Cronicas del castillo de Brass (45 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

—Bien —dijo Hawkmoon—, he ahí tu hogar.

Extendió la mano hacia el ser, con la Joya Negra sobre la palma.

Las cadenas de seda dorada se desprendieron de los miembros de los seis cautivos.

El ser, sonriente, confiado, un brillo de triunfo en sus ojos malvados, cogió la Joya Negra de la mano de Hawkmoon.

Hawkmoon abrazó a sus hijos. Besó a su hija. Besó a su hijo.

Erekose estrechó entre sus brazos a Ermizhad, sin poder hablar.

Y el Espíritu de la Joya Negra se llevó su trofeo a los labios.

Y se tragó la joya.

—Coge esto, deprisa —apremió el niño a Hawkmoon, y le tendió el Bastón Rúnico.

El ser negro chilló de alegría.

—¡Vuelvo a ser yo! ¡Vuelvo a ser más que yo!

Hawkmoon besó a Yisselda de Brass.

—¡Vuelvo a ser yo!

Cuando Hawkmoon levantó la vista, el Espíritu de la Joya Negra había desaparecido.

Hawkmoon se volvió con una sonrisa hacia el niño, Jehamiah Cohnahlias. El niño le daba la espalda en aquel momento, pero estaba volviendo la cabeza.

—He ganado —dijo el niño.

Su cabeza se volvió por completo. Hawkmoon creyó que su corazón iba a paralizarse. Sintió que la cabeza le daba vueltas.

El rostro del niño, aunque seguía siendo el mismo, había cambiado. Un aura oscura brillaba a su alrededor. Su sonrisa expresaba una impía alegría. Era el rostro del ser que había engullido la Joya Negra. Era el rostro de la Espada.

—¡He ganado!

Y el niño se puso a reír.

Y empezó a crecer.

Creció hasta adquirir el tamaño de una de las estatuas que rodeaban al grupo. Sus ropas cayeron al suelo y apareció un hombre desnudo, de piel oscura, boca roja erizada de colmillos, un ojo amarillo y brillante. Su presencia emanaba un inmenso y terrorífico poder.

—¡HE GANADO!

Miró a su alrededor, sin hacer caso del grupo.

—Espada —dijo—. Bien, ¿dónde está la espada?

—Aquí —dijo una voz nueva—. La tengo aquí. ¿Me ves?

5. El capitán y el timonel

—Fue encontrada en el Hielo Austral, al amanecer, poco después de que abandonarais aquel mundo, Erekose. Había llevado a cabo una acción por la humanidad que no la beneficiaba directamente, y su espíritu fue desalojado de ella.

El capitán miraba con sus ojos ciegos a la lejanía. A su lado estaba su gemelo, el timonel, con los brazos extendidos. Sostenía la gran espada negra sobre las palmas de las manos.

—Buscábamos esa manifestación de la espada —siguió el capitán—. Fue una larga búsqueda y perdimos nuestro barco.

—Pero ha pasado poco tiempo desde que nos separamos —dijo Erekose.

El capitán sonrió con ironía.

—El tiempo no existe —dijo—, sobre todo en Tanelorn, sobre todo durante la Conjunción del Millón de Esferas. Si el tiempo existiera, tal como lo conciben los hombres, ¿crees que Hawkmoon y tú podríais existir aquí a la vez?

Erekose no contestó. Apretó a su princesa eldren contra sí.

—¡DADME LA ESPADA! —rugió el ser.

—No puedo —respondió el capitán—, como bien sabes. Y tú no puedes cogerla. Sólo puedes residir (o estar contenido) en una de las dos manifestaciones, espada o joya. Nunca en ambas.

El ser rugió, pero no intentó avanzar hacia la Espada Negra.

Hawkmoon contempló el bastón que el niño le había entregado y comprobó que no se había equivocado: las runas del bastón correspondían en cierta manera a las de la espada. Habló al capitán.

—¿Quién fabricó estos artilugios?

