Authors: Frank García
Volví a mi puesto y en aquel momento tuve ganas de vomitar. Uno de mis compañeros me vio la palidez y el sudor frío que comenzó a brotar por todo mi rostro.
—¿Te encuentras bien?
—No. Tengo ganas de vomitar —le contesté saliendo como un obús hacia el cuarto de baño.
Vomité todo el desayuno, mi cuerpo temblaba y sudaba a raudales empapando la camisa. Me aseé en el lavabo y al mirarme en el espejo mi rostro estaba pálido como el de un muerto. El estrés y la presión habían estallado por fin. Mi organismo se había revelado contra lo vivido aquellos días. Es difícil describir lo que es sentirse acosado, de la forma que sea. Si bien me había excitado en algunos momentos, era por la causa y el efecto, pero no por deseo voluntario.
No deseaba volver a tocar aquel cuerpo, que en la medida que pude no toqué. No deseaba volver a penetrar aquel culo, que para mí significaba la opresión, la castración, la falta de libertad que precisaba tener para poder compartir con quienes quería de verdad. No deseaba volver a entrar en
aquel
despacho a no ser por trámites meramente laborales. Me asqueaba aquel lugar, odiaba a aquel ser. Necesitaba alejarme de él cuanto antes.
Uno de mis compañeros entró en el baño mientras me echaba agua a la cara.
—¿Te encuentras mejor?
—No. Creo que voy a pedir el resto del día libre.
—Robert ha salido de su despacho y ha preguntado por ti. Le hemos dicho que te encontrabas mal y estabas en el baño y me ha mandado venir a ver cómo estás.
—Necesito salir de aquí, me siento mal —me mareé perdiendo el equilibrio y mi compañero me cogió para que no me cayese al suelo desplomado. Me dejó sentado y salió corriendo. Al poco rato entraron la secretaria y Robert.
—¿Qué te pasa chico? —me preguntó la secretaria mientras me tocaba la frente—. Creo que tienes fiebre —se levantó y empapó varias toallas de papel que sacó del recipiente colgado en la pared y me las aplicó en la frente.
—Me siento muy raro. Necesito salir.
—Tómate el resto del día libre y vete al médico. Tal vez estés cogiendo gripe —comentó Robert fríamente.
—No es gripe, simplemente me encuentro mal —me ayudaron a levantarme del suelo.
—Estás muy pálido —intervino la secretaria—. Es posible que sea algo que cenaras anoche.
—No lo sé —miré a Robert—. Si me da el resto del día libre, lo quiero por escrito.
—Marta —se dirigió a su secretaría—, prepara un justificante para que se quede más tranquilo y mientras vete a cambiarte de ropa.
Salimos del baño, mis compañeros me miraban mientras me dirigía al vestuario con paso lento. Entré y me cambié de ropa. Coloqué la cámara en el bolsillo interior de la cazadora. Pasé por la mesa de Marta y me entregó la nota. Salí, bajé en el ascensor y ya en la calle, muy cerca de la puerta, me esperaba Robert con mi mochila.
—¿Qué te ha pasado?
—Es el resultado por tu acoso, por la forma de forzarme a algo que no quiero hacer. Me asquea todo esto y mi cuerpo se revela. No quiero volver a repetirlo, te lo digo muy en serio.
—Pues vete acostumbrándote, porque la próxima vez no tendrás tanta suerte como hoy.
—Tal vez la próxima vez, seas tú él que me pida perdón y me suplique.
—Estás delirando, de eso no hay la menor duda. Anda, lárgate y mañana te quiero como nuevo. Lo de hoy lo repetiremos.
No le dije nada, cogí mi mochila y me la puse a la espalda. Le miré con desprecio y comencé a caminar. No sabía dónde dirigirme en aquellos momentos. El calor del sol alivió mi tensión y recuperé el calor de mi cuerpo. Por unos instantes me había quedado helado, allí, en aquel cuarto de baño, donde pensé morir. Me faltó todo, el aliento, la energía, la vida. Me sentí perdido y abatido.
