Cronopaisaje (34 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

—¿Sabes lo último que me dijo cuando me fui? —dijo Gordon bruscamente—. Me dijo:

«No seas un potzer ahí donde vas». Y me dio diez dólares.

—Un tío encantador —dijo Penny diplomáticamente.

—Y, ¿sabes?, el último viernes, en el Coloquio… empecé a sentirme como un potzer.

—¿Por qué? —preguntó Penny, con auténtica sorpresa.

—Me aferré firmemente a la fuerza de mis datos. Pero cuando los examinas atentamente… Cristo, Dyson me hubiera echado una mano, me hubiera apoyado, si hubiera habido algo de sentido en todo ello. Confío en su buen juicio. Estoy empezando a pensar que he cometido algún estúpido error en alguna parte, que he embrollado tanto el experimento que nadie puede descubrir ahora qué es lo que está mal.

—Deberías confiar en tu propio…

—Eso es lo que identifica el potzer, ¿entiendes? La incapacidad de aprender de la experiencia. Me he limitado a ir ciegamente hacia delante…

—Su compota, señoges —dijo suavemente el camarero.

—Oh, Dios —dijo Gordon, con tal irritación que el camarero dio un paso atrás, perdida su compostura. Penny se echó a reír, lo cual hizo que el camarero se sintiera aún más inseguro. Incluso Gordon sonrió, y su malhumor desapareció.

Penny hizo que la alegría estuviera presente en todo el resto de la cena. Sacó un libro de su bolso y se lo tendió.

—Es el nuevo Phil Dick.

Él echó una mirada a la llamativa portada.
El hombre en el castillo
.

—No he tenido tiempo de leerlo.

—Entonces busca algo de tiempo. Es realmente bueno. ¿Has leído alguno de sus otros libros?

Gordon se alzó de hombros, dejando a un lado el tema. Seguía deseando hablar de Nueva York, por razones que no podía comprender. Llegó a un compromiso contándole a Penny el contenido de la última carta de su madre. Aquella lejana figura parecía estarse acostumbrando a la idea de su hijo viviendo «en flagrante pecado». Pero había una curiosa vaguedad en aquellas últimas cartas que lo preocupaba. Cuando llegó a California, las cartas habían sido largas, llenas de chismes acerca de la rutina diaria, los vecinos, los rumores de la vida de Manhattan. Ahora ella le contaba muy poca cosa de lo que estaba haciendo. Y él notaba el vacío dejado por estos de talles, se daba cuenta de que su vida en Nueva York se estaba alejando progresivamente de él. Se sentía más seguro de sí mismo antes, el mundo le parecía más grande.

—Oh, vamos, Gordon. Deja de cavilar. Mira, te he traído algo más.

Gordon vio que ella había planeado metódicamente una alegre velada, completa, con regalos incluidos. Penny extrajo un precioso juego de pluma y lápiz Cross, una corbata estrecha estilo Oeste, y una pegatina para el coche: Au+H
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O. Gordon la sujetó entre el índice y el pulgar, suspendiéndola delicadamente en el aire sobre su mesa, como si creyera que podía contaminar la piccata de ternera.

—¿Qué demonios es esto?

—Oh, vamos. Es sólo un chiste. Los símbolos químicos del oro y del agua: Gold+Water.

—Y la próxima vez me traerás ejemplares de
La conciencia de un conservador
, Cristo.

—No tengas tanto miedo a las nuevas ideas.

—¿Nuevas? Penny, están llenas de telarañas.

—Son nuevas para ti.

—Mira, Goldwater puede ser buen vecino… las verjas hacen buenos vecinos, ¿no es eso lo que dice Frost? Aquí tienes un pequeño toque literario. Pero, Penny, es un papanatas.

—No tan papanatas como el que nos hizo perder Cuba —dijo ella rígidamente.

—¿Eh? —Gordon se sintió honestamente desconcertado.

