Read Cita con la muerte Online

Authors: Agatha Christie

Cita con la muerte (20 page)

—Gracias, señor Cope. Aun a riesgo de ser indiscreto, ¿puedo preguntarle si la señora Boynton deja una fortuna muy grande?

—Sí. Una fortuna muy considerable. Aunque, para hablar con propiedad, no le pertenecía a ella. Era la usufructuaria de por vida y, a su muerte, el dinero tiene que ser repartido entre los hijos de Elmer Boynton. Sí, a partir de ahora serán muy ricos.

—El dinero —murmuró Poirot— lo cambia todo. ¡Cuántos crímenes no se habrán cometido por dinero!

El señor Cope lo miró un poco estupefacto.

—Sí, claro —admitió.

Poirot sonrió dulcemente y murmuró:

—Pero hay tantas razones para cometer un asesinato, ¿verdad? Gracias, señor Cope, por su cooperación.

—No hay de qué —dijo el señor Cope— ¿No es la señorita King la que está allí sentada? Creo que me acercaré a charlar con ella.

Poirot siguió bajando la colina.

Se encontró con la señorita Pierce, que subía jadeante. La mujer lo saludó casi sin respiración.

—¡Oh, señor Poirot, me alegro de verle! He estado hablando con esa chica tan rara, la más joven de los Boynton, ya sabe. Me ha dicho cosas extrañísimas, acerca de no sé qué enemigos, un jeque que quería secuestrarla y unos espías que la acechan. ¡La verdad es que sonaba todo muy romántico! Lady Westholme dice que sólo son tonterías y que ella tuvo una vez una criada pelirroja que también contaba mentiras como ésas, pero yo creo que lady Westholme es a veces un poco dura. Después de todo, podría ser verdad, ¿no le parece, señor Poirot? Hace tiempo leí que una de las hijas del zar de Rusia no murió a manos de los revolucionarios, sino que huyó secretamente a América. Creo que era la gran duquesa Tatiana. Podría tratarse de ella, ¿no? La verdad es que tiene cierto aire aristocrático y real... y su aspecto es más bien eslavo, ¿no cree? Esos pómulos... ¡Sería emocionante!

Poirot sentenció:

—Es verdad que en la vida ocurren cosas muy extrañas.

—Esta mañana no caí en la cuenta de quién era usted —dijo la señorita Pierce juntando las manos— ¡Es ese detective tan famoso! Leí todo lo referente al caso del ABC. Fue excitante. Por aquel entonces, yo trabajaba como institutriz cerca de Doncaster.

Poirot murmuró algo. La señorita Pierce continuó cada vez más emocionada.

—Por eso creo que... tal vez hice mal esta mañana. Uno tiene que decir siempre toda la verdad, ¿no? Incluso los más pequeños detalles, por muy irrelevantes que parezcan. Porque, claro, si usted está metido en esto, significa que la pobre señora Boynton tiene que haber sido asesinada. ¡Ahora lo veo! Supongo que el señor Mah Mood... no puedo recordar su nombre, pero... ¡vaya!... el guía... supongo que... quiero decir... ¿No podría ser un agente bolchevique? O incluso, tal vez, la señorita King. ¡Me han dicho que hay muchachas de buena familia y muy bien educadas que pertenecen a esos horribles grupos comunistas! Por eso me preguntaba si debería contarle a usted... porque, ya sabe, si se pone uno a pensarlo, resulta bastante extraño.

—Precisamente —dijo Poirot—. Y por lo tanto me lo va a contar.

—Bueno, en realidad no es gran cosa. Sólo que, a la mañana siguiente de la muerte de la señora Boynton, me desperté bastante temprano y me asomé a la entrada de mi tienda para ver el amanecer, ya sabe, aunque en realidad no era el amanecer, porque el sol se había levantado hacía lo menos una hora. De todas formas, era temprano...

—Sí, sí ¿Y entonces vio..?