Llegué a una plaza y me senté en uno de sus bancos, saqué el móvil y llamé a Andrés.
—Hola nene… Ya ha pasado todo… No, estoy en la calle, sentado en un banco… No, no me ha despedido, cuando todo terminó… Mejor te lo cuento cuando nos veamos. Puedo pasar por tu trabajo y me dejas las llaves para…. Perfecto, voy para allá.
Tomé el metro. En aquel paseo me había alejado bastante y no me apetecía volver andando. Dentro de aquel vagón contemplé la gente que lo llenaba. Pensé hasta que punto eran o no felices. Hasta que punto o no sus sueños se estaban cumpliendo o ya se habían realizado según sus expectativas. Leían libros, periódicos gratuitos, apuntes de estudios. Otros miraban a puntos desconocidos, tal vez sumidos, como yo, en recuerdos y deseos. Las puertas se abrían, unos salían y otros entraban y la vida continuaba allí abajo, en el subsuelo de la ciudad. Un músico tocó su guitarra desafinada y su voz quebrada, lastimera y cansada, suplicaba una limosna. La gente estaba ajena a su melodía. Demasiados vagabundos entraban en los vagones, demasiada gente pidiendo socorro, ya todo el mundo estaba acostumbrado y salvo dos o tres personas, nadie se conmovía.
Madrid es una gran ciudad, pero es dura. Yo me había adaptado con facilidad y ella me acogió entre sus brazos generosos. Pero sobrevivir en esta ciudad, es una lucha constante que te quiebra por momentos, aunque te alienta en otros. Te ofrece oportunidades, pero te las tienes que ganar día a día y demostrar que eres válido. ¿Sería yo válido para vivir aquí? Pensaba que sí, pero hoy, hoy me sentía abatido, hoy me sentía roto, hoy… No era yo.
Llegué a mi parada, salí deprisa como salían todos, busqué las escaleras que me llevaran al exterior y una vez fuera respiré. Miré hacia el cielo y sonreí. Sí, quiero vivir aquí, quiero sentir aquí, quiero amar aquí.
Paso a paso llegué a la puerta donde trabajaba Andrés y le hice una llamada perdida. Apareció en pocos segundos.
—¿Cómo estás? ¿Qué ha pasado? Vamos a tomar algo, he cambiado mi descanso con un compañero para estar contigo ahora.
Nos sentamos en una terraza próxima y pedimos dos cervezas. Le conté todo lo sucedido.
—¡Dios mío! Siento que estés pasando por todo esto.
—No te preocupes nene, si la grabación ha salido bien, todo se habrá terminado.
—Eso espero.
—Había pensado ir a tu casa y entretenerme colocando lo que llevamos anoche. Necesito mantenerme ocupado para poder olvidar. Luego quiero ir a casa, allí tengo el ordenador y deseo pasar la grabación de lo sucedido, preparar una copia y tenerla lista para mañana.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí, desde que salí, me he recuperado. Lo pasé muy mal nene. Creía que…
—No lo pienses más, no merece la pena.
Tomamos la cerveza, pagamos y Andrés hizo una copia de las llaves en una ferretería que se encontraba al lado mismo.
—Estás serán tus llaves desde ahora.
—Gracia nene por todo —me abracé a él, aunque hubiera deseado besarlo, pero preferí contenerme.
Caminé en dirección a la casa, entré y las tres horas que me llevó colocar todo, me distrajo. No pensé en nada. Me despojé de mi camisa porque hacía calor y la faena resultaba agotadora. Que poco me gustan las mudanzas, pero esta vez, esperaba que fuera la última. Aquella casa me acogía entre sus paredes. Aquella casa olía a Andrés. Aquella casa esperaba que se convirtiera en mi refugio junto a él.
