Cruising (14 page)

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Authors: Frank García

Le di las gracias y por detrás nos abrazó alguien. Al volvernos nos encontramos con el tipo que le puso el guante negro a Iván.

—Antes no tenía más tarjetas para daros una a vosotros. Con esta ropa, no tengo mucho sitio para llevar cosas —se rió—. Me gustaría veros alguna vez que otra por mi local y lo que me apetecería ahora es que los dos me follarais. Tenéis buenos rabos, sobre todo tú —me la agarró.

Iván le tocó el paquete.

—¿Tú follas?

—Si tengo un buen culo a mi servicio, sí. Aunque dudo que vosotros.

—Yo soy versátil y también me gusta recibir un buen trancazo y ésta parece que promete.

La sacó y en efecto gastaba un buen instrumento: Unos veinte centímetros, circuncidada, muy venosa y ligeramente inclinada a la derecha.

—Lo sabía. Pasemos un buen rato los tres.

Se dirigió a la barra y pidió tres cervezas y el camarero se las puso y le entregó una bolsa negra de piel.

—Vamos.

Emprendí el camino hacia los privados y me detuvo.

—No, por ahí no. Esos privados son para el público en general. Nosotros nos vamos a otro sitio.

Le seguimos. Salimos por la puerta que daba entrada a la discoteca y a la izquierda se encontraban unas escaleras. Subimos, sacó de la bolsa unas llaves y abrió. Encendió la luz y nos quedamos mirándonos.

—Este es mi santuario para el placer.

Se trataba de una gran habitación con una cama impresionante. Calculo que mediría más de tres metros por tres metros. En una de las paredes se encontraban tres duchas, al otro extremo un magnífico jacuzzi, en otra de ellas colgaba un sling y en la cuarta una cruz. El suelo era de madera y la luz se graduaba.

—Pasaremos de sexo duro por esta noche y gozaremos de nuestros cuerpos de forma convencional. Ante todo me gusta la higiene y aunque vosotros estáis muy limpios, se nota en vuestro olor corporal, nos daremos una ducha.

—Sin problemas —le dije—. Una ducha ahora, al menos a mí, me viene de puta madre.

—Una buena ducha y un buen jacuzzi. Me gusta morbosear dentro de él.

Me quité el arnés y sentado sobre la cama me desprendí de las botas. Iván ya se había metido en las duchas y aquel tipo ya desnudo, le acariciaba las nalgas. Iván se pegó contra la pared y él le enjabonó bien el culo. Entré dentro de las duchas y me centré en el culo de aquel cabrón. Le enjaboné bien, le metí los dedos y me miró.

—Sí, cabrón. Dilátame bien que tu rabo es muy grande. Vas a disfrutar de él, te lo aseguro.

Saqué los dedos y se incorporó. Nos acariciamos los tres bajo las duchas mientras se llenaba el jacuzzi. Nos besamos juntando nuestras bocas mientras nuestras pollas buscaban posición ya que las tres estaban muy duras. Acaricié las nalgas de los dos y aquel tío tocó las mías y retiró la mano. Le sonreí:

—No me gusta que me penetren, pero que me toquen las nalgas y me coman el culo, sí. me pone cachondo.

Se agachó y cogió las dos pollas, se las llevó a la boca. El agua caía sobre nuestras cabezas recorriendo todo el cuerpo. Unía nuestros glandes y los devoraba como si fuera uno. Iván tomó con fuerza mi cuello acercando mi boca a la suya y disfrutamos de un profundo beso. Las lenguas jugaban en el interior de nuestras bocas y aquella sensación me elevaba los sentidos. Sus nalgas estaban apretadas por mis manos y los dedos comenzaban a jugar buscando el orificio que tanto placer me daba. Relajó sus nalgas ofreciéndose para que mis dedos entraran dentro de él. Así lo hice y suspiró mordiéndome los labios.

—Me gusta cómo me trabajas —susurró a mi oído y me mordió la oreja.

—Cabrón, me pones muy bruto.

