridos, alguno de ellos bastantes fastidiados», aseguró. Elena seguía sin aparecer. La vi fugazmente en el monitor después de que Juan me llamara pidiéndome que la sacara de allí, pero ¿cómo hacerlo si aquello ya estaba por completo desmadrado? Le pregunté a Niebla si sabía algo de ella y me volvió a contestar que «negativo», que los agentes infiltrados entre los familiares no lograron localizarla antes de que comenzara el tumulto y que una vez iniciado este habían tomado precauciones: «Como iban sin protección, se metieron dentro del segundo cordón policial, Armando». Sabía que Juan estaba angustiado y que esa angustia le podía llevar a dar algún paso en falso. Me preocupaba mucho eso, porque, ya saben, si estás rodeado de compañeros las equivocaciones pueden tener arreglo, pero entre enemigos no te da siquiera tiempo de santiguarte. Del hospital tampoco llegaban buenas noticias. El etarra había sufrido un nuevo infarto y a su llegada a urgencias su estado era desesperado, y aún no se había hecho público el alcance de las lesiones que habían sufrido los tres familiares de los reclusos trasladados al centro hospitalario. Mejores eran las noticias que nos servían de las prisiones del norte. En Nanclares estaba todo ya controlado y en Maturtene, según nos contó el director, los amotinados habían liberado a dos funcionarios que permanecían retenidos y todo hacía pensar que se llegaría pronto a una solución. Pero aquí no teníamos soluciones, ¿entienden?, sino todo cada vez más embrollado. Ni siquiera Almansa, frío como un témpano, a su salida de la negociación en el módulo 5, se permitió una de esas sonrisas con las que limaba cualquier arista. Saludó con un gesto, se quitó las gafas y se marchó camino de los teléfonos para hablar con el Ministerio.
—No lleva muy buena cara, Armando.
—Ni buena ni mala, Fermín, la que tiene. Lo mismo le sirve para una fiesta flamenca que para un velatorio.
—Mejor que sea de fiesta flamenca.
—Mejor que no se nos ponga a nosotros de velatorio.
... Hay un fiambre, hay un fiambre, coño con el Costra, Tachuela, no se pudo callar el cabrón, allí a voz en grito, que hay un fiambre, que lo ha dicho la radio, y yo, calla, rata de alcantarilla, qué coño dices, y deja de dar chillíos, ven pa acá, y él, que la radio lo ha dicho, Malamadre, que se ha muerto uno, pero qué uno, le preguntaste, ¿te acuerdas, Tachuela?, y el Costra, que no sé, que lo oí en la radio pero no ha dao ni el nombre ni na, que de fuentes solventes, decía, pero que no sé qué del hermetismo o lo que sea de las autoridades, pero que lo podía asegurar la tía de la radio, Malamadre, que solo le ha faltao jurar, y yo, a ver, aónde está el Calzones, me cago en el fantasma de mi padre, que digo yo que de arriba nos tienen que decir lo del fiambre, y la gente toa arremoliná, coño, con mu malita cara tos, ¿verdá, Tachuela?, y el finolis que decía que no sabía na, que se iba a enterar y veía la gente mirar pa la celda de los vascos, Calzones, si ha sío uno de los nuestros a estos no los para ni Dios, y él decía que tranqui, que a ver la radio, que muchas veces dicen cosas sin ton ni son, y quién lo ha dicho, y grita uno que no sé qué de la Cope y Calzones pone mala cara, coño, la de los curas, dice, los curas también mienten, dijo el Pincho, borrico el tío, pero, coño, que no hay curas en los micrófonos, joé, que lo ha dicho una tía, una periodista, no un cura, y el Calzones, a ver, Almansa, aquí la gente está crispá, queremos el nombre del muerto ya, pero ya, y Almansa, que sí, que estaba haciendo el contacto, fue cuando al Tiritas le dio el telele, ¿verdá, Tachuela?, y allí estaba el tío, con el sudor frío, tirao en el suelo, y lo abanicábamos pero no le subía el color, qué coño, y el Costra va y dice que ya está la tele, el informativo, y tos pa las teles y se veía a la pasma dando hostias a los familiares, muchas hostias, joé, y algunos en el suelo, pisoteaos, no hay derecho, cabrones, asesinos, gritaba la peña, y la pasma dando hostias, crac, crac, Calzones estaba desencajao, no veía a su jai, a ver, a ver, necesito ver, decía, pero otros sí vieron, el Trágala a su hermano con la cabeza abierta, me lo han matao, me lo han matao, gritaba, y yo, que no, Trágala, joputa, que solo es un poco de ketchu, que no le ha pasao na, algunos gritaban a por ellos; hiciste bien, Tachuela, yéndote a la puerta de los vascos con el Apache, aquí no va a entrar ni Dios, que lo sepáis, gritaste, y se iban algunos pa la zona de seguridá, pero estáis locos, allí os dan mil hostias más, coño, que no tenemos na y ellos con los gases y las porras, tranquis, y se veían en la tele las ambulancias, joé, pero solo al hermano del Trágala, Tachuela, solo a él, y decía mi hermano es el fiambre, seguro, maldita sea, Malamadre, que yo no sé qué de conmoción cerebral, y yo, que no te inventes cosas, joputa, a ver, dime, Almansa de los cojones, y el tío, falsa alarma, Malamadre, el hospital nos comunica que no hay muertos, que murió uno de muerte natural pero que no era de los de la cárcel, sino un tío normal, de la calle, no me lo creo, dijo el Pincho, y Calzones, ¿seguro, Almansa?, y el otro, seguro, tranquilos tos, que no ha pasao na, que lo va a desmentir la radio, huele a mierda, dijiste, Tachuela, pero la tele no decía na de lo de la Cope esa, sino que esas son las imágenes de lo que ha ocurrío esta tarde en las inmediaciones de Sevilla 2 y bla, bla, bla, que solo decía bla, bla, y allí no había muerto, un poquito de ketchu y ya está...
El director me mandó llamar a su despacho. Allí estaba Utrilla en un sillón, con una risa desbocada, tocándose los huevos, perdonen ustedes la expresión. No sé si me dio asco o pena, no lo sé. Un funcionario del Estado no puede dar la imagen que estaba dando José Utrilla, y menos cuando se es jefe.