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Authors: Frank García

Cruising (24 page)

Besé el cuello de Andrés y movió la cabeza sin despegarla de la almohada. Volví a besarle y agarró la mano que se apoyaba sobre su pecho.

—Quiero que me despiertes siempre así.

—Desde mañana lo haré todos los días, te lo prometo.

—¿Hoy no vendrás a dormir?

—No. Hoy necesito estar solo. Hoy es el final para un nuevo comienzo. El final de mi pasado.

—Esta noche no deberías estar solo.

—No lo estaré. Iván me acompañará. Le he pedido que se quede esta noche conmigo.

—¿Le quieres?

—Es un gran amigo y espero que lo seáis vosotros también.

—Ya lo considero un amigo. Me cae muy bien y además no debo alejarlo de ti.

—No quiero que sea para ti un compromiso. Mi amigo no tiene porque…

—Me cae bien, parece auténtico.

—Y lo es. Ya lo descubrirás. Os parecéis mucho… Demasiado.

Se giró poniendo su cara frente a la mía.

—Pero él está más bueno que yo.

—¡Qué tonto eres! —le besé en los labios—. Nadie está más bueno que tú. Nadie es mejor que tú. Nadie es más perfecto que tú. Dios creó un molde único, de él saliste tú y luego lo rompió.

—Eres un cabrón. Hablando así me desarmas.

—Mirándote, acariciándote, sintiéndote, me inspiras esas palabras. Nunca se las he dicho a nadie y jamás las oirán otros oídos que no sean los tuyos. Quiero a Iván, sí, pero a ti te amo, te amo por encima de todas las cosas.

—Te amo.

—Lo sé y nos amaremos por toda la eternidad. Ahora tenemos que levantarnos y salir al mundo.

—Prométeme que te cuidaras. Llámame cuando todo pase. Una simple llamada perdida y sabré que todo ha ido bien.

—Te lo prometo. Confía en mí. Todo saldrá bien, estoy seguro de ello. ¿Nos duchamos juntos?

—Sí.

Nos levantamos y nos metimos bajo el chorro de la ducha. Cayó sobre nosotros humedeciendo nuestras pieles. Le enjaboné todo el cuerpo pegado siempre a él, sintiéndole en cada momento, acariciando cada parte de su ser. Él hizo lo mismo conmigo. Nos besamos y dejamos que el jabón resbalase hasta perderse por el desagüe. Nos secamos y tras vestirnos salimos a la calle. El día nos ofrecía otra mañana calurosa que agradecíamos los dos. Nos gustaba el calor. Nos despedimos y cada uno emprendió su rumbo. Yo llevaba una mochila de Andrés con todo lo necesario para el juego que me esperaba. La batería de la cámara bien cargada y todo preparado para la filmación. Me sentía pletórico e insultantemente provocador. Estaba saliendo de mí, en aquellos instantes, el Rafa activo, el deseoso de dar placer e infringir algún latigazo que otro. La coraza estaba firmemente afianzada. El macho caminaba con pie seguro sobre las baldosas de aquella calle, con la mirada al frente, retando al mal, buscando la luz. La luz que ahora me proporcionaba el gran astro y que con su energía revitalizaba todo mi ser. Miré hacia arriba y le sonreí, le agradecí que me bañara con sus dones y le solicité la ayuda necesaria para no decaer.

Entré en la cafetería un día más, el camarero me sirvió el mismo desayuno especial y a su momento, sin faltar a la cita, apareció el muy hijo de la gran puta, y que me perdone su madre, pero es que parió un miserable.

—Buenos días —saludó.

—Buenos días —le entregué la bolsa—. No mires el contenido hasta que lo tenga puesto, quiero darte una sorpresa. ¿Has traído todo lo que te pedí?

—Sí, y también unos guantes de látex, tal vez me fistees un rato.

—Por supuesto, te dejaré bien abierto el culo para todo el día.

—Te noto animado.

