Cruising (17 page)

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Authors: Frank García

—Sí, pero nos pondremos en pelotas. Quiero que me veas fisteando y luego follarte por última vez en público.

—¿Por qué? ¿No te gusta follarme en público?

—No nene. A ti ya no te folio, te hago el amor. Es algo muy diferente aunque te parezca igual.

—Vale, me follarás a saco en el
sling.

—Ya veremos donde te folio, pero quiero que sea inolvidable.

—Ese punto morboso que tienes no quiero que lo pierdas.

—No, porque yo soy así. Ahora te tengo que abandonar.

Me levanté y cogí el pantalón vaquero y me lo puse sin gayumbos, la camisa negra y las botas. Abrí la bolsa de viaje que había traído con la ropa de cuero y metí el resto. Me detuve por unos instantes y le miré.

—Temo esa mirada —sonrió—. ¿En qué estás pensando?

—El armario de la otra habitación, ¿está vacío?

—Sí, nunca he metido nada en él.

—Quiero sentir que ya estoy aquí —cogí toda la ropa en la bolsa y me fui a la otra habitación, él me siguió y coloqué todo en las perchas y las deportivas en un lado del armario—. Ya formo parte de esta casa.

—Sí. Ya estás aquí, aunque creo que siempre lo has estado.

—Mi niño grandullón, te voy a echar de menos estos días —le besé y me despedí de él. Me abrigué y antes de salir por la puerta le volví a besar—. Pórtate bien esta semana, no me seas infiel.

—No sé que decirte, cinco días sin un macho es mucho tiempo.

Le azoté y volví a besarlo de nuevo.

—Ya tienes el macho que buscabas, y no serán cinco días, pues el viernes dormiremos juntos.

Bajé en el ascensor con una sensación de abandono. Como si algo me faltara y en realidad así era. Me faltaba él: su mirada, su aliento, su olor, su piel, su forma de hablar y de escuchar. Hacía unos segundos que lo había dejado en su casa y ya lo echaba de menos. Parezco un estúpido, un quinceañero que se vuelve loco cuando siente su primer amor. En realidad, era la primera persona que me decía te amo con sinceridad, que me demostraba que me quería, que hablábamos sin tapujos y no nos ocultábamos las vivencias del pasado, todo lo contrario, deseábamos conocerlas, disfrutarlas juntos y saberlo todo el uno del otro. Sin darnos cuentas estábamos aprendiendo a descubrirnos con los recuerdos de otros tiempos. Sin miedos, porque nuestras palabras eran sinceras, salidas del corazón, sin pretensiones de molestar, sino de compartir.

Curioso destino que nos acercó una noche de fogosidad y nos separó y ahora nos vuelve a unir. Pasión por satisfacer el placer que nuestros cuerpos anhelaban, pero a la vez, la necesidad de hablar, de participar de los momentos que nos ofrecieron las horas en aquel fin de semana que ahora termina. Fin y principio. Fin de una espera añorada en el corazón y olvidada en el cerebro, para no sentir dolor y principio de un sueño que los dos deseábamos cobrase vida. Final y principio. El final de historias ordenadas en la mente y el principio de una historia por descubrir.

Ahora deambulo por las calles, sintiendo el frío en el rostro, encogido el cuerpo dentro de mis prendas, mientras minutos antes, mi desnudez era cálida y sentida. Libre y despreocupada en aquella casa, donde presentía que era la mía. Donde unas prendas aguardaban al resto el siguiente fin de semana. Una semana por delante, cinco días, veinticuatro horas cada día y sesenta minutos cada hora, me resultaban demasiados para estar alejado de él.

Rafa, estás loco, me decía a mí mismo. El hombre duro, con mirada de retador. El macho activo que no se inmutaba ni cuando estaba echando el polvo más salvaje. Él que todos veían como impenetrable, ahora estaba al descubierto, vulnerable como las hojas en otoño que caen sin remisión, como el cristal más fino entre las manos de un torpe, como… Simplemente vulnerable y el corazón latía de forma distinta y el cerebro pensaba de forma diferente.

