Celda 211 (12 page)

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Authors: Francisco Pérez Gandul

Tags: #Drama, Intriga

—¿Cómo se te ha ocurrido beber estando de servicio? —le preguntó el director.

—¿De servicio? Yo no estaba de servicio, no se puede estar de servicio setenta y dos horas, ¿vale? Además, no estoy borracho.

—Sí lo estás.

—No lo estoy. He tomado, sí, un par de güisquis. Además, no he hecho nada malo, solo ayudar a los antidisturbios. Un par de golpes con la porra y ya está.

—Esa no era tu competencia.

—Tres muertos, tres, joder, en el norte, tres de los nuestros, ¿y tú me hablas de competencias?

Yo callaba y miraba al director. Junto a su despacho, a través de la puerta, se oía hablar a Almansa. «Una falsa alarma, Malamadre, una confusión, en el hospital nos dicen que la persona muerta lo ha sido por causas naturales y que no es ninguno de los heridos que trasladamos de la cárcel, así que todos tranquilos», se le oyó decir, y después un «sí, seguro» con el que acabó la conversación. El director había sacado un expediente del archivador. «No es la primera vez que bebes estando de servicio, Pepe», pero Utrilla estaba borracho y le daba igual, solo acertaba a mascullar: «¡Y dale!», pero el director se mostraba muy enfadado, más por su pose chulesca, ¿saben?, que por otra cosa.

—Quedas relevado del servicio hasta nueva orden.

—No es justo.

—Sí lo es. Armando te acompañará ahora a la sala de descanso y tienes prohibido salir de ella sin mi permiso. Armando, asegúrate de que se cumple mi orden.

Asentí. «A todos los efectos y mientras se aclare todo este maldito embrollo, asumes la jefatura del servicio», afirmó y yo volví a asentir. Camino de la sala de descanso Utrilla me miró con muy mala leche y escupió un «Ya tienes lo que querías, ¿eh?, ya has pasado por encima, pero será por poco tiempo, me echarán una mano desde arriba, eres un don nadie, un trepa, Nieto». Sonreí. Iba como una cuba y nunca me gustó cruzar una sola palabra con los borrachos. «Descansa, que es lo que tienes que hacer», le recomendé tratando de no caer en sus provocaciones, pero él estaba chulo y contestó que me fuese a tomar por el culo, literalmente, lo pueden comprobar en la declaración que hice en su día. Pero bueno, tampoco voy a cargar las tintas contra él. No me parece decente hacerlo.

Almansa nos miente. Ha usado por teléfono la misma entonación que cuando nos dijo cara a cara que no sabía el nombre de los heridos trasladados al hospital. Es casi imperceptible su cambio de voz, pero yo se lo noto. Debe de tener razones para hacerlo. No se acerca gratuitamente una cerilla a un barril de pólvora. Espero que sepan lo que hacen porque Malamadre está perdiendo la paciencia. Allí lo veo, paseándose con Tachuela. Teme que las cosas se le puedan ir de las manos en cualquier momento. Trágala ha estado a punto de formarla. Cuando empezó a decir que habían matado a su hermano, más de uno se encaminó hacia la celda en la que están los vascos. No saber nada de Elena me descompone. Al menos no estará herida, si no me lo hubiesen dicho. Soy de los suyos. A Elena le da pavor la sangre. Quería estudiar enfermería pero no pudo por la sangre. «Es que fue ver aquel corte en el brazo de aquel hombre, Juan, y sentir cómo se me iba la vida, ¿entiendes?». Le dio trabajo a sus compañeros de la Cruz Roja en la playa aquella mañana. Unos con el herido y los otros tratando de que se recuperara de su desmayo. «No voy a estudiar enfermería», recuerdo que dijo esa tarde. Ya tenia echados los papeles. Me gustaría despertar, como si esto fuera solo un sueño, y pasarme un día entero abrazado a ella, oliendo su cuerpo. Huele a jazmín Elena, como olía mi abuela en primavera cuando la iba a besar y llevaba el moño de jazmines en el pelo. Todos los días, al atardecer, se acercaba a la mata y se hacía su ramito. Así huele Elena. Malamadre no se ha quedado tranquilo con las palabras de Almansa. Yo tampoco. Nadie lo está. Les hacen más caso a los informativos de la radio o de la televisión que al negociador. Él dice lo que le conviene al Gobierno que diga. Las televisiones, no. Buscan vender y les da igual ocho que ochenta. Morbo, mucho morbo, cuanto más morbo más sube la audiencia. Apache, junto a la puerta de los vascos, sonríe. Este hijo de puta es peligroso. «Hay quienes juegan a dos bandas», me advirtió Armando. Se sabe poderoso porque tiene la información. Puede jugar la baza que quiera.

