Ciudad de los ángeles caídos (10 page)

—Ha sido una sorpresa agradable. —Su voz sonó grave y ronca incluso en sus propios oídos—. ¿Qué soñabas?

—Soñaba contigo. —Enrolló en un dedo un mechón del cabello de ella—. Siempre sueño contigo.

Sin despegarse de su regazo, las piernas entrelazadas con las de él, Clary dijo:

—¿Ah, sí? Pues parecía que tuvieras una pesadilla.

Jace ladeó la cabeza para mirarla.

—A veces sueño con que te has ido —dijo—. Sigo preguntándome cuándo te darás cuenta de que podrías estar mejor sin mí y me abandonarás.

Clary le acarició la cara con la punta de los dedos, deslizándolos con delicadeza por sus pómulos, hasta alcanzar la forma curva de su boca. Jace nunca decía cosas así a nadie, excepto a ella. Alec e Isabelle sabían, porque vivían con él y lo querían, que debajo de su armadura protectora de humor y fingida arrogancia, seguía sufriendo el dolor provocado por los hirientes fragmentos de los recuerdos de su infancia. Pero sólo con ella lo expresaba en voz alta. Clary negó con la cabeza; con el gesto, el pelo le cayó sobre la frente y se lo retiró con impaciencia.

—Me gustaría poder hablar como lo haces tú —dijo—. Todo lo que dices, las palabras que eliges... son perfectas. Siempre encuentras la cita adecuada, o la frase correcta para que yo pueda creer que me quieres. Si no puedo convencerte de que nunca te abandonaré...

Él le cogió la mano.

—Repítelo, simplemente.

—Nunca te abandonaré —dijo Clary.

—¿Pase lo que pase? ¿Haga lo que haga?

—Nunca dejaría de creer en ti —dijo—. Jamás. Lo que siento por ti... —Se atrancó—. Es lo más grande que he sentido en mi vida.

«Maldita sea», pensó. Sonaba de lo más estúpido. Pero Jace no era de la misma opinión; le sonrió con melancolía y dijo:


L’amor che move il sole e l’altre stelle
.

—¿Es latín?

—Italiano —dijo él—. Dante.

Clary le pasó el dedo por los labios y él se estremeció.

—No hablo italiano —dijo en voz baja.

—Significa —dijo él— que el amor es la fuerza más poderosa del mundo. Que el amor puede conseguir cualquier cosa.

Clary retiró la mano, dándose cuenta entonces de que él la miraba con los ojos entrecerrados. Unió las manos por detrás de la nuca de él, se inclinó y rozó sus labios, no con un beso, sino con una simple caricia. Fue suficiente. Notó el pulso de Jace acelerarse y él se inclinó hacia adelante, intentando robar un beso de su boca, pero ella negó con la cabeza, mientras su cabello los rodeaba como una cortina que los escondía de los ojos de todos los presentes en el parque.

—Si estás cansado, podríamos volver al Instituto —dijo ella en un susurro—. Echar la siesta. No hemos dormido juntos en la misma cama desde... desde Idris.

Sus miradas se encontraron, y ella supo que los dos estaban recordando lo mismo. La clara luz filtrándose por la ventana de la pequeña habitación de invitados de Amatis, la desesperación de su voz. «Sólo quiero acostarme a tu lado y despertarme a tu lado, sólo una vez, aunque sólo sea una vez en mi vida.» Aquella noche entera, acostados el uno junto al otro, sólo sus manos tocándose. Desde aquella noche se habían tocado mucho más, pero nunca habían pasado la noche juntos. Jace sabía que Clary estaba ofreciéndole algo más que una siesta en una de las habitaciones vacías del Instituto. Y ella estaba segura de que Jace podía leerlo en sus ojos, aunque ella no estuviera del todo segura de cuánto estaba ofreciéndole. Pero no importaba. Jace nunca le pediría nada que ella no quisiera darle.

