Danza de espejos (26 page)

Read Danza de espejos Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

La puso boca arriba en la cama, la cogió con las manos para mantenerla quieta y la besó por todo el cuerpo. Ella emitió un jadeo asustado. La respiración de él se hizo más profunda, luego se detuvo. Un espasmo le atravesó los pulmones, como si se le hubieran contraído al mismo tiempo todos los bronquios con un ruido a trampa, como una puerta que se cierra.

¡No! ¡Otra vez no!
Le estaba pasando de nuevo, como cuando lo había intentado el año anterior…

Se separó de ella, con el sudor frío cubriéndole todo el cuerpo. Peleó contra su garganta contraída. Logró respirar una vez, como un asmático, temblando. Los recuerdos eran casi alucinaciones por la claridad…

El grito furiosos de Galen. Lars y Mok que lo sostenían cuando Galen se lo ordenó, le sacaban la ropa, como si la paliza que acababan de darle no fuera castigo suficiente. La picana tocándolo, señalándolo, ahí,
ahí
, crujidos, estallidos. Galen que se ponía todavía más rojo y lo acusaba de traición, peor, le hablaba de las inclinaciones sexuales que se atribuían a Aral Vorkosigan, y ponía más potencia, demasiada potencia.

—Ahora. —El terror horrible adentro, en las entrañas, la memoria visceral del dolor, la humillación, las quemaduras, los calambres, una extraña excitación en cortocircuito y un liberarse, vergonzoso, horrible, a pesar de todo, el olor de la carne quemada…

Empujó las visiones con la mente, lejos, y casi se desmayó antes de lograr respirar de nuevo. Ahora estaba sentado no en la cama sino en el suelo, con los brazos y las piernas encogidos, en espasmos. La rubia, atónita, estaba encogida sobre el colchón, medio desnuda, mirándolo con los ojos muy abiertos.

—¿Qué pasa? ¿Por qué paró? ¿Se está muriendo?

No, sólo quiero morirme. No era justo
. Él sabía exactamente de dónde venía el reflejo condicionado. No era un recuerdo hundido en su inconsciente, por desgracia, nada de una infancia confusa, distante. Hacía apenas cuatro años. ¿No se suponía que esa visión clara era capaz de liberarlo a uno de los fantasmas del pasado? Si alguna vez la situación fuera menos tensa, menos retorcida desde el punto de vista de la conciencia, si alguna vez tuviera tiempo de hacer el amor en lugar de esa excursión rápida, sudorosa, entonces tal vez podría dominar el recuerdo, la locura…
y tal vez nunca lo voy a conseguir
… Luchó para respirar de nuevo. Otra vez. Los pulmones empezaban a trabajar de nuevo. ¿Realmente estaba en peligro de morir ahogado? Tal vez cuando se desmayara, su sistema nervioso retomaría el mando automático.

Se abrió la puerta del camarote. Taura y Bothari-Jesek se quedaron en la entrada, espiando en la oscuridad. Bothari-Jesek lanzó una maldición. La sargento Taura empujó la puerta con el hombro y entró.

Ahora
, él quería desmayarse ahora. Pero su demonio no cooperaba. Tenía la mente puesta en una sola cosa y siguió respirando, con los pantalones hechos un ovillo en las rodillas.

—¿Qué estás haciendo? —gruñó la sargento Taura. Un tono peligroso, como el aullido de un lobo. Los colmillos le brillaban a los lados de la boca bajo la luz suave de la habitación. Él la había visto destrozar a un hombre con las manos desnudas.

La clon estaba sentada sobre las rodillas en la cama, muy preocupada. Como siempre, trataba de ocultar y sostener con las manos sus rasgos más notables y, como siempre, lo único que conseguía era atraer más la atención hacia ellos.

—Sólo pedí un poco de agua —sollozó ella—. Lo lamento.

La sargento Taura dejó caer su altura de casi tres metros sobre una rodilla y le mostró las palmas de las manos para que viera que no estaba enojada con
ella
. Mark no estaba seguro de que Maree entendiera tanta sutileza.