—¿Qué hay, Apache?

—Aquí, haciendo un poco de guardia.

—¿Encontraste ya la foto de mi mujer?

—Y ¿para qué iba yo a querer una foto de tu mujer, para cascármela mirándola?

—Porque te pidió Malamadre que la encontrases.

—Malamadre me pide muchas cosas. Por cierto, ¿debo buscarla o me lo ahorro?

—Mejor decídelo tú. No le hago el trabajo a nadie.

Malamadre me mira desde el fondo. Tachuela y Pincho también. Acercarse a Apache no trae cuenta. Todos saben cuál es su negocio. Lo evitaré. Pero si de verdad tiene acceso a los objetos personales de los presos, estoy perdido. A no ser que quienes pensaron en lo de los calzoncillos y en hacerme la ficha de entrada me abrieran un sobre. Pero la foto de Elena no está. Se la hizo en Santurce. Estaba hermosa. Me la regaló aquel día bajo el chopo. «Para que me lleves siempre contigo», dijo antes de besarme. Se fue por el desagüe. No se iba, pero metí la mano en el váter y empujé la cartera hasta el hueco. Al menos no la encontraron, pero en el sobre no estará su foto.

... De piedra nos quedamos tos, ¿te acuerdas, Tachuela?, pero quién se iba a imaginar eso, pues nadie, vamos, ni el Pajarito, sí, el que el Pincho decía que estaba to el día volando y que juraba que se follaba toas las noches a las tías de la tele pero de verdá, yo no sé qué del viaje astral del coño de su madre, que lo llevaba a la cama de toas las jais y decía lo del lunar de la Verdú al lao del chocho y esas cosas, pues ni el Pajarito se hubiese imaginao lo que pasó, pero es que tenía que pasar, que lo dijo Releches, una vez que piensa, me dije, que no se pue tener en la calle a uno que tenía que estar aquí, al laíto nuestra, y yo, pues es verdá, que el cagón del Comepollas debía de estar aquí, que es una bicha el mu joputa, pero de piedra nos quedamos, oye, y to de casualidá, que lo vimos de casualidá y porque nos llamó el Releches, que se lo dijo un vasco, anda, dile a Malamadre que venga a to carajo, y yo, allá voy, y Calzones que nos vio y venía el tío a carajo sacao también, vaya la mala hostia del Comepollas, que lo dijo el Apache cuando lo vio la otra vez, que va mamao, to borracho, con la porra en una mano y los gases en la otra, que se creía el Eliotnés, mala hostia tiene, venga a escribir partes y quitárnoslo to, las visitas, los visavís, los paquetes, debió pincharlo el Bailarín y no al Anselmo, que el Anselmo era una mierda, ¿recuerdas, Tachuela?, ni una corbata negra al día siguiente aquí, al Comepollas debió pincharlo hasta hacerlo albóndigas, coño, y no hubiese estao ahí, no hubiese pasao na, y la que se armó después, fue una exclusiva, que lo dijo la tía, imágenes exclusivas del follón de la cárcel de Sevilla 2, decía toa estira, y dijimos a ver qué sale, y pusieron los joputas diez anuncios, diez, que los contó el Costra, a continuación de los anuncios, dijo y diez, y las imágenes, Tachuela, mu fuerte, mucho, de un videoaficionao que lo ha traío a nuestra redacción, decía la tía, la cosa se movía mucho y se veía regular, ¿verdá?, que es que no era profesional el tío, pero lo del Comepollas se vio divinamente, allí el tío con toa la mala leche, hay que ver cómo le dio, Tachuela, con qué uva podría, una, dos, tres veces, y la patá después, de tener el coco renegrío, ni a mí me ha dao así la pasma cuando me ha trincao, pero el Comepollas es un bicho de esos que parece que no rompen un plato y se han comío antes en el plato la asaúra de un tío, pues el Comepollas igual, uno, dos, tres y la patá, y aquello se veía que no se curaba con agua oxigená y de eso colorao, y tú me diste así en el costao, cuando repetía la tele lo del Comepollas, a cámara lenta, y me dijiste mira, y lo miré, no decía na, pero na, pero sus ojos echaban fuego, ¿verdá?, como un dragón de esos de los cuentos de los niños, fuego, sus ojos eran dos lanzallamas...