Cuando todo estuvo en sus perchas, en sus cajones y en sus baldas, contemplé que toda mi vida se encontraba en
aquella
habitación. Suspiré y sentí hambre. En realidad tenía el estómago vacío después de haber vomitado. Me duché y volví a vestirme. Salí a la calle y busqué un restaurante para comer. Pensé en Iván y lo llamé.
—Hola Iván… Estoy muy cerca de donde trabajas… ¿Has comido ya?… No, no me pasa nada, todo ha ido bien… No, no te engaño… Vale, a ti no te puedo mentir… Ha sido horrible… El polvo también, aunque lo peor vino después… No se te ocurra pedir la tarde libre… Está bien, no puedo contigo… Estoy en la cafetería. Enfrente de tu trabajo.
Apenas había terminado el primer plato, cuando se presentó muy nervioso pero sonriendo.
—¿Cómo estás? A mi sabes que no me puedes engañar. Tú voz por el teléfono era muy distinta.
Mientras comía el segundo plato se lo conté todo. En su cara se dibujó tristeza y sus ojos brillaron.
—No seas tonto, ya estoy bien. Sécate esos ojos, que me gusta ver su brillo natural.
—¡Qué cabrón! Déjame darle una paliza, a mí no me conoce y le puedo partir las piernas.
—Que animal eres —me reí.
—¿No has visto nada todavía?
—No. Tengo miedo de borrarlo por error. Estaba muy nervioso.
—Déjamela.
Se la dejé. La abrió.
—Mierda, le queda poca batería.
Se dio prisa tocando los botones y comenzó a ver las imágenes. Escuché nuestras voces. Sí, sonreí, se escuchaba bien.
—Mierda. Se terminó la batería —comentó mirándome con cara de picarón—. ¡Qué bueno estás con ese arnés!
—¿Está bien grabado?
—Se ve de puta madre. El plano es cojonudo, termina de comer y vamos a mi casa.
—Había pensado hacer una copia en mi ordenador.
—No. Tengo un programa cojonudo de fotografía y video en el mío. Haremos una obra maestra —se rió.
—Está bien —pagué y nos fuimos.
Entramos en su casa, nos despojamos de la ropa quedándonos en gayumbos. Encendió su ordenador y nos sentamos. Sacó la tarjeta de memoria de la cámara y la colocó en una de las ranuras de su PC Hizo una copia y me entregó de nuevo la tarjeta.
—Vamos a ver el gran actor porno que estás hecho.
—No bromees.
—Me da morbo verte follando en una película —se rió mientras se acomodaba en su sillón de piel.
Contemplamos las imágines. El sonido era perfecto, en algunos momentos las voces se escuchaban más bajo pero se entendían a la perfección.
—¡Qué bueno tío! Le hiciste hablar.
—Sí. No sabía si recogería el sonido, pero se ve que es una buena cámara.
—Es cojonuda —se volvió hacia mí y me besó en la boca emocionado—. Mira —dijo señalándose el bóxer—. La tengo como una piedra. ¡Qué manera de follar cabrón!
—Como si no me conocieras.
—Pero es que yo pocas veces veo cuando me follas.
—Eso es que no me prestas atención. Sólo piensas con el culo.
—¡Qué cabrón eres! —me golpeó el pecho—. Sabes que eso no es cierto. ¡Mírate! Serías un buen actor porno.
—Si me despide, igual me lo pienso.
—He oído que se gana muy bien. Con tu cuerpo, guapo que eres, con ese pollón que gastas, que además se te pone dura al instante y aguantando tantos polvos seguidos, serías un sex symbol gay.
—Ya me lo pensaré —me reí mientras acaricié su torso.
—No me hagas eso que estoy muy caliente.
—Hagamos el amor. Lo necesito.
—¿Necesitas follar?
—No. Necesito sentir de verdad. Quiero hacer el amor contigo.
Se volvió y me miró. Acerqué su cara a la mía y le besé. Nos levantamos y nos empezamos a acariciar. Ahora si era feliz. Le abracé y dejé caer la cabeza sobre su hombro y él hizo lo mismo. Mis ojos se empañaron en lágrimas y cayeron por su espalda.
—Estás muy afectado. Tal vez no deberías mirar las imágenes.
—No es por el polvo de hoy, es por la presión que he sentido toda la semana sin saber si saldría bien o no.
—Ya ves que sí. Las voces las puedo igualar al mismo nivel y las imágenes están muy claras. Se le ve al cabrón el vicio que tiene y algunos planos son altamente pornográficos.
—Esa era la idea.
Se separó de mí.
—Hagamos un buen trabajo y luego salgamos a tomar algo. Necesitas respirar.
Nos volvimos a sentar. Abrió el programa y niveló el audio al mismo volumen. Ahora se escuchaba con total perfección la conversación. Las imágenes no se retocaron. Sacó un DVD y lo copió todo.
—Aquí tienes tu libertad.
—Eso espero.
—Y si no… Te juro que le rompo las piernas. No me lo podrás impedir, ahora que sé quién es. Te juro que va al hospital por una larga temporada.
—Al final voy a tener a un sicario como amigo.
—Por ti haría lo que fuera. Eres como un hermano para mi.
—No, no. Eso no. El incesto no está en mi repertorio. Y ya te he dicho que contigo quiero hacer el amor siempre que quieras.
—¿Te has dado cuenta? —me sonrió—. Hemos estado a punto de hacerlo y…
—Mis lágrimas lo han impedido.
—Te prefiero tener esta noche. Vistámonos y salgamos.
Ya en la calle, dando un paseo tranquilamente por Chueca, Iván tomó mi mano. Se la apreté con fuerza y como en un acto reflejo nos miramos y besamos tímidamente en los labios. Soltó mi mano.
—¿Por qué me sueltas?
—No quiero que nos vea nadie y se entere Andrés.
—No te preocupes —le tomé de nuevo de la mano—. Andrés creo que ya lo intuye y además pienso decírselo. Te quiero y no pienso tener más secretos en mi vida. Te quiero y espero que nunca lo olvides.
No dijo nada, pero en su respiración noté la emoción. Sabía que él también me quería y me hacía mucho bien el estar juntos. Nos sentamos en una de las terrazas de la plaza de Chueca. Respiré y contemplé los locales y quienes entraban y salían. A las personas que transitaban en aquellas horas, unos más tranquilos, otros con prisas. Los que se internaban y aparecían de la boca del metro, buscando sus destinos. Algunas mesas y sillas iban siendo ocupadas, por quienes deseaban descansar un rato y saciar la sed. Un vagabundo se encontraba tumbado sobre uno de los bancos de piedra con una botella de cerveza entre las manos. Alguien nos pidió un cigarrillo e Iván se lo ofreció con una sonrisa. La vida continuaba y nosotros con ella.
Después de dar un trago de su cerveza y sin haber dicho nada desde mis últimas frases, me miró:
—¿Crees que Andrés entendería lo nuestro?
—Pienso que sí. Él me conoce como soy. Sabe que le amo y que todo lo que he hecho es por nuestra felicidad, pero también sabe que te quiero a ti.
—Sería feliz pudiéndote tener de vez en cuando. Yo no puedo decir que te quiero, porque mentiría —le miré extrañado mientras respiraba profundamente—. Te amo y espero que mi sinceridad no te moleste.
—No Iván, ya lo sabía. Por eso no quiero alejarme de ti. Yo no puedo amar, por lo que esa palabra significa, a dos personas a la vez de la misma manera, pero quererte te quiero hasta la locura.
—¿Por qué resulta tan difícil todo esto?
—Porque los sentimientos son así de caprichosos.
—Entonces seremos buenos amantes —cogió su jarra de cerveza y la levantó esperando que hiciera lo mismo. Levanté la mía y las jarras se unieron al igual que nuestros labios.