Cronopaisaje (37 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

Miró de soslayo a Marjorie mientras se levantaba. ¿Una acción deliberada para despertar su simpatía?, pensó ella.

—¿No viaja con usted su esposa?

—No, nunca.

—No, supongo que no puede, con su trabajo. Se desenvuelve muy bien en él.

—Sí, creo que está progresando. Normalmente Sarah siempre hace bien todo lo que emprende. —Su voz no dejaba implicar nada.

—¿Conoces a su esposa, Marjorie? —preguntó John, asombrado. Estaban fuera en la terraza, junto a los escalones que conducían al césped. El sol estaba aún alto.

—No, no personalmente, pero he oído hablar de ella. Antes se llamaba lady Sarah Lindsay-Stuart-Buttle.

John se mostró desconcertado.

—Oh, tú no lo sabes. Es la diseñadora de esos maravillosos trajecitos. Sara Lindsay. ¿No tienen ustedes hijos, señor Peterson?

—No, ninguno.

Cruzaron el césped. En algún lugar a la derecha cantó un gallo.

—¿Sus pollos? —le preguntó Peterson.

—Sí, tenemos media docena de gallinas, por los huevos. A veces también para comer, aunque odio matar a esos estúpidos animales.

—¿Qué raza crían? Orpington o Leghorn, supongo, si los tienen fundamentalmente por los huevos.

Ella lo miró sorprendida.

—¿También entiende usted de gallinas? Sí, tenemos alguna Orpington. Ninguna Leghorn. Son buenas ponedoras, pero me gustan más los huevos de cascara rubia que los de cáscara blanca.

—Correcto. Y las Leghorn son muy pendencieras, también. Tienden a armar un caos en un corral pequeño como el que supongo debe tener usted. ¿Qué le parecen las Rhode Island rojas? Ponen unos huevos deliciosamente dorados.

—Precisamente ahora tengo un par de pollitas. Todavía no han empezado a poner.

—Tiene intención de cruzarlas, ¿verdad? Ese gallo no sonaba como un Rhode Island rojo.

—Me sorprende que sepa usted tanto acerca de gallinas. Peterson le dirigió una sonrisa.

—Sé un montón de cosas que sorprende a la gente.

Ella le devolvió educadamente la sonrisa, pero intentó mantener sus ojos fríos. Era una mujer que no se dejaba seducir fácilmente. El hombre era despreciable, se dijo a sí misma. No sentía el menor interés hacia ella. Flirteaba automáticamente con ella simplemente porque era una mujer.

—¿Se quedará a cenar con nosotros esta noche, señor Peterson? —preguntó formalmente.

—Es muy amable de su parte, señora Renfrew. Gracias, pero ya tengo un compromiso para cenar. De hecho —añadió, mirando su reloj—, ya debería haberme ido. Se supone que tengo que encontrarme con alguien a las siete y media en Cambridge.

—Yo también me temo que voy a tener que volver a trabajar esta noche —dijo John.

—Oh, no —protestó ella—. No puedes hacerme esto. —Se sentía algo achispada ahora, con deseos de compañía. También se sentía llena de energías, casi crispada, como si hubiera bebido demasiado café—. No he sabido nada de ti desde hace no sé cuánto tiempo, e iba a hacer un soufflé de langostinos para cenar. Me niego absolutamente a que me dejes de nuevo sola esta noche.

—Suena como una oferta tentadora. Yo no vacilaría ni un momento si fuera usted, John —dijo Peterson, con otra de sus insinuantes sonrisas.

John pareció azarado ante aquel estallido de ella en presencia de un desconocido.

—Bien, de acuerdo, si es tan importante, me quedaré a cenar. Pero probablemente tendré que irme por un par de horas luego.

Regresaron a la casa. Peterson dejó su vaso.

—Gracias por la copa. Le haré saber la próxima vez que tenga que ir a California. Señora Renfrew, gracias por este agradable interludio.