XI

—Almansa, necesitamos verte. Hemos reconsiderado algunas cosas.

—Voy para allá, Juan.

—Que venga José Utrilla contigo.

—¿Utrilla? ¿Para qué?

—Queremos llegar a un pacto con él también.

—¿Tiene inmunidad igual que yo?

—Claro, igual.

—No sé si querrá venir y yo no lo puedo obligar.

—Cinco minutos, aquí la gente se ha puesto muy nerviosa y los pinchos se acercan a los cuellos de los vascos.

Fue demasiado tarde. Nadie había visto aquellas imágenes de Utrilla pegándole una paliza brutal a Elena. Cuando el jefe de los antidisturbios apareció por la zona de seguridad para detenerlo, él ya había franqueado con Almansa los límites de los amotinados. Lo había encontrado en la sala de descanso y, tras dudar un momento, le dijo que sí, que iba con él, «Con dos huevos», sentenció. El director no lo supo hasta que lo vio aparecer en los monitores.

—Pero qué coño, Calzones.

—Déjame, Malamadre.

—¿Pa qué has llamao al Comepollas?

—Para nada, tú déjame.

—No, pa na no, Calzones, no me joas, esto es un asunto de tos, no un asunto personal.

—Vete a la mierda, Malamadre, ese cabrón ha machacado a mi mujer, ¿y tú dices que no es un asunto de todos? ¿Con quién estás, conmigo o con esos hijos de puta?

—¿Qué vas a hacer?

—Nada.

Almansa les ofreció la mano y solo se la estrechó el Poeta. A José Utrilla también se la alargó Malamadre. Pareció que le recorría un escalofrío por la espina dorsal mientras se la mantenía cogida con fuerza durante unos segundos que parecieron eternos. Todos contuvimos la respiración allí, ante los monitores. El director despotricaba contra Almansa por no haberlo avisado y el geo ponía de nuevo a sus hombres en alerta verde. «Almansa se ha dado cuenta de que algo no va bien», afirmó Fermín señalando el monitor. Hizo incluso un ademán de volver sobre sus pasos, pero un muro de internos le hizo comprender que la puerta de salida se había cerrado detrás de ellos.

—¿Qué pasa, Juan?

—Mejor que nos lo explique este.

—¿Qué tiene que explicar?

—Por qué le ha dado una paliza a mi mujer.

... Coño con el Calzones, Tachuela, ¿te acuerdas?, decir eso de por qué le ha dao de hostias a mi mujer y el Almansa dejó de ser de hielo, vamos, que temí que el joputa se fuera por la rejilla del sumidero convertío en agua, y vaya con la cara del Comepollas, estaba medio mamao aún, que se le veía, ¿verdá?, pero se le quitó de pronto la curza, y le entró hipo al joío y hacía hip, hip, y tú dijiste Malamadre, ¿eso de la garganta del Comepollas son los huevos?, de corbata los tenía, tío, sí, y solo por preguntar por qué le había dao de hostias a su mujer...

Este cabrón de mierda se ha quedado sin pelotas. Se me queda mirando como quien ha visto una aparición y no sabe qué contestar. Sí, traga saliva, hijo de puta, más vas a tragar. Hice bien en llamar a Almansa nada más ver las imágenes en la tele. Cinco minutos le di y ya está aquí, con este malnacido que se ha cebado con Elena. «No sé de qué me hablas», afirma confundido Almansa. Pero mira a Utrilla y advierte que este sí sabe a lo que me refiero. Se le muda la cara. «A ver, Juan, tranquilos». Clavo la mirada en Utrilla y este la desvía, se encuentra con la de Malamadre y vuelve a desviarla, y allá donde va su vista se encuentra unos ojos como puñales que lo atraviesan.

