Cronopaisaje (8 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

Como si estuviera leyendo sus pensamientos, Jan observó suavemente:

—¿Al pie del reloj de la iglesia a las tres menos diez? ¿Y queda todavía un poco de miel para el té?

Todos ellos exageraban, pensó Marjorie, especialmente la prensa. La historia estaba formada por una serie de crisis, después de todo, y hasta ahora todos ellos habían sobrevivido. John se preocupaba por todo aquello, se daba cuenta, pero realmente las cosas tampoco habían cambiado tanto.

6 - 25 de septiembre de 1962

Gordon Bernstein bajó su lápiz con una deliberada lentitud. Lo sujetó entre el índice y el pulgar y observó la punta temblar en el aire. Era un test infalible; cuando acercó la punta del lápiz al sobre de fórmica de la mesa, el temblor de su mano creó un rítmico tic-tic-tic. No importaba lo fuerte que tensara su mano para mantenerla inmóvil, el sonido continuaba. Mientras lo escuchaba, pareció crecer y hacerse más fuerte que el sordo latir de las bombas de drenaje a su alrededor.

Bruscamente, Gordon aplastó el lápiz contra la mesa, haciendo un agujero negro en su superficie, partiendo la punta y esparciendo pequeños fragmentos de madera y de pintura amarilla.

—Hey, esto…

Gordon alzó sobresaltado la cabeza. Albert Cooper estaba de pie junto a él. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?

—Yo, esto, lo he verificado con el doctor Grundkind —dijo Cooper, apartando la vista del lápiz—. Todo su equipo ha sido desconectado.

—¿Lo comprobaste personalmente? —La voz de Gordon era sorda, excesivamente controlada.

—Sí, bueno, están empezando a cansarse de verme constantemente por ahí —dijo Cooper tímidamente—. Esta vez incluso desenchufaron todos sus aparatos de las tomas de corriente de la pared.

Gordon asintió en silencio.

—Bien, creo que ya no podemos hacer nada más.

—¿Qué quieres decir? —dijo Gordon suavemente.

—Mire, llevamos trabajando en esto desde hace… ¿cuánto?… cuatro días.

—¿Y?

—Hemos llegado a un callejón sin salida.

—¿Por qué?

—El grupo de baja temperatura de Grundkind era el último candidato de nuestra lista. Hemos hecho parar todo lo que había en el edificio.

—Correcto.

—Así que ese ruido… no puede venir de ellos.

—Aja.

—Y sabemos que no viene de fuera.

—La tela metálica que hemos instalado alrededor del aparato lo prueba —asintió Gordon, señalando con la cabeza a la jaula metálica que rodeaba ahora todo el conjunto del imán—. Debería detener todas las señales extraviadas.

—Sí. De modo que debe haber algo que va mal en nuestro equipo electrónico.

—No.

—¿Por qué no? —preguntó Cooper, impaciente—. Infiernos, quizá la Hewlett-Packard esté a punto de jugarnos una mala pasada, ¿cómo podemos saberlo?

—Hemos comprobado los montajes nosotros mismos.

—Pero eso tiene que venir de ahí.

—No —dijo Gordon, con comprimida energía—. No, ha de haber algo más. —Alzó la mano y tomó un montón de gráficos—. Durante dos horas he estado tomando eso. Mira.

Cooper hojeó las hojas milimetradas en rojo.

—Bueno, parece un poco menos ruidoso. Quiero decir, el ruido está empezando a mostrar algunos picos regulares.

—He sintonizado al máximo la recepción. Ahora es más nítida.

—¿De veras? Sigue siendo un ruido —dijo Cooper irritadamente.

—No, no lo es.

—¿Eh? Claro que lo es.

—Mira esos picos que he señalado. Observa sus intervalos. Cooper esparció las hojas sobre la fórmica de la mesa. Al cabo de un momento dijo:

—Me estoy quemando los ojos en ello, pero… bien, parece como si simplemente hubiera dos intervalos distintos.