—El pasado octubre Kennedy la perdió definitivamente. Simplemente así. —Hizo chasquear sus dedos con energía—. Aceptó no hacer nada, respecto a Cuba si los rusos quitaban sus misiles de allí.

—Por «nada» quieres decir otra Bahía de Cochinos.

—Quizás —asintió ella firmemente—. Quizás.

—Kennedy ya ha ayudado a suficientes fascistas. Los exiliados cubanos, Franco, y ahora Diem en Vietnam. Pienso que…

—Tú no piensas absolutamente en nada, Gordon. De veras. Te has traído contigo todas esas ideas del este acerca de la forma en que funciona el mundo, y todas ellas son equivocadas. JFK se mostró débil en Cuba y tú simplemente te quedaste mirando… los rusos van a darles todas las armas que quieran, y empezarán a infiltrarse por todas partes, por toda Sudamérica. Son una auténtica amenaza, Gordon. ¿Quién va a impedirles ahora que envíen tropas incluso a África? ¿Al Congo?

—Tonterías.

—¿Es una tontería también el que Kennedy esté quitándonos cada día un poco más de nuestras libertades? ¿Obligando a las acerías a mantener sus precios, mientras que lo que deberían hacer sería aumentarlos? ¿Qué le ha ocurrido a la libre empresa?

Gordon alzó una mano en el aire.

—Mira, ¿firmamos una tregua?

—Simplemente estoy intentando que te liberes de estas ideas tuyas. Vosotros, la gente del este, no comprendéis cómo funciona realmente este país.

—Creo que hay algunos tipos del New York Times que han pensado un poco al respecto —dijo Gordon sarcásticamente.

—Demócratas izquierdistas —empezó ella— que no…

—Eh, eh. —Alzó de nuevo su mano hacia ella—. Creí que habíamos firmado una tregua.

—Está bien… de acuerdo. Lo siento.

Gordon estudió su plato por un momento, distraído, y luego dijo de pronto:

—¿Qué es esto?

—Una ensalada de alcachofas.

—¿Yo he pedido esto?

—Yo misma te lo oí.

—¿Después de la ternera? ¿En qué estaría pensando?

—Te aseguro que no lo sé.

—No lo quiero. Llamaré a uno de esos estrafalarios camareros.

—No son «estrafalarios», Gordon. Son raros.

—¿Qué? —preguntó él, sin comprender.

—Ya sabes. Homosexuales.

—¿Maricas? —Gordon tuvo la impresión de que había sido engañado durante toda la velada. Dejó caer la mano que estaba llamando al camarero, sintiendo una repentina timidez—. Deberías habérmelo dicho.

—¿Por qué? No tiene importancia. Quiero decir, están por todas partes en La Jolla… ¿no te has dado cuenta?

—Esto… no.