Encendí un cigarrillo y en aquella chispa, me pareció ver la luz de sus ojos y en el primer humo desprendido, su cuerpo en movimiento, provocándome en una pista de baile imaginaria, seduciéndome como si nunca nos hubiéramos visto.

Los pasos poco a poco me llevaban al hogar, a la casa que habitaba desde que Carlos encontrara su gran amor. Esperaba que con él fuera normal, pues en aquella noche, me resultó el ser más vil del mundo. ¿Cómo se atrevió a decir aquellas palabras de alguien que no conocía? Allí fue donde verdaderamente sentí que amaba a Andrés y lo defendería siempre, porque él era mi chico. Allí comprendí que nadie ni nada le dañarían si estaba en mi mano. Allí descubrí parte de mis sentimientos y desde ese momento dejé que continuaran brotando. El abrazo de esa noche mientras regresábamos a casa, devolvió la paz y la calidez a mi cuerpo. Tan grande y fuerte, se arropó contra mí como si fuera un niño. Un niño grande con el deseo de sentirse querido y yo con el ansia de quererlo.

Por fin llegue al portal, abrí y entré en su interior, sentí el calor provocado por las calefacciones y tras subir aquellos dos pisos en el ascensor abrí la puerta, encendí la luz y me sentí en la soledad de aquellas paredes que consideraba hogar. No, mi verdadero hogar estaba a unas calles de aquí, junto a él.

No deseaba pensar más, necesitaba dormir para olvidar al menos por un tiempo, el desasosiego que albergaba en el interior. La inquietud que me desconcertaba, la tristeza que me producía estar lejos de él. ¿Dónde había quedado el hombre duro? Me preguntaba mientras me desnudaba en la habitación. ¿Dónde perdí su rastro? Conecté el despertador, apagué la luz y deseé dormir.

CAPÍTULO V

Al despertarme me sentí solo, pero el poco tiempo que me quedaba para ir al trabajo y preparar todo evitó que pudiera pensar en él en aquellos momentos. Lo que en realidad no sabía es lo que me esperaba aquellos cinco días. En ocasiones los fantasmas se confabulan cuando uno pretende ser feliz y en esta ocasión ocurrió.

Me duché deprisa, preparé el traje para el trabajo, lo guardé en su funda y sin desayunar salí disparado al trabajo. Llegué con el tiempo necesario para tomar algo en la cafetería de los almacenes e incorporarme a mi puesto en el momento preciso. La mañana transcurría sin novedad, como cada día y como cada lunes, donde los clientes se vuelven perezosos hasta pasadas las doce del mediodía. Poco antes de esa hora recibí una llamada, era Carlos. Recordé que la noche de la bronca con su novio en el restaurante, tenía varias llamadas perdidas de él que olvidé por completo. Descolgué el teléfono:

—Dime Carlos… Sí estoy en el trabajo… Ya, lo sé, se me olvidó por completo llamarte. He pasado un fin de semana increíble con Andrés… Sí, está muy bien, los dos estamos muy bien… Sí, zorro, nos hemos comprometido este fin de semana… Lo sé, necesitaba sentar la cabeza y creo que él es el hombre perfecto… Gracias… Te tengo que dejar, el departamento empieza a cobrar vida… La mañana ha sido muy tranquila, como la de cualquier lunes… Bueno, mañana voy a verte cuando salga… Te lo prometo… No, no he quedado con Andrés… Nos veremos el viernes. Me voy a vivir con él… No, no estoy loco. Ya te contaré mañana, te dejo… —al colgar noté en la voz de Carlos cierta preocupación, tal vez por lo sucedido en el restaurante, pero me daba lo mismo lo que pensara el gilipollas de su novio. Si lo tragaba era porque él estaba enamorado, nada más.