—¿Y qué pasó? —preguntó Bothari-Jesek con firmeza.

—Él me pidió que lo besara. Me hizo besarlo.

Los ojos de Bothari-Jesek recorrieron su desaliño y brillaron furiosos. Estaba tan tensa como un rayo a punto de disparar. Se dio vuelta para mirarlo. Bajó la voz casi hasta el susurro:

—¿Estabas tratando de violarla?

—No… No sé… Lo único que…

La sargento Taura se puso de pie, lo cogió por la camisa y algo de piel también, lo levantó hasta ponerlo de pie contra la pared más cercana. El suelo estaba un metro por debajo de sus pies que se sacudían en el aire.

—¡Di la verdad! —le ladró.

Él cerró los ojos y respiró hondo. No por la amenaza de las mujeres de Miles, no. No por ellas. Por la segunda mitad de la humillación de Galen en él, a su manera una violación más terrible que la primera. Cuando Lars y Mok, alarmados, habían persuadido a Galen de que no siguiera con el castigo, Mark se hallaba a un paso del paro cardíaco. Galen se había visto obligado en medio de la noche a llevar a su valioso clon con su mejor médico, el mismo al que había convencido bajo amenazas para que recetara las drogas y hormonas que habían hecho crecer el cuerpo de Mark a la velocidad del de Miles. Galen justificó las quemaduras diciendo que Mark se había estado masturbándose en secreto con la picana, que la había encendido accidentalmente y no había podido apagarla por los espasmos musculares que causa hasta que sus gritos despertaron a alguno de sus guardias. El doctor casi se había puesto a reír. Con la voz débil, Mark había corroborado la versión de Galen, por miedo, a pesar de que estaba solo con el médico. Pero el médico vio los golpes, y seguramente supo que había algo más en esa historia. No dijo nada. No hizo nada. A él se le ocurría que lo que lamentaba más era la risa negra del médico. No quería que Maree se fuera de la habitación con el mismo peso en el alma. No lo haría.

En frases cortas, directas, describió exactamente lo que acababa de intentar. Sonaba muy feo aunque había sido la belleza de ella lo que había dominado. Mantuvo los ojos cerrados. No mencionó el ataque de pánico ni tratar de explicar a Galen. Se retorcía por dentro pero dijo la verdad, directa y simple. Lentamente, mientras hablaba, la pared le golpeó la espalda hasta que tuvo los pies otra vez sobre cubierta. La presión se aflojó sobre su camisa y él se atrevió a abrir los ojos de nuevo.

Casi los cerró de nuevo al ver la expresión de desprecio en el rostro de Bothari-Jesek. Ahora sí que la había completado. Ella, que casi lo había comprendido, que casi había sido amable, casi su única amiga allí, estaba de pie, furiosa, rígida, y él supo que se había ganado la antipatía de la única persona que hubiera podido hablar a favor de él. Le dolía haber tenido tan poco y perderlo. Un dolor de muerte.

—Cuando Taura dijo que faltaba una clon —mordió Bothari-Jesek —y Quinn dijo que tú habías insistido en traerla a ella… Ahora ya sabemos por qué…

—No. Yo no pensaba… no pensaba hacer nada. Ella quería un poco de agua, eso es cierto. —Señaló la taza, volcada sobre la cubierta.

Taura le volvió la espalda y se arrodilló junto a la cama. Se dirigió a la rubia con una voz deliberadamente dulce:

—¿Te hizo daño?

—Estoy bien —tembló ella. Se volvió a poner la túnica sobre los hombros—. Pero ese hombre está enfermo… Muy enfermo. —Lo miró con preocupación.

—Evidentemente —musitó Bothari-Jesek. Levantó el mentón y los ojos se clavaron en Mark, que seguía aferrado a la pared—. Está confinado aquí, señor. Y habrá un guardia en su puerta. No intente ni asomarse.

No, no voy a intentar nada, nada

Se fueron con Maree. Los sellos de la puerta sisearon y se cerraron como una guillotina. El rodó sobre la cama estrecha, temblando.

