Crimen En Directo (51 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

Cuando cayó hacia atrás por la borda, Hanna cayó con él. Los mellizos de Hedda desaparecieron bajo la superficie. En las profundidades a las que Hedda los desterró un día.

Tras unos segundos, las ondas provocadas por su caída desaparecieron del todo. El barco ensangrentado se balanceaba sobre las olas del mar y, a lo lejos, como en un sueño, Patrik vio un grupo de barcos que se acercaban. Habían llegado los refuerzos.

Capítulo 10

Ya cuando sintió el choque que lo convirtió todo en un infierno, supo que la culpa era suya. Ella tenía razón. Era un pájaro cenizo. No la escuchó, insistió y le suplicó, y no cedió hasta que ella consintió por fin. Y ahora el silencio era ensordecedor. El sonido de los coches al colisionar había dado paso a una calma espantosa y la presión del cinturón le había dejado un rastro de dolor en el pecho. Con el rabillo del ojo, vio que su hermana se movía. Apenas osaba mirarla, pero cuando lo hizo se dio cuenta de que tampoco ella había sufrido ningún daño. Combatió el deseo de llorar mientras oía cómo su hermana sollozaba quedamente al principio, antes de estallar en un llanto convulso y estridente. En un primer momento, no se atrevió a mirar el asiento delantero. El silencio total le decía lo que iba a encontrar. Sentía la culpa como un puño alrededor de su garganta. Con mucho cuidado, desenganchó el cinturón de seguridad y se inclinó despacio y lleno de angustia. Retrocedió en el acto y la brusquedad del movimiento intensificó el dolor del pecho. Ella clavó en él sus ojos vacíos. Muertos, ciegos. Le salía sangre por la boca y le había manchado la ropa. Creyó ver la acusación en su mirada exánime. ¿Por qué no me hicisteis caso? ¿Por qué no dejasteis que cuidara de vosotros? ¿Por qué? ¿Por qué? Eres un pájaro cenizo. Mira cómo estoy ahora.

Sollozaba e hipaba para obligar al oxígeno a pasar por la garganta, que parecía estrangulada. Alguien abrió la puerta y vio el rostro de una mujer que lo observaba conmocionada. La mujer se movía de un modo extraño, tambaleándose, y notó con desconcierto que olía igual que la otra mujer. Aquella que sólo existía en su memoria. Era el mismo olor duro que emanaba de su boca, de su piel y de su ropa. Cuando desapareció la dulzura. La mujer lo sacó del coche y comprendió que era la conductora del otro vehículo, el que había chocado con el suyo. La mujer dio un rodeo para sacar a su hermana y él la observó con atención. Jamás olvidaría su semblante.

Después, fueron tantas las preguntas... Y tan extrañas.

«¿De dónde sois?», les preguntaban. «Del bosque», respondían ellos sin comprender por qué aquella respuesta provocaba tanta frustración en el entorno. «Sí, pero, ¿y antes? ¿Antes de llegar a la casa del bosque?» Ellos se quedaban mirando a los que preguntaban sin comprender qué era lo que querían saber. «Somos del bosque», era lo único que sabían responder. Claro que a veces pensaban en las saladas aguas del mar y en los gritos de las aves, pero él nunca dijo una palabra. Lo único que conocía de verdad era el bosque.

Durante los años que transcurrieron después, intentó no pensar en aquellas preguntas. Y, de haber sabido lo frío y malvado que era el mundo de fuera, jamás le habría insistido para que los llevase fuera del bosque. De mil amores se habría quedado con su hermana, aquél era su mundo, un mundo que, una vez ocurrida la desgracia, se les antojaba maravilloso. En comparación con el otro. Pero aquélla era una culpa con la que debería cargar. Él lo había ocasionado. Él, al no creer que, en efecto, era un pájaro cenizo. Al no creer que acarreaba la desgracia no sólo a sí mismo, sino también a los demás. De modo que la culpa de la mirada muerta de sus ojos era suya y sólo suya.

Con el transcurso de los años, su hermana llegó a ser lo único que lo mantenía vivo. Estaban los dos unidos frente a todos aquellos que intentaban separarlos y convertirlos en algo tan feo como el mundo del exterior. Pero ellos eran distintos. Juntos, eran distintos. En la oscuridad de la noche, siempre hallaban consuelo y podían huir de los horrores del día. La piel de ella contra la suya, el aliento de ella mezclado con el de él.

Y, finalmente, halló un modo de compartir la culpa. Y su hermana estaba siempre dispuesta a ayudarle. Siempre juntos. Siempre. Juntos.

Los primeros compases de la marcha nupcial de Mendelssohn resonaban en la iglesia. A Patrik se le secaba la boca. Miró a Erica, que caminaba a su lado, y luchó por combatir las lágrimas que se empeñaban en salir. Un hombre de verdad debía trazar algún tipo de límite... No era de recibo que caminase hacia el altar hecho un mar de lágrimas. Pero es que se sentía tan inmensamente feliz... Patrik apretó la mano de Erica, que le respondió con una amplia sonrisa.