—Quiero. —La pasión que vio en sus ojos, el matiz ronco de su voz, le decían que Jace no mentía—. Pero... no podemos. —La cogió con firmeza por las muñecas y las hizo descender, sujetando sus manos entre ellos, formando una barrera.

Clary abrió los ojos de par en par.

—¿Por qué no?

Jace respiró hondo.

—Hemos venido aquí para entrenar, y deberíamos hacerlo. Si pasamos dándonos el lote todo el tiempo que deberíamos estar entrenando, acabarán por no permitirme que te entrene.

—¿Y no se suponía, de todos modos, que iban a contratar a alguien para que se dedicase a tiempo completo a mi formación?

—Sí —respondió él, incorporándose y tirando de ella para que se levantase—, y me preocupa que si coges la costumbre de pegarte el lote con tus instructores, acabes también pegándote el lote con él.

—No seas sexista. Tal vez me encuentren una instructora.

—En ese caso, tienes mi permiso para pegarte el lote con ella, siempre y cuando pueda mirar.

—Estupendo. —Clary sonrió, agachándose para doblar la manta que habían llevado para sentarse—. Lo único que te preocupa es que contraten un instructor masculino y esté más bueno que tú.

Jace enarcó las cejas.

—¿Más bueno que yo?

—Podría pasar —dijo Clary—. En teoría, ya sabes.

—En teoría, el planeta podría partirse ahora mismo por la mitad, dejándome a mí a un lado y a ti en el otro, separados trágicamente y para siempre, pero eso tampoco me preocupa. Hay cosas —dijo Jace, con su típica sonrisa torcida— que son demasiado improbables como para andar comiéndose el tarro por ellas.

Le tendió la mano; ella se la cogió y juntos cruzaron el césped y se encaminaron hacia una arboleda situada al final del East Meadow que sólo los cazadores de sombras parecían conocer. Clary sospechaba que estaba encantada, ya que Jace y ella entrenaban a menudo allí y nadie los había interrumpido nunca, a excepción de Isabelle o de Maryse.

En otoño, Central Park era un bullicio de color. Los árboles que rodeaban el prado lucían sus colores más intensos y envolvían el verde con abrasadores matices dorados, rojos, cobrizos y anaranjados. Hacía un día precioso para dar un paseo romántico por el parque y besarse en uno de sus puentes de piedra. Pero eso no iba a suceder. Era evidente que, por lo que a Jace se refería, el parque era una extensión al aire libre de la sala de entrenamiento del Instituto y que estaban allí para que Clary realizara diversos ejercicios que tenían que ver con conocimiento del entorno, técnicas de huida y evasión, y matar cosas con las manos.

En condiciones normales, le habría apasionado la idea de aprender a matar cosas con las manos. Pero seguía estando preocupada por Jace, por muy frívolas que fueran sus bromas. No dormía bien y le daba la impresión de que evitaba encontrarse a solas con ella excepto para las sesiones de entrenamiento. No podía quitarse de encima la fastidiosa sensación de que algo iba mal. Si al menos existiera una runa que le obligara a decirle lo que en realidad sentía. Pero jamás se le ocurriría crear una runa así, se recordó rápidamente. No sería ético utilizar su poder para intentar controlar a otra persona. Y además, desde que había creado en Idris la runa de alianza, su poder se había quedado aparentemente aletargado. No sentía ninguna necesidad de dibujar antiguas runas, ni había tenido visiones de nuevas runas que poder crear. Maryse le había comentado que en cuanto su formación estuviese ya en marcha, intentarían buscar un especialista en runas para que le diese clases particulares, pero hasta el momento nada de aquello se había materializado. Ni le importaba mucho, la verdad. Tenía que confesar que no estaba muy segura de si le importaría que su poder desapareciese para siempre.