Dos semanas hasta Komarr. Realmente deseaba estar muerto.

11

Mark pasó los primeros tres días de su confinamiento en solitario convertido en un bulto deprimido. Su deseo era salvar vidas con su misión heroica, no destruirlas. Hizo la cuenta de los cuerpos, uno por uno. El piloto de transbordador. Phillipi. Norwood. El hombre de Kimura. Y los ocho heridos de seriedad. Y todos los anónimos de Bharaputra, también. El guardia de gravedad promedio de Jackson era un pobretón que trataba de sobrevivir. Se preguntó si alguno de los muertos sería alguien que él había conocido o con quien había bromeado cuando vivía en el criadero de clones. Como siempre, los pequeños terminaban en la picadora de carne y los que tenían el poder suficiente para ser responsables salían caminando la mar de tranquilos, como el barón Bharaputra.

¿Pesaban más las vidas de cuarenta y nueve clones que las de cuatro Dendarii? Los Dendarii no parecían creerlo.
Esa gente no fue voluntaria. Tú los engañaste y los llevaste a la muerte
.

Estaba sacudido por una visión que no le gustaba. Las vidas no se sumaban como enteros: se sumaban como infinitos.

No quería que saliera así
.

Y los clones. La rubia. Él, sobre todo él, sabía que ella no era la mujer madura que proclamaba su físico general y sobre todo los aumentos sorprendentes que la formaban. El cerebro de sesenta años que había planeado mudarse a ella hubiera sabido cómo manejar ese cuerpo. Pero Mark la había visto con mucha claridad, había visto muy bien en la mente a la niña de diez años que había dentro. No había querido lastimarla ni asustarla, pero había hecho ambas cosas. Había querido resultarle simpático, llenar su cara de luz.
Como se iluminan las de todos cuando ven a Miles, ¿eh?
, se burló la voz interior.

Ninguno de los clones podía responder de la forma que él deseaba que respondieran. Era un deseo doloroso. Tenía que olvidar esa fantasía. Tal vez en diez o veinte años, le agradecerían sus vidas. O no.
Hice todo lo que pude. Lo lamento
.

En algún momento del segundo día empezó a obsesionarse con la idea de sí mismo como carne de trasplante de cerebro para Miles. Extrañamente, o tal vez lógicamente, no tenía miedo por Miles mismo. Pero Miles no estaba en posición de vetar el plan. ¿Qué pasaría si a alguien se le ocurría que sería más fácil trasplantar el cerebro de Miles en el cuerpo tibio y viviente de Mark que intentar la tediosa reparación de esa herida enorme en el pecho, además del trauma por el tratamiento de crío-cámara? Era una posibilidad tan terrible que casi quería ofrecerse voluntario para terminar con todo.

Lo único que le impedía abandonarse totalmente era la reflexión de que con la crío-cámara perdida, la amenaza estaba en suspenso. Hasta que la encontraran. En la oscuridad de su camarote, con la cabeza enterrada en la almohada, comprendió que la cara que más deseaba ver transformada por el respeto frente a su rescate glorioso de los clones era la de Miles.

Más bien eliminaste la posibilidad, ¿no es cierto?

El único descanso de su picadora de carne mental era la comida, y el sueño. Meterse a la fuerza una bandeja entera de ración de campo lo dejaba tan atontado que realmente dormía, a ratos, inadecuadamente, pero dormía. Deseaba la inconsciencia más que ninguna otra cosa, y por ello perseguía a los furiosos Dendarii que empujaban la bandeja por la puerta tres veces al día para que le trajeran más. Como los Dendarii no consideraban que esas bandejas de raciones de campo fueran gran cosa, lo hacían sin mucho problema.

Un Dendarii le pasó por la puerta una selección de ropa limpia de Miles de los depósitos del
Ariel
. Esta vez no tenían una sola insignia. Al tercer día renunció a ponerse los pantalones del uniforme de Naismith y se decidió por los pantalones sueltos de la nave. Y en ese momento, le llegó la inspiración.