Aquel tío se levantó y miró el jacuzzi.

—Vamos a disfrutar de la espuma y las burbujas.

Salimos y nos metimos dentro. Estaba caliente y las burbujas jugaban con nuestras pieles. Nos sentamos y aquel tío se aproximó a mí, levantó mis nalgas y dejó fuera todo el rabo duro. Lo mamó e Iván se puso detrás y le comió el culo.

—Fóllame —le dijo—. En esa copa tienes condones.

En un lateral del jacuzzi se encontraba una gran copa de cristal ahumado en tonos marrones. Iván sacó varios condones y se colocó uno. Se la metió de golpe y el tío apretó con fuerza mi rabo con sus labios.

—Así me gustan los machos, que sepan meterla

Iván empezó a follarlo a saco, aquel culo invitaba a ello.

—Dame un condón —le dijo a Iván sacándose mi rabo de la boca—. Fóllame tú ahora, quiero sentir esa tranca dentro de mí.

Iván la sacó y me coloqué. Enfilé el glande y no tuve compasión, la metí entera y el cabrón gritó:

—¡Hijo de puta! Tu rabo es demasiado grande para hacer eso —la saqué sin hacerle caso y la volví a meter de golpe—. ¡Hijo de puta! Si sigues así me vas a reventar el culo.

—Este culo aguanta todo lo que le den y mi rabo se lo va a dar —me incorporé de nuevo y comencé una penetración frenética.

El tío gritaba como un poseso, pero no hacía ningún gesto para que la sacara, por lo que adiviné que estaba gozando como un perro. Iván me abrazó, sentí su rabo duro entre mis nalgas pero confié en él. Me comió el cuello y me puso a cien, lo que elevaba mi excitación y la velocidad de penetración hasta que estallé dentro del condón. Me derrumbé sobre él agotado, con la respiración a cien y la vista nublada. Aquel había sido todo un polvo y me faltaba el oxígeno. Iván también se dejó caer sobre mí y sentí su glande dentro de mi culo. Él se dio cuenta y la sacó rápido

—Lo siento —me susurró.

Estaba tan caliente y húmedo por la espuma del jacuzzi, que mi culo se había dilatado algo más de lo normal. Le miré y le sonreí:

—No pasa nada —le dije y se volvió a abrazar a mi espalda.

—Está bien cabrones. Segundo asalto —se rió, cogió un condón, se lo colocó y miró a Iván—. Dame ese culo que tienes, te lo voy a dejar bien caliente.

—Te tendrás que esforzar mucho. Le gusta que le den caña.

Iván se volvió y aquel cabrón no tuvo perdón. Le metió el rabo de un golpe, pero Iván giró la cabeza y le sonrió:

—¿Eso es todo lo qué sabes hacer?

—Esto sólo es el principio —le agarró con fuerza por la cintura y le zarandeó con violencia, metiéndola y sacándola a su antojo—. Y tú, ¿qué haces? Métemela y sigue mi ritmo. Jódeme como yo le estoy jodiendo a él.

Así lo hice hasta que los tres nos corrimos. Nos volvimos a duchar y nos pusimos las prendas que teníamos.

—No perdáis mi tarjeta. Me gusta disfrutar con machos como vosotros.

—A nosotros también con tíos como tú.

Nos comió la boca a los dos y cerró aquel templo del placer.

—Ahora os tengo que dejar, todavía quedan unas horas y tengo mucho trabajo.

—Está bien. Cuídate —le comenté mientras le daba un pico.

—Y vosotros. Gracias por venir a mi fiesta.

—Estoy pensando una cosa —le comenté a Iván—, creo que he disfrutado de la fiesta más de lo que esperaba y me voy a retirar.

—Esperaba continuar contigo el resto de la noche, o debería de decir de la mañana. Eres un buen compañero de fatigas —se rió.

—A mí también me gustaría terminar contigo y te invitaría a casa, pero no vivo sólo —le besé en los labios—. Mañana no tengo nada que hacer y me gustaría despertarme con un buen macho en la cama, los dos en pelotas.