—Los herreros que forjaron la espada hace mucho tiempo, cerca del principio del Gran Ciclo, necesitaban que un espíritu la habitara para darle poder sobre todas las demás armas. Hicieron un trato con este espíritu, cuyo nombre callaré. —El capitán se volvió hacia el ser negro.— Lo aceptaste complacido. Se forjaron dos espadas y una parte de ti se acomodó en cada una, pero una de las espadas fue destruida, de manera que habitaste la segunda. Los herreros que forjaron las espadas no eran humanos, pero trabajaban en bien de la humanidad. Su propósito, en aquel tiempo, era luchar contra los Señores del Caos, porque eran leales a los Señores de la Ley. Pensaron en utilizar al Caos para vencer al Caos. Descubrieron su equivocación…

—¡Sí! —sonrió el ser—. ¡Ya lo creo!

—Así que fabricaron el Bastón Rúnico y solicitaron ayuda de tu hermano, que servía a la Ley, sin darse cuenta de que no erais en realidad hermanos, sino aspectos diferentes del mismo ser, ahora reunidos de nuevo, pero dotados con el poder de la Joya Negra, el cual aumenta vuestro propio poder. Una aparente paradoja…

—Una paradoja que considero muy útil —dijo el ser negro.

El capitán prosiguió, sin hacer caso del comentario.

—Fabricaron la joya con la intención de capturarte y encarcelarte. La joya poseía un gran poder, retenía las almas de otros al mismo tiempo que la tuya, al igual que la espada, pero podías ser liberado de la joya en ocasiones, del mismo modo que podías ser liberado de la espada…

—Prefiero la palabra "exiliado" —dijo el ser—, porque amo mi cuerpo, la espada. Siempre habrá hombres que me utilicen como espada.

—No siempre —rectificó el capitán—. La Balanza Cósmica fue el último gran ingenio creado por aquellos herreros antes de regresar a sus mundos, un símbolo del equilibrio entre la Ley y el Caos. Poseía poder propio, incorporado en el Bastón Rúnico, para inducir orden entre la Ley y el Caos. Y eso es lo que te frena, incluso en este momento.

—¡Cuando tenga la Espada Negra, no!

—Durante mucho tiempo has intentado lograr un dominio completo sobre la humanidad, y a veces, durante cortos períodos, casi lo has conseguido. La Conjunción tiene lugar en muchos mundos diferentes, en muchas eras diferentes, las manifestaciones del Campeón Eterno realizan sus grandes hazañas con el propósito de librar el multiverso de los dioses que sus anteriores deseos crearon. En un mundo libre de dioses, puedes retener el poder que con tanto ahínco pretendiste durante eones. Mataste a Elric en un mundo; mataste a la Reina de Plata en otro, intentaste matar a Corum, has matado a otros seres por creer que estaban a su servicio. Sin embargo, la muerte de Elric te liberó y la muerte de la Reina de Plata dio vida a la Tierra cuando agonizaba. Fueron eventos que te beneficiaron, pero todavía beneficiaron más a la humanidad. No podías recuperar tu "cuerpo". Tu poder menguó. Los experimentos de dos hechiceros dementes en el mundo de Hawkmoon provocaron una situación que podías explotar. Tu sino es necesitar al Campeón Eterno, pero él ya no te necesita, por eso tuviste que hacer prisioneros y proponer un trueque al Campeón. Ahora, posees el poder de la joya y te has apoderado del cuerpo de tu hermano, que en un tiempo fue el hijo de Orland Fank. Quieres destruir la Balanza, pero sabes que al destruirla te destruirás a ti mismo. A menos que consigas un refugio, un nuevo cuerpo al que tu espíritu pueda escapar.

El capitán volvió la cabeza. Dio la impresión de que sus ojos ciegos se clavaban en Hawkmoon y Erekose.

—Además, la espada ha de ser empuñada por una manifestación del Campeón, y aquí tenemos dos. ¿Cómo lograrás que una sirva a tus propósitos?

Hawkmoon miró a Erekose.

—Siempre he sido fiel al Bastón Rúnico —dijo, aunque a veces me arrepentí.

—Y yo entregué mi lealtad a la Espada Negra —dijo Erekose.

—¿Cuál de vosotros empuñará la Espada Negra, pues? —preguntó el ser, ansioso.

—Ninguno debe hacerlo —se apresuró a advertir el capitán.

—Pero ahora poseo el poder necesario para destruiros a todos —bufó el ser.

—A todos, salvo a las dos manifestaciones del Campeón Eterno, a mi hermano y a mí —corrigió el capitán.

—Destruiré a Ermizhad, a Yisselda, a los niños, a esos otros. Los devoraré. Me apoderaré de sus almas.

El ser negro abrió su roja boca y extendió una mano hacia Yamila. La niña le miró desafiante, pero se encogió.

—¿Y qué será de nosotros cuando hayas destruido la Balanza? —preguntó Hawkmoon.

—Nada. Podéis quedaros a vivir en Tanelorn. Aunque no pueda destruir Tanelorn, el resto del universo será mío.

—Lo que dice es verdad —admitió el capitán—, y cumplirá su palabra.

—Pero toda la humanidad sufrirá, excepto quienes vivan en Tanelorn —dijo Hawkmoon.

—Sí —corroboró el capitán—. Todos sufriremos, excepto vosotros.

—En ese caso, no debemos darle la espada —afirmó Hawkmoon, sin mirar a los que amaba.

—La humanidad siempre sufre dijo Erekose—. He buscado a Ermizhad durante toda la eternidad. Me lo merezco. He servido a la humanidad durante toda la eternidad, salvo una vez. He sufrido durante demasiado tiempo.

—¿Queréis repetir un crimen? —preguntó el capitán en voz baja.

Erekose hizo caso omiso de la observación y dirigió una mirada significativa a Hawkmoon.

—Decís, capitán, que el poder de la Espada Negra y el poder de la Balanza son iguales en este momento.

—En efecto.

—Y que este ser puede residir en la espada o en el bastón, pero no en ambos.

Hawkmoon comprendió lo que implicaban las preguntas de Erekose y mantuvo inexpresivo su rostro.

—¡Deprisa! —dijo el ser negro desde detrás—. ¡Deprisa! ¡La Balanza se materializa!

Por un instante, Hawkmoon experimentó algo similar a lo que había sentido cuando habían luchado juntos contra Agak y Gagak, una unidad con Erekose, como si compartieran las mismas emociones y pensamientos.

—Deprisa, Erekose dijo el ser—. ¡Coge la espada!

Erekose dio la espalda a Hawkmoon y levantó los ojos al cielo.

La Balanza Cósmica colgaba en el cielo, resplandeciente, con los platillos en perfecto equilibrio. Colgaba sobre la enorme agrupación de estatuas, sobre todas las manifestaciones del Campeón Eterno que habían existido, sobre todas las mujeres que habían amado, sobre todos los compañeros que había tenido. Y, en aquel momento, dio la impresión de que significaba una amenaza para todos.

Erekose avanzó tres pasos y se plantó frente al timonel. Ninguna expresión apareció en el rostro de ambos hombres.

—Dadme la Espada Negra —ordenó el Campeón Eterno.

6. El Bastón y la Espada

Erekose apoyó una enorme mano sobre el pomo de la Espada Negra y deslizó la otra bajo la hoja, levantándola.

—¡Ay! —gritó el ser—. ¡Estamos unidos!

Y fluyó hacia la Espada Negra y rió cuando penetró en ella, y la espada empezó a latir, a cantar, a irradiar fuego negro, y el ser desapareció.

Hawkmoon observó que la Joya Negra había regresado. Vio que Jhary-a-Conel la cogía.

El rostro de Erekose brilló con luz propia, una luz violenta, salvaje. Su voz era un rugido vibrante, un gruñido triunfal. Un ansia de sangre asomó a sus ojos cuando levantó la espada sobre su cabeza con las dos manos y contempló la larga hoja.

—¡Por fin! —chilló—. ¡Erekose se vengará de aquello que ha manipulado su sino durante tanto tiempo! Destruiré la Balanza Cósmica. Gracias a la Espada Negra compensaré los horribles sufrimientos padecidos durante las largas eras del multiverso! Ya no sirvo a la humanidad. Ahora, sólo sirvo a la espada. ¡Así me liberaré de la esclavitud de los eones!

Y la espada gimió y se retorció y su resplandor negro bañó el rostro de guerrero de Erekose y se reflejó en sus ojos enloquecidos.

—¡Ahora destruiré la Balanza!

Y la espada pareció levantar a Erekose del suelo y lanzarle hacia el cielo, hacia donde flotaba la Balanza, serena, en apariencia invulnerable, y Erekose, el Campeón Eterno, había adquirido proporciones gigantescas y la espada robaba luz a la tierra.

Hawkmoon, sin dejar de mirar, habló con Jhary-a-Conel.

—Jhary, colocad la joya en el suelo, frente a mí.

Y Erekose levantó los dos brazos para descargar un terrible golpe. Y golpeó una vez.

Dio la impresión de que diez mil campanas enormes sonaran a la vez, el sonido del cosmos al ser partido en dos, y la Espada Negra cortó los eslabones que sujetaban un platillo y éste cayó. El otro platillo se alzó y el astil osciló velozmente sobre su eje.

Y el mundo se estremeció.

El inmenso círculo de estatuas tembló y amenazó con caer al suelo, y todos los espectadores contuvieron la respiración.

En algún lugar, algo cayó y se rompió en fragmentos invisibles.

Escucharon carcajadas procedentes del cielo, pero era imposible saber si las lanzaba la espada o el hombre.

Erekose, gigantesco y aterrador, levantó los dos brazos para descargar un segundo golpe.

La espada barrió los cielos, provocando una sucesión de rayos y truenos. Cortó las cadenas que sujetaban el otro platillo, que también cayó.

Y el mundo volvió a estremecerse.

—Habéis liberado al mundo de los dioses —susurró el capitán—, pero también de orden.

—Sólo de Autoridad —replicó Hawkmoon.

El timonel le dirigió una mirada de inteligencia, llena de interés.

Hawkmoon contempló la Joya Negra, apagada, sin vida. Luego, miró al cielo, cuando Erekose descargaba su tercer y último golpe.

Y brotó luz de los restos destrozados y un aullido extraño, casi humano, atronó el mundo. Todos quedaron cegados y ensordecidos.

Pero Hawkmoon oyó la única palabra que aguardaba. Oyó que la voz potente de Erekose gritaba:

—¡AHORA!

Y de repente, el Bastón Rúnico cobró vida en la mano derecha de Hawkmoon, y la Joya Negra empezó a latir, y Hawkmoon levantó los brazos para descargar un poderoso golpe, el único golpe que le estaba permitido.

Y descargó el Bastón Rúnico con todas sus fuerzas sobre la joya.

Y la joya se partió y gritó y gimió, y el bastón también se partió, y la luz oscura surgida de una se encontró con la luz dorada que brotaba del otro. Se oyó un chillido, un aullido, un sollozo, y el sollozo enmudeció por fin, y una bola de materia roja colgó entre los objetos, emitiendo un tenue brillo, porque el poder del Bastón Rúnico había aniquilado el poder de la Espada Negra. Después, el globo rojo se elevó hacia el cielo, cada vez más alto, hasta que colgo sobre sus cabezas.

Y Hawkmoon se acordó de la estrella que había seguido al Bajel Negro durante su viaje por los mares del limbo.

Y el rojo más encendido del sol absorbió al globo rojo.

La Joya Negra había desaparecido. El Bastón Rúnico había desaparecido. La Espada Negra y la Balanza Cósmica habían sido destruidas. Por un momento, sus sustancias habían buscado refugio en la joya y en el bastón, respectivamente, y fue en aquel momento, al destruirse mutuamente, cuando Hawkmoon pudo utilizar uno para destruir al otro. Erekose y él habían llegado a este acuerdo antes de que el primero aceptara la Espada Negra.

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