Cruising (22 page)

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Authors: Frank García

Llegamos a la última planta. La sensación de vacío era absoluta. Lo primero que se veía era un recibidor con sofás, sillones y mesas bajas entre ellos. Todo ausente de adornos, salvo un cuadro en cada una de las paredes que eran divididas por un largo pasillo. Un pasillo que daba a puertas a uno y otro lado, donde se albergaban oficinas y despachos.

—Nunca había estado aquí arriba. No me gusta la frialdad que se respira.

—Nadie sube aquí, salvo los que trabajan. Ahora están en sus horas libres. No volverán hasta las 16:30. Así que tenemos algo más de una hora para disfrutar de nuestros cuerpos —abrió uno de los despachos—. Éste además está libre, como otros tantos. La crisis también afecta a los de arriba.

—¿Qué dirán si no me ven en mi puesto de trabajo?

—De eso ya me encargo yo. Tú ahora tienes otro cometido más importante —se rió mientras cerraba la puerta detrás de mí.

El despacho estaba limpio y ordenado. No había nada sobre los muebles y la madera brillaba por el efecto del sol al entrar por el ventanal.

—Ya sabes lo que tienes que hacer —le dije—. Desnúdate ahí dentro y espera que yo te llame —aceptó sonriendo.

Se introdujo en la pequeña habitación y comencé a desnudarme dejando la ropa sobre el sillón. Me quedé tan sólo con la corbata. Cogí el tabaco, el mechero, dos condones y un pañuelo de papel. Me senté y con el pañuelo de papel formé una especie de cenicero. Encendí el cigarrillo, di dos caladas y lo llamé:

—Puede usted entrar.

—Buenos días señor.

—Siéntese —eché un poco el sillón hacia atrás y apoyé un pie contra la mesa, mostrándole algo más de mi desnudez.

—¿Qué deseaba? —le pregunté.

—Verá, como sabe me caso dentro de unos meses y quisiera pedirle un aumento de sueldo.

—Es usted muy atrevido sabiendo la situación que tenemos —le contesté fumando de nuevo y lanzando el humo hacia su cara.

—Lo sé. Mi pareja también trabaja y nos gustaría poder pedir un crédito para un piso que hemos visto.

—Se puede vivir de alquiler, como la mayoría de los madrileños.

—Nos gustaría tener nuestro propio piso.

—Apuntáis muy alto. ¿Sabéis lo que cuesta un piso en Madrid? —acaricié mi torso y la pierna que tenía apoyada en el borde de la mesa.

—Sí, claro que lo sabemos, por eso mismo necesitaría un aumento.

—¿Qué estás dispuesto a hacer?

—Lo que usted quiera. No tengo ningún problema para trabajar más horas si es necesario o…

—¿Sabe? —le interrumpí—. Hay algo que sí podrías intentar hacer. Levántate —obedeció—. ¿Crees qué podrías hacer algo aquí? —le pregunté mientras le mostraba la polla dura.

—Tal vez —se vino hacia mí y se colocó de rodillas. La tomó entre las manos y la comenzó a menear— ¿Así está bien?

—Deberías esforzarte un poco más. Inténtalo —la llevó a la boca y comenzó a mamarla con desesperación—. Sí, así se mama. ¡Joder cabrón! Sigue mamando así y tendrás el postre en tu boca antes de tiempo

Aquellas palabras le debieron de excitar porque tragó y tragó sin respirar y toda mi leche llenó su boca. Me hizo lanzar un suspiro y me agarré con fuerza a los brazos del sillón. Lo había hecho muy bien, tengo que reconocer que fue una de las mejores mamadas de mi vida, al menos, claro está, hasta aquellos momentos. Sacó la boca y limpió mi glande. Cogió un condón de encima de la mesa y me lo puso.

—Sí, voy a enseñarte algo más. Siéntate encima de mí —se acomodó y se la metió entera. Su culo estaba preparado para mi rabo y sentí el de él pegado a mi vientre—. Cabalga cabrón, pero quiero que lo hagas con fuerza. Esta tarde me correré tres veces para ti y no tenemos mucho tiempo.