Dejó que fuera John quien lo acompañara a la puerta, y se sirvió otro vaso mientras ellos estaban en el vestíbulo. Era decepcionante que Peterson no se quedara a cenar. Hubiera disfrutado flirteando ligeramente con él… aunque, suponía, el hombre debía poseer un carácter desagradable y carente de principios.

John regresó a la habitación, frotándose las manos.

—Bien, ya nos hemos librado de él. Me alegra que no se haya quedado, ¿y tú? ¿Qué piensas de él?

—Es como un reptil —dijo ella rápidamente—. Suave y viscoso. Yo no confiaría ni un ápice en él. Por supuesto, es muy atractivo.

—¿De veras? Me parece más bien ordinario. Me sorprendió que tú supieras todo eso acerca de su esposa. Nunca lo habías mencionado antes.

—Oh, por los cielos, John, me vino a la cabeza mientras él estaba aquí. ¿Acaso no lo recuerdas? Todo ese terrible escándalo acerca de ella y el príncipe Andrés. Déjame ver, yo tenía veinticinco años, así que debió ser en 1985. El príncipe Andrés tiene la misma edad que yo y ella tendría… oh, no sé… unos treinta, quizá. De todos modos puedo recordar que todo el mundo hablaba de ello. Andy el Calentorro, lo llamábamos todas.

—No lo recuerdo en absoluto.

—Oh, tienes que recordarlo. Salió en todos los periódicos. Y no sólo en las columnas de chismorreos. Montones de cartas de los lectores esperando un comportamiento más decente por parte de una miembro de la familia real, y todo eso. Y la reina nombró a Peterson embajador en… bueno, no recuerdo dónde, pero muy lejos. En África.

—¿Quieres decir que estaban casados, entonces?

—Bueno, por supuesto que estaban casados. Eso fue lo que motivó todo el escándalo. Había sido un matrimonio de la alta sociedad hacía apenas un año. En realidad, él no había sido nombrado todavía embajador. Era primer secretario, ya sabes, o un cargo así. De acuerdo, todas considerábamos al príncipe Andrés como algo súper. Fue una aventura terriblemente excitante. Creo que la última gota fue cuando ellos bebieron un poco demasiado una noche y él la llevó a una habitación del palacio de Buckingham y colgó un letrero de «No molesten» en la puerta, un letrero que habían robado de algún hotel. Y luego ella les contó a los periodistas, cuando la historia se hizo pública, que ella siempre había deseado hacerlo en palacio, ¡pero que las camas eran duras y estaban llenas de grumos!

—¡Santo cielo, Marjorie!

Ella dejó escapar una risita ante su expresión.

—Bueno, es algo más bien divertido, cuando vuelves a pensar en ello.

—Pero suena como si ella fuera completamente irresponsable. Es casi suficiente como para hacerme sentir pena por Peterson, aunque me atrevería a decir que se merecen el uno al otro. Supongo que él siguió con ella únicamente porque podría sacar ventaja en su carrera.

—Muy probablemente. Pero debo decir que a mí no me importa en absoluto. —Ahora que ya lo había dicho le parecía correcto. Ayudaba a explicar algo de la extraña tensión y confusión. El hombre parecía interesante, pero eso quizá fuera debido a las tres copas—. Bien, voy a meter ese soufflé en el horno. ¿Puedes preparar la mesa, amor?

—Hum, sí —murmuró él con aire ausente, cruzando la habitación—. Pienso que podríamos escuchar también las noticias…

Marjorie se volvió en redondo.

—Noticias, esto es. Hubo un momento curioso entre tú y Peterson antes… ¿en qué estabais pensando?

John se detuvo.

—Oh, sí. Él tenía la misma expresión en su rostro que esta tarde, cuando recibió una llamada telefónica en el laboratorio. Me la hizo recordar. Oí parte de…

Se interrumpió, pensando.

—¿Y bien? —dijo Marjorie severamente—. ¿Acerca de qué?