Era tan guapa que no podía creerlo. Ni tampoco que estuviera allí, a su lado. Una imagen de su anterior boda, cuando se casó con Karin, cruzó como un rayo su mente. Pero el recuerdo desapareció tan pronto como se había presentado. Por lo que a él se refería, aquélla era su primera vez. Era la verdadera. Todo lo demás había sido un ensayo, un rodeo, la preparación para el instante en que pudiera caminar hacia el altar con Erica y prometerle su amor en la necesidad y en la abundancia, hasta que la muerte los separase.

Ya se abrían las puertas de la iglesia y empezaron a caminar despacio, mientras el organista tocaba y las caras sonrientes de los invitados se volvían hacia ellos. Miró una vez más a Erica y él mismo sonrió con más gana aún. Llevaba un vestido de corte sencillo, con pequeños bordados en blanco sobre blanco, que le quedaba perfecto. Se había peinado con un moño suelto y algunos rizos que caían en calculado desorden y llevaba el cabello adornado con florecillas también blancas. Y unos sencillos pendientes de perlas. Estaba infinitamente hermosa. Una vez más, sintió el llanto acudir a sus ojos, pero parpadeó resuelto para mantenerlo a raya. ¡Tenía que lograrlo sin llorar! ¡Tenía que conseguirlo!

En los bancos vieron a sus amigos y familiares. Y todos los colegas de la comisaría. Incluso Mellberg se había empaquetado en un traje y se había enroscado el cabello con más esmero de lo habitual. Tanto él como Gösta acudieron sin pareja, mientras que Martin, el padrino de Patrik, fue acompañado de su querida Pia, y Annika, de su Lennart. Patrik se alegraba de verlos a todos allí reunidos. Hacía tan sólo dos días dudaba de que fuese capaz de hacer lo que ahora se disponía a hacer. Cuando vio a Hanna y a Lars desaparecer hacia las profundidades marinas, sintió una pesadumbre y un cansancio tal que la idea de casarse se le antojaba remota. Pero llegó a casa, Erica lo mandó a la cama y lo arropó, y se pasó veinticuatro horas durmiendo. Y cuando Erica le contó que les habían regalado una cena y una noche en el Stora Hotel y le preguntó si le apetecía, sintió que era justo lo que necesitaba. Estar con Erica, una buena cena, dormir abrazado a ella y hablar, hablar y hablar.

De modo que ahora se sentía más que preparado. Lo tenebroso, lo maligno le resultaba totalmente ajeno al lugar en el que ahora se encontraba. A un día como aquél.

Llegaron al pie del altar y comenzó la ceremonia. El pastor Harald habló del amor como algo dulce y paciente, habló de Maja y de cómo Patrik y Erica habían conseguido encontrarse el uno al otro. Logró dar con las palabras precisas para describirlos a los dos y para describir cómo veían su vida juntos.

Maja, al oír que mencionaban su nombre, decidió que ya no quería seguir en el regazo de su abuela, sino que quería estar con sus padres, los cuales, por alguna razón insondable, se hallaban al fondo de aquella casa extraña y vestían una ropa rarísima. Kristina se esforzó durante unos minutos por mantenerla consigo, pero tras un gesto de Patrik, la soltó y la dejó gatear hasta el altar. Patrik la cogió y, con Maja en sus brazos, le puso el anillo a Erica. Cuando por fin se besaron, por primera vez como marido y mujer, Maja hundió riendo su carita entre las de ellos, encantada con aquel juego tan divertido. En ese instante, Patrik se sintió el hombre más rico de la Tierra. De nuevo acudieron las lágrimas, pero en esta ocasión no pudo detenerlas. Fingió que mordisqueaba a Maja para secarlas discretamente en su traje, pero enseguida comprendió que no podía engañar a nadie. Y, ¡qué demonios! Cuando Maja nació estuvo llorando como un niño, ¿por qué no iba a permitirse hacer otro tanto el día de su boda?

Maja se quedó con Martin mientras salían de la iglesia. Tras aguardar en una capillita lateral hasta que todos hubieron pasado, salieron al pórtico, donde los enterraron en arroz mientras el clic de las cámaras resonaba sin cesar. Y, una vez más, notó las lágrimas. Patrik las dejó correr.

Totalmente exhausta, Erica se sentó un rato a descansar agitando los dedos de los pies, por fin liberados de los zapatos de tacón blancos. ¡Caramba, cómo le dolían! Pero estaba muy satisfecha de aquel día. La ceremonia había sido preciosa. La cena en el hotel, soberbia. Y el número de invitados, el suficiente, así como la cantidad de pequeños discursos solemnes. El que más la conmovió fue el de Anna. Su hermana tuvo que interrumpirse en varias ocasiones, pues se le quebraba la voz al borde del llanto. Contó cuánto y cómo quería a su hermana, intercalando pequeñas anécdotas divertidas de su infancia. Luego abordó brevemente el difícil período ya superado y terminó diciendo que Erica siempre había sido para ella una hermana y una madre, pero que ahora era, además, su mejor amiga. Aquellas palabras le llegaron a Erica al corazón. No tuvo más remedio que enjugarse el llanto en la servilleta.