Así lo hizo y la polla entraba y salía con gran fuerza de su interior. Sentí que me empapaba el vientre. Se había corrido con el roce de mi piel y yo también llegué al orgasmo.

—Te estás corriendo más rápido que otras veces.

—Tenemos prisa, ¿no? Mi última corrida ira de nuevo a tu boca después de follarte a mi gusto.

Nos levantamos, le coloqué contra la mesa, le separé las piernas y tras cambiarme de condón, se la metí de golpe y le envestí con furia. El hijo de puta tenía un buen culo, muy caliente y dominaba muy bien su esfínter, lo que provocaba mucho placer a mis entradas y salidas. Sus nalgas eran firmes y las azoté mientras seguía haciéndole disfrutar como el puto vicioso que era. Cuando estaba a punto de eyacular, la saqué de golpe, se giró, se agachó y tras quitarme el condón la metió en la boca hasta que descargué de nuevo. La limpió de nuevo con la lengua hasta dejarla brillante, como si no se hubiera usado.

—Eres un puto vicioso.

—Lo sé y eso te pone. Confiésalo. Hace unos instantes gozabas como un cabrón.

No contesté. Me dirigí hacia la ropa, saqué un pañuelo y limpié mi vientre que aún tenía rastros de su semen. Luego, mientras me vestía, me asaltó la idea de dónde lo haríamos al día siguiente. Si era en este despacho, mi plan fracasaría.

—¿Mañana también lo haremos aquí?

—No. Mañana será en mi despacho. Lo haremos a primera hora de la mañana. En vez de llamarte yo a ti, le dirás a mi secretaria que si puedo recibirte por un asunto de unos paquetes que han llegado. Esta tarde a última hora está prevista la entrada de un nuevo producto y como tú no estarás, vendrás a pedirme consejo sobre qué hacer.

—Buena idea. Se nos queda un detalle, ¿cómo meto la bolsa con mis cosas en el despacho?

—Me la darás a mí por la mañana cuando estés desayunando. Después de la faena, me dejarás la llave y la guardo en tu taquilla.

—Perfecto. Salgamos, hemos terminado pronto y será mejor que no nos vea nadie.

Salimos y en el ascensor me propuso que entrásemos en la sección hablando de los últimos productos que deberían colocarse en los estantes. Una conversación de trabajo, con total naturalidad. Así lo hicimos y se despidió, mientras yo me colocaba en mi puesto. Miré el reloj y comprobé que quedaba poco tiempo para terminar la jornada. Mientras atendía a un cliente, observé que algunos de mis compañeros me miraban. ¿Se estarían dando cuenta de lo que estaba pasando? No era muy normal que el jefe me llamase tanto a su despacho y hoy, los dos comiéramos juntos y llegase tarde a trabajar.

Llegó mi hora tras terminar de atender a aquel cliente. Me despedí de mis compañeros como siempre y salí rápido para cambiarme. Iván me esperaba para comenzar con la mudanza. Mi cerebro desconectaba totalmente del lugar, del trabajo y de la presión del hijo de puta, en el momento que mis pies tocaban la primera baldosa de la calle.

—¡Rafa, Rafa! —escuché la voz de Iván detrás de mí. Le saludé y me dirigí donde estaba—. Tengo el coche aparcado a la vuelta. He comprado siete cajas, espero que quepa todo en ellas.

—Seguro que sobran. Ya te dije que no tenía tantas cosas que llevarme. Aunque tienes razón, los libros y las películas ocupan bastante.

—¿Cómo ha ido el día?

—He estado casi todo el día follando.

No dijo nada, siguió andando hasta llegar al coche, abrió y entramos en él.

—Te has quedado muy silencioso —le comenté mientras arrancaba el coche.

—Es la forma en que lo has dicho.

