Cruising (12 page)

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Authors: Frank García

—¿Quieres desayunar? —le pregunté suavemente mientras volvía a besar su cuello.

—Me gustaría estar así todo el día.

—Debemos comer algo. Si este es tu deseo, nos quedaremos todo el día en la cama. También quiero sentirte y llenarme de tu olor, deseo que mi piel y la tuya sean una.

Se volvió y acarició mi cara:

—He notado que hoy…

—Hoy me siento feliz, mi mente escucha a mi corazón y mi cuerpo reacciona ante esas sensaciones. No, hoy no me he despertado con deseos en mi mente, salvo los de acariciarte, besarte y sentirte. Desde hoy no quiero follar más contigo — frunció el ceño—, aunque en realidad, la última vez no te he follado, te he hecho el amor —sonrió enternecedoramente— . Llámame loco si quieres, pero me estoy enamorando de ti —las palabras salieron sin pensarlas, pues aquellas palabras me producían temor y dolor ante lo que pudiera suceder desde ese instante.

—Sí, eres un loco, pero eres mi loco. Yo también me estoy enamorando de ti y tengo miedo.

—Yo también.

—¿Tú?

—Sí. Creo que sin decir nada, ni liberar mis emociones, has detectado algunas de ellas. Eres muy inteligente y ciertas sensaciones no se pueden ocultar. Sí, contigo me siento bien, contigo me siento completo, contigo…

Me besó, no dejó que continuara con aquella declaración que liberaba mi corazón y deseaba exponerle. Me besó con ternura, con ese beso que todos esperamos. El beso que sella el encuentro real de dos corazones en busca de un sueño.

—No digas nada, venceremos juntos nuestros miedos.

Comenzaremos desde cero aunque ya hemos emprendido un camino, pero éste nuevo, lo haremos despacio, sin prisas, conociéndonos día a día.

—Nene —rocé con mi mano su mejilla—. Te amo. Lo sé. Nunca he experimentado lo que siento por ti y contigo… Jamás me he sentido más desnudo y vulnerable que en estos momentos. La coraza ha caído y aún resuena en el suelo. Siento el frío de mi desnudez real a la que no estoy acostumbrado y el calor que me provoca la emoción de amarte.

—Eres un romántico, lo vi en tus ojos aquella noche cuando te saludé en el
Eagle.
Rodeado del morbo que siempre ha despertado el macho de tu interior, pero tus ojos brillaron al verme de nuevo. Entonces, algo dentro de mí me dijo que debía acercarme un poco más a ti. Pero te aseguro que tengo mucho miedo.

—Los dos lo tenemos. Tú por tus experiencias vividas y yo… Bueno, lo mío es distinto. Creo que nunca he amado de verdad, salvo a mis padres, pero ese amor es distinto. No he conocido el verdadero amor y siempre he cargado con el peso de esa coraza, a la cual todos estaban acostumbrados y les deslumbraba.

—Emprenderemos juntos este nuevo camino.

—Lo que si te prometo —le besé suavemente los labios—, es que jamás te haré daño y te pido que si un día te cansas de mí, sepas decírmelo antes que yo lo descubra.

—Nunca me cansaré de ti. Eres lo que siempre soñé. En ti no hay mentiras, sólo una coraza que te has quitado para mí y que te agradezco.