No pueden ponerme a hacer de Miles si no me parezco a Miles
.

Después de eso, las cosas se hicieron borrosas en su cabeza. Uno de los Dendarii se irritó tanto con su constante petición de comida extra que trajo toda una caja, la dejó en un rincón y le dijo a Mark que no volviera a molestarlo. Mark se quedó solo con su astuto plan y el instrumento de su rescate. Había oído que antiguamente los prisioneros escapaban de su prisión cavando un túnel con una cuchara, ¿acaso él no podía hacer lo mismo?

Y sin embargo, a pesar de la locura del plan —y en cierto modo él sabía que era una locura—, le dio un sentido a su vida. Primero las horas del viaje de muchos saltos a Komarr le habían parecido infinitas. Ahora ya no le parecían suficientes. Leyó las etiquetas de los alimentos. Si mantenía una inactividad máxima, una sola bandeja le proporcionaba el combustible diario que necesitaba. Todo lo que consumiera de más se podía convertir directamente en No-Miles. Cuatro bandejas le darían un kilo extra de masa corporal, si no lo había calculado mal. Era una pena que el menú siempre fuera el mismo.

Apenas si tenía días suficientes para conseguir que el proyecto funcionara. Pero en su cuerpo, ningún kilo extra tenía dónde ocultarse. Hacia el final, asustado porque se le terminaba el tiempo, comía continuamente hasta que el dolor le obligaba a detenerse, combinando así el placer, la rebelión y el castigo en una sola experiencia extrañamente satisfactoria.

Quinn entró sin golpear, encendió la luz con eficiencia brutal desde la oscuridad total hasta la iluminación más completa.

—¡Ay! —Mark retrocedió, y levantó las manos sobre los ojos. Arrancado de un sueño incómodo, rodó en la cama. Parpadeó, mirando el crono en la pared. Quinn había venido medio ciclo diurna antes de lo esperado. Si estaban llegando a la órbita de Komarr, eso quería decir que las naves Dendarii habían acelerado al máximo. Socorro.

—Levántate —dijo Quinn. Arrugó la nariz—. Lávate. Ponte este uniforme. —Dejó algo verde bosque con brillos dorados al pie de la cama. Por el tono utilizado por la capitana, él había esperado que le tirara las cosas a la cara, pero por el cuidado con que las trató, dedujo que el uniforme era de Miles.

—Me voy a levantar —dijo—. Y voy a lavarme. Pero no voy a ponerme ese uniforme.

—Harás lo que se te diga.

—Ése es un uniforme oficial de Barrayar. Representa poder real y lo cuidan de la misma forma. Y cuelgan a la gente que usa uniformes como ése sin tener derecho a ello. —Apartó las sábanas y se sentó. Estaba un poco mareado.

—¡
Oh, dioses!
—dijo Quinn, la voz ahogada—. ¿Qué te has hecho?

—Supongo —aceptó él —que todavía puede intentar meterme en el uniforme, pero tal vez quiera considerar un poco el aspecto que voy a tener. —Se tambaleó hacia el baño.

Mientras se lavaba y depilaba, hizo un inventario de los resultados de su intento de escape. No había habido tiempo suficiente. Cierto, había vuelto a tener los kilos de que gozaba antes de ponerse a hacer de almirante Miles Naismith en Escobar, más alguno que otro extra, y en unos catorce días en lugar del año que le había costado perderlos. Tenía un rostro con doble papada. El torso estaba más grueso, y el abdomen distendido y doloroso. Se movió con cuidado frente al espejo.
No es suficiente, no basta para estar a salvo
.

Other books

Silver Bullets by Elmer Mendoza, Mark Fried
The Secret Generations by John Gardner
Baking Cakes in Kigali by Gaile Parkin
The Scarlet Lion by Elizabeth Chadwick
The Baker's Touch by W. Lynn Chantale
Black Briar by Avett, Sophie
Snowed In with Her Ex by Andrea Laurence
Highland Storm by Ranae Rose
Heart of a Dog by Mikhail Bulgakov