Atendí a la clientela y las horas se pasaron volando, ni siquiera tuve tiempo para pensar. Me cambié el traje por mi ropa de sport y salí. La tarde era agradable y antes de irme a casa decidí refrescar mi garganta. Entré en una cafetería de la Gran Vía, me senté en la barra y pedí una cerveza. Al mirar hacia las mesas me quedé sorprendido. Allí sentados estaban Pablo, el novio de Carlos, e Iván ¿Qué estaban haciendo estos dos juntos? A Iván se le veía acalorado, movía las manos de forma amenazante a Pablo y éste se reía, con su sonrisa despótica y repugnante. Iván se levantó y golpeó la mesa, se vino directo hacia la barra y se sentó al lado mío.

—Hola Rafa, disculpa que no te saludara cuando entraste, pero es que…

—¿De qué conoces tú a ese tío? —le pregunté.

—Fuimos pareja. ¡Maldita la hora en que lo conocí!

Pablo se levantó y pasó por detrás de nosotros

—Dios los cría y ellos se juntan —comentó mientras pasaba.

Iván no se contuvo, se volvió y le sacudió un puñetazo en la cara que le tiró al suelo. Pablo se incorporó y observó que sangraba por la nariz. Nadie en el bar se inmutó, tan sólo un camarero que se acercó a nosotros.

—¿Ocurre algo? —preguntó.

—No, no pasa nada —le respondí mientras dejaba el dinero sobre la barra. Me levanté y cogí por el brazo a Iván—. Vamos, este no es el sitio para discutir.

—Esto no quedará así —comentó enojado Pablo mientras ya salíamos del bar.

—¿Se puede saber qué ha sucedido? —le noté muy nervioso y decidí llevarlo a casa. No hablamos durante el camino. Iván se apretaba una mano contra la otra y miraba fijamente al suelo, mientras controlaba su respiración. Ya en casa se sentó en el sofá. Cogí dos cervezas y me senté junto a él. Así permanecimos unos minutos hasta que Iván tomó un trago de su cerveza.

—Lo siento.

—¿Puedo saber qué ha sucedido?

—Verás… Ese cabrón y yo fuimos pareja. Aún no comprendo cómo me pude colar por ese cabrón, no lo entiendo, no vale una mierda, pero me colé.

—Así es el amor, no conoce de físico, sino de sentimientos y no ve más allá de lo idealizada que tengas a esa persona.

—Me embaucó con su forma de decir las cosas, aunque al final siempre hablaba de lo mismo, pero en aquel entonces a mí… Al mes de conocernos llegó un día con cara de preocupado, al preguntarle que le pasaba me dijo que había perdido su puesto de trabajo y que tendría que volver al pueblo con sus padres. Como te he dicho, yo estaba muy colado por él y le dije que porque no se venía una temporada a vivir a casa, que seguramente encontraría pronto algo. Al principio me dijo que no, que no le gustaba molestar y que prefería irse. Le convencí. ¡Maldita la hora! —se levantó y se quitó la camisa con rabia. Tomó otro trago y me miró—. Ese cabrón se aprovechó de mí. Al principio no me daba cuenta, el amor es ciego, pero poco a poco veía que no hacía nada por buscar trabajo. Siempre que llegaba de trabajar le escuchaba hablar y reírse con gente que conocía por Internet. Siempre estaba en pelotas y con la cámara puesta, dejándose ver por otros. Intenté hacerle comprender que aquello no me gustaba, que si lo nuestro iba en serio, no eran formas de actuar con otros.

—No seas tonto —me decía cuando cerraba aquellas conversaciones—. Con ellos me divierto, les caliento. Son así de ingenuos. Nunca les he enseñado la cara, nada más les muestro mi cuerpo y el rabo. Se vuelven locos —y se reía a carcajadas—. Hay demasiados infelices que se conforman con ver un rabo por la
cam.