—Habrá ocasiones en las que te tropezarás con un demonio y no dispondrás de armas de combate —estaba diciéndole Jace mientras paseaban por debajo de una hilera de árboles cargados de hojas cuyos colores pasaban por toda la gama de verdes hasta alcanzar un resplandeciente tono dorado—. Si eso te sucede, que no cunda el pánico. Tienes que recordar que el arma eres tú. En teoría, cuando hayas terminado tu formación, deberías ser capaz de abrir un boquete en una pared de una patada y de noquear a un alce con un simple puñetazo.

—Jamás le daría un puñetazo a un alce —dijo Clary—. Están en peligro de extinción.

Jace esbozó una leve sonrisa y se volvió para mirarla. Habían llegado al claro de la arboleda, una pequeña área despejada rodeada de árboles. En los troncos de los árboles había runas talladas, lo que lo señalaba como lugar de los cazadores de sombras.

—Existe un antiguo estilo de lucha que se conoce como Muay Thai —dijo Jace—. ¿Has oído hablar de él?

Clary negó con la cabeza. El sol brillaba con fuerza y casi tenía calor con el pantalón de chándal y la sudadera. Jace se quitó la chaqueta y se volvió hacia ella, flexionando sus esbeltas manos de pianista. Con la luz otoñal, sus ojos adquirían un color oro intenso. Marcas de velocidad, agilidad y fuerza se emparraban por sus brazos, desde las muñecas hasta sus prominentes bíceps, para desaparecer bajo las mangas de la camiseta. Clary se preguntó por qué se habría tomado la molestia de marcarse de aquella manera, como si ella fuera un enemigo al que tener en cuenta.

—He oído el rumor de que el nuevo instructor que llegará la semana que viene es maestro de Muay Thai —dijo él—. Y de sambo, lethwei, tomoi, krav maga, jujitsu y otra cosa cuyo nombre francamente no recuerdo pero que va de matar a la gente con palos pequeños o algo por el estilo. Lo que quiero decir es que él o ella no estará acostumbrado a trabajar con alguien de tu edad y con tan poca experiencia, de modo que pienso que si te enseño algunos puntos básicos, se mostrará más generoso contigo. —Le puso las manos en las caderas—. Y ahora, ponte de cara a mí.

Clary hizo lo que le pedía. Situados el uno frente al otro, la cabeza de ella le llegaba a la barbilla de él. Dejó descansar las manos en los bíceps de Jace.

—El Muay Thai se conoce como «el arte de los ocho miembros». Y ello es debido a que como elementos de ataque no sólo utilizas los puños y los pies, sino también las rodillas y los codos. Primero se trata de inmovilizar a tu oponente y después, de golpearlo con todos y cada uno de tus elementos de ataque hasta tumbarlo.

—¿Y eso funciona con los demonios? —preguntó Clary, levantando las cejas.

—Con los menores sí. —Jace se acercó a ella—. Y muy bien. Extiende ahora el brazo y agárrame por la nuca.

Hacer lo que acababa de ordenarle era imposible si no se ponía de puntillas. No por primera vez, Clary maldijo para sus adentros el hecho de ser tan bajita.

—Ahora levanta la otra mano y repite el movimiento, de tal modo que tus manos se entrelacen por detrás de mi cuello.

Lo hizo. La nuca de Jace estaba caliente por efecto del sol y su suave cabello le hacía cosquillas en los dedos. Con el cuerpo del uno pegado al otro, Clary sentía el anillo que llevaba colgado de una cadena al cuello presionando entre ellos como un guijarro prisionero entre dos manos.

—En un combate de verdad, tendrías que moverte mucho más rápido —dijo Jace. A menos que fuesen imaginaciones de Clary, diría que su voz había sonado algo insegura—. Tenerme cogido así te sirve para hacer palanca. Ahora utilizarás esa palanca para tirar hacia adelante y darles inercia a los golpes que des hacia arriba con la rodilla...

—Caramba, caramba —dijo una voz fría y con un tono que daba a entender que se lo estaba pasando en grande—. ¿Sólo seis semanas y ya andáis peleándoos? Con qué rapidez se esfuma el amor entre los mortales.