—La mayor parte de los camareros en cualquier restaurante lo son. Es un trabajo muy adecuado para ellos. Pueden viajar por todas partes y vivir en los mejores lugares. No tienen obligaciones familiares, la mayor parte del tiempo sus familias no desean saber nada de ellos, así que… —Se alzó de hombros. Gordon vio en su gesto una afectada sofisticación, un fácil contacto con el mundo, que de pronto envidió enormemente. La forma en que su conversación había derivado de tema en tema aquella noche le desconcertaba, le hacía sentirse desequilibrado. Se dio cuenta de que seguía sin poder captar la esencia de la auténtica Penny, la mujer que había realmente tras unos rostros tan distintos. La ridícula defensora de Goldwater vivía al lado de la literaria licenciada en artes que luego se unía a la chica de desinhibida sexualidad. Recordaba haber abierto la puerta del cuarto de baño en una fiesta de la facultad el año pasado, y habérsela encontrado sentada en la taza del váter, su falda azul abierta en abanico a su alrededor como un ramillete de flores. Ambos se mostraron sorprendidos; ella sujetaba un trozo de papel tisú amarillo en su mano alzada. Sus talones estaban apoyados en la unión de las baldosas triangulares del suelo, de modo que los dedos de sus pies se curvaban en el aire. El asiento bajo hacía que sus caderas parecieran más anchas. Entre sus pálidos muslos separados destacaba la abertura ovalada de la taza. La oscura funda de sus medias cubría la mayor parte de sus piernas, rematadas con las lenguas descendentes de sus portaligas. El se quedó allí indeciso, con la boca abierta, y luego entró, cerrándola a la posibilidad de un paso en falso. El espejo en la pared del fondo reflejó a un desconocido sorprendido y desconcertado. Cerró la puerta tras él, se acercó a ella. «Puedes ver esto en casa», dijo ella con picardía. Con una estudiada deliberación se secó, sin preocuparse de él, y arrojó el papel por la abertura del váter entre sus piernas. Se volvió a medias en el asiento, y apretó la palanca de cerámica del depósito. No se levantó hasta que oyó el gorgotear del agua. De pie, arreglándose las ropas, parecía más alta y en cierto modo desafiante, un problema exótico. En el blanco y embaldosado cuarto de baño parecía resueltamente luminosa, una Penny que nunca había conocido. «No podía esperar», dijo él con una voz ronca que le sonó extrañamente a sí mismo, considerando que no era cierto. Pasó junto a ella, bajándose la cremallera. El líquido chorro le hizo sentir un agradable alivio. «Como si estuviéramos en casa, ¿eh?» Penny alzó una comisura de su boca acentuada por el lápiz de labios en una media sonrisa, viendo el cambio de humor en él. «Sí, supongo que sí», dijo él indolentemente. Fuera, sus colegas estaban discutiendo de superconductividad, mientras sus esposas hacían comentarios sobre las últimas operaciones inmobiliarias del lugar; las mujeres parecían decantarse hacia todo lo que era real y sólido. La sonrisa de Penny se hizo más amplia, y él terminó con un último chorro que manchó parcialmente el borde de la taza. Dio unas breves sacudidas para desprender las últimas gotas, cerró la cremallera, y secó el asiento con otro trozo del tisú amarillo. Nunca se había sentido tan franco y abierto con una mujer antes, tan relajado. Sin desear prolongar el momento por miedo a estropearlo, la besó ligeramente y abrió la puerta. Fuera, Isaac Lakin estaba apoyado contra la pared, estudiando las reproducciones de Brueghel en el débilmente iluminado pasillo y aguardando para entrar en el cuarto de baño—. «Ah —dijo, al verlos aparecer juntos—, ocurren cosas…» Una simple deducción. Los ojos de Lakin fueron del uno al otro como si así pudiera captar el secreto, como si acabara de descubrir una nueva faceta de Gordon. Bueno, quizá fuera cierto. Quizá los dos acabaran de descubrirla.

—Gordon. —Penny lo devolvió al presente—. Has estado ausente durante toda la velada. —Parecía preocupada. Él sintió un breve asomo de irritación. La Penny de sus sueños era suave y femenina; la que tenía ahora ante él era una inoportuna—. Si vas a hacerlo de todos modos, ¿por qué simplemente no hablas de ello?

Él asintió. Aquella programada salida nocturna, llena de alegría forzada, estaba empezando a abrumarle. Del mismo modo que el repentino cambio en sus emociones. Normalmente se consideraba un hombre férreo, inamovible ante las emociones pasajeras.

—Hoy recibí una llamada de Saul —dijo rígidamente, huyendo de sus propios pensamientos—. Él y Frank Drake van a trabajar algún tiempo en el gran radiotelescopio de Green Bank, en Virginia del Oeste. Desean estudiar la 99 de Hércules.

—Si reciben alguna señal, «¿confirmará eso tu caso?».

—Correcto. No tiene sentido pero… así es.

—¿Por qué no tiene sentido?