Me fui enojado a la cocina y preparé la cena. Ni siquiera eso hacía. No limpiaba, no cocinaba, no ordenaba nada. Si yo no lo hacía, la casa era una pocilga. Se acercó por detrás y se pegó a mí con la polla dura.

—Esto te gusta, ¿verdad? Vamos a follar, estoy caliente.

—No. Tengo hambre. Por lo menos podrías haber preparado algo para cenar. Sabes que llego agotado del trabajo y nunca hay nada para comer.

—¿Tú crees qué yo soy un cocinitas? No, yo nací para satisfacer a los hombres. La comida que ellos quieren, es esto —y se cogió el rabo apretándolo contra mí.

—¡Déjame! Voy a cocinar algo.

—Está bien, ya me pedirás el postre en la cama. Eso si lo sé preparar bien, sobre todo calentito —salió de la cocina en dirección al salón.

Iván tomó aire y le dio un trago a su cerveza para continuar con el relato:

—Aquel día debí de echarlo de casa, pero continuamos seis meses más en los que comenzó a exigir. Quería ropa nueva y, por supuesto, yo se la compraba. Se encaprichaba de cosas que yo no tenía, porque no las consideraba necesarias, pero se las regalaba. Poco a poco me sentí cautivo y mi economía muy deteriorada, hasta el punto que no me podía permitir comprar lo más necesario. Necesitaba volver a ser yo mismo y no sabía cómo. Aquel cabrón me tenía hipnotizado y no encontraba la solución. Pero como todo en la vida, el destino pone a cada uno en su sitio. Una tarde cuando volvía a casa, no me escuchó entrar y desde la puerta le vi masturbarse frente a la cámara. No aguanté más. Apagué el ordenador y su lefazo cayó en la pernera de mi pantalón. Me miró con cara de odio y me gritó:

—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Eres tonto?! ¡Me has cortado un pajote de la hostia! —me gritó amenazante.

—Quiero que te largues. No te quiero ver más aquí.

—¿Qué te has fumado? ¡Tú estás tonto! ¿Pretendes qué me vaya?

—Me has escuchado bien. Coge tus cosas y lárgate. No quiero volver a verte.

—Ni lo sueñes. Yo no me voy y si quieres que me vaya, dame dinero para pagarme una pensión unos días.

—Ni un céntimo. Ya me has explotado bastante.

—¿Qué yo te he explotado a ti? Has tenido un semental para ti, en exclusiva. ¿Sabes cuánto cuesta eso?

—Yo no te tenía como un semental, sino como mi pareja. Pero veo que tú no opinabas lo mismo.

—Eres un desgraciado ¡Mírate! Si me voy te quedas sólo.

—Eso es lo que quiero. Prepara la maleta y sal de mi vida.

—No pienso irme si no me das dinero.

—Te daré dinero para que cojas una pensión esta noche y para el viaje de vuelta a ese pueblo de donde no debiste de salir. Pero ni un céntimo más.

—No, quiero más.

—Si no te vas, llamo a la policía, así que tú decides.

Entró en la habitación y llenó la maleta, le regalé otra para que se lo llevase todo de una vez y no volviese por casa. Le pedí las llaves, aunque al día siguiente cambié la cerradura y le entregué el dinero suficiente para que también pudiera comer. Sobre la una de la madrugada, cuando ya estaba dormido, sonó el teléfono. Era él pidiéndome disculpas, disculpas que no acepté. Necesitaba librarme de él. Necesitaba vivir la vida que él había encarcelado y arruinado.

Me quedé en silencio y me levanté dirigiéndome a la ventana, volví y tomé la cerveza dando un largo trago.

—Y tú… ¿de qué le conoces?

—Es el novio de mi mejor amigo.

—Pues que se prepare tu amigo. Le va a sacar hasta los ojos.

—A él también le dijo que se había quedado sin trabajo y viven juntos.

—Lo mismo una y otra vez. ¡Qué hijo de puta! Ábrele los ojos antes de que sea demasiado tarde.

—Tal vez con él ha cambiado.

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