Cruising (21 page)

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Authors: Frank García

—Las veces que quieras mi polla será tuya, pero sólo mi polla. El resto no te pertenece ni te pertenecerá jamás.

—Está bien, tal vez te llame después de la reunión. De algunas reuniones salgo muy cachondo tras escuchar la sarta de tonterías que estoy obligado a oír.

—Lamento que tu trabajo sea tan duro. Pero cada uno tiene sus obligaciones.

—Sí, y las tuyas son complacerme en todo lo que yo desee.

—Exclusivamente en horas de trabajo, el resto de mi tiempo es sólo mío y hago con él lo que me place.

—Tal vez tenga que ampliarte el horario, últimamente hay mucho trabajo.

—Mi contrato no habla nada de aumentos de horas y me ciño a mi contrato y tú harás lo mismo.

—No me tutees. No te he dado permiso para ello.

—Usted a mí tampoco. El mismo respeto tiene que tener un empleado a su jefe, como el jefe al empleado. Si me tutea yo haré lo mismo.

—Veo que hoy te has levantado gallito, espero que me lo demuestres luego.

—No seré un gallo, seré un toro. Puedo convertirme en el animal que el momento requiera.

—Perfecto. Te dejo con tu desayuno —miró su reloj—. Aún te queda media hora para incorporarte al puesto. ¡Qué tengas un buen día!

—Igualmente. Disfruta de la reunión —le respondí tuteándolo, porque él seguía haciendo lo mismo. Las piernas me temblaban bajo la mesa, afortunadamente las manos estuvieron firmes como mi lengua. Deseaba que supiera cual era mi opinión con respecto a nuestra relación y de esta forma no dejar ningún cabo suelto. Me estaba jugando mucho, pero si las cartas me eran favorables, tal vez ganaría la partida.

Terminé de desayunar y salí a respirar un rato. Encendí un cigarrillo y contemplé a la gente caminar de un lado a otro. La mañana era muy agradable, por fin llegaba el buen tiempo y esa sensación me hacía sentir bien, vivo y vital. Pensaba en todas aquellas personas caminando, y me asaltó la idea de si ellos también tenían una vida tan complicada o simplemente el destino estaba jugando conmigo, por algo del pasado que no le gustó de mí. Por alguna actitud negativa que ahora, como un boomerang volvía a mí multiplicada. Si era así, pedía disculpas al destino. Si era así, me enfrentaría con dignidad a él y le mostraría, que como humano puedo cometer errores, pero que también se rectificarlos si me doy cuenta de ello.

Tal vez no era merecedor del amor de Andrés, ni de ningún otro hombre. Tal vez debería seguir siendo un macho duro, nacido para satisfacer y no para ser complacido. Es posible que algunos de aquellos tíos con los que follé en el pasado. En un pasado tan reciente que me parece ahora lejano, se sintieran mal, esperando algo más de mí. Pero les entregué lo que pedían en aquel instante, en aquellos momentos. Buscaban placer y nunca me negué a ello. Qué he disfrutado de muchos de aquellos polvos, claro que sí, pero nunca dejé a nadie insatisfecho, nunca traté a nadie con desprecio. No fui déspota aunque si duro, pero era mi coraza ante el mundo y lo que ellos buscaban en mí. No me quiero defender de lo que hice, no me arrepiento de nada, todo lo contrario, aquello me provocaba sentirme vivo y necesario. Me hacía sentir el macho que deseaba ser y lo lograba, al menos todos me veían así. Me deseaban y yo también deseé a muchos de ellos, pero únicamente era placer, sexo por sexo, sudor por sudor, pasión desenfrenada, lujuria total, que nos llevaba a orgasmos deseados por los dos, los tres o quienes estuviéramos en el juego.

Aquellos años los quería dejar atrás, en el recuerdo, en las estanterías de mi memoria, como vivencias, como acciones, como acontecimientos que me enseñaran a ser yo mismo, a madurar y verme como me veo ahora: un hombre amando a otro hombre y deseando compartir para siempre ese amor.