Nos abrazamos, nos besamos y permanecimos en silencio, sintiendo nuestras pieles, escuchando nuestros corazones. Su polla y la mía estaban pegadas una a la otra, las dos muy duras. Mi mano acarició su espalda deteniéndose en sus nalgas, él me besó y los cuerpos comenzaron a moverse. Me tumbé encima de él y seguí besándole. Poco a poco mis labios y lengua recorrieron su cuerpo. Lamieron y mordisquearon sus tiernos pezones, suspiró, y continué descendiendo por su piel. Mi lengua recorrió las formas de su abdomen bien marcado y con aquel hilo de vello que me invitaba a continuar más abajo. Arqueó el cuerpo y suavemente volvió a caer sobre la sábana. Suspiraba y su cuerpo temblaba. Recorrí sus ingles con los labios y al llegar a su polla la lamí de abajo a arriba introduciéndola en la boca. Sentí el calor de aquella piel fina, el latir de su excitación, la dureza del fuerte músculo, su glande redondeado y rosado. Volví a subir hasta que las bocas se encontraron y disfrutaron del sabor de los labios. Me giró y separó mis brazos, su lengua ahora jugaba con mi piel. Lamió mis sobacos y jadeé, luego se entretuvo con mis pezones y descendió. Tomó mi polla con sus manos y la acarició. La separó de mi vientre y la introdujo en su boca tragándola hasta el punto que le dio una arcada y siguió lamiéndola. Le coloqué encima de mí, separó sus piernas y me ofreció sus hermosas nalgas. Las lamí, acaricié y besé. Mi lengua buscó el orificio del placer y disfruté de aquel ano rosado y perfecto. Apretó mi polla. Le estaba excitando y su ano se fue abriendo como una hermosa estrella. Continué un rato lamiendo y jugando en aquella zona y sentí que me corría con las caricias que su lengua le dedicaba a mi polla. Percibí mi vientre humedecerse y aquella sensación de su semen cálido sobre mi piel, me hizo eyacular. No le avisé y él disfrutó del néctar que le ofrecí. Se giró, se pegó a mí y me besó. Sentí el sabor de mi semen en sus labios. Separó un poco las piernas, cogió mi polla y se la metió mientras se iba sentando encima de mí. Con sus manos se apoyó en mi torso y comenzó a trotar. Le cogí las nalgas con las dos manos y aumenté la velocidad. Su cuerpo brillaba por el sudor y no dejaba de sonreírme.

—Te amo —le comenté mientras ambos disfrutábamos de aquel momento de placer. Su polla estaba muy dura, la tomé con la mano y le masturbé. Separó las manos de mi pecho, se inclinó hacia atrás y apoyó las manos a uno y otro lado de mis piernas. Echó la cabeza hacia atrás. Estaba muy caliente, lo adiviné con su respiración. Sentí como su semen salpicaba hasta mi cara e inundaba mi cuerpo. Me excitó aún más. Siempre me excitaba el calor del semen del macho al que estaba follando, pero con Andrés era distinto, su semen era vida para mí y el chorro, que llegó a mi cara, lo saboreé como un manjar mientras le inundaba en su interior. Se tumbó sobre mí sin sacarla y lo abracé. Nos besamos. Acarició mi rostro sudado y sonrió, yo también le devolví una gran sonrisa y volvió a unir sus labios a los míos.

—Te amo. Ahora ya puedo decirlo —comentó casi en un susurro.

—Grítalo si lo deseas, ya no es un secreto. Nos amamos y nos amaremos siempre.

—Eres mi sueño hecho realidad. Siempre he soñado con un hombre como tú.

—Es mutuo nene. Contigo me siento feliz, completo, lleno.

—Tengo hambre —me susurró al oído mientras mi polla salía de dentro de él.

—Yo también —me separé de él con rapidez y me levanté. Miré a través de la ventana, el día era muy desapacible, parecía que los elementos deseaban que nosotros no abandonásemos aquel lecho de amor y así lo decidí. Me volví, cogí un cigarrillo, lo encendí mientras observé a Andrés apoyado sobre su codo mirándome.

—Ahora me resultas más perfecto.

—¿Antes no? —miré mi reflejo en el espejo y contemplé mi desnudez—. Tengo un buen cuerpo de macho —le sonreí—. El macho que te hará feliz desde hoy y que espera lo mismo de ti.

—Lo haré —intentó levantarse y le detuve.

—No, quédate en la cama. Hoy pasaremos todo el día en la cama como querías. Me daré una ducha rápida, me visto y bajo al bar. Compraré comida y alguna otra cosa y subo en un momento.

—No quiero que salgas, te quiero aquí conmigo.

No le hice caso, me duché, volví a la habitación y me puse los pantalones sin el slip, los calcetines, las botas y busqué un jersey en el armario de Andrés. Me miré en el espejo de nuevo y luego a él.

—No seas malo en mi ausencia, volveré enseguida —le dije mientras me acercaba para besarle los labios.