En cualquier caso, la cena había terminado y llevaban un par de horas bailando. Erica se había sentido un tanto preocupada por el humor de Kristina, teniendo en cuenta todas sus objeciones a la planificación de la boda. Pero su suegra la sorprendió. Para empezar, fue la que más saltos dio en la pista de baile, entre otros, con Lars, el padre de Patrik, y ahora, con una copa de licor en la mano, charlaba con Bittan, la pareja de Lars. Erica no entendía nada.

Con los pies algo más descansados, decidió salir y tomar un poco el aire. El ambiente del local estaba cargado y hacía calor y un poco de humedad, con tanta gente bailando y tanto cuerpo sudoroso, y necesitaba sentir un golpe de aire fresco en la piel. Se puso los zapatos con una mueca de desagrado y, justo cuando iba a levantarse, sintió una mano cálida en el hombro.

—¿Cómo se encuentra mi querida esposa?

Erica miró a Patrik y le cogió la mano. Se le veía feliz, aunque un tanto maltrecho. No todas las partes del frac seguían donde debían, después de un par de
buggies
con Bittan. Erica constató sonriente que su marido bailaba con más ganas que destreza, pero el entusiasmo le valió un punto.

—Pensaba salir a tomar el aire, ¿me acompañas? —le preguntó Erica apoyándose en su brazo al sentir un dolor cortante en los pies.

—Allí donde tú vas, voy yo —salmodió Patrik. Erica notó encantada que estaba ligeramente borracho. Suerte que luego sólo tenían que subir una planta.

Salieron a la escalinata que conducía al patio empedrado. Patrik estaba a punto de decir algo cuando Erica lo mandó callar. Algo había llamado su atención.

Le indicó a Patrik con un gesto que la siguiera. Con mucho sigilo, fueron caminando de puntillas hasta las dos personas a las que Erica había visto. Nadie diría que se movían sin hacer ruido. Patrik caminaba entre risitas y estuvo a punto de caerse al tropezar con una maceta, pero el hombre y la mujer que estaban abrazados en un oscuro rincón del jardín no parecían receptivos a las impresiones auditivas.

—¿Quiénes son esos dos que se besuquean en la oscuridad? —preguntó Patrik estirando el cuello para poder ver mejor. Pero estaban tan abrazados que resultaba difícil verles la cara.

—Tontorrón, es Dan. Y Anna.

—¿Dan y Anna? —preguntó Patrik con expresión bobalicona—. Vaya, pues no sabía yo que tuviesen interés el uno por el otro.

—¡Hombres! —resopló Erica en un susurro—. No os dais cuenta de nada. ¿Cómo se te ha podido pasar por alto algo así? ¡Yo sabía que había algo incluso antes de que ellos mismos lo supieran!

—¿Y a ti te parece bien? Quiero decir, tu hermana y tu ex... —observó Patrik algo preocupado balanceándose un poco mientras volvían al hotel.

Erica volvió la vista atrás, hacia aquella pareja que parecía haber olvidado que existía el mundo.

—¿Si me parece bien? —sonrió Erica—. Me parece más que bien. Me parece maravilloso.

Dicho esto, se encaminó con su marido a la pista de baile, tiró los zapatos bien lejos y se puso a bailar un rock descalza. Bien entrada la noche, Garage interpretó
Wonderful Tonight,
la balada con la que siempre se despedían de los novios. Erica se abrazó a Patrik y, con la mejilla en su hombro, cerró los ojos, feliz.

La boda de Patrik fue muy agradable. Una cena exquisita, barra libre y él había causado muy buena impresión en la pista de baile, estaba convencido de ello. Les demostró a los jovenzuelos cómo se hacían las cosas. Aunque ninguna de las damas de la fiesta podía compararse siquiera con Rose-Marie. Mellberg la echó de menos, pero no podía preguntarle a Patrik si podía llevar pareja a tan pocos días de la boda. Había hecho un nuevo intento en la cocina y estaba más que satisfecho con el resultado. Una vez más podría sacar la porcelana de las grandes ocasiones y las velas estaban ya encendidas.

Había esperado aquella cena con ansiosa expectación. Sin embargo, la idea que se le había ocurrido en el banco cuando ordenó la transferencia del dinero del apartamento se le antojaba aún igual de brillante. Claro que quizá fuese un tanto precipitado, pero Rose-Marie y él ya no eran tan jóvenes y, cuando se encontraba el amor a su edad, más valía reaccionar con presteza.

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