Cruising (9 page)

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Authors: Frank García

—Lo sé

—Andrés y yo nos conocimos una noche, digamos loca, pero me sorprendió; luego desapareció, no sólo de mi vista sino de Madrid y ahora ha regresado. Es un tipo con quien se puede conversar, sabe escuchar, es divertido…

—Y seguro que folla bien —comentó Pablo.

—Eso queda entre nosotros —intervine con mirada tajante.

—Tampoco hace falta que te pongas así —sonrío con sarcasmo—. Podemos montarnos una fiesta entre los cuatro, total, el culo de Carlos ya lo conoces y así pruebo el de tu nueva adquisición.

—¡Pablo! —intervino Carlos.

—¿Qué sucede? —preguntó Pablo con altivez—. El tío está bueno y me gustaría tirármelo. ¿No te ha follado Rafa a ti?

—Cuando tú y yo no nos conocíamos. Ahora simplemente somos amigos.

—Perfecto, yo me tiro a este tío y luego todos tan amigos.

—¿Sabes? Si he venido a cenar es por Carlos. Hasta la fecha me habías parecido un tipo normal, algo altivo y chulesco, pero normal y te soportaba porque Carlos es feliz contigo y él es un gran amigo —me levanté de la silla, saqué dinero y lo dejé sobre la mesa—. La cena estaba siendo muy agradable, pero veo que tú hoy no tienes el día o tal vez seas así y yo estaba equivocado.

—El chico se pone celoso —continuó hablando mientras me seguía retando con la mirada—. Deja que él decida, tal vez…

—Eres un imbécil —le interrumpí—. Yo me voy —miré a Andrés—, ¿vienes?

—Claro. Por educación me abstengo de comentarios, pero…

—No merece la pena —le interrumpí—. Vamos que la noche está para disfrutarla, tal y como habíamos planeado. Carlos, como siempre es un placer verte y recuerda que te quiero un montón.

—Lo sé —comentó tímidamente, cortado por la situación. No dijo más y me cabreó irme de aquella manera por él, no se lo merecía.

Salimos. Estaba encendido y con el deseo de haber hostiado al muy cabrón y hacerle saltar los dientes uno a uno, borrando aquella sonrisa de chulo barriobajero. Ya en la puerta tomé aliento y respiré profundamente varias veces. Andrés me miraba con gesto triste.

—Lo siento.

—Tú no tienes nada que sentir —le abracé—. Tú eres un gran tipo. Si yo hubiera estado en tu pellejo, te juro que le rompo la cara; en cambio has estado sereno y tranquilo.

—No creas —sonrió—, si no te hubieras levantado, le hubiera estrellado el plato en la cara. Nunca me habían insultado de esa forma.

—El que lo siento soy yo, por haber aceptado la cena.

—Deja de preocuparte —me besó suavemente los labios—. Me prometiste ir a bailar.

—Gracias nene. Vamos a bailar y a sacar toda la adrenalina que se ha acumulado en mi interior.

—Y en el mío. Aunque no sé… Sabiendo que estás cabreado… —me miró con cara de picarón.

—¡Qué cabrón eres! —le agarré por el cuello y comenzamos a andar—. Este cabreo no me la ha puesto dura, ni me han entrado ganas de follar. Te ha ofendido y eso me ha dolido.

—Si te digo la verdad, me gusta.

—¿El qué?

—Es como si te hubieras puesto celoso.

—No digas tonterías. El vino se te ha subido a la cabeza. Vamos a bailar.

Paseamos por aquellas calles. Decidí finalmente ir a
The Angel
. Sabía que a Carlos no le gustaba el ambiente oso y si por una razón u otra, ellos pensaban continuar la noche, algo que dudaba tras lo ocurrido, no deseaba lo más mínimo encontrármelos. Nunca había soportado la prepotencia y en aquellas palabras, aquel cabrón, la expresaba por todos sus poros. Sentía odio, desprecio y tal vez, como dijo Andrés, algo de celos. No sé que estaba sintiendo, tal vez sólo era el instinto de protección, porque me gustaba proteger a Andrés. Él es fuerte, grande y seguro que pega mejores hostias que yo, pero deseaba que junto a mí, se sintiera protegido. Había cogido cariño al cabrón y me sentí feliz en nuestro reencuentro y en los momentos vividos desde entonces. Algo en mí estaba cambiando.