—Te estaré esperando y recuerda que los segundos se me harán horas. Las llaves están en la entrada, sobre el taquillón.

—Intentaré ser tan rápido como Superman.

—Lo conseguirás, porque tú eres mi héroe de carne y hueso.

—Eres un zalamero —le volví a besar y salí. Me coloqué la zamarra y la até hasta arriba, presentía que fuera hacía frío, al menos, el calor de verdad se quedaba en aquella habitación.

Al abrir la puerta del portal sentí el azote del frío y algunas gotas de agua que salpicaron mi cara. Me estremecí y encogido caminé hasta el bar. Entré resoplando y moviendo mi cabeza, como un perro que acaba de salir de debajo del agua. Uno de los camareros me miró desde la barra y sonrió:

—Buenos días, por decir algo.

—Sí, nunca mejor dicho. Cómo ha cambiado el tiempo. Menuda forma de llover.

—Eso es bueno —dijo otro de los camareros pasando al lado de su compañero—. Madrid necesita agua, que los pantanos están muy bajos.

—Pues que llueva encima de los pantanos y nos deje tranquilos en la ciudad —intervine acercándome a la barra—. Ponme un café con leche y déjame la carta, quería llevarme comida para dos.

—Si es para llevar, te recomiendo el pollo asado. Está muy bueno.

—Está bien y algo que reanime a un muerto.

—Si no vives muy lejos, te puedo preparar una sopa de pescado.

—Buena idea. Pues ya está decidido: Un pollo asado, me lo cortas en cuatro piezas, con patatas y pimientos verdes. Una sopa de pescado para dos, una ración de croquetas y otra de calamares. Pones pan y una botella de vino de la casa.

El camarero se retiró y el otro me puso el café con leche. Calenté mis manos con el cristal del vaso y tras verter el azúcar y removerlo, me lo tomé poco a poco sin apartar el vaso de los labios. Estaba helado y deseando volver a aquella habitación caliente, desnudarme y sentirme cálido en aquel ambiente y junto a… ¡Mi chico! Ahora sí podía empezar a decir que tenía chico. Un hombre hecho y derecho. Con las ideas muy claras y que me amaba. Me lo había dicho con palabras, me lo insinuó con la mirada, me lo demostraba con sus caricias. Me quería y yo a él. Me sentía como un quinceañero. Yo, el hombre duro, el macho deseado por tantos machos. Ahora mi vida cambiaría. Ya dejaría aquellos lugares, o al menos iría con él. Se lo presentaría a mis amigos y me envidiarían. Sí, me envidiarían por tener al lado un hombre como Andrés y más por haber conseguido el amor. Lo que todos buscamos y por tantos prejuicios no damos el paso. Yo lo había dado, aunque en realidad fueron mis sentimientos los que me impulsaron, los que empujaron a que aquellas palabras brotaran de mi boca. Miré hacia las puertas del bar y seguía lloviendo, enfrente una tienda de chinos estaba aún abierta y en un ataque de locura decidí salir.

—Ahora vengo, voy a comprar una cosa enfrente.

—Te vas a empapar, mira como diluvia —me dijo uno de los camareros—. Espera —entró y sacó un paraguas y me lo dio.

—Gracias —le sonreí y salí disparado.

Entré en la tienda, busqué entre los adornos, regalos y todo el popurrí de cosas que había en aquellas estanterías. Buscaba algo, pero no sabía el qué, me apetecía regalarle algo. Era nuestro primer día y deseaba que no lo olvidara. Sí, tenía razón, era un romántico, un bobo romántico, pero lo sería únicamente para él. Dos personas conocían ahora mi gran secreto. Carlos y él. Carlos mi mejor amigo, él el amor de mi vida al que deseaba mimar y cuidar. Me fijé en un portafotos de cristal, sin adornos. Me gustó y lo compré. Compré también papel de regalo y lo envolví allí mismo. Nervioso, impaciente, precipitadamente, no por las prisas, sino por la emoción. Era el primer regalo para la persona que amaba y sería una sorpresa que no se esperaba. El dependiente lo introdujo en una bolsa y tras pagar salí de vuelta al bar. Ya estaba preparada la comida, pagué y me fui. Me refugié como pude del agua que caía a mares y entré en el edificio. Subí en el ascensor, abrí la puerta, dejé las llaves encima del taquillón y lo llevé todo a la cocina.

