Cronicas del castillo de Brass (46 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Algo cayó a los pies de Hawkmoon.

Ermizhad, sollozando, se arrodilló junto al cuerpo.

—¡Erekose! ¡Erekose!

—Ha pagado por fin —dijo Orland Fank—. Y por fin descansa. Encontró Tanelorn y os encontró a vos, Ermizhad…, y murió por ambos.

Pero Ermizhad no escuchaba a Orland Fank, porque estaba llorando, sumida en su dolor.

7. Regreso al castillo de Brass

—El momento de la conjunción casi ha pasado —anunció el capitán—, y el multiverso comienza otro ciclo. Libre de dioses, libre de lo que vos, Hawkmoon, denomináis "autoridad cósmica". Es posible que nunca más se necesiten héroes.

—Sólo ejemplos —dijo Jhary-a-Conel. Caminó hacia las estatuas, hacia un hueco abierto en sus filas—. Adiós a todos. Adiós, Campeón Que Ya No Eres Campeón, y adiós a vos en particular, Oladahn.

—¿Adónde vais, amigo? —preguntó el descendiente de los Gigantes de la Montaña, rascándose la mata de cabello rojo.

Jhary se detuvo y bajó al gatito blanco y negro de su hombro. Señaló el hueco entre las estatuas.

—Voy a ocupar mi lugar. Vos vivís. Yo vivo. Adiós, por última vez.

Se internó entre las estatuas y se transformó al instante en una más, petulante, sonriente, complacida consigo mismo.

—¿Hay un lugar para mí, también? —preguntó Hawkmoon a Orland Fank.

—Ahora no contestó el hombre de las Orcadas. Cogió el gato de Jhary-a-Conel y acarició su lomo.

El minino ronroneó.

Ermizhad se levantó. Ya no lloraba. Sin decir nada a los demás, avanzó hacia las estatuas y también encontró otro espacio. Alzó la mano en un gesto de despedida, su piel adoptó el mismo color pálido de las estatuas circundantes y quedó petrificada. Hawkmoon observó que a su lado se erguía otra estatua, la estatua de Erekose, que había sacrificado su vida al aceptar la Espada Negra.

—Ahora-dijo el capitán—, ¿deseáis vos y los vuestros quedaros en Tanelorn? Os habéis ganado el derecho.

Hawkmoon rodeó con el brazo a sus hijos. Comprendió que eran felices y él también experimentó felicidad. Yisselda le acarició la mejilla y sonrió.

—No —contestó Hawkmoon—, creo que volveremos al castillo de Brass. No basta con saber que Tanelorn existe. ¿Y vosotros, D'Averc, Oladahn, Bowgentle?

—Tengo muchas cosas que contaros, Hawkmoon, junto a un buen fuego, con una copa de excelente vino de la Kamarg en mi mano, y buenos amigos a mi alrededor dijo Huillam D'Averc—. Mis relatos interesarán en el castillo de Brass, pero sólo conseguirán aburrir a los habitantes de Tanelorn. Os acompañaré.

—Y yo —dijo Oladahn.

Bowgentle parecía un poco indeciso. Contempló con aire pensativo las estatuas y las torres de Tanelorn.

—Un lugar interesante comentó—. Me pregunto qué lo creó.

—Nosotros lo creamos —dijo el capitán—. Mi hermano y yo.

—¡Vos! —Bowgentle sonrió—. Entiendo.

—¿Cómo os llamáis, señor? —preguntó Hawkmoon—. ¿Cómo os llamáis, vos y vuestro hermano?

—Sólo tenemos un nombre —dijo el capitán.

—Nos llamamos Hombre —respondió el timonel.

Cogió a su hermano del brazo y le guió de vuelta a la ciudad, lejos del círculo de estatuas.

En silencio, Hawkmoon, su familia y sus amigos les vieron alejarse. Fue Orland Fank quien rompió el silencio, con un carraspeo.

—Yo me quedaré. Mi misión ha terminado, así como mi búsqueda. He visto que mi hermano alcanzaba una cierta paz. Me quedaré en Tanelorn.

—¿Ya no tenéis dioses a los que servir? —preguntó Brut de Lashmar.

—Los dioses no son más que metáforas —contestó Orland Fank—. Como metáforas, podrían ser aceptables, pero jamás se les debió permitir la existencia. —Carraspeó de nuevo, como turbado por su siguiente comentario.— El vino de la poesía se transforma en veneno cuando deviene política, ¿verdad?

—Nos agradaría que vinierais con nosotros al castillo de Brass —dijo Hawkmoon a los guerreros.

Emshon de Ariso jugueteó con su bigote y lanzó una mirada inquisitiva a John ap-Rhyss quien, a su vez, miró a Brut de Lashmar.

—Nuestro viaje ha terminado —dijo Brut.

—Sólo somos vulgares soldados —declaró John ap-Rhyss—. Ninguna historia nos considerará héroes. Me quedaré en Tanelorn.

—Empecé mi vida como maestro de escuela —dijo Emshon de Ariso—. Jamás se me ocurrió ir a guerrear, pero vi desigualdades, indignidades e injusticias, y creí que sólo una espada podía corregir tales desaguisados. Hice lo que pude. Me he ganado la paz. Yo también me quedaré en Tanelorn. Me gustaría escribir un libro.