Miré el reloj, era tiempo de entrar y saber que me depararía el día. Traspasé las puertas, subí y me cambié rápidamente de ropa y a la hora en punto estaba en mi mostrador, con una amplia sonrisa y esperando al primer cliente de la mañana. Conversé con mis compañeros, revisé el género y coloqué algunos objetos que habían llegado nuevos. Lo esperado llegó. La llamada de nuevo al despecho y como un cordero al matadero me dirigí con la frente alta, con el orgullo encogido y dispuesto a satisfacer los deseos de un hijo de puta. Eran poco más de las once y media cuando llamaba a su puerta.

—¿Quién es?

—Soy Rafael.

—Adelante

Tomé aliento y pasé. Estaba sentado en su sillón, leyendo y firmando unos documentos.

—Siéntate —me dijo sin levantar la mirada de los papeles. Miré a mi alrededor, busqué aquel lugar donde poder colocar la cámara y justo detrás de nosotros, se encontraba una estantería con libros y algunos adornos. Pensé que allí podría estar bien camuflada. Sería un lugar perfecto—. Pasa el cerrojo de la puerta con suavidad, que no se escuche el menor ruido, desnúdate y vuelve a sentarte —volvió a ordenarme continuando su tarea.

Me levanté, cerré la puerta y me desnudé dejando la ropa encima de un sillón que tenía cerca de la estantería, me acerqué y coloqué la polla encima de la mesa. La miró, levantó la cabeza y sonrió:

—Aún no está dura.

—Si la quieres ver dura, ven y cómela. Si no eres capaz de levantarla con tu boca, no te follaré, me vestiré y me volveré al mostrador.

—Veo que te gusta jugar. Hoy sale de ti un nuevo personaje. Me gustan las fantasías.

La palabra fantasía rebotó en mi cabeza y en aquel momento comenzó a tramarse la idea de mi plan.

—Está bien chico duro. Comprobemos a qué sabe ese rabo —se levantó y se vino hacia mí, me senté en la mesa y él se abalanzó sobre la polla tragándosela hasta donde podía. Sentía arcadas, salivaba en gran cantidad, me miraba con los ojos fuera de sí y volvía a intentar meterla entera en su boca, algo que no consiguió. Era muy vicioso, pero su garganta no daba más de sí, no sabía usarla como un buen mamador, pero me la levantó a tope. Debo de reconocer que me excitó, su boca era cálida y sus movimientos precisos, estaba a punto de eyacular y pensé en quitarle la cabeza, pero no lo hice, se tragaría toda mi leche, como así sucedió. Agarré su cabeza enérgicamente cuando estaba a punto de llegar y le obligué a mamar con más fuerza hasta que la última gota saliera de mis entrañas. La sacó de su boca y se relamió—. No está mal, es dulce, tendré que saborearla más veces, es un buen alimento

Se levantó y sacó un condón del bolsillo, lo abrió y me lo colocó. Acto seguido, se bajó los pantalones y me lo llevé hasta el sillón tirándolo sobre él. Se agarró con fuerza, sabía lo que le esperaba. Escupí en su ano y se la metí de golpe. Mordió el respaldo del sillón y así permaneció hasta que la saqué tras volverme a correr. Mientras esto sucedía mis pensamientos flotaban por toda la habitación, buscando los lugares donde sucedería el acontecimiento final. Los mejores ángulos en los cuales él no sospecharía que un objeto nuevo se encontraba en aquellas estanterías. Debía de pensar en cada movimiento. Todo tenía que ser muy rápido y preciso, pero estaba seguro que lo conseguiría. Terminé de follarlo, la saqué de golpe y se desplomó contra el sillón. Me quité el condón y lo tiré en la papelera tras anudarlo. Tomé dos pañuelos de papel y me la limpie. Le aparté del sillón con desprecio, cayendo al suelo y me vestí.