—Verás Iván. Esta pesadilla terminará mañana. No pienso amargarme esta tarde. Ahora estoy con mi mejor amigo y luego veré a mi gran amor, al que conocerás y deseo que os llevéis muy bien, porque nuestra casa, será tu casa.

—Gracias —sonrió—. ¿Qué ha pasado?

—El puto vicioso me pidió follar después de una reunión. Me dijo que le ponían cachondo algunas reuniones. Luego me invitó a comer y de nuevo a follar. Me ha vaciado cuatro o cinco veces, ya no me acuerdo bien.

—Olvidemos el tema. Como bien has dicho, ahora estamos juntos —me miró sonriendo—. Al final, no he sido el último hombre.

—Lo serás. Haré el amor contigo mañana, después de que todo pase, si tú quieres.

—¿Estás seguro? Lo decía de broma.

—Claro que estoy seguro. Mi despedida de soltero la celebraré con mi mejor amigo. Cenaremos fuera y luego disfrutaremos de una noche memorable.

—Eres increíble.

—Tú sí que lo eres. Tenemos que ir a la calle Pelayo, tengo que comprar un arnés en el SR

—¿Estás loco?

—Le dije que si quería una buena fantasía, me tenía que comprar un arnés. Le he sacado trescientos euros.

Aparcó y entramos en la tienda. Miré los arneses y me decanté por uno.

—¿Lo puedo probar?

—Claro y si te gusta y necesita retocarlo, te lo hago al instante.

—Genial —le entregué la cazadora y la camisa a Iván y me lo probé. El dependiente me lo colocó y me miré al espejo.

—Joder tío, con ese cuerpazo te queda de escándalo. No hay que ajustar nada —comentó uno de los dependientes.

Miré la ropa interior y me gustó un bóxer corto con cremallera en el centro. Lo cogí.

—¿Se puede probar?

—Sí —contestó el otro dependiente, pero hazlo en el probador, no queremos que nos pongas la polla más dura de lo que la tenemos.

Me fui al probador, me quité los pantalones y el slip, me lo puse y salí. La cara de Iván era de absoluta sorpresa.

—¡Hostias tío!

—¿Me queda bien? —pregunté antes de mirarme en el espejo.

—Nos has dejado sin respiración —comentó uno de los dependientes—. Pedazo de trabuco que gastas.

Al verme en el espejo me sorprendió y sonreí.

—Joder como me marca el rabo y el culo.

—Estás muy bueno tío y si entras así en el
Eagle v
as a matar de un infarto a más de uno.

—Allí ya me conocen en pelotas, por lo que no creo que se sorprenda nadie —me volví a mirar en el espejo—. Pero tenéis razón, me queda bien y me gusta —pasé la mano por el bóxer, sintiendo la calidez y suavidad de la piel y sonreí a Iván.

—No es lo mismo estar en pelotas, que presentarte con esa ropa —comentó uno de los empleados—. El morbo que provocas es total. Las dos prendas parecen hechas para ti. Sólo te faltan las botas militares y el conjunto es perfecto.

—Me llevo las dos cosas. Mañana es un día especial — entré en el probador y me cambié de ropa.

—Tienes un cuerpo impresionante, pero con esto que te llevas, estás de escándalo—comentó el dependiente mientras terminaba de vestirme y me lo preparaba en la bolsa. Nos despedimos y subimos al coche de nuevo.

—Me veo muy bien con esas prendas. ¿Crees qué le provocaré lo suficiente?

—¿Lo dudas? Tío, nos la has puesto dura a todos. Joder, ¡qué sexual eres!

—¿Ahora te das cuenta?

—Ya sabes a lo que me refiero. No es lo mismo. Como bien ha dicho el dependiente, una cosa es estar en pelotas y otra muy distinta provocar el morbo y ese arnés y el bóxer realzan tu sexualidad: la de un buen macho dominante.

—Lo sé tonto. Igual algún día tengo una fantasía con Andrés así.

—Le vas a matar de un infarto.