—Vamos a la mía. Yo si vivo sólo y también te quiero en la cama.

—¿Por dónde vives?

—Cerca de Gran Vía. Pero tengo coche.

—Tendría que buscar al amigo que me trajo, pero adivina dónde está ahora.

De repente Andrés se movió e interrumpió mi relato:

—¿Vivías aún con Carlos?

—Sí, y aunque siempre me había dicho que podía llevar a alguien si me gustaba mucho, deseaba respetar su casa. Creo en la intimidad y una casa ajena, aunque uno viva en ella, es sagrada.

—¿Te fuiste con él?

—Sí, pero esa ya es otra historia.

—Menuda fiesta. Yo nunca he estado en ninguna parecida. Lo máximo han sido tríos y un par de orgías. Por cierto, la otra vez me corrí mientras me contabas la historia, pero esta vez has sido tú.

—Sí, pero yo no he manchado las sábanas, sigo estando dentro de ti. Y para que lo sepas, no me he corrido por contar la historia, sino por el calor que produce tu interior y como mueves el esfínter. Me has masturbado con él contrayéndolo y relajándolo.

—¿Lo has notado? —sonrió.

—Cómo no lo voy a notar cabrón. Mi polla será muy dura a la hora de follar, pero es tremendamente sensible y tu ano…

—Es mutuo. A él también le gusta la amiga que le hemos presentado.

Salí poco a poco de su interior y apretó con fuerza.

—Nene, déjala descansar. Desde hoy será únicamente para ti. Todo mi ser será tuyo —me senté en su miembro—. Desde hoy… —puse mi mano derecha en mi corazón y la izquierda en el suyo—. Desde hoy mi cuerpo y mi alma los quiero compartir contigo mientras lo desees —sus ojos brillaron y dejaron escapar varias lágrimas—. Eso es lo que siempre he deseado en la persona que eligiera y me escogiera para formar pareja. Un cuerpo de hombre y un corazón de niño.

—Yo también, pero no quería interrumpir, ni tu historia, ni este momento. ¡Te amo! —al levantarse casi tira la caja del regalo—. ¡Se me olvidaba abrir tu regalo!

—Es cierto. Ábrelo, es el primer regalo por amor.

Lo abrió, lo acarició y me miró:

—Quiero poner una foto nuestra de hoy. Desnudos.

—Está bien. Busca la cámara de fotos mientras caliento la comida.

Me fui a la cocina. Saqué dos cazuelas y coloqué el pollo en la grande y la sopa en la otra. Mientras puse las croquetas y los calamares en dos platos y los metí en el microondas. Sentí un chispazo de luz detrás de mí, al volverme me sacó otra foto. Me senté en el fogón, separé mis piernas y dejé mi polla colgando, eché el cuerpo ligeramente hacia atrás y separé las manos. Tiró una nueva foto y continué con nuevas poses.

—Deberías haber sido modelo. Tienes altura, cuerpo y eres muy atractivo.

—Una pena que no me descubrieran. Ahora estaría forrado de dinero y con cientos de machos desnudos para mí sólo.

—Pensándolo mejor, prefiero que no. No eres tan guapo, no eres tan alto y no estás tan bueno.

—Cabrón. No te cambiaría ni por mil machos hambrientos dispuestos para mí. Ya ves, hasta ella se calma cuando te abrazo de esta manera. ¿Entiendes la diferencia entre el deseo y el amor?

—Claro, ¿qué te has creído? Tu rabo se comporta de forma muy distinta, natural y me gusta que así sea. Disfruto estando desnudo en casa y no quisiera verte con el arma siempre cargada —se rió—. No sería bueno para tu cerebro, le faltaría sangre, no oxigenaría bien y podrías volverte loco. Y no quiero un novio loco, aunque creo, que los dos lo estamos un poco.

Miré la comida, ya estaba lista.

—Prepara la mesa mientras termino con esto —le miré mientras se dirigía al salón comedor.