—Has tardado mucho —escuché la voz de Andrés desde la habitación.

—Había mucha gente —fui a la habitación y me desnudé—. No te puedes imaginar el frío que hace y como llueve. Mira, la pobre se ha quedado helada.

—¿Qué has traído para comer?

—Un pollo asado, dos raciones de sopa de pescado, croquetas y calamares.

—¿Tú me quieres cebar?

—No, lo que quiero es que mi nene esté bien alimentado. Tenemos que cuidar ese cuerpazo y el mío, y la comida es muy importante —salí de la habitación y cogí el regalo escondiéndolo detrás de la espalda—. Te he comprado un regalito.

—Tú estás tonto… ¿Qué es? —me preguntó sentándose en la cama con cara de niño bueno.

Me senté a su lado y se lo entregué mientras le besaba en los labios.

—Eres un bobo —sujetó el paquete—. ¿Qué voy a hacer contigo?

—Quererme mucho, yo también necesito amor y quiero que me lo des tú.

Dejó el paquete a un lado y se abalanzó contra mí tumbándome en la cama y besándome.

—Te amo y quiero gritarlo a los cuatro vientos. Siento algo muy especial por ti y deseo conocerte profundamente y amarte cada día.

—Yo también a ti —le dije abrazándole.

—Ahora está calentita, se ha puesto alegre —se rió incorporándose y agarrándola con la mano.

—Sigo siendo un macho y tus besos me ponen como un toro.

Se la llevó a la boca y me hizo suspirar. Acaricié su cabeza durante unos instantes y luego le obligué a girarse. Le atraje hacia mí e introduje su polla en la boca. Su textura suave y caliente me encantaba. Disfrutamos de un buen sesenta y nueve mientas mi mano acariciaba sus nalgas. Le puse boca arriba y separé sus piernas colocándolas encima de mis hombros. Le comí los pies suavemente, dedo a dedo y sonrió. Me acerqué a su orificio y le penetré poco a poco sin dejar de acariciarle los pies con mis manos y mi boca. Luego se agarró las piernas mientras me inclinaba hacia él. Puse una mano a cada lado de su cuerpo, le besé y así, estirando las piernas y flexionando los brazos, continué penetrándole. Bajó las piernas, le fui subiendo poco a poco mientras yo me tumbaba y él quedaba sentado encima de mí. Se inclinó, me besó y de nuevo se incorporó. Le tomé por las nalgas y adopté una postura cómoda para penetrarle más profundamente.

—Ahora sí, ahora sí podemos hacer el amor así. Yo no volveré a estar con otro hombre y si tú lo estás, dímelo y ponemos precauciones.

—No nene, no volveré a follar a otro hombre, ya tengo al hombre de mi vida. Ya te tengo a ti y nos entregaremos todo el amor del que seamos capaces. Sí, somos dos tíos sanos y la mejor forma de hacer el amor es esta, que tú sientas la piel cálida de mi polla y yo sienta el ardor de tu culo. Te amo y quiero entregarte todo mi amor —le volví a tumbar, levanté una de sus piernas y el giró su cuerpo quedando apoyado sobre uno de sus costados. De esta forma la penetración resultaba más profunda. Suspiró y aumenté la velocidad. No se la metía entera en aquellas envestidas, sólo cuando el momento se volvía más lento y me quedaba durante unos segundos completamente en su interior. Con la pierna sobre mi hombro dejé la mano libre para masturbarlo. La tenía muy dura, en cualquier instante se correría y quería sentirlo en mi piel. En un movimiento rápido volvió a estar encima y sin tocarle, su leche salpicó de nuevo mi cara llenándola más que la vez anterior. Varias gotas cayeron en mis labios, se inclinó y las lamió fundiéndonos en un nuevo beso. El sabor de su semen, el calor de éste sobre mi cuerpo, hizo que descargara en su interior. La sacó y la cogió lamiéndola.

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