—No sabía que era tu mujer, Juan.

—Lo era.

—Fue un accidente.

—¿Tres golpes con la porra y una patada en el vientre es un accidente?

—Se abalanzó sobre mí, ¿qué querías que hiciera?

—Eres un cobarde de mierda.

... Lo tuve que sujetar, bueno, tú también le echaste el brazo, Tachuela, porque se lo comía allí mismo, tranquiiii, Calzones, tranquiiii, le dije, que este joputa lo va a pagar por lo legal, pero no vamos a joer la cosa, que si la joemos viene la pasma y al carajo tos, con los etarras por delante, y no, Calzones, vamos a hablar, ¿vale?, a ver, Almansa, dile al Juan que la jai está bien y recuperá ya, ¿te acuerdas?, y el Almansa decía que sí, que no había pasao na, que él no sabía na de la paliza, pero que en el hospital decían que tos estaban bien, magullaos y esas cosas, pero bien, y yo, ¿lo ves, Juan?, coño, to tiene solución, y acuérdate, Tachuela, cómo me miró el tío, y le dijo al Almansa, toma, y le dio el móvil, ponme con mi mujer y que me diga ella que está bien, y el Almansa se puso como la fachá de cal de un cortijo y dijo no sé qué de la comunicación y de que mejor que el Calzones lo acompañase a la zona de seguridá, que le conseguía un pase pa ver a la mujer, y ¿sabes, Tachuela?, la cosa se había puesto tan joía que pensé pues a lo mejor es lo mejor, Calzones va a ver a su mujer y nosotros tenemos aquí a los etarras pa prepararlos como pinchos morunos si se da el caso y ya está, y va, y me miró Calzones, y dijo que nanay, que él no salía, entonces el Almansa pues dijo eso de que regresamos, hacemos las gestiones y volvemos, y Calzones dijo que sí, que vale, pero que Utrilla se quedaba como muestra de buena voluntá, no te joe, pensaba el Calzones, y le devolvió eso de la buena voluntá al Almansa, que dijo no se qué de la inmunidá, y va el Calzones y se cogió los cojones, ¿verdá, Tachuela?, y yo me eché a reír, no debí, pero me entró la cosa floja, y le decía al Almansa, toma inmunidá, joputa, claro que no debí reírme, ahora no lo hubiese hecho, pero me hizo gracia el joío del Calzones pesándose los huevos...

El director miró a Niebla y le espetó a quemarropa: «¿Hay algo que yo deba saber?». Niebla chasqueó la lengua y se paseó por la estancia. «No estoy autorizado a dar determinadas informaciones». Lo mismo que me soltaron en el hospital cuando, tras identificarme y lograr que me devolvieran la llamada para comprobar la veracidad de mi identidad, se escabulleron para no darme detalles sobre el estado de Elena: «Lo sentimos, hable con la policía». En el monitor se veía a Almansa dialogar con Juan y Malamadre. Lo que hablaban era apenas audible, pero aunque hacía gestos negativos una y otra vez con la cabeza, resistiéndose a irse, dos internos lo habían cogido por el brazo y se lo llevaban hacia fuera. Como hacían cuando entraba o salía alguien del módulo 5, un grupo de presos lacró la entrada de la celda en la que se encontraban los vascos. Y allí estaba Utrilla, en medio de la galería, como una estatua, rodeado de internos que tampoco se movían, ¿se lo imaginan?, como en una de esas películas de ciencia ficción, se me vino a la cabeza, en la que el humano se ve rodeado por extraterrestres de extrañas apariencias que lo observan como si escrutaran su interior con el poder de sus mentes. Juan lo miraba con la fiereza de una leona a su presa. Tachuela, Malamadre, Pincho y Costra lo flanqueaban. Y allí estaban, sí, sin moverse, como si el tiempo se hubiese detenido y tuvieran miedo, mucho miedo, de que volviese a transcurrir. «Lo tiene feo el jefe, muy feo», dijo Fermín.

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