—Ya verás cuando conozcas a Andrés… Es… La mejor persona que pensé nunca encontrar. Todo lo que estoy haciendo merece la pena por intentar ser felices juntos.

—Me alegro por vosotros. Llega un momento en que la verdad, a todos nos apetece sentar la cabeza. El ambiente llega a cansar y se vuelve monotonía.

—Pues aplícate el cuento. Tendré que buscarte un buen novio —me reí.

Llegamos a casa, sacamos las cajas y la maleta vacía del maletero y subimos. Nos desprendimos de la ropa, quedándonos de medio arriba desnudos. La tarde era calurosa y en la casa hacía calor.

—Si te parece bien, yo voy llenando las maletas de ropa y tú podrías empezar por desalojar todo lo que tengo en el salón: los libros, las películas y las figuras que te encuentres. Todo es mío.

Así lo hicimos, cuando tenía ya terminada una de las grandes maletas Iván se acercó.

—Ya está recogido el salón. Ven a ver si falta algo.

Entré en el salón, miré en los estantes, cajones y puertas. No quedaba nada.

—Buen trabajo. Ahora el baño. Lo mismo. ¿Cuántas cajas has llenado?

—Tres. Lo he repartido un poco porque los libros pesan mucho —me contestó mientras armaba otra caja y encintaba las otras.

—Bien. Entonces me voy a llenar otra maleta y nos lo llevamos todo cuanto terminemos.

Continuamos con la faena. De vez en cuando nos decíamos algo, pero eran pocas palabras, estábamos muy concentrados en el trabajo. Por fin terminé la segunda maleta. En realidad ya quedaba muy poco para guardar en la que Iván me había prestado y cuando Iván apareció sonriente y sudoroso, contemplé aquel cuarto de baño. Sólo el cepillo de dientes y el dentífrico se encontraban en el vaso.

—No has dejado ni una toalla. ¿Con qué nos secamos mañana después de ducharnos?

—Con la lengua —contestó con cara de picarón.

—Con la lengua nos mojamos más, guarro.

—De eso nada, te quito gota a gota. Te lo aseguro.

—Un respeto que ya soy un hombre comprometido.

—Lo sé. Y no sabes cómo lo lamento. Por una parte sabes que me alegro de verte tan feliz, por otra, no volver a sentirte entre mi cuerpo, me jode.

—Tal vez —le comenté frunciendo la mirada—. Tal vez tengamos algún momento íntimo entre los dos. A mí también me gusta sentirte y creo que compartirte, no es malo. Os quiero a los dos. A él le amo, a ti te quiero.

—Yo también te quiero, lo sabes.

Su piel cálida y sudada me provocaba sensaciones muy agradables. No era sexo, sino el efecto de su olor, de su sensualidad, de sus feromonas, del magnetismo masculino que transpiraba. Causaba en mí interior la misma impresión que Andrés. Eran iguales de sensuales y su forma de ser muy similares. Dos machotes con corazones de niños, deseando ser acariciados y amados.

—Hagamos el amor.

Como un resorte tomó mi cara entre sus manos y nos besamos con pasión. Mis manos recorrieron su espalda húmeda llegando hasta su pantalón, lo desaté y las introduje por detrás acariciando sus nalgas. Su pantalón y slip se fueron deslizando por sus piernas hasta el suelo. Él desató mi pantalón y con varios movimientos también cayeron. Las dos pollas muy duras se pegaron la una a la otra mientras nos seguíamos besando. Nos separamos por unos segundos para liberarnos de las prendas. Le acomodé encima de la tapa del inodoro. Levantó sus piernas y le penetré. Sentí el calor de su ano en la piel desnuda de mi polla. Confiaba en él y deseaba que nada se interpusiera entre nuestras pieles. Su polla estaba muy dura y pegada al vientre. Le levanté sin sacarla, le apoyé contra la pared, sus piernas las cruzó alrededor de mi cintura y seguí penetrándole.

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