—No ha estado mal machote, ¿qué fantasía me espera después de comer?

—Ya lo pensaré mientras trabajo, pero sea cual sea, te gustará.

—Eso deseo. Comemos a las dos. Cuando bajes al restaurante, pregunta por la mesa que tengo reservada y me esperas.

No le contesté. Terminé de vestirme y salí. La secretaría me sonrió y la devolví la sonrisa. Me incorporé a mi puesto y agradecí que los clientes iban llegando poco a poco, lo que me dio tiempo a pensar. Fantasía, fantasía. Sí, una fantasía de cuero. Cuero negro, cuero blanco, sería la venganza. Cuero contra cuero, piel por piel. Blanco contra negro. Medité cada detalle, pensé en cada rincón de aquel despacho y poco a poco todo se dibujó en mi mente, con tal claridad, que parecía ver cada imagen, cada movimiento de aquella película, de aquella trama. Le echaría el polvo del siglo. Sí. No habría compasión, ni medida. Follaríamos hasta dejar vacíos mis huevos. Le haría tragarse mi leche ante la cámara, le empaparía la cara, le penetraría en todas las posturas. Sería una buena película porno. Entre los pensamientos y atender a los clientes, las dos llegaron sin darme cuenta.

Bajé las escaleras automáticas, me dirigí al restaurante y pregunté por la mesa de don Robert de la Hoz. Solicitó mi nombre y comprobó que era su acompañante para la comida. Me llevó hasta la mesa y me preguntó si deseaba tomar algo. Le pedí un vermouth y me quedé solo en aquella mesa bastante apartada de las demás, entre dos columnas y con el amplio ventanal detrás de mí. Observé a los que ya disfrutaban de los manjares servidos y pensé si entre aquellas parejas, entre aquellos hombres de negocios y trabajadores, existía algún cautivo como yo. Me imaginé otras historias similares a la mía, donde jefes y empleados eran amantes desde hacía tiempo, donde otros también eran acosados y acosadores sexuales, jugando aquel juego peligroso, donde uno se excitaba ante la situación que vivía y el otro soportaba estoicamente la humillación para no perder su puesto de trabajo.

—Buenas tardes —escuché la voz de Robert sacándome de mis pensamientos.

—Buenas tardes —contesté secamente.

—Hace un buen día, la primavera por fin nos ofrece su calor, este año ha traído demasiada agua, aunque a Madrid nunca le viene mal —continuó hablando mientras se sentaba y el camarero se acercaba a nosotros de nuevo.

Robert cogió la carta y pidió los platos que deseaba, me dejé aconsejar y continuó hablando:

—Espero que en estas horas te hayas recuperado —me miró sonriendo—. El postre es lo que más me gusta disfrutar.

—No necesito recuperarme, parece mentira que no conozcas mi potencia sexual —le contesté retándole con la mirada— y en segundo lugar, yo no soy ningún postre a degustar.

—Serás mi postre, te guste o no —se detuvo ante la presencia del camarero que nos trajo el vino. Sirvió en su copa y luego en la mía y se fue—. ¿Has pensado en la fantasía que tendremos?

—Sí. Seré tu jefe. El jefe de una empresa liberal donde todos los empleados y jefes están en pelotas, te mandaré llamar y…

—Me gusta. Disfrutaremos de esa fantasía y si eres tan potente, como me dices, quiero ver como sale la leche de esa polla dos veces, por lo menos, y la quiero en mi boca.

—Eso no es problema.

El camarero nos colocó entre medio de los dos una ensalada con queso fresco y los platos que pidió.

—También he pensado —pinché un trozo del queso—, en la fantasía de mañana.

—Veo que te estás animando, pero debes de contar conmigo. Tal vez, mañana no me apetezca.