Me encogí de hombros y apagué los fuegos. Volví de nuevo la vista atrás y allí estaba colocando el mantel. Era real, era mi chico, mi sueño hecho realidad. Tomé los salvamanteles de encima del microondas y los llevé a la mesa, le propiné un azote y regresé a la cocina.

—Esas manos quietas, ahora me debes un respeto.

—¿Cómo? —le pregunté mientras acercaba la primera cazuela a la mesa.

—Sí. Antes era el amante, con quien follabas. Ahora ya no, ahora soy…

—Ahora y siempre serás un cabrón —le contesté regresando por la otra cazuela.

—No me gusta ese tono y las palabras mal sonantes. Te tendré que lavar la boca con lejía.

—Ya sabes lo que tienes que hacer con la boca —al volverme hacia la cocina de nuevo, se arrojó contra mi espalda subiéndose sobre ella—. Baja de ahí cabrón, que no eres un peso pluma precisamente.

—¿Me vas a respetar? —preguntó mientras se bajaba.

—Claro que te respetaré —le volví a azotar—, pero no me provoques.

—Le voy a poner un candado a mi culo, así no podrás aprovecharte de mí.

—Cualquier candado que pongas mi polla lo reventará.

Se quedó mirándome con los ojos muy abiertos y los dos nos echamos a reír.

—¡Que fuerte, como ha sonado eso!

—Sí —se fue para la cocina a coger los cubiertos—. Cuando estabas en el restaurante pensé en una locura pero…

Le acompañé y saqué dos platos hondos y otros dos llanos, coloqué encima dos vasos y le seguí. Le miré intrigado mientras dejaba los platos y vasos dispuestos en sus sitios.

—¿En qué pensaste?

—Una locura. Siéntate y comamos.

—Voy a buscar el cacillo para servir la sopa —al regresar avisté aquella mirada perdida en sus ojos—. ¿Qué te ocurre?

—Verás, pensé que sería bonito vivir los dos juntos. Mi casa es más grande que la tuya y podríamos compartir los gastos.

—¿Eso es lo qué te inquietaba? —le serví en su plato y luego lo hice en el mío.

—Sí —tomó una cucharada—. ¡Qué buena está!

—Gracias, es que soy muy buen cocinero.

—Sí, eso se lo dirás a todos.

—Lo digo en serio. Sé cocinar y muy bien.

—Me lo tendrás que demostrar.

—Lo haré, cuando vivamos juntos.

—¿Te vendrás a vivir conmigo? No quiero presionarte, no quiero coartar tu libertad. Quiero…

—Come y déjame ese tema a mí. Si me ofreces venirme a vivir aquí, acepto. Podría usar la otra habitación…

—¿La otra habitación? —me preguntó sorprendido.

—Sí —le sonreí—. En algún sitio tendré que colocar mis cosas.

—Que tonto soy. Por un momento pensé…

—Tú te crees qué viviendo juntos voy a dormir en otra cama que no sea la tuya. Ni lo sueñes.

—Quiero que sea nuestro nido de amor. Organizaría para que te sientas bien. Quiero…

—Come… Me gusta tal y como tienes la casa. Te aseguro que me siento muy bien aquí y el motivo eres tú. Nada más que tú. Todo lo demás me sobra, sólo quiero hacerte feliz a ti. Nunca he hablado tan en serio y jamás he dicho estas palabras. Si te soy sincero, me doy miedo. He pasado de ser un tipo duro a un romántico, en un fin de semana.

—Siempre has sido un romántico. Los románticos no se hacen, nacen.

—Pero yo…

—Te faltaba encontrar la seguridad en ti mismo o mejor dicho, encontrar quien te la diera. Estabas perdido —me sonrió— y yo te he encontrado.

—Sí, me has rescatado y ahora comamos.

Comimos tranquilamente. De vez en cuando hablábamos de nuestras cosas, de las costumbres que teníamos y nos reíamos de las más insólitas. Terminado el almuerzo volvimos a la cama y me propuso ver una película.

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