—Las nubes. Un informe acerca de su composición. Y cuando él eludió tu pregunta, supe que estaba ocurriendo algo.

—¿Quieres decir que las noticias van a decir algo?

—Si Peterson no abrió la boca al respecto, lo dudo. Sin embargo…

Los chicos estaban viendo la ITV. John cambió a la BBC 1. Marjorie se quedó junto a la puerta, mirando. Sólo había un noticiario importante al día; el resto era entretenimiento, en su mayoría comedias, con los ocasionales westerns y películas antiguas. Poca gente deseaba ver algo serio por aquellos días.

—«… tumultos en Londres también hoy, aunque no se han registrado víctimas. Grupos de protesta de Cornualles que se manifestaban en Trafalgar Square se vieron envueltos en algunos enfrentamientos con la policía. Un portavoz de la policía manifestó que el grupo ignoró una orden de despejar las calles y dejar libre la circulación, de modo que las autoridades se vieron obligadas a dispersarlos por la fuerza y a arrestar a aquellos que se resistieron. Hugh Caradoc, líder del Movimiento para la Independencia de Cornualles, ha declarado que la manifestación era pacífica y que la policía atacó sin haber sido provocada. —La pantalla mostró a un hombre con los ojos desorbitados y un puño alzado siendo arrastrado por dos policías. El locutor hizo una pausa y pareció más alegre—. Los preparativos para la coronación están yendo a buen ritmo. El rey y la reina visitaron la abadía de Westminster hoy y fueron recibidos por el reverendísimo Gerald Hawker, deán de la abadía. Permanecieron allí algo menos de una hora. —La familiar fachada de la abadía de Westminster apareció en la pantalla y, empequeñecida por el enorme portal, salió una pareja, saludó brevemente a algunos curiosos, y se metió en un coche que aguardaba enarbolando el estandarte real—. Han sido enviadas ya las invitaciones para la ceremonia del próximo noviembre a los jefes de estado de todo el mundo. En las caballerizas reales se han iniciado los trabajos de acondicionamiento de la carroza real tradicionalmente utilizada en las coronaciones. Va a ser enteramente dorada de nuevo, a un costo estimado de quinientas mil libras. El señor Alan Harmon, miembro del Parlamento por Huddersfield, ha dicho hoy en la Cámara de los Comunes que era «una carga escandalosa para los contribuyentes británicos». Un comunicado de palacio de fecha de hoy ha confirmado que el príncipe David, de catorce años, sufre de varicela y se halla en cuarentena en la escuela Gordonstoun. Según los informes el heredero del trono pasa su tiempo leyendo cómics de ciencia ficción. Y ahora las noticias deportivas del día. Al final del juego, el Kent se hallaba a 245 puntos por debajo en su partido contra el Surrey…».

Marjorie abandonó la habitación para preparar la cena, John Renfrew se quedó frente al aparato de televisión, aguardando el resultado del Yorkshire. Ya nunca tenía tiempo para los deportes, pero aún seguía los partidos de cricket del condado, y su equipo favorito era el Yorkshire.

En la cocina. Marjorie se ajetreaba de un lado para otro. Se sentía nerviosa. Maldito cricket. ¿Por qué John se sentaba allí a ver aquella porquería? Podía estar ayudándola o al menos hablando con ella, puesto que tenía intención de irse de nuevo. Se preguntó acerca del vino y decidió dejarlo. Era un derroche abrir la botella cuando iba a pasar la velada sola y ya se sentía un poco achispada. Preparó la ensalada, sacó el pan y la mantequilla. El soufflé estaba ya casi a punto. Regresó a la sala de estar. John seguía todavía frente al televisor.

—Pensé que ibas a poner la mesa —dijo secamente.

Él alzó vagamente la vista.

—Oh, ¿ya está lista la cena? La preparo dentro de un minuto.

—No, no dentro de un minuto. El soufflé está hecho y no puede esperar. Será mejor que lo hagas ahora.