—¿Qué piensas?

—Nada nene, estoy deseando sudar en la pista y divertirnos —le cogí por la cintura y le acerqué a mí—. Bésame, eso hará que me sienta mejor.

—Te besaría toda mi vida —me cogió la cabeza con su mano y nos besamos en medio de aquella calle, entre la gente que cruzaba en los dos sentidos, pero en realidad, yo sentí que estábamos solos, solos y en el paraíso—. ¿Dónde vamos? Que yo sepa…

—Vamos a
The Angel
, no sé si lo conoces. Es un lugar de ambiente oso, pero va gente de todo tipo. Hay sábados que la música está de puta madre y ahora además no habrá mucha gente, se empieza a llenar a partir de las dos.

—Mejor, así bailaremos a nuestras anchas.

—Sí, tú y yo. Provocándonos, insinuándonos —me quedé mirándole fijamente—. Se me está ocurriendo una cosa.

—Miedo me da —sonrió.

—Verás. Entramos juntos, pero cada uno se va a una parte. Tú a la barra del final y yo me quedo al principio. Pedimos la bebida, seguramente te podrás sentar en algún taburete y al cabo de un rato…

—Me gusta esa fantasía. No me cuentes más.

—Está bien. Nos quitamos la ropa de abrigo, nos quedamos con las camisas y tú te la desabrochas, digamos, unos cinco botones.

—Eso es provocar mucho.

—Claro. Me tienes que provocar, por el contrario no te entraría. Pasaremos toda la noche como que nos acabamos de conocer, hasta que nos vayamos.

—Está bien, ¿Qué pasa si me entra otro machote que me guste?

—Pues entonces me volveré a mi sitio y ligaré con otro —le miré con cara de enfadado.

—Nunca te haría eso y lo sabes.

—Claro que lo sé —le toqué el culo—. Ya hemos llegado, entremos.

Tal y como lo habíamos planeado tras dejar los abrigos en el guardarropía, le desaté los botones hasta donde me resultaba sexy, le besé en la boca y le di otro azote. Me sonrió y se fue hacia el final de la discoteca. Me acerqué a la primera barra y pedí un cubata de ron, estuve unos segundos sentado, fijándome en el nuevo camarero. A éste no le conocía y tenía un pectoral impresionante, me miró y sonrió, le devolví la sonrisa y continuó con su trabajo. Decidí proseguir con la fantasía y comencé a caminar despacio por todo el local, sin prisa, como si estuviera observando a los machos que se cruzaban a mi paso. Al llegar casi al final, Andrés estaba sentado al lado de un oso sin camisa y muy grande que le estaba dando conversación. Me detuve, Andrés me miró y sonrió, debió de despedirse del gran oso y se levantó sentándose al lado de una de las columnas, adoptando una postura de macho desafiante. Caminé hacia él despacio y pasé por delante mirándonos fijamente a los ojos. Continué mi camino y me detuve girándome hacia donde Andrés se encontraba. Él no cambió la postura, seguía mirando hacia el lado contrario de donde yo estaba. Me gustó aquel desafío, me estaba excitando y retomé el camino hacia él deteniéndome a su lado. Levantó la mirada y sonrió con cara de vicio.

—¿Estás solo? —le pregunté

—Depende de cómo se mire —me respondió.

—Te he visto con ese oso y…

—Es un amigo, un buen amigo con el que he venido esta noche a pasar un rato.

—¿Te gustan los osos?

—Me gustan los machos, ¿tú lo eres?

Me senté a su lado. No se inmutó, ni siquiera apartó la pierna para que me acercara a él.

—No has contestado a mi pregunta.

—¿A ti qué te parece? —me agarré el paquete marcándolo aún más.