—Siempre me ha calentado una buena sesión y tú eres lo suficientemente perro para aguantarla.

—Hoy te permitiré que me insultes todo lo que quieras, porque es un juego, pero…

—¿He dicho algo qué no sea cierto? —le interrumpí.

—Tal vez sea un cerdo, pero soy tu jefe y tú mi chapero.

—No te equivoques, los chaperos cobran y yo no lo hago.

—Ayer me sacaste trescientos euros.

—Para satisfacer tu fantasía. No pensarás qué encima ponga dinero de mi bolsillo. Pero yo no te he cobrado nunca, así que omite esa palabra hacia mi persona.

—Eres un puto chapero y se terminó —cogió la bolsa y se dispuso a salir—. A las diez en punto te personas en mi despacho.

No contesté y continué desayunando. Antes de las diez estaba en mi puesto de trabajo, con la cámara en el bolsillo del pantalón. Agradecí su tamaño reducido, sino hubiera sido muy difícil ocultarla. Ahora miraba aquellas vitrinas que necesitaban cambios. Algunos de los objetos expuestos llevaban más de dos semanas en aquellas posiciones, así que el lunes daría un nuevo aire a todo. Algunas cajas, como me dijo la tarde anterior, reposaban contra una pared, semiocultas a los ojos de la clientela.

—Te llama el jefe a su despecho —me comentó uno de los compañeros.

—¡Qué pesado! ¿Qué querrá hoy? Últimamente no me deja ni un instante —disimulé mientras me encaminaba al despacho.

Me extrañó que lo hiciera de esa forma, no era la acordada. Debía de ser yo el que pidiera la cita a su secretaria, pero por lo visto tenía prisa o se había olvidado de aquel detalle. Estaba deseoso y tal vez algo rabioso tras las pocas palabras que tuvimos en la cafetería. Llamé. Tras su pregunta estúpida de quién era, contestar y decirme que pasara, entré.

—Cierra bien la puerta.

Me aseguré que estaba bien trancada y contemplé que mi bolsa reposaba sobre el sillón, al lado de la estantería.

—Ya sabes lo que tienes que hacer —le comenté con voz seca y autoritaria—. Entra en esa habitación, ponte tus galas de
leather
y espera a que te llame. A propósito, ¿tienes algún puro?

Abrió una caja y sonriendo me lo entregó.

—Empecemos la fiesta —le dije.

Se fue hacia la habitación, me asomé mientras encendía el puro, para ver que estaba concentrado en lo suyo.

—Si tú no quieres que te vea, yo tampoco.

—Está bien —me reí—. Dame el látigo.

Dejé el puro en el cenicero y el látigo sobre la mesa. Saqué la cámara, la puse en funcionamiento y la coloqué en el sitio más discreto que pude. Me desnudé y me vestí con el bóxer, el arnés y las botas militares sin atarme los cordones. Tomé varios condones. Me senté sobre el escritorio, libre de todo objeto, y dejé los condones sobre su sillón. Mi pierna izquierda estaba subida en la mesa y la otra la dejé colgando. Cogí el puro, lo encendí y miré hacia la cámara, enfocaba perfectamente hacia donde me encontraba y con la otra mano cogí el látigo.

—Entra.

Pasó al despacho. Al verme sentí la cara de asombro.

—Joder, qué bueno estás con esa ropa. Han valido la pena los trescientos euros, Me la has puesto dura.

—Lo que te voy a poner bien a gusto es otra cosa. Acércate y lámeme las botas.