—Mira, quiero decir… —Gordon agitó exasperado una mano. Uno de los camareros tomó aquello como una señal y se dirigió hacia ellos. Apresuradamente, Gordon le hizo señas de que no acudiera—. Aunque aceptes toda la historia, los taquiones y todo lo demás… ¿por qué pensar que pueden haber señales de radio? ¿Por qué ambas cosas? La única razón de utilizar taquiones es que la radio es demasiado lenta.

—Bueno, al menos están haciendo algo.

—¿Tú también eras una animadora en los partidos de fútbol del instituto?

—Dios, a veces eres un tipo realmente odioso.

—Éstos son mis días malos del mes.

—Mira, Saul está intentando ayudar.

—No creo que ésa sea la forma de resolver el problema.

—¿Cuál es, entonces? —Cuando él apartó la pregunta con un gesto de la mano y una expresión ligeramente disgustada, ella insistió—: Realmente, Gordon, ¿cuál es?

—Olvidarlo. Ésta es la mejor manera. Lo único que deseo es que todo el mundo lo olvide también.

—No piensas realmente…

—Por supuesto que lo pienso. Deberías haber estado en aquel coloquio. Ella dejó que él se enfriara unos momentos, y luego murmuró:

—Hace una semana estabas lleno de confianza.

—Eso era hace una semana.

—Al menos podías trabajar en ello.

—El examen de candidatura de Cooper es dentro de dos días. Voy a concentrarme en ayudarle a prepararse, y luego a salir con bien de él. Éste es mi trabajo.

Gordon agitó bruscamente la cabeza, como si el tener un trabajo que hacer resolviera todos los problemas.

—Quizá debieras intentar algo como lo que está haciendo Saul.

—No tiene objeto.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Penny alzó los brazos, echándose hacia atrás en su silla de roten y mirándole directamente a los ojos—. ¿Has pensado alguna vez en la rígida forma de trabajar que tienen los científicos? Es como un entrenamiento militar.

—Tonterías.

—¿Qué es lo que os enseñan? A transcribir todo lo que sabéis acerca de un problema. A reducirlo a unas cuantas ecuaciones. La mayor parte de las veces es suficiente, ¿no? Simplemente les das unas cuantas vueltas a las ecuaciones, y ahí tienes la respuesta.

—No es tan sencillo —dijo Gordon, agitando la cabeza. Pero tenía que admitirse a sí mismo a regañadientes que había algo de verdad en lo que ella estaba diciendo. Asignar símbolos, convertir las incógnitas en equis, yes y zetas, luego reordenarlo. Pensamiento a la medida. Todos estaban acostumbrados a ello, y quizás esto ocultara algunos de los elementos del problema, si uno no era cuidadoso. Dyson, con toda su sabiduría, podía estar completamente equivocado, simplemente a causa de sus hábitos de pensar.

—Tomemos un poco de mousse de chocolate —dijo Penny alegremente.

Él alzó la vista hacia ella. Estaba dispuesta a conseguir que la velada terminara agradablemente, de una u otra forma. La recordó sentada en la taza del váter, y sintió que una extraña ternura lo inundaba. La había visto a la vez vulnerable y serena sentada allí, realizando una función animal rodeada por unas ropas diáfanas. Graciosa, y curiosamente elegante.

—¿Les ha aggadado la comida, señoges?

Gordon alzó la vista hacia el camarero, intentando estimar si era realmente homosexual.

—Oh… sí. Sí. —Hizo una pausa—. Mucho mejor que en Chef Bo-yar-di. La expresión en el rostro del camarero valió el precio de la comida.

20 - 31 de mayo de 1963

El examen de candidatura de Cooper empezó bastante bien. Gates, un físico de altas energías, empezó con un problema estándar.

—Señor Cooper, considere dos electrones en una caja unidimensional. ¿Puede escribirnos la función de onda para este estado?

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