—A mí los machos no me impresionan por la polla. Esa la sabe usar cualquiera que tenga un poco de experiencia.

—Para ti, ¿cómo se demuestra que un tío es un macho?

—Bailando.

Me reí.

—Los machos no bailan.

—Esa es una afirmación estúpida. Demasiadas películas has visto tú.

—Me gusta bailar, aunque no sea mi fuerte. Prefiero hacer otras cosas con un buen macho y no dejar el sudor en una pista de baile, sino en una cama.

—Si consigues conquistarme bailando, esta noche estaremos juntos en la cama, pero te lo advierto, soy muy exigente.

—No pretenderás que bailemos ahora que no hay casi gente.

—¿Por qué no? ¿Te acobarda que te vean?

—No, pero me gusta ser discreto.

—Creo que no eres el macho que busco.

Me quedé en silencio unos minutos, mirándonos fijamente. Saqué un cigarrillo y lo prendí, el cabrón estaba jugando muy bien y me estaba provocando. Era verdad que me gustaba bailar, pero cuando una pista está a reventar y pavonearme entre todos, pero allí, si contaba a la gente que estábamos, no pasaríamos de unos cuarenta y nadie estaba bailando. Todos permanecían contra las barras, sentados o de pie, mirándose los unos a los otros o simplemente abstraídos en sus pensamientos. El cabrón me estaba probando, creo que empezaba a ver alguno de mis lados vulnerables, que no me gustaba que nadie descubriera y menos él. No, él no. Al menos por el momento. Aún era muy pronto para abrir algunas puertas, aunque con él sin duda ya había dado algunos pasos importantes.

Seguía retándome con su mirada y con aquella postura: sentado, con la pierna derecha subida sobre el asiento y doblada hacia él y la otra apoyada en el suelo. Con la mano derecha rozaba de vez en cuando la columna, suavemente y cuando lo hacía, la miraba de arriba abajo en consonancia con el movimiento de su mano. Aquel gesto me hacía pensar que en su mente, la columna era un enorme falo y la acariciaba para que creciera más y más en un deseo irrefrenable de la sexualidad que transpiraba. Miré su torso, lo que la apertura de su camisa me dejaba ver y deseaba continuar desabrochando aquellos botones, para una vez descubierto en su totalidad, lamerlo y hacerlo vibrar. Sentía que ardía por dentro y aquella sensación me hacía sentir muy bien. Cálido y con el deseo animal que me gustaba que un macho provocara en mí. Apuré el cigarrillo y lo tiré al suelo pisándolo con la bota.

—¿Hablamos, bailamos…? Me estoy aburriendo y no me gusta esa sensación.

—Está bien. Bailemos.

Se levantó y sin mirarme comenzó a bailar, apenas movía el torso en aquellos primeros movimientos. Contorneaba las caderas y la cintura en un ademán varonil con un toque muy sutil femenino. Llevaba muy bien el ritmo con las piernas y poco a poco, comenzó a mover el tronco hacia los laterales. Saqué otro cigarrillo y lo prendí. Me levanté y me puse frente a él. No me miró directamente, sólo de soslayo con sonrisa retadora. Empecé a bailar, provocándole con movimientos de cadera de lado a lado y luego de adelante atrás. Me acerqué más y más a él. Rocé con mi paquete el suyo y me miró.

—¿Qué buscas?

—Provocarte. Me pareces un tío sensual y creo que…

—Tal vez, como todos, te equivocas. No soy tan fácil.

Me atreví a tocar su torso con la mano derecha mientras mi cuerpo se pegaba aún más al de él.

—Tienes una piel muy suave.

—Lo sé.

Reconozco que me estaba poniendo un tanto nervioso. Por un momento casi le propongo terminar el juego y ser nosotros mismos. La indiferencia con la que me retaba me desconcertaba. Siempre era yo quien llevaba la voz cantante cuando un tío me interesaba y tras cuatro palabras terminaba follándolo en cualquier rincón; pero este cabrón, este cabrón estaba jugando muy bien sus cartas que ocultaba con suma pericia, mientras las mías, estaban al descubierto. En aquel momento me miró con fijeza y con sus manos comenzó a desabróchame algunos botones de la camisa.