Gordon asintió con energía.

—Correcto. Eso es lo que observé. Lo que estamos viendo aquí es un montón de ruido de fondo, y que me condene si sé de dónde procede, con algo regular sobreimpreso.

—¿Cómo ha conseguido esos diagramas?

—Utilicé el correlacionador incorporado para eliminar el genuino ruido. Esta estructura, estos intervalos… probablemente han estado aquí todo el tiempo.

—Simplemente no lo hemos mirado lo suficientemente de cerca.

—«Sabíamos» que era ruido de fondo, así que ¿por qué estudiar el ruido de fondo? Es estúpido. —Gordon agitó la cabeza, sonriéndose amargamente a sí mismo.

La frente de Cooper se frunció mientras miraba a un punto inconcreto del espacio.

—No acabo de comprenderlo. ¿Qué tienen que ver esos impulsos con la resonancia nuclear?

—No lo sé. Quizá nada.

—Pero infiernos, eso es precisamente el experimento. Estoy midiendo los picos de la resonancia nuclear cuando invertimos los spins de los núcleos atómicos. Esos pulsos…

—No son resonancias. No del modo que nosotros entendemos una simple resonancia, al menos. Algo está golpeando esos spins nucleares, de acuerdo, pero… espera a ver.

Gordon fijó nuevamente la vista en los gráficos. Su mano izquierda retorció ausentemente un botón de su arrugada camisa azul.

—No creo que esto sea ninguna clase de efecto dependiente de la frecuencia.

—Pero eso es lo que hemos estado buscando. La intensidad de la señal recibida, contra la frecuencia observada en ella.

—Sí, pero presupone que todo es estable.

—Bueno, así es.

—¿Quién sabe? Supongamos que el ruido llega a ráfagas.

—¿Por qué debería hacerlo?

—¡Maldita sea! —Gordon dio un puñetazo sobre la mesa, enviando el roto lápiz al suelo—. ¡Intenta desarrollar la idea por una sola vez! ¿Por qué todos los estudiantes desean que se lo den todo masticado?

—Bueno, está bien. —Cooper frunció el entrecejo en una expresión preocupada. Gordon pudo darse cuenta de que el hombre estaba obviamente demasiado cansado como para pensar realmente en algo. Incidentalmente, él también lo estaba. Llevaban rompiéndose la cabeza sobre aquel pesadillesco problema desde hacía muchos días, durmiendo lo mínimo y saliendo a comer a grasientos tugurios de comidas rápidas. Infiernos, ya no sabía ni cuánto tiempo hacía que no había bajado a la playa a hacer jogging. Y Penny… Cristo, apenas la había visto desde hacía una eternidad. Ella le había dicho algo brusco e hiriente la pasada noche, justo antes de que él se quedara dormido, y él no se había dado cuenta de ello hasta que estuvo vestido, solo, esta mañana. Así que eso era algo que iba a tener que arreglar, cuando volviera a casa. Si alguna vez volvía a casa, añadió, porque no iba a dejar abandonado aquel rompecabezas hasta que…

—Hey, probemos esto —dijo Cooper, arrancando a Gordon de su meditaciones—. Supongamos que tenemos aquí una entrada a variación temporal, del tipo que dijo usted que era hace unos días… ya sabe, cuando empezamos a buscar fuentes de ruido procedentes del exterior. Nuestra punta transcriptora se mueve a una velocidad constante a través del papel, ¿no? —Gordon asintió—. Así que esos picos de aquí están espaciados aproximadamente un centímetro, y luego esos dos espaciados medio centímetro. Luego un intervalo de un centímetro, tres a medio centímetro, y así sucesivamente.

Gordon se dio cuenta de pronto de a dónde quería ir el otro, pero dejó a Cooper terminar.

—Ésa es la forma en que llega la señal, teniendo en cuenta el factor tiempo. No la frecuencia, sino el tiempo.