Aquella frase me dejó helado por dentro. Yo no quería prolongar por más tiempo aquella agonía y menos… Mucho menos si vivía con Andrés. Me sentiría sucio y no sería digno de estar en su cama acariciándole. No, aquella pesadilla necesitaba un final. Un final triste o feliz, pero un final y lo deseaba antes de que llegara el fin de semana. Quería estar con mi chico esos días juntos. Como máximo me apetecía salir a dar un paseo por el Retiro y vuelta a casa. Necesitaba sentirme libre dentro de las paredes del hogar junto a él. Hablando, riendo, cocinando, comiendo, acariciándonos, viendo una película, jugando..

—No pasa nada, si no puedes mañana, será cuando quieras.

—Me has dejado intrigado, ¿En qué consiste esa fantasía?

—Una fantasía
leather
y quiero dinero para comprarme un buen arnés. Será el regalo por los momentos que te estoy dando de placer.

—No tengo porque hacerte ningún regalo, pero lo haré. Sí, me apetece una fantasía
leather
contigo —sacó su cartera y me puso trescientos euros en la mesa—. Cómprate el que más te guste, quiero que me pongas a cien.

—Te aseguro que no vas a olvidar ese día, sea cuando sea.

—Lo haremos mañana, a primera hora si quieres. ¿Qué has pensado que lleve puesto?

—Tu arnés, las botas militares, el látigo, el bóxer de piel negra mostrando el culo y tu brazalete de cuero en el lado derecho. Pero te cambiarás en el cuarto donde estabas ayer, mientras yo me cambio en el despacho. Cuando esté preparado te llamaré y comenzaremos la fantasía.

—Me la has puesto dura cabrón. Que ganas tengo de que me folies.

—Lo bueno se hace esperar y te aseguro que no vas a olvidar el día de mañana.

Aquella afirmación sentenciaba mi sueño. El deseo de que todo pasara como una pesadilla. Una sentencia de muerte para uno de los dos. Mi vida no había sido un camino de rosas, aunque tampoco de espinas. No me quejaba pero necesita un cambio, necesitaba renovarme y lo haría, me costara lo que me costase. Lo haría. Nunca había estado más seguro de lo que quería y nada ni nadie me lo arrebatarían. Sólo esperaba que el destino y Dios, en el que creía pero pocas veces pensara en él, me ayudaran. Lo necesitaba y ellos lo sabían.

—Te noto poco hablador. Sigo opinando que hoy te has levantado con el ego subido.

—Me vendrá bien para interpretar el personaje de jefe, ¿no crees?

—Sí —sonrió—. Espero que lo hagas bien. Saberse imponer ante los demás, no es tarea sencilla y que te respeten, mucho menos

—No lo dudes. Nunca he dejado un trabajo a medias, ni he fracasado en el intento y en cuanto al ser respetado, es cuestión de ser humilde. La prepotencia y la arrogancia, únicamente son síntomas de debilidad y tarde o temprano, los demás lo descubren.

—Los tienes bien puestos. No tienes pelos en la lengua y eso puede jugar en tu contra.

—Siempre he dicho las cosas como las siento. No tengo que ocultar nada a nadie. Soy el que soy y al que le guste bien y al que no…

—Mejor será que terminemos de comer tranquilos, esta conversación empieza a cansarme.

Así lo hicimos. No hubo más palabras durante el resto de la comida. Las conversaciones cercanas se fundían en el ambiente. Las risas penetraban en mis tímpanos y algunas veces me hacían mirar a quien las emitía. El comedor se llenó por completo. Firmó la cuenta y salimos. Ya en el ascensor pulsó al último piso.

—¿Dónde vamos?

—Arriba. Donde se encuentran la mayoría de las oficinas y a estas horas no hay nadie. No quiero que sospechen de nuestros encuentros. Hoy ya te he llamado una vez al despacho, dos, no sería normal.

—Sí, tienes razón. Debemos ser discretos.

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