Obedeció y se tumbó lamiendo la bota que se encontraba pisando la mesa. Mientras sacaba brillo a mi bota, le propiné varios latigazos en la espalda y en sus nalgas descubiertas por el suspensorio de piel. Seguí fumando sin inmutarme aunque sentí cierta excitación cuando sus manos comenzaron a acariciar la pierna y suavemente deslizarse hacia el bóxer. Cuando estaba a punto de tocarme el paquete le di un latigazo en la mano, estiré la pierna y subí la otra. De nuevo lamió la bota que le ofrecí y seguí con los latigazos. El juego se prolongó unos minutos hasta que me tumbé sobre la mesa. Dejó la bota y recorrió con su lengua y sus manos las piernas hasta llegar al paquete. Lo acarició y lamió la piel. Sintió que la tenía muy dura y poco a poco abrió la cremallera. La polla salió como un resorte y la comió como el hambriento que llevaba más de un mes sin llevarse nada a la boca. Me hizo suspirar y le propiné varios latigazos mientras seguía mamando hasta que estaba a punto de eyacular. Me incorporé, me puse de rodillas sobre la mesa y le empapé la cara. Deseaba que se viera bien en la película, como me corría en su cara y luego se la llevaba a la boca todavía goteando.

—Me tienes muy bruto.

—Pásame un condón, te voy a penetrar.

Me lo entregó y lo coloqué. Luego le situé apoyado contra la mesa de forma que la cámara captara como entraba todo el rabo dentro de su culo. Se lo humedecí y la metí de golpe, hasta que mi pubis tocara sus firmes nalgas.

—¡Hijo de puta! —gritó mientras se mordía la mano.

—Esto es lo que buscabas, no me digas que no. Lo deseabas, lo estabas soñando desde ayer

Le insulté mientras le follaba a saco. La sacaba entera y la metía de nuevo de golpe. Sus nalgas se contraían y aullaba mientras seguía mordiéndose la mano. Cuando estuve a punto de nuevo, sintiendo como el sudor resbalaba por todo mi cuerpo y se mezclaba con la piel de mi arnés, la saqué de golpe, me quité el condón y le obligué a darse la vuelta. Abrió la boca y solté todo mi semen a su interior, se la metí y la lamió.

—Déjala bien limpia cabrón. Que mi capullo brille.

La lamió. Le subí agarrándole por los pelos y le tumbé boca arriba en la mesa. Le abrí bien las piernas y le dejé en esa posición mientras buscaba los guantes de látex que se había dejado en la otra habitación.

—No te muevas. Si noto que lo has hecho, se terminó el juego.

Sus botas pisaban el borde de la mesa, su ano estaba en el centro del enfoque de la cámara y su cuerpo completamente descansando sobre la madera de la mesa. Salí con los guantes de látex puestos y el lubricante. Unté bien los guantes y le apliqué cierta cantidad en el ano. Introduje poco a poco los dedos y el ano se abrió libremente. Comencé a jugar con las dos manos y sentí sus suspiros, sus lamentos de placer. Estaba muy excitado. Pocas veces había visto, fisteando a un tío, que la tuviese dura. Éste cabrón podía partir una nuez con ella, de lo dura que la tenía. Después de jugar un buen rato, me aparté hacia un lado. Deseaba que la cámara captara como entraba todo el puño en aquel culo y así lo hice. Entró hasta mi muñeca y me detuve. Toqué su polla y al instante escupió su leche.

—Te gusta, ¿eh? Eres un buen perro.

—Me tienes muy cachondo tío. Sigue fisteando. Mete más adentro el puño.

Así lo hice y cuando lo creí oportuno, comencé a bombear mi puño dentro de su culo. Su cuerpo se contorsionaba, sus piernas temblaban y volví a notar como su rabo se volvía a poner duro. Mi polla por el contrario se quedó Aácida. Siempre me ocurría cuando fisteaba. Consideré que aquel momento debía terminar y saqué el puño. Su ano ofrecía ahora una apertura considerable y me separé. Aquel plano, con su agujero bien abierto, merecía una buena toma.

—Voy a quitarme el guante. No te muevas y relájate, cuando se cierre tu ano un poco, te volveré a follar a saco.