Gordon asintió. Era obvio, ahora que miraba los valles y picos que había formado la punta registradora.

—Algo nos llega a ráfagas, a todo lo ancho del espectro de frecuencias que estamos estudiando. —Frunció los labios—. Ráfagas con largos intervalos entre ellas, luego otras con intervalos más cortos.

—Correcto —asintió Cooper entusiásticamente—. Eso es.

—Cortas, largas… Corto, largo, corto, corto. Como…

—Como un maldito código —terminó Cooper. Se pasó la mano por la boca y miró a los gráficos.

—¿Conoces el código Morse? —le preguntó suavemente Gordon—. Yo no.

—Bueno, sí. Lo sabía cuando chico, al menos.

—Entonces vamos a ordenar estas hojas, en el orden de llegada.

—Gordon se puso en pie con renovada energía. Tomó el otro lápiz del suelo y lo metió en la máquina sacapuntas y empezó a hacer girar la manivela. Hizo un ruido crudo y chirriante.

Cuando Isaac Lakin entraba en el laboratorio de resonancia nuclear, cualquiera, incluso un visitante casual, podía afirmar que era propiedad suya. Por supuesto, la Fundación Nacional para la Ciencia pagaba por lo esencial allí, excepto el material electrónico, excedente de la guerra, adquirido a la Marina, y la Universidad de California era la propietaria del inmenso imán cedido temporalmente, pero en cualquier otro sentido del término el laboratorio pertenecía a Isaac Lakin. Había establecido su reputación en el MIT a través de una década de intenso trabajo, una década de investigación punteada por los destellos de brillantes logros. De ahí había pasado a la General Electric y luego a los laboratorios Bell, y cada uno de esos pasos lo había llevado más arriba. Cuando la Universidad de California empezó a edificar un nuevo campus en torno al Instituto de Oceanografía Scrips, Lakin se convirtió en uno de sus primeros «hallazgos». Tenía contactos en Washington y podía conseguir un buen montón de dinero con ellos, dinero que se convertía en equipo y espacio para laboratorios y puestos para jóvenes investigadores. Gordon había sido uno de los primeros en cubrir esos puestos, pero desde el principio él y Lakin no habían congeniado. Cuando Lakin entraba en el laboratorio de Gordon, normalmente encontraba algo fuera de lugar, un montón de cables en los que tropezaba, un vaso de Dewar deficientemente asegurado, algo para agriar su humor.

Lakin hizo una inclinación de cabeza en dirección a Cooper y murmuró un hola a Gordon, mientras sus ojos rastreaban el laboratorio. Rápidamente, Gordon le hizo a Lakin un resumen de su proceso de eliminación. Lakin asintió, sonriendo débilmente, mientras Cooper le detallaba las semanas que había pasado comprobando y volviendo a comprobar todo el equipo. Mientras Cooper hablaba, Lakin iba de un lado para otro, comprobando un mando aquí, estudiando un circuito allá.

—Estos contactos están invertidos —declaró, señalando unos cables con pinzas de cocodrilo en sus terminales.

—No estamos utilizando esa unidad —respondió suavemente Gordon. Lakin estudió los circuitos de Cooper, hizo una observaron acerca de ensamblarlos mejor, y se trasladó a otro sitio. La voz de Cooper fue siguiéndole a través de todo el laboratorio. Para Cooper, describir un experimento era como desmontar un rifle, cada parte en su lugar y tan necesaria como cualquier otra. Era bueno y era concienzudo, pero carecía de la experiencia de ir al fondo del problema, de ofrecer sólo lo esencial. Bueno, pensó Gordon, era por eso por lo que Cooper era un estudiante, y Lakin un profesor.

Lakin accionó un conmutador, estudió el danzante rostro de un osciloscopio, y dijo:

—Hay algo fuera de alineación.