Clary soltó a Jace y dio media vuelta, aunque ya sabía quién era. La reina de la corte seelie apareció bajo la sombra de dos árboles. De no haber sabido Clary que estaba allí, se preguntó si la habría detectado, aun incluso con la Visión. La reina iba vestida con un traje largo, verde como la hierba, y su cabello, que le caía por encima de los hombros, era del color de una hoja seca. Era tan bella y tan temible como una estación moribunda. Clary nunca había confiado en ella.

—¿Qué hacéis aquí? —Fue Jace quien habló, entrecerrando los ojos—. Este lugar pertenece a los cazadores de sombras.

—Y yo tengo noticias de interés para los cazadores de sombras. —Cuando la reina dio un elegante paso al frente, los rayos de sol se filtraron entre los árboles e iluminaron la diadema de frutos del bosque dorados que llevaba en la cabeza. Clary se preguntaba a veces si la reina planificaba con tiempo sus dramáticas apariciones y, en caso de hacerlo, cómo lo haría—. Se ha producido otra muerte.

—¿Qué tipo de muerte?

—Otro de los vuestros. Un nefilim muerto. —La verdad fue que la reina lo anunció con cierto deleite—. Han encontrado el cuerpo bajo el Oak Bridge al amanecer. Como sabéis, el parque es dominio mío. Un asesinato humano no es de mi incumbencia, pero no parece una muerte de origen mundano. Han llevado el cadáver a la corte para que lo examinen mis forenses. Y han dictaminado que el mortal fallecido es uno de los vuestros.

Clary miró en seguida a Jace, recordando la noticia sobre la muerte de otro cazador de sombras que habían recibido hacía tan sólo dos días. Adivinó que Jace estaba pensando lo mismo que ella; se había quedado pálido.

—¿Dónde está el cuerpo? —preguntó.

—¿Te preocupa mi hospitalidad? Está esperando en mi corte, y os garantizo que le proporcionaremos todo el respeto que le ofreceríamos a un cazador de sombras vivo. Ahora que uno de los míos tiene un lugar en el Consejo al lado de los vuestros, no podéis dudar ya de nuestra buena fe.

—Como siempre, la buena fe y milady van de la mano. —El sarcasmo de la voz de Jace era evidente, pero la reina se limitó a sonreír. Le gustaba Jace, Clary siempre lo había pensado, de ese modo con el que a las hadas les gustaban las cosas bonitas por el simple hecho de ser bonitas. Por otro lado, ella sabía que no era del agrado de la reina, y el sentimiento era mutuo—. ¿Y por qué nos dais el mensaje a nosotros y no a Maryse? La costumbre obliga a...

—Oh, las costumbres. —La reina renegó de las costumbres con un gesto—. Vosotros estabais aquí. Me ha parecido más oportuno.

Jace volvió a mirarla entrecerrando los ojos y abrió su teléfono móvil. Con un gesto le indicó a Clary que se quedara donde estaba y se alejó un poco de allí. Clary le oyó que decía «¿Maryse?» cuando le respondieron al teléfono, pero luego su voz quedó amortiguada por los gritos de los terrenos de juego colindantes.

Con una sensación de pavor frío, volvió a mirar a la reina. No había visto a la Dama de la corte de seelie desde su última noche en Idris, y en aquella ocasión no podía decirse que Clary se hubiese mostrado precisamente educada con ella. Dudaba que la reina hubiese olvidado aquello o la hubiese perdonado por ello. «¿De verdad rechazarías un favor de la reina de la corte de seelie?»

—Me han dicho que Meliorn ha conseguido un escaño en el Consejo —dijo Clary—. Debéis de estar satisfecha.

Other books

Beyond A Highland Whisper by Greyson, Maeve
Prospero's Children by Jan Siegel
Sunrise Over Fallujah by Walter Dean Myers
His to Claim by Sierra Jaid
Folly by Stella Cameron
The Malice of Fortune by Michael Ennis