—No me gusta ver a la gente con la camisa tan cerrada, parecen curas de pueblo. El pecho es para mostrarlo —me dijo mientras me desabrochaba la camisa e iba acariciando mi piel y el vello del pecho—. Estás en buena forma, eso me gusta en un tío, que se cuide —la desabrochó por completo y la separó ligeramente hacia los lados—. Así está mejor, mucho mejor.

Le acerqué a mí, agarrándole del cinturón con el dedo corazón, mientras los dos seguíamos bailando insinuantemente, ahora ya, mirándonos a la cara, pero retándonos, como dos machos en celo para saber quien se lleva la presa. Pegué su paquete al mío y las piernas buscaron la postura para continuar con la danza. Sentí el olor de su piel y el calor de sus labios al acercar poco a poco los míos. Él hizo el gesto de besarme y yo me retiré separándome ligeramente, mientras mi mano ahora iba descubriendo las formas de su torso, como si fuera la primera vez. Con maestría le fui desatando los botones de la camisa que aún ocultaban su abdomen y cuando estuvo totalmente, en un gesto sensual y suave, la dejó deslizarse por sus hombros cayendo por su espalda y deteniéndose por la presión de los puños de la camisa. Volví a acercarme sin dejar de tocar su torso y él comenzó a tocar el mío. Cuando estaba de nuevo pegado a él, en vez de besar sus labios, besé su cuello y se estremeció. Mis labios fueron recorriendo su mejilla hasta llegar a sus labios y en ese momento él me pegó a su cuerpo echando mi camisa hacia atrás. Desatamos el uno al otro los botones de los puños y éstas cayeron sobre el asiento donde reposaban los vasos. Los torsos pegados, las bocas unidas, los ojos cerrados y las piernas entrecruzadas, sin dejar de moverse y juntando nuestros paquetes que poco a poco se iban abultando más y más. Abrió la boca y se la comí y él respondió con furia. El beso se prolongó lo suficiente hasta sentir los labios irritados por el roce. Nos abrazábamos y nos separábamos continuando con aquel cortejo hecho baile. La música se adaptó a nuestros movimientos o tal vez fueron nuestros sentidos los que se acomodaron a ella. Estábamos haciendo el amor en la pista de baile, una pista de baile vacía de cuerpos, pero llena de calor. El que desprendían los nuestros. Él volvió a coger mi cabeza con sus manos y me besó de nuevo cada vez con más calidez, con más energía y más sensualidad. Mi polla estaba a punto de reventar, sentía como las venas se inflaban y latía mi glande de deseo por aquel macho, que aún conociéndole bien en la cama, allí era un desconocido en un juego que estaba funcionando a la perfección.

—Besas bien tío —se atrevió a decir sonriendo—, me has puesto cachondo.

—Tú tampoco lo haces mal, me la has puesto muy dura.

—Lo sé. La estoy notando apretada junto a la mía.

Nos separamos ligeramente mientras continuábamos bailando, ahora con movimientos más sensuales, más atrevidos, más lujuriosos, calentándonos aún más el uno al otro. Era como el reto de los gladiadores en la pista del gran circo romano. Ellos buscando la provocación para la batalla y nosotros deseosos de una batalla llena de sexo. Le cogí por detrás, pegué mi torso a su espalda húmeda y me excitó aún más. Sus nalgas se movían suavemente balanceando mi paquete que se encontraba unido a ellas. Con mis manos fui acariciando su torso que también comenzaba a sudar, facilitando a mis dedos desplazarse por su piel tersa y suave. Cálida y apasionada. Deseosa de ser devorada, degustada y saboreada como el más exquisito de los postres. Coloqué mis manos en su paquete y empecé a moverme con giros de cintura. Echó la cabeza hacia atrás y le comí el cuello. Lanzó un suspiro y de nuevo al besarle, repitió aquel sonido sensual, cargado de pasión.

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