Cooper entró en acción inmediatamente. Encontró con rapidez el fallo, y lo corrigió en unos segundos. Lakin asintió aprobadoramente. Gordon sintió una curiosa constricción en su caja torácica, como si fuera él quien estuviera siendo sometido a prueba, no Cooper.

—Muy bien —dijo Lakin finalmente—, ¿los resultados?

Ahora era el turno de Gordon. Expuso primero sus ideas, luego siguió con la exposición de los datos. Concedió a Cooper el mérito de suponer que había un mensaje codificado en aquel ruido. Tomó una hoja de gráfico y se la mostró a Lakin, señalando los intervalos y cómo la distancia entre todos ellos era siempre cercana al centímetro y al medio centímetro, sin ningún otro intervalo. Lakin estudió las oscilantes líneas con sus ocasionales puntas afiladas, como torres surgiendo de un brumoso paisaje urbano. Impasible, dijo:

—Tonterías.

Gordon hizo una pausa.

—Eso pensé yo también, al principio. Luego iniciamos la decodificación, asignando a los intervalos de medio centímetro el valor de «cortos» y a los de un centímetro el de «largos», dentro del código Morse.

—Esto es absurdo. No existe ningún efecto físico que pueda producir datos como éstos. —Lakin miró a Cooper, claramente exasperado.

—Pero observe la traducción del Morse —dijo Gordon, escribiendo en la pizarra: ENZIMA INHIBE B. Lakin frunció el ceño ante las letras.

—¿Esto corresponde a una hoja de gráfico?

—Bueno, no. A tres hojas unidas.

—¿Dónde están las separaciones?

—ENZIM estaba en la primera, A INH en la segunda, IBE B en la tercera.

—Así que no hay ninguna palabra completa en ninguna.

—Bueno, son secuenciales. Las tomamos una después de la otra, con tan sólo la pausa suficiente para cambiar el papel.

—¿Cuánto tiempo?

—Oh… veinte segundos.

—Tiempo bastante como para que varias de sus «letras» hayan quedado sin detectar.

—Bueno, quizá. Pero la estructura…

—Aquí no hay ninguna estructura, solamente suposiciones.

Gordon frunció el ceño.

—Las posibilidades de obtener una serie de palabras a partir de un ruido al azar, dispuestas de esta forma…

—¿Y cómo espacia usted las palabras? —dijo Lakin—. Incluso en el código Morse hay un intervalo, para decirle a uno dónde termina una palabra y empieza la otra.

—Doctor Lakin, eso es exactamente lo que hemos descubierto. Hay intervalos de dos centímetros en los gráficos entre cada palabra. Eso corresponde a…

—Entiendo. —Lakin se lo estaba tomando estoicamente—. Muy convincente. ¿Hay otros… mensajes?

—Algunos —dijo Gordon—. No tienen demasiado sentido.

—Lo sospechaba.

—Oh, son palabras. «Esto» y «saturado»… ¿cuáles son las posibilidades de obtener una palabra de ocho letras como ésa, enmarcada con espacios de dos centímetros a cada lado?

—Hummm —dijo Lakin. Gordon siempre había tenido la sensación de que, en tales momentos, Lakin tenía alguna expresión en su idioma natal, el húngaro, pero que no podía traducirla al inglés—. Sigo creyendo que todo esto son… tonterías. No existe ningún efecto físico como éste. Interferencias desde el exterior, sí. Puedo creer en eso. Pero esto, este código Morse a lo James Bond… no.

Con lo cual Lakin agitó rápidamente la cabeza, como si borrara el asunto de su interior, y se pasó una mano por su escaso cabello.

—Creo que han malgastado su tiempo aquí.

—No creo que…

—Mi consejo es que se centren en su auténtico problema, es decir encontrar la fuente del ruido en sus aparatos electrónicos. No llego a comprender por qué aún no lo han conseguido. —Lakin se dio la vuelta, hizo una inclinación de cabeza hacia Cooper, y se fue.

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