—Eso es lo curioso, aunque en ese momento no me lo pareció. Lo único que vi fue a esa chica Boynton que salía de su tienda y lanzaba algo al riachuelo. No sé lo que era, por supuesto, pero brillaba con la luz del sol. Cuando iba por el aire. Brillaba, ¿entiende?

—¿Cuál de las chicas Boynton?

—Creo que fue la que se llama Carol. Una muchacha muy atractiva y tan parecida a su hermano. Podrían ser gemelos. Claro que también pudo ser la más joven. El sol me daba en los ojos, así que no pude verla muy bien. Pero no creo que el cabello fuera rojo... era de color bronce. ¡Me encanta ese tipo de cabello, bronce cobrizo! ¡El pelo rojo siempre me hace pensar en zanahorias! —se rió disimuladamente.

—¿Y dice que tiró al río un objeto brillante? —dijo Poirot.

—Sí y, como ya le he dicho, no le di mucha importancia en aquel momento. Pero más tarde, iba paseando por la orilla del riachuelo y la señorita King estaba allí. Y en medio de un montón de cosas desagradables, incluso había un par de latas, vi una cajita de metal brillante, no exactamente cuadrada, más bien alargada, ya sabe lo que quiero decir.

—Por supuesto, lo sé perfectamente. ¿Así de larga?

—¡Sí! ¡Qué listo es usted! Y yo pensé: "Supongo que esto es lo que tiró la chica Boynton, pero es una cajita muy linda". Y sólo por curiosidad, la cogí y la abrí. Dentro había una jeringuilla, igual que la que usaron para pincharme a mí en el brazo cuando me vacunaron contra el tifus. Y me pareció muy curioso que la tiraran sin más, porque no parecía estar rota ni estropeada. Justo en ese momento, la señorita King me habló desde detrás. Yo no la había oído acercarse. Y me dijo: "¡Oh, gracias! Es mi aguja hipodérmica. Justamente venía a buscarla". Así que se la di y ella regresó al campamento con la caja.

La señorita Pierce hizo una pausa y luego continuó con prisa:

—Por supuesto, supongo que esto no significa nada. Es sólo que me pareció un poco extraño que Carol Boynton tirara al agua la jeringuilla de la señorita King. Quiero decir que era raro, ¿entiende? Aunque estoy segura de que todo ello tiene una explicación.

Se calló y miró con expectación a Poirot.

El detective estaba muy serio.

—Gracias,
mademoiselle
. Lo que me ha contado puede no tener importancia en sí mismo, pero le diré una cosa: completa mi caso. Ahora todo está claro y en orden.

—¡Oh! ¿De verdad?

La señorita Pierce parecía tan sofocada y complacida como una chiquilla. Poirot la escoltó hasta el hotel.

De vuelta en su propia habitación, añadió una línea a su informe.

Punto N° 10: "Yo nunca olvido. Recuérdelo. Nunca he olvidado nada...".


Mais oui
—dijo—. Ahora todo está claro.

Capítulo XV

—He ultimado ya mis preparativos —dijo Hércules Poirot.

Lanzando un suspiro, retrocedió unos pasos y contempló los arreglos que habían hecho en una de las habitaciones libres del hotel.

El coronel Carbury, recostado, sin ninguna elegancia, en la cama que había sido retirada hacia la pared, sonrió mientras fumaba en su pipa.

—Es usted un tipo muy divertido, Poirot —dijo—. Le gusta dramatizar las cosas.

—Puede que sea verdad —admitió el pequeño detective—, pero, en realidad, no todo es una concesión a mis gustos. Si se representa una comedia, hay que preparar primero el escenario.

—¿Esto es una comedia?

—Aunque sea una tragedia, el décor tiene que ser correcto.

El coronel Carbury lo miró con curiosidad.

—Bien —dijo—. Como usted quiera. No sé lo que pretende. Sin embargo, me imagino que tiene algo.

—Tendré el honor de obsequiarle con lo que usted me pidió: la verdad.

—¿Cree que podremos reunir pruebas convincentes?

—Eso, amigo mío, no fue lo que le prometí.

—Es verdad. A lo mejor me alegro de que no lo hiciera. Depende.

—Mis argumentos son básicamente psicológicos —dijo Poirot.

El coronel Carbury suspiró.

—Me lo temía.

—Pero le convencerán —le aseguró Poirot—. ¡Ya lo creo que le convencerán! Siempre he pensado que la verdad es extraña y hermosa.

—A veces —dijo el coronel Carbury— es condenadamente desagradable.

—No, no —Poirot hablaba con toda seriedad—. Usted se lo mira desde un punto de vista personal. Tómelo desde un punto de vista abstracto, imparcial. La absoluta lógica de los acontecimientos es siempre fascinadora.

—Procuraré ver las cosas de ese modo —dijo el coronel.

—Es hora de empezar nuestra representación —dijo Poirot—. Usted, mon Colonel, se sentará aquí, detrás de esta mesa, y adoptará la actitud de un oficial.

—¡Oh, está bien! —gruñó Carbury—. No esperará que me ponga el uniforme, ¿verdad?

—No, no. Pero si me permite que le arregle la corbata...

Unió la palabra a la acción. El coronel Carbury volvió a refunfuñar, se sentó en la silla que le habían indicado y, al instante, inconscientemente, volvió a girar su corbata dejando el nudo debajo de su oreja izquierda.

—Aquí —siguió Poirot, alterando ligeramente la posición de las sillas— colocaremos a la
famille Boynton
. Y más cerca —continuó— pondremos a los tres extraños directamente relacionados con el caso. El doctor Gerard, cuyas declaraciones son la base de nuestra investigación. La señorita King, que se halla implicada por dos razones, una personal y la otra profesional, como médico que examinó el cadáver. Y también el señor Jefferson Cope, que mantenía relaciones estrechas con los Boynton y que, por lo tanto, puede ser considerado como parte interesada.

Se interrumpió.

—¡Ajá! Aquí vienen.

Abrió la puerta para dejar entrar al grupo.

Lennox Boynton y su esposa entraron los primeros. Detrás venían Raymond y Carol. Ginebra entró sola, con una leve y distante sonrisa en sus labios. El doctor Gerard y Sarah King cerraban la comitiva. El señor Cope llegó con unos minutos de retraso y entró disculpándose.

Cuando hubo ocupado su lugar, Poirot comenzó:

—Señoras y caballeros —dijo—, esta reunión es completamente extraoficial. Mi intervención en el caso se ha debido a la casualidad de mi presencia en Amman. EI coronel Carbury me hizo el honor de consultarme...

Poirot fue interrumpido. Y la interrupción vino de quien menos podía esperarse. Repentinamente, Lennox Boynton dijo en tono belicoso:

—¿Por qué? ¿Por qué diablos tuvo que meterlo en este asunto?

Poirot hizo un gesto conciliador con la mano.

—A menudo, cuando se dan casos de muerte violenta, se solicita mi presencia.

Lennox Boynton dijo:

—¿Los médicos le llaman siempre cuando hay un caso de muerte por ataque al corazón?

—Ataque al corazón es un término muy vago y nada científico —observó Poirot.

El coronel Carbury se aclaró la garganta. Era un carraspeo oficial. Después habló, también en tono oficial:

—Es mejor que dejemos las cosas claras. Se me comunicaron las circunstancias de la muerte. Todo era aparentemente muy normal: un calor excesivo, un viaje demasiado penoso para una anciana delicada de salud. Hasta aquí, todo claro. Pero el doctor Gerard vino a verme y me proporcionó una información.

Miró inquisitivamente a Poirot. Éste asintió.

—El doctor Gerard es un médico eminente con una reputación conocida en todo el mundo. Cualquier declaración que él haga debe ser tenida en consideración. El doctor Gerard afirmó lo siguiente: "A la mañana siguiente de la muerte de la señora Boynton, se dio cuenta de que en su botiquín faltaba cierta cantidad de una poderosa droga que actúa contra el corazón. La tarde anterior había notado asimismo la desaparición de una jeringuilla. Durante la noche, ésta fue devuelta. Último punto: en la muñeca de la mujer muerta se descubrió la marca de una punción que corresponde a una aguja hipodérmica".

El coronel Carbury hizo una pausa.

—En estas circunstancias consideré que era obligación de las autoridades abrir una investigación sobre el caso. El señor Hércules Poirot era mi huésped y, muy amablemente, me ofreció sus especializados servicios. Le concedí plena autoridad para que llevara a cabo todas las indagaciones que quisiera. Estamos reunidos aquí para escuchar su informe sobre el asunto.

Se hizo el silencio, un silencio tan profundo, que, como se suele decir, no se oía ni el vuelo de una mosca. En la habitación de al lado, alguien dejó caer algo al suelo, tal vez un zapato, y el golpe resonó como una bomba en aquella silenciosa atmósfera. Poirot dirigió una rápida mirada al grupo de tres personas que tenía a su derecha y luego miró a los cinco que se amontonaban, muy juntos, a su izquierda, cinco personas con ojos asustados.

Tranquilamente, Poirot empezó:

—Cuando el coronel Carbury me habló de este asunto, le di mi opinión como experto. Le dije que tal vez no sería posible reunir pruebas, el tipo de pruebas que son necesarias para llevar el caso ante un tribunal de justicia, pero también le dije que estaba seguro de poder llegar hasta la verdad, simplemente interrogando a las personas implicadas. Porque, déjenme que les diga una cosa, amigos míos, para investigar un crimen basta con dejar hablar a la parte culpable. ¡Al final, los culpables siempre acaban contándote lo que quieres saber!

Hizo una pausa.

—Así, en este caso, aunque todos ustedes me han mentido, también, involuntariamente, me han dicho la verdad.

Poirot oyó un apagado suspiro. Alguien arrastró una silla a su derecha. Pero el detective no miró a su alrededor. Siguió mirando a los Boynton.

—Primero estudié la posibilidad de que la señora Boynton hubiera fallecido de muerte natural. Y decidí que no era probable. La desaparición de la droga y de la jeringuilla y, sobre todo, la actitud de la familia de la muerta me convencieron de que esa hipótesis no podía sostenerse. ¡No sólo la señora Boynton fue asesinada a sangre fría, sino que todos los miembros de su familia lo sabían! Colectivamente, actuaron como encubridores, como parte culpable. Pero hay diferentes grados de culpabilidad. "Examiné atentamente las evidencias, a fin de averiguar si el crimen (porque no cabía duda ya de que era un crimen) había sido cometido por la familia de la anciana según un plan concebido entre todos. Debo decir que existían suficientes móviles. Todos y cada uno de ellos se beneficiaban de la muerte de la señora Boynton, tanto en el sentido financiero, ya que inmediatamente alcanzaban la independencia económica y podían gozar, además, de una gran fortuna, como en el sentido de verse libres de lo que se había convertido en una tiranía casi insoportable.

"Pero, enseguida me di cuenta de que la teoría del asesinato planeado entre todos no encajaba. Las versiones que daban los miembros de la familia Boynton no se complementaban perfectamente unas con las otras. No habían preparado ningún sistema creíble de coartadas. Los hechos parecían sugerir más bien que uno, o tal vez dos de ellos, habían actuado en combinación y que los otros se habían convertido en encubridores, después del hecho. Seguidamente, me pregunté qué miembro o miembros de la familia eran los que con más probabilidad habían cometido el crimen. He de decir que, en este punto, me vi influido por cierta evidencia que sólo yo conocía. Poirot explicó lo que había escuchado en Jerusalén.

Other books

Nightingale by Jennifer Estep
The Baron by Sally Goldenbaum
Hot to the Touch by Isabel Sharpe
Torched: A Thriller by Daniel Powell
Never Never by Colleen Hoover, Tarryn Fisher
Vagabond by Seymour, Gerald
City in the Clouds by Tony Abbott