Salió irritadamente de la habitación, y él se la quedó mirando, sorprendido. Se dirigió al aparador y sacó el mantel y algunos tenedores, y lo colocó todo sobre la mesa. Marjorie regresó con el soufflé.

—¿Debo llamar a eso poner la mesa? ¿Dónde están las servilletas? ¿Y los vasos? Y llama también a los chicos. Voy a servirlo antes de que se hunda. —Se sentó a la mesa.

—¿Qué te ocurre, cariño? —preguntó él inocentemente.

—¿Qué quieres decir con «qué te ocurre»? No me ocurre nada —respondió rápidamente ella.

—Pareces enfadada —aventuró él.

—Bueno, es para enfadarse. Todo lo que pido es que pongas la mesa mientras yo preparo todo lo demás, y me encuentro con que no has hecho absolutamente nada. Me paso trabajando todo el día y, ¿para qué? Limpio la casa, y ya nunca recibimos a nadie ni vamos a ver a nadie. Hago una espléndida cena y tú te limitas a engullirla y a marcharte.

Igual hubiera podido abrir una lata de judías ya cocinadas, y tú ni siquiera te hubieras dado cuenta. Y estoy harta de pasarme todas las noches sola hasta altas horas de la madrugada. Esto es lo que me ocurre. —Se puso en pie, enfrentándosele.

—Marjorie, lo siento, querida. No me había dado cuenta… Mira, me quedaré en casa esta noche, si tanto te importa. Pensé… quiero decir, sé que te he descuidado un poco últimamente, pero este trabajo significa mucho para mí… Es de una importancia vital, Marjorie, pero no puedo hacerlo sin saber que tú estás aquí detrás mío. Tú eres el elemento más estable de mi vida. No te lo digo porque doy por supuesto que tú lo sabes. Simplemente cuento contigo. No podría concentrarme en absoluto en mi trabajo si supiera que te ocurre algo.

Ella sonrió amargamente.

—Ahora haces que me sienta culpable. Te he abandonado un poco, ¿verdad? Tú quieres que yo mantenga encendido el fuego del hogar, ser tu apoyo, lo que hay detrás de todo gran hombre y todo lo demás. Bien, la mayor parte del tiempo soy feliz siendo todo esto, pero esta noche me siento un poco egoísta. No es solamente el que tú estés fuera todo el tiempo. Es que ha sido un día duro, una cosa detrás de otra. He tenido que hacer horas de cola, no había carne en ningún sitio. No encuentro a nadie que venga a arreglar el retrete desde hace toda una quincena. Y alguien ha forzado la cerradura del garaje hoy y nos ha robado un montón de herramientas.

—¿Eso han hecho? No me lo has dicho.

—No me diste oportunidad de hacerlo. Nunca puedo comunicarme contigo en ese maldito laboratorio. Y Nicky vino a casa de la escuela hecho un mar de lágrimas porque la señorita Crenshaw, sin decirle nada a nadie, se ha marchado a Tristán da Cunha, y ya sabes lo encariñado que estaba Nicky con ella. Creí que el gobierno iba a detener la emigración de los trabajadores que son imprescindibles aquí. Supongo que la señorita Crenshaw no estaba calificada como una trabajadora imprescindible. De todos modos, he tenido que consolar a Nicky. Y luego llamaste tú diciendo que traías a Peterson a casa. Honestamente, a veces me siento como una pelota de fútbol a la que todo el mundo le da patadas.

—¿Por qué no te tomas un día de descanso? ¿Por qué no te vas de tiendas a Londres? Cómprate un vestido que te guste. Ve al teatro.

—¿Sola?

—Elige tú el día, y te prometo que vendré temprano por la tarde y nos iremos a algún espectáculo. ¿Qué te parece? Siempre que no se trate de una de esas horribles obras apocalípticas. El mundo ya está lo suficientemente mal sin que nos lo recuerden constantemente.

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