Comprobé en la otra habitación que había traído un rollo de papel de cocina. Cogí una buena cantidad y me quité el guante. Luego lo llevé hasta la mesa y le limpié el culo del lubricante. Cogí el látigo y le infringí varios latigazos con fuerza en sus nalgas y piernas. Suspiraba, me pedía más y yo continuaba insultándole. El dominio que tenía de su esfínter era total, en pocos segundos lo tenía completamente cerrado y listo para otra embestida. Tomé de nuevo otro condón y le mandé subirse a la mesa a cuatro patas y en aquella posición le estuve follando durante largo tiempo. Luego le tumbé sin sacarla y seguí follándolo, con mis manos a los lados de su cuerpo y tocando exclusivamente mi vientre sus nalgas, cuando la polla estaba bien dentro. La saqué y le mandé ponerse de pie, frente a la cámara, mientras se la metía de nuevo.

Le masturbé mientras le seguí follando. Sentí que se corría y aceleré mis embestidas. Noté como su leche salpicaba el suelo y me excitó al máximo.

—¿Quieres mi leche en tu boca, cabrón?

—Sí, la quiero.

—¡Pídemelo, hijo de puta!

—Quiero tu leche en mi boca. Quiero tu leche en mi boca —me rogó por dos veces.

La saqué, le giré y le regué de nuevo su boca.

—Aquí la tienes mala puta —apoyé mis manos contra la mesa mientras él la limpiaba en su totalidad.

—¿Quieres más? —le pregunté mientras me recuperaba y veía que mi rabo seguía duro.

—Me gustaría que me volvieras a follar. Me gusta sentir tu rabo dentro —se levantó y acarició mi torso—. Te deseo y nunca te dejaré escapar.

—Este juego tiene que terminar. Necesito mi libertad. Necesito que me dejes continuar con mi vida.

—No. Sabes que eso no sucederá. El día que te niegues, estarás en la calle.

—¿Serías capaz de despedirme sino continúo accediendo a tus fantasías sexuales?

—Sabes que sí. Soy capaz de eso y de mucho más. De que no trabajes en ningún comercio de esta ciudad. Te lo juro —contestó con ojos de vicio y voz de déspota.

—¿Cómo conseguirías eso?

—Muy sencillo, te acusaría de haber robado. Tengo una copia de la llave de tu taquilla.

—Eres un miserable. ¿No tienes bastante con tus sesiones de sexo de fin de semana?

—No. Ninguno folla como tú. Serás mío hasta que yo lo decida. No hablemos más. Fóllame otra vez. Quiero dejar tus huevos secos.

—Está bien. Túmbate en la mesa, te follaré como a una pena. Aunque en realidad, estoy insultando a la raza canina.

Se tumbó boca arriba, cogí un nuevo condón, le abrí las piernas y le penetré con fuerza. Le miraba con cara de asco, de desprecio, de odio. Aquel miserable estaba dispuesto a no dejarme nunca. Me acosaría toda la vida, si en sus manos estaba. Sólo deseaba que la grabación fuera lo suficientemente buena para pararle los pies y que hubiese recogido la conversación. Seguí follándolo mientras pensaba en Andrés, que esperaba con ansiedad mi llamada para saber que todo había pasado, que estaríamos siempre unidos y que nada nos separaría. Pensé en los buenos momentos vividos con Iván. El si era un hombre de verdad. Los dos lo eran. Auténticos y reales. Seguí follando, deseando terminar y refugiarme en mi amigo y mi amor. Sentí por unos momentos el calor de los dos rodeándome y protegiéndome. Seguí follándolo hasta que sentí que terminaba, la saqué de golpe, me quité el condón y le regué todo el cuerpo, me acerqué hasta su cara, con las piernas entre su cuerpo y se la metí de nuevo en la boca. La lamió y relamió y cuando ya me sentía aliviado me bajé de la mesa. Allí lo dejé tumbado mientras me limpiaba con el papel de cocina. Allí se quedó, mirando hacia la ventana, mientras me cambiaba de ropa. Allí se quedó, sin decir nada, mientras tomaba la cámara y la metía de nuevo en mi bolsillo. Allí se quedó, mientras abrí la puerta y la cerré detrás de mí.

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