Hawkmoon inclinó la cabeza, en señal de que respetaba su decisión.

—Os agradezco vuestra ayuda, amigos.

—¿No queréis quedaros con nosotros? —preguntó John ap-Rhyss—. ¿Acaso no os habéis ganado el derecho a permanecer aquí?

—Tal vez, pero aprecio en mucho el viejo castillo de Brass, y un amigo me aguarda en él. Quizá podamos hablar de lo que sabernos y enseñar a la gente cómo puede encontrar Tanelorn por sus propios medios.

—Si se les concede la oportunidad dijo Orland Fank—, la mayoría la encuentran. Sólo los dioses y la reverencia a la falacia, temerosa de su humanidad, impiden que accedan a Tanelorn.

—¡Ay, temo por mi personalidad, tan cuidadosamente moldeada! —rió Huillam D'Averc—. ¿Hay algo más aburrido que un cínico reformado?

—Que la reina Flana lo decida —sonrió Hawkmoon—. Bien, Orland Fank, sólo hablamos de despedidas, pero ¿cómo vamos a irnos ahora, que ya no hay entes sobrenaturales que dirijan nuestros destinos, ahora que el Campeón Eterno descansa por fin?

—Aún me queda algo de mi antiguo poder —replicó el hombre de las Orcadas, casi ofendido—. Y resulta fácil de usar mientras las Esferas sigan en conjunción. Y como fue en parte culpa mía, y en parte de aquellos siete que conocisteis en el mundo informe del limbo, me complacerá devolveros al viaje que, en un principio, habíais emprendido. —Una sonrisa casi alegre iluminó su rostro colorado—. Adiós a todos, héroes de la Kamarg. Volvéis a un mundo carente de toda autoridad. Tened la seguridad de que la única autoridad que buscaréis en el futuro es la serena autoridad que se deriva de la dignidad.

—Siempre fuisteis un moralista, Orland Fank. —Bowgentle palmeó el hombro del hombre de las Orcadas—. Aún así, reconozco que es un arte conseguir que una moral tan simple funcione en un mundo tan complicado.

—La culpable de las complicaciones es la oscuridad de nuestras mentes —respondió Orland Fank—. ¡Buena suerte! —Lanzó una carcajada y su gorra osciló sobre su cabeza—. Confiemos en que éste sea el final de la tragedia.

—Y el principio de una comedia, tal vez —dijo Huillam D'Averc, que sonrió y meneó la cabeza—. Vamos… ¡El conde Brass nos espera!

De repente, se encontraron en el Puente de Plata, entre los demás viajeros que se desplazaban en ambas direcciones, bajo el brillante sol invernal que arrancaba destellos plateados del mar.

—¡El mundo! —gritó Huillam D'Averc, muy tranquilizado—. ¡Por fin el mundo, por fin!

La alegría de D'Averc se contagió a Hawkmoon.

—¿Adónde vamos? ¿A Londra o a la Kamarg?

—¡A Londra, por supuesto, y ahora mismo! —exclamó D'Averc—. Al fin y al cabo, me espera un reino.

—Nunca fuisteis un cínico, Huillam D'Averc— dijo Yisselda de Brass—, y ahora no nos convenceréis de que lo sois. Dadle recuerdos de nuestra parte a la reina Flana. Decidle que no tardaremos en ir a verla.

Huillam D'Averc ejecutó una complicada reverencia.

—Y saludad de mi parte a vuestro padre, el conde Brass. Comunicadle que no transcurrirá mucho tiempo antes de que me siente junto a su fuego y beba su vino. ¿Sigue habiendo tantas corrientes de aire en el castillo?

—Os prepararemos una habitación conveniente a vuestra precaria salud —contestó Yisselda.

Cogió la mano de Manfred y la mano de Yamila. Por primera vez, se dio cuenta de que su hija sostenía algo. Era el gatito blanco y negro de Jhary-a-Conel.

—Maese Fank me lo dio, madre —dijo la niña.

—Trátalo bien —dijo su padre—, porque es un animal único en su género.

—Hasta la vista, Huillam D'Averc —se despidió Bowgentle—. Considero interesantísima la temporada que pasamos en el limbo.

—Yo también, maese Bowgentle, aunque sigo deseando que hubiéramos tenido aquella baraja. —El caballero ejecutó otra reverencia—. Hasta la vista, Oladahn, el más pequeño de los gigantes. Ojalá pueda escuchar vuestras fanfarronerías, cuando regreséis a la Kamarg.

—No tienen comparación con las vuestras, señor. —Oladahn se acarició los bigotes, satisfecho con su réplica—. Aguardaremos con ansia vuestra visita.

Hawkmoon avanzó por la reluciente carretera, ansioso de iniciar el viaje de vuelta al castillo de Brass, donde sus hijos se reunirían con su noble abuelo.

—Compraremos caballos en Karlye —dijo—. Allí tenemos crédito. —Se volvió hacia su hijo—. Dime, Manfred, ¿qué recuerdas de vuestras aventuras? —Intentó disimular la angustia que sentía por su hijo—. ¿Recuerdas muchas cosas?

—No, padre —respondió Manfred—. Me acuerdo de muy poco.

Cogió la mano de su padre y se puso a correr hacia la lejana orilla.

Así concluye la tercera y última Crónica del castillo de Brass.

Así concluye la larga historia del Campeón Eterno.

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