Ciudad de los ángeles caídos

 

En The City of Fallen Angels, alguien está matando a los Cazadores de Sombras que solían estar en el Círculo de Valentíne y dejando sus cuerpos en los alrededores de Nueva York en una manera diseñada para provocar la hostilidad entre Downworlders y Shadowhunters. Guerras internas entre los vampiros desgarra la comunidad Downworld, y sólo Simon, el Daylighter que todo el mundo quiere a su lado, puede decidir el resultado. Lástima que no quiere tener nada que ver con la política Downworld. Mientras tanto, Jace y Clary deben investigar un misterio que ha marcado profundamente sus vidas, consecuencias que pueden fortalecer su relación, o destrozarla para siempre. Amor, sangre, traición y venganza: la apuesta es mayor que nunca en la Ciudad de los Ángeles Caídos.

Amor, sangre, traición y venganza. Los riesgos son mayores que nunca en la Ciudad de los Ángeles Caídos. Simon Lewis está teniendo algunos problemas para adaptarse a su nueva vida como un vampiro, especialmente ahora que se le hace difícil ver a su mejor amiga Clary, quien se encuentra sumergida en su formación para ser una cazadora de sombras y pasando tiempo con su nuevo novio Jace. Sin mencionar que Simon no sabe como manejar la presión que implica tener a dos chicas queriendo salir con él a la misma vez. ¿Qué debe hacer un vampiro que ama la luz? Simon decide que necesita un descanso y sale de la ciudad, sólo, para descubrir que los siniestros acontecimientos le siguen. Dándose cuenta de que la guerra que pensó ganada aun no ha terminado, Simon tiene que buscar a sus amigos los cazadores de sombras para salvar el día, si pueden poner sus propias relaciones afiladas a un lado por el tiempo suficiente para superar el reto.

Cassandra Clare

Ciudad de los ángeles caídos

Cazadores de sombras 4

ePUB v2.0

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29.06.11

Título original: The Mortal Instruments City of Fallen Angels

© del diseño de la portada, Editorial Planeta, 2011

© de la imagen de la portada, Cliff Nielsen, 2011

© Cassandra Clare, 2011

© de la traducción, Isabel Murillo, 2011

© Editorial Planeta, S. A., 2011

Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)

www.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): mayo de 2011

ISBN: 978-84-08-10485-8 (epub)

Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.

www.newcomlab.com

Para Josh

Sommes-nous les deux livres d’un même ouvrage?

Primera parte

Ángeles exterminadores

Existen enfermedades que caminan en la oscuridad; y existen ángeles exterminadores, que vuelan envueltos en los cortinajes de lo inmaterial y poseen una naturaleza carente de comunicación; a los que no vemos, pero cuya fuerza sentimos y bajo cuya espada sucumbimos.

JEREMY TAYLOR, A Funeral Sermon

1

EL MAESTRO

—Sólo un café, por favor.

La camarera enarcó sus cejas, dibujadas a lápiz.

—¿No te apetece comer nada? —preguntó. Tenía un acento muy marcado, parecía defraudada.

Simon Lewis no podía reprocharle nada, pues seguramente aquella mujer esperaba una propina mejor de la que iba a obtener por una simple taza de café. Pero él no tenía la culpa de que los vampiros no comiesen. A veces, cuando iba a un restaurante, pedía comida con la única intención de ofrecer una apariencia de normalidad, pero a última hora de un martes por la noche, con el Vesalka prácticamente vacío, le pareció que no merecía la pena tomarse la molestia.

—Sólo el café.

Encogiéndose de hombros, la camarera recogió el menú plastificado y se marchó a preparar el pedido. Simon se recostó en la dura silla de plástico y miró a su alrededor. El Vesalka, un restaurante situado en la esquina de la calle Nueve con la Segunda Avenida, era uno de sus lugares favoritos en el Lower East Side, un viejo restaurante de barrio empapelado con fotografías en blanco y negro, donde permitían que alguien se pasara el día entero sentado siempre y cuando fuera pidiendo un café cada media hora. Servían además la que había sido su sopa rusa de remolacha preferida en una época que ahora le quedaba muy lejana.

Era mediados de octubre y acababan de instalar la decoración típica de Halloween, entre la que destacaba un tambaleante cartel que rezaba «¡Susto o sopa de remolacha!» y un recortable de cartón que representaba a un vampiro llamado conde Blintzula. En otros tiempos, Simon y Clary habían encontrado de lo más graciosa aquella decoración festiva de baratillo, pero el conde, con sus colmillos falsos y su capa negra, ahora no le hacía ni pizca de gracia a Simon.

Simon miró por la ventana. Era una noche gélida y el viento levantaba las hojas que cubrían el suelo de la Segunda Avenida como si fueran puñados de confeti. Se fijó en una chica que pasaba por la calle, una chica con una gabardina ceñida por un cinturón y melena negra agitada por el viento. La gente se volvía a su paso para mirarla. En el pasado, Simon también se quedaba mirando a chicas como aquélla, preguntándose adónde irían o con quién habrían quedado. Nunca era con chicos como él, eso lo sabía con certeza.

Excepto que aquélla sí. La campanilla de la puerta del restaurante sonó en el momento en que Isabelle Lightwood hacía su entrada. Sonrió al ver a Simon y se dirigió hacia él, despojándose de la gabardina y doblándola sobre el respaldo de la silla antes de tomar asiento. Debajo de la gabardina lucía lo que Clary calificaría como «uno de los conjuntos típicos de Isabelle»: un vestido corto y ceñido de terciopelo, medias de redecilla y botas altas. En la parte superior de la bota izquierda llevaba un cuchillo escondido que sólo Simon podía ver; pero aun así, todos los presentes en el restaurante se quedaron mirando cómo tomaba asiento y se echaba el pelo hacia atrás. Isabelle llamaba la atención como un espectáculo de fuegos artificiales.

La bella Isabelle Lightwood. Cuando Simon la conoció, dio por sentado que una chica como aquélla nunca tendría tiempo para un tipo como él. Y acertó casi del todo. A Isabelle le gustaban los chicos que sus padres desaprobaban, y en su universo eso significaba habitantes del mundo subterráneo: hadas, hombres lobo y vampiros. Que llevaran los dos últimos meses saliendo le sorprendía, por mucho que su relación se limitase a encuentros puntuales como aquél. Y aun así, no podía evitar preguntarse si estarían saliendo si él no se hubiese transformado en vampiro, si su vida no se hubiese visto alterada por completo.

Isabelle se retiró un mechón de pelo de la cara y lo recogió detrás de la oreja con una resplandeciente sonrisa.

—Estás guapo.

Simon observó su imagen reflejada en el cristal de la ventana del restaurante. La influencia de Isabelle se hacía evidente en los cambios que había experimentado su aspecto desde que empezaron a salir. Isabelle le había obligado a abandonar las sudaderas con capucha para sustituirlas por cazadoras de cuero y a cambiar las zapatillas deportivas por botas de diseño. Que, por cierto, salían a trescientos dólares el par. Además, se había dejado el pelo largo y ahora le llegaba casi a los ojos y le cubría la frente, aunque ese peinado era más por necesidad que por Isabelle.

Clary se burlaba de su nueva imagen; aunque, a decir verdad, todo lo relacionado con la vida amorosa de Simon lindaba con lo cómico para Clary. Le costaba creer que estuviera saliendo en serio con Isabelle. Claro estaba que también le costaba creerse que estuviera saliendo a la vez, y con el mismo nivel de seriedad, con Maia Roberts, una amiga de ambos que resultó ser una chica lobo. Y la verdad era que tampoco entendía cómo Simon aún no le había contado nada a la una sobre la existencia de la otra.

Simon no sabía muy bien cómo había sucedido todo. A Maia le gustaba ir a su casa a jugar a la Xbox —en la comisaría de policía abandonada donde vivía la manada de seres lobo no tenían ninguna de aquellas cosas—, y no fue hasta su tercera o cuarta visita que ella se despidió de él con un beso. Simon se había quedado boquiabierto y había llamado en seguida a Clary para consultarle si debía explicarle lo sucedido a Isabelle. «Primero aclárate con respecto a lo que hay entre Isabelle y tú —le dijo—. Y después cuéntaselo.»

Pero resultó ser un mal consejo. Había transcurrido un mes y seguía sin estar seguro sobre lo que había entre Isabelle y él y, en consecuencia, no le había dicho nada. Y cuanto más tiempo pasaba, más complicado se le hacía tener que contárselo. Hasta el momento le había funcionado bien así. Isabelle y Maia no eran amigas y apenas coincidían. Pero por desgracia para él, la situación estaba a punto de cambiar. La madre de Clary y su eterno amigo, Luke, iban a casarse en cuestión de semanas, y tanto Isabelle como Maia estaban invitadas a la boda, un panorama que a Simon le resultaba más aterrador que la posibilidad de ser perseguido por las calles de Nueva York por una banda de furiosos cazadores de vampiros.

—¿Y bien? —dijo Isabelle, despertándolo de su ensueño—. ¿Por qué hemos quedado aquí y no en Taki’s, donde podrías tomarte una copa de sangre?

Simon se encogió con desagrado ante el elevado volumen de la voz de Isabelle, que no era sutil en absoluto. Pero, por suerte, no la había oído nadie, ni siquiera la camarera que reapareció en aquel momento, depositó ruidosamente una taza de café delante de Simon, le echó una ojeada a Izzy y se marchó sin preguntarle qué quería tomar.

—Me gusta este sitio —dijo él—. Clary y yo solíamos venir por aquí cuando ella iba a clase en Tisch. Tienen una sopa de remolacha estupenda y buenos blinis, una especie de albóndigas dulces de queso, y además está abierto toda la noche.

Pero Isabelle no estaba escuchando nada de lo que le decía, sino que miraba más allá de donde estaba sentado Simon.

—¿Qué es eso?

Simon siguió la dirección de su mirada.

—Es el conde Blintzula.

—¿El conde Blintzula?

Simon se encogió de hombros.

—Es la decoración de Halloween. El conde Blintzula es un personaje infantil. Igual que el conde Chocula, o el vampiro de «Barrio Sésamo». —Sonrió al ver que la chica no sabía de qué le hablaba—. Sí, el que enseña a contar a los niños.

Isabelle movió la cabeza de un lado a otro.

—¿Me estás diciendo que hay un programa de televisión en el que sale un vampiro que enseña a contar a los niños?

—Lo entenderías si lo vieras —murmuró Simon.

—No, si la verdad es que, en realidad, tiene una base mitológica —dijo Isabelle, dispuesta a iniciar una disertación típica de una cazadora de sombras—. Hay leyendas que afirman que los vampiros están obsesionados por contarlo todo, y que si derramas un puñado de granos de arroz delante de ellos, se ven obligados a dejar lo que quiera que estén haciendo para ponerse a contarlos de uno en uno. No es verdad, claro está, igual que todo ese asunto de los ajos. Pero los vampiros no tienen por qué andar por ahí dando clases a niños. Los vampiros son terroríficos.

—Gracias —dijo Simon—. Pero esto no va en serio, Isabelle. Es sólo un conde. Y le gusta contar. La cosa es más o menos así: «¿Qué ha comido hoy el conde, niños? Una galleta de chocolate, dos galletas de chocolate, tres galletas de chocolate...».

La puerta del restaurante se abrió y entró una ráfaga de aire frío, junto con un nuevo cliente. Isabelle se estremeció y se envolvió en su